Se me cae el mundo, dice Elvira Mínguez (que, siempre, está, en una dirección sola, muy bien, intensa, reconcentrada, reflexiva, de gran mundo, otra vez, interior, novelista, al principio da gusto verla caminar con el cigarro en la boca, al igual que, fabuloso, sería decir poco, hay que ver cómo lo recrea -en- todo, en los andares y decires, en los gestos y entonaciones, maravilloso, Bardem, para más señas, su personaje, un asunto de la máxima importancia, dice, de terrorismo y eso, de la ETA, o Pepón, que repite personaje, eternamente, o las niñas, las dos, también Ruth, no solo Candela, chupa que chupa, vestida y sin ropa, hasta sale un joven, y delgado, ay, los años y los kilos, no se entienden, normalmente, los unos sin los otros, Casablanc, no así Carmelo, pa matarlo, o Karra, de espanto, o el portugués -no- tenía que ser, el pobre, el primero, Gómez, muy soso y torpe, ridículo, alelado, atontao, parece, a veces, un novato en su primer día de instituto, obtuso, los otros dos, el otro más bien, Elejalde, grotesco, igual que sus compañeros, penosos, paródicos, ¿el de las gafas negras, inenarrable, parece uno de los actores de las galas Inocente, inocente, o un actor de Mota o Ladoire en Ópera prima haciendo de detective o lo que fuera, no sé, por qué?), y es una expresión muy bonita y extraña (como hay tantas, está lleno, en el nuestro idioma, bellas, enjundiosas, poéticas, sencillas, de esencia o entraña, de sustancia, populares que no populacheras, metafóricas), como si se le cayera el alma al suelo, como si el mundo entero fuera su alma, como si uno fuera (o llevara dentro todo) el mundo y cuando este se te cae es que se te cae todo, te estás cayendo tú en/con el mundo, los dos juntos, continente y contenido, trabalenguas, acertijo, refranero, lo mismo, lo tengo dicho, cada uno es un mundo que también se dice, y que también se cae, erre que erre, pues eso, alma, mundo, persona, sinónimos, uno y trino, los nombres de las cosas y las cosas de los nombres, al principio fue el verbo y eso, y el resto es silencio, por supuesto, acabáramos.
Aquí el héroe (trágico, romántico, agónico, carismático, también, hay que decirlo, no se nos caen prendas ni nos duelen los anillos por ello, muy apanado apocado raro bobo empalmado turbio, lo uno y lo otro, del cero al infinito) es el Etarra, el antihéroe (sórdido, repulsivo, desagradable, también, mu tonto) es, en cambio, el policía, la transvaloración de todos los valores o no (o de cómo lo ve, o quiere verlo plasmarlo, Imanol Uribe, hizo -o haría-, de hecho, sí, lo mismo, o tan parecido, con Eduard Fernández y Elena Anaya años después en Lejos del mar, superhéroes, los a sangre fría masiva asesinos, del mal/bien, espartanos, ascéticos, valientes, decididos, sólidos, fuertes, aptos, válidos, a ratos, con valores a pesar de todo, con dudas, cargo de conciencia, no como el resto o a los que se enfrentan que son más posmodernos, gente a la buena de dios, sin principios ni criterio, a la que salga o surja, sin cabeza, a empujones o empellones, sin cojones ni nada, espárragos, fideos, ello/s).
La película es flojísima y salvo algunos, los ya citados actores y algunos planos bellos o logrados o certeros secos precisos con estilo, el resto es más bien malo bobo, poco riguroso, muy increíble, un realismo alucinante (chanante) o alucinado (roto) en el mal o peor sentido, muy superficial y banal o ligera, al tun tun, al tran tran, con escenas un poco, o mucho, vergonzosas (todas las de Karra, obvio), con una sordidez pasada de vueltas, casi de broma, y unos desnudos obsesivos sin venir, tantos, la mayor de las veces, a cuento.
Tampoco ayuda la banda sonora machacona omnipresente ramplona roma, en fin, que le falta de todo y le sobra más de alguna cosa.