El retrato generacional va llegando a través de la reacción de los visitantes a lo que van viendo en la comunidad a la que han llegado. Tras la primera transgresión moral seria, el suicidio/asesinato repudian lo que han visto y desean abandonar el lugar quienes tienen una personalidad y unos valores más firmes. La primera que se opone es la pareja que apenas conocemos, primero y Simon y luego Connie, no nos los han mostrado mucho tiempo pero, su rasgo fundamental es que tienen un vínculo sólido. Cuando está pareja desaparece solo el personaje de Daniel se preocupa realmente por ellos y reacciona, quizás porque este es el último vínculo que le mantiene en la vida. Ella tiene una idea del amor, lo respeta y lo ha visto en esa pareja que ha desaparecido, es ese amor que ha visto lo que le ha hecho empatizar con ellos.

El resto de hombres del grupo de visitantes no enfrentan a la comunidad pagana porque en realidad no tienen verdaderas convicciones o instinto de supervivencia, son una representación de la generación actual que se podría decir que es desoladora o cínica pero no por ello menos fascinante. Son inconscientes, mezquinos, pusilánimes y obsesionados con la aprobación externa y tan abiertos de mente que son las víctimas perfectas.

Cuando el personaje de Daniel, el único con la pareja que ha mostrado reticencias, ve que lo único que le ata al mundo, su pareja, no le responde, ya no es que no tenga nada que oponerle a los paganos, lo que tiene es un inmenso vacío: no tiene familia, ni ciencia, ni amor. Ante la posibilidad de que su vacío se llene directamente se convierte y abraza a la nueva comunidad y de este modo abandona cualquier consideración moral que tuviera previamente.

Es esta vuelta de tuerca, la actualización de la premisa de The Wicker Man a la generación de actual de veinteañeros, lo que resulta tan inteligente y le da todo el sentido a esta obra