Habrá quien vea genialidad en esta fábula posmoderna mezcla de utopía y distopía a partes muy desiguales. Pero es tan alocada y dispersa en su concepción y puesta en escena que sus aires de transcender en el tiempo parecen condenarla a simple anécdota pasajera.

Le personajes se mueven de acá para allá por el escenario haciendo sus mojingangas ─un paso de baile aquí, una salida de tono allí─, sin que el espectador medio sepa muy bien cómo encajar lo que está viendo. La historia tampoco te remueve el interior conforme avanza. Indiferencia es la palabra.

No es cine convencional. Digamos que estamos ante un experimento artístico al que aconsejaría acercarse en una noche de sábado, bien entrada la madrugada, el espíritu desinhibido y la cabeza un poco achispada por el etanol. Suele ser así cómo el inescrutable universo del artista se deja vislumbrar ante la admiración de un espectador en mágica sintonía.