Esta producción de Sam Katzman para Columbia es un "western" de bajo presupuesto dirigido por nada menos que William Castle, un director a reivindicar, en la década prodigiosa del cine del Oeste hecho en Hollywood, los años 50. No tiene mucho de especial, y según IMDb los uniformes de los soldados de la Caballería de los EE. UU. no se corresponden con los que éstos vestían en 1859, fecha en torno a la que se sitúa la acción; pero la buena labor interpretativa de los actores del reparto, en especial los protagonistas, un guión sólido que sostiene unos diálogos interesantes, una acción que entretiene y no decae casi nunca, y una buena fotografía en color, configuran una historia que en cierto modo trasciende las limitaciones del presupuesto.

Cabe destacar la escena en la que George Montgomery lucha con su sable contra un indio que le ataca con una lanza, algo que no había visto en otra película del Oeste: en los films de Castle suele haber cosas que llaman la atención o se salen de lo normal, como el Fiat Seiscientos que aparece en "El caso de Lucy Harbin" (Strait-Jacket, 1964).

Parece mentira que, entre dos de sus mejores películas como son "¿Qué fue de Baby Jane?" (What Ever Happened to Baby Jane?, 1962) y "Canción de cuna para un cadáver" (Hush...Hush, Sweet Charlotte, 1964), Robert Aldrich coprodujera, coescribiera y dirigiera una película como ésta, un "western" cómico que en realidad sólo es un film del Oeste en su principio, para ser luego una comedia ambientada en un decimonónico Sur estadounidense (una ciudad de Galveston, Texas, en la que vemos un barco por dentro y por fuera y sin embargo, curiosamente, nunca divisamos el mar), y una comedia que, pese a unos diálogos insistentemente irónicos e ingeniosos, hace poca gracia. Resulta desconcertante la presencia en el reparto de un Charles Bronson en un papel casi caricaturesco (pero interpretado con mucha seriedad por este actor) y del trío cómico The Three Stooges (Los Tres Compañeros), lo que puede ser una señal de que el director trataba de enlazar tonos imposibles de enlazar en un mismo largometraje: los de un relato que pretende ir muy en serio y al mismo tiempo muy en broma.

En todo caso, para mí es un film pesado, sin gracia y sin ritmo, hecho para el lucimiento de Dean Martin y Frank Sinatra -dos actores y cantantes que, es raro, no cantan en ningún momento del metraje- y que seguramente supone uno de los puntos más bajos de la filmografía de Aldrich, desbancando del puesto, en mi opinión, a una obra de Aldrich bastante vilipendiada que, por comparación, es una maravilla, "Sodoma y Gomorra" (Sodom and Gomorrah, 1962).

Lo mejor del conjunto es la labor y la presencia de ciertos actores secundarios (el ya citado Bronson, Victor Buono, Richard Jaeckel, Jack Elam, Jack Lambert) que, como los cuatro protagonistas, no todos "tíos" (Martin, Sinatra, Anita Ekberg y Ursula Andress), no pueden hacer mucho por remontar las tonterías del guión y los diálogos. "Cuatro tíos de Texas" es como una caja envuelta con un papel muy bonito y un lazo muy vistoso (lo digo por la fotografía en Technicolor) que, sin embargo, está vacía.

El cineasta sueco Victor Sjöström (que en los créditos figura como Seastrom) dirigió en los Estados Unidos un largometraje muy especial, en el que un científico francés, Paul Beaumont (Lon Chaney) es traicionado por su esposa y su mecenas, refugiándose luego en un circo en el que se convierte en payaso. En su número circense, Chaney recrea y revive una y otra vez la humillación que recibió en la Academia, cuando sus colegas se rieron de él, y cuando su traicionero benefactor, el Barón Regnard (Marc McDermott) le abofeteó en la cara.

Es una historia sobre el sufrimiento oculto tras la máscara de la apariencia, sobre los vaivenes de la vida, y sobre el amor, la traición y la venganza. El personaje de Chaney es ambivalente: se pone la máscara del payaso para ser olvidado y para no olvidar nunca su tragedia personal. Como payaso, ha roto con su pasado, y al mismo tiempo él no puede, o no quiere, superar dicho pasado, representando para sí mismo y para los demás una humillación permanente. Es el amor no correspondido por la amazona interpretada por Norma Shearer lo que le redime y le permite salir de ese bucle de amargura, o de ese círculo vicioso, representado tal vez por ese globo terráqueo que se muestra en varios planos intercalados y ajenos a la acción, y que proporcionan al relato un curioso aire entre reflexivo, sentencioso y abstracto.

Al parecer, el luego célebre Bela Lugosi aparece en algún momento como extra, y el león de la Metro también aparece ya antes de los créditos iniciales, ¡pero no ruge!

He comprobado que la última obra dirigida por Mario Bava es una gran película. El argumento, al menos en su punto de partida, no parece ser muy original, pero la puesta en escena, y el desarrollo del guión, superan con creces esa limitación, creándose un suspense progresivamente absorbente y pesadillesco que atrapa al espectador hasta un clímax final inolvidable.

El niño del pelo rubio y rizado (David Colin, Jr.) le permite a Bava jugar al terror parapsicológico tan en boga por entonces. La secuencia en la que vemos a Daria Nicolodi en la cama y su cabellera se mueve sola, es buenísima, y tiene mucho de sueño erótico. El muro de ladrillos que aparece en las pesadillas de la protagonista y luego aparecerá de verdad viene a ser un símbolo de la amnesia del personaje de Daria Nicolodi, como oportunamente señaló el crítico Ángel García Romero en su reseña de este film publicada en la "Antología del cine fantástico italiano" publicada por Quatermass en 2008. Por último, merece la pena apuntar la influencia de "Rojo oscuro" (Profondo rosso, 1975), de Dario Argento, en este largometraje.

"Maniac" es un "slasher" extremadamente brutal, pero no comparto las críticas que hacían las feministas en su época hacia esta película, porque el protagonista no sólo mata a mujeres sino también a hombres. Este largometraje no es únicamente una sucesión de asesinatos, sino también un retrato de un enfermo mental que es víctima y verdugo a la vez (fue maltratado por su madre, con la que habla de vez en cuando, aunque esté muerta, y de la que tiene un gran retrato iluminado por velas) y que mata a todo lo que representa sexo y erotismo, como muestras de una degradación moral de la que también forma parte toda la ciudad de Nueva York. Además, es una reflexión sobre la belleza: Joe Spinell trata de crear mujeres bellas a su manera, aderezando los maniquíes femeninos de su casa con las cabelleras que arranca a sus víctimas femeninas: Es una belleza enfermiza, que contrasta con la belleza de Caroline Munro, y sus fotos de moda.