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España España · Valladolid
Voto de Marcos B:
7
Drama La familia Solé lleva varias generaciones cultivando una gran extensión de melocotoneros en Alcarràs, una pequeña localidad rural de Cataluña. Pero este verano puede que sea su última cosecha: la fruta ya no renta y los paneles solares están sustituyendo a los árboles.
4 de mayo de 2022
5 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
La llegada del verano. Los niños juegan en el coche abandonado en la orilla del pantano, mientras los mayores preparan la cosecha de melocotones anual. Niños ajenos a problemas de mayores; Iris, Pau y Pere, juguetean con viajes imaginarios. Mariona y Roger dividen su tiempo entre una infancia que se acaba y una adolescencia que busca su hueco en el incierto futuro. Cosas de adolescentes que parten su tiempo entre las inevitables inquietudes y los campos de Alcarràs.

Quimet y Dolors, padres de cinco hijos, conversan acaloradamente con el abuelo. Un abuelo que no entiende bien esta época de papeles y burocracia. Legajos traspapelados o inexistentes que solo conocieron la palabra de honor. Rencillas familiares que someten a sus propietarios en medio de duras jornadas, trueques a la sombra de la higuera que calmaba el hambre en tiempos de guerra. Vastos campos de melocotoneros generosos que esperan la llegada de los temporeros para la recogida de la jugosa fruta.

Una excavadora que se lleva el coche de los sueños. Una pala que arranca a los niños de la tierra. Camiones, muy chulos a ojos de los pequeños, que transportan cultivos de nueva generación tan de boga aunque, no por ello de menor utilidad en estos días. Invasiones con árboles no compatibles acompañadas por parrilladas de longanizas al ocaso. Canciones de otros tiempos que brotan de las gargantas más curtidas y se transmiten de generación en generación. Plagas que se combaten cuando llegan otras, sin importar el mañana y el qué sucederá. Los niños que siguen con juegos infantiles dentro de trincheras, al compás de un sollozo amargo en tierra firme y fértil. Lagrimas saladas que no sirven para regar.

A Carla Simón le atraen los veranos. Ya sean de 1993 ó 2022. El periodo estival se manifiesta con llegadas y salidas. La cámara se cuela entre los actores sin que apenas ellos se enteren. No son demasiadas las palabras que esbozan los labios que las pronuncian, no son necesarias para entender su forma de actuar y el porvenir. Luz de color árida que amenaza con caducar un modo de vida. El abuelo sentado en el borde de la cama con la mirada fijada en un punto indeterminado, cuando un rayo de luz acuchilla el encuadre de una estancia silenciosa. Tímida partitura que se escabulle cual conejo entre melocotonero.

Vidas que no conocen otros modos de vivir, vidas a punto de terminar, vidas que se siegan; existencia insólita de seres mutilados. Carla Simón nos lo muestra. Como si el siguiente verano fuese a ser igual. Agricultores sin esperanza luchando igualmente por una vida justa.

El verano se termina. Los últimos melocotones almibarados se envasan a mano, artesanalmente, en extinción. La cámara asciende y flota. Nos muestra la casa amada. Comienza la nueva estación. El año que viene será distinto. Carla Simón nos golpea, no deja claro donde termina la ficción y empieza el documental; ni falta que hace. El espectador es mucho más inteligente.



Publicado originalmente en: https://cinemiamor.wordpress.com/2022/05/04/tierra-firme-casa-amada-alcarras-2022-carla-simon/
Marcos B
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