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Tardes de soledadDocumental

Tardes de soledad
2024 España
Documental, Intervenciones de: Andrés Roca Rey
6,2
1.366
Documental Retrato de una figura del toreo en activo, Andrés Roca Rey, que permite reflexionar sobre la experiencia íntima del torero, que asume el riesgo de enfrentarse al toro como un deber personal, por respeto a la tradición y como un desafío estético. Esto crea una forma de belleza efímera a través de la confrontación material y violenta entre la racionalidad humana y la brutalidad del animal. (FILMAFFINITY)
Críticas 37
Críticas ordenadas por utilidad
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8
23 de septiembre de 2024
72 de 124 usuarios han encontrado esta crítica útil
★★★★Albert Serra tiene en todas sus películas dos grandes temas: por un lado, la decadencia. Luis XIV, Casanova o el Embajador en la colonia francesa de Pacifiction son personajes esquizofrénicos. Y ahora en "Tardes de soledad" le llegó el turno al torero, como un ser obsesivo y auto complaciente dentro de un espacio surrealista, egocéntrico y tribal en el que está encerrado, mental y físicamente.
El segundo tema de Serra es la muerte. Nada mejor que la lidia para mirar de frente y no darle la espalda al sufrimiento moribundo y a la "posibilidad" de morir (torero) y la certeza de hallarla (toro) en un culto a la sangre. Sangre en la plaza, en la arena, en las carnes del animal, en el traje de luces. Y terror. Terror por enseñarnos el espectáculo cruel con teleobjetivo para sentir el escalofrío al estar tan cerca de la animalidad de uno y otro.
Y es que Albert Serra dice no juzgar con su película. Pero nos muestra la carnicería de las corridas. Lo que quiere que observemos, ¿es poesía? (imágen y sonido que nos acerca al éxtasis por su belleza plástica), ¿es gore? (ha habido personas que salieron de la sala de proyección) es en definitiva, ¿arte? eso que lo evalúe cada uno. Sólo sé que es lo mejor, de lejos, del Festival internacional de Cine de San Sebastián. Porque nos enseña el horror con el que tenemos que terminar de una vez por todas. Porque después de salir del cine, seguirá habiendo corridas de toros.
Jorge Palacios. CineOff https://x.com/CinePensar
4
9 de marzo de 2025
27 de 38 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los que la acusan de idolatrar la tauromaquia, así como los que la acusan de estar en contra de estos rituales, es que no han entendido nada de la película. Ya tienen la opinión de la película formada antes de verla.

La película describe con imágenes (ojo, y con sonido) la liturgia de la tauromaquia.

Eso sí, aburre, porque todo el rato es lo mismo: Andrés Roca Rey toreando - Andrés Roca Rey en el coche con su entourage - Andres Roca Rey toreando - Andrés Roca Rey en el coche con su entorurage - y así durante dos horas.

La primera vuelta de este loop eterno lo gozas, se ve y se escucha una corrida (de toros) como nunca antes, pero después de la cuarta vez ya resulta cansino.

Sin ser fan de los toros, iba con las expectativas muy altas porque he escuchado a Albert Serra en entrevistas y la verdad es que se nota que piensa en cine cuando ha hecho esta película, la defiende muy bien (y sin posicionarse). Pero nada, la película aburre, y me sabe mal decirlo.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Suerte de escenas que rompen este loop y nos muestran cómo se pone un traje de luces.
8
5 de marzo de 2025
35 de 59 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta chica está falta de amor.
“Todos quietos que aquí estoy yo”.
Y me miran con admiración:
“¡Qué torero, qué gran corazón!”

(Quemasangre, Los Lagos de Hinault)

Hay una escena de En Tierra Hostil (The Hurt Locker, Kathryn Bigelow, 2008) en la que su protagonista, un artificiero no se sabe muy bien si algo kamikaze, persona con necesidad de generar adrenalina de forma constante so pena de aburrirse (o morir, a lo Jason Statham en la demencial película Crank) o lo que sea que fuere que le causa un evidente desapego por la tranquilidad cuando no por su propia integridad física, se ve despojado del que es el hábitat en el que mejor se desenvuelve para ser arrojado de forma inmisericorde a las garras de un territorio tan banal, común y plomizo como pueda ser un supermercado. El espectador asiste conmocionado a ver a un Jeremy Renner que se desenvolvía hasta entonces a la perfección desactivando bombas -y pecheando con su cuadrilla de soldados en los tiempos muertos entre nuevos artefactos que detonar de forma segura- sufriendo una especie de stress post traumático generado, irónicamente, por la ausencia de estímulos en naturaleza mortal resultantes de elegir entre Ketchup Heinz o Salsa Chovi, brete en las antípodas de lo que es tener que elegir entre cables a cortar. A nadie se le escapaba viendo En Tierra Hostil que hay algo que no funciona muy allá en la cabeza de ese personaje para, además de sentirse cómodo sólo cuando la muerte le sopla la nuca, a veces, no siéndole suficiente las bombas armadas por terceros, entrar él a añadirle una pizca adicional de peligro e incrementar las posibilidades de morir yendo sin traje de seguridad, sin las ayudas técnicas recomendadas en el gremio de artificieros o lo que fuese que improvisase sobre la marcha en aras de complicarse la vida y las posibilidades de volver a su casa cómodamente sentado en un avión y no tumbado en una caja de madera.

En el pre-estreno de Tardes De Soledad he visto muchas películas* en una. La sensación que prima en la película que concierne a quien más tiempo ocupa en pantalla (con permiso del toro, el gran protagonista de calle), el torero Andrés Roca Rey, es la de haber visto algo muy parecido a En Tierra Hostil si nos atenemos a la necesidad de enfrentarse a la muerte a todas horas que tienen el torero y el artificiero. Ambos son personajes que, sacados del que es su entorno favorito, se desenvuelven de manera lacónica cuando no ausente o rayana en lo border line: tan torpe es Jeremy Renner en el trato con el resto de su escuadrón de combate como el torero en la camioneta no teniendo nada que decir antes los continuos elogios de su cuadrilla. Es más: si a Jeremy Renner le exaspera el trámite de acudir al supermercado en su brutal inanidad y ofensiva ausencia de peligros mortales, a Roca Rey le crispa lo que tarda un ascensor en descender a la planta baja del hotel camino al ruedo y su trato con los humanos se limita a devolver una sonrisa o acceder a un choque de manos a los taurinos que le felicitan tras una faena. Incluso ambos presentan conductas ritualizadas al extremo tocantes al TOC y los ámbitos de las conductas compulsivas: Jeremy colecciona rastrojos de bombas desactivadas, mientras que Roca Rey tiene una serie de fetiches sobre los que se santigua y efectúa ritos de repetición. ¿Lo que pide con ello, con el rito ceremonial? Ni idea: sólo él sabe si será no morir en el ruedo, espantar la mala suerte de un toro manso o nada, simplemente tira adelante con su rito porque empezó a hacerlo un día sin mayor razón y en ello sigue.

Albert Serra, tras la muerte de Fernando Fernán Gómez, es el último intelectual del mundo de la cultura que queda en España. Es una persona listísima, con una bagaje cultural que poca gente hay en este país que se le equipare y, encima, con un sentido del humor que le permite prestarse a documentales maravillosos tipo aquel para TV3 en el que iba de su casa en Barcelona a su auténtica casa en Banyoles para visitar el hogar del jubilado y a varios familiares y amigos y mostrarse como una persona reacia a hablar de amor por serle esta cuestión un asunto incognoscible. Al afrontar Tardes De Soledad hay que añadirle a modo de mérito el saber pillar a pie cambiado las expectativas de la gente y, a la hora de presentar el film ya acabado, no hacer alarde de sapiencia sobre un mundo muy concreto, tradicionalista y codificado al extremo (el mundo taurino, con una semiótica que emana de la lidia y el folklore que la rodea para nadie desconocida a estas alturas de la vida), que para ver otro documental de toros ramplón sobre lo de siempre y desde las mismas perspectivas de cada vez que se trata el asunto Serra no está: ha hecho una película que, de nuevo, entronca con dos de sus mayores temas recurrentes en su espectacular filmografía, la muerte (presenta ya en esa joya irrepetible que era Crespia**, el agro musical del que a veces reniega) y la decadencia (cualquier peli de las hechas hasta ahora trata en menor o mayor medida esta cuestión, y es obvio que la lidia en sí presenta una curva de decadencia que la conduce al anacronismo). Tardes De Soledad es casi una película abstracta sobre la muerte: salvo los tiempos muertos que acontecen entre faena y faena en la furgoneta/minibus de la cuadrilla (todo un hallazgo humorístico gracias al desparpajo de los picadores y apoderados) Albert ofrece un enfoque que aísla con la composición de plano a toro y torero tanto del gentío (del que sólo permanecen los vítores, abucheos y frases sueltas) como de la propia geometría del ruedo, omitiendo el perímetro circular de éste y optando en el 90% de los planos por dejar a los protagonistas jugando a un extraño juego que no deja de ser el ajedrez de El Séptimo Sello (Ingmar Bergman, 1957) con distintas reglas pero idéntico resultado de final de partida.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Albert ha esculpido una película que refrendará los prejuicios de antitaurinos contra taurinos y viceversa en la misma medida que apuntalará los sesgos de cada una de estas dos posiciones irreconciliables, puesto que no omite ni obvia nada de lo que es el toreo en su esencia*** y por ello, en lógica concordancia, se alternan secuencias de alto, altísimo poder estético y otras brutales y cruentas a extremos difíciles de soportar. Una película que según algunos es el testimonio definitivo de un no arte condenado a una extinción bien merecida y, según los otros, la mejor defensa posible de una tradición que merece sobrevivir en el tiempo. En todo caso, por fin una película de toros es mejor que la grandísima El Monosabio**** (Ray Rivas, 1977).


* Una peli de las muchas que son Tardes De Soledad, e igual la más curiosa, es la que acontece cuando Roca Rey está medio desnudo dispuesto a ponerse el traje de luces: si se aíslan fotogramas de esa secuencia conforme se va vistiendo perfectamente podría parecer estamos ante una especie de continuación apócrifa del Querelle de Fassbinder o una muy rara de transformismo y travestismo de la transición a juzgar por la desnudez masculina, el peinado de Roca Rey, el traje de lentejuela extrema y el mobiliario de épocas pretéritas que ofrece el Hotel Ritz.

** En Crespia asistíamos a una cuasi comedia documental que devenía en tragedia articulada en su tramo final en torno a la muerte de un chaval por el que brindaba sin juzgar ninguna de sus decisiones el gran Lluis Carbó. Actor al que, por cierto, el picador de la cuadrilla de Roca Rey, con su ligero parecido a un Chiquito de la Calzada joven en esbelto y muy semejante en su modo de expresarse, ojalá Albert haya encontrado a su nuevo actor fetiche tras la muerte de Lluis en 2016


*** La idea de centrarse exclusivamente en lo que acontece en la arena, con el tiro de cámara jamás recogiendo rostros del público ni elementos exógenos a lo que es el duelo Torero Vs Toro, además de permitir exaltar el apartado estético de la lidia, hace otro tanto de lo mismo con la agonía y el sacrificio final de los toros. Albert no omite ni belleza estética ni brutalidad y muerte, en un ejercicio si no neutral en cuanto al enfoque elegido al menos ecuánime si nos atenemos al trato dado a toro y torero.

**** No tiene nada que ver esta nota al pie, es simple publicidad encubierta del bar taurino de un amigo: Restaurante Miguel Ängel, en la Calle Tiberiades nº 8 de Madrid. El mejor bar de España.
5
13 de marzo de 2025
9 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
No es una biografía, sino un ensayo visual sobre la obsesión. Roca Rey no habla; actúa, sus silencios, sus preparativos, y ese instante en que mira al toro como si fuera un espejo distorsionado, construyen un retrato íntimo de un hombre que se juega la vida por un arte efímero.

Serra explora la paradoja del toreo, ¿es un acto de valentía creativa o una ceremonia violenta disfrazada de cultura? La cámara no juzga, pero al romantizar el "desafío estético", el documental baila peligrosamente cerca de la apología.

Aquí yace el problema, la película trata el toreo como un acto transcendental, ignorando casi por completo el debate sobre el sufrimiento animal, la "belleza efímera" que celebra Serra se construye sobre el dolor de un toro condenado, y aunque el director captura la brutalidad del enfrentamiento, lo hace con una estética tan pulcra que casi la justifica, es como grabar un incendio con filtros de Instagram, el horror existe, pero se vende como espectáculo.

Es una obra maestra visual y un fracaso moral. Albert Serra firma un documental hipnótico, con una dirección audaz y una fotografía que debería estudiarse en escuelas de cine, pero al elevar el toreo a categoría de arte sublime, sin cuestionar su esencia violenta, la cinta se convierte en cómplice de la tradición que retrata.

Recomendado para amantes del cine como experiencia sensorial, pero con una advertencia, tras la belleza, hay un toro agonizando, y eso, no es arte, es un debate pendiente.
7
20 de marzo de 2025
5 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sangre (y arena, se da por descontado). Arrebato. Ole tus huevos (me cago en sus muertos). (En) Trance. Hipnosis.
(Nunca me ha interesado o siempre me ha parecido aburrido y ajeno, quizás porque amo el juego, y este está trucado o amañado, siempre gana el mismo, y, por lo tanto, es desgraciadamente previsible, y hasta lo más bonito, querido o excitante con el tiempo, si hasta la extenuación o la náusea se repite, aburre, cansa y agota, desinteresa finalmente, pierde brillo, de hecho, la leyenda habla de muerte, pero justo eso es lo que no pasa, gato por liebre, tocomocho, de cada millones de veces hay una, humana -¿no hay más en las carreras de motos, bicis o coches?-, lo dicho, lo triste -como apuesta, no somos necrófilos, hablamos de falsas ilusiones, de promesas, incumplidas, y de conceptos, fallidos, en abstracto tan concreto- es que la banca siempre gana, conoces el resultado antes de empezar el partido, la partida, lo cual no tiene ningún sentido -en ese aspecto es como el niño que siempre quiere ver la misma película, el adulto, en cambio, espera/desea sorpresa, abismo, cambio, regocijo, diversidad, alteridad, eso es o significa madurar, amar/abrazar la ambigüedad, la zona de sombra, la zozobra, baciyelmo, lo indeciso o indeterminado, no lo conocido, recorrido, sabido y acordado, trillado, menudeado, numerado, estabulado, previsto, formulario, burocrático, político-, pero es que lo contrario es incluso si cabe -hipócritamente- peor -¡tedio, rechazo, nada?-, los que lo odian realmente por odio a lo español, con la excusa del toro, de la barbaridad, que en verdad les da completamente igual, como todo lo demás, barren para casa, para su parroquia, para un nacionalismo pueril y simplón, y, por el otro lado, los que lo odian porque odian lo humano, sean o no claramente conscientes de ello, con la excusa del animal, histeria moral, al que utilizan como catapulta para atacar al hombre, y la mujer, a su misma especie, porque se odian a sí mismos u odian a los demás -seguramente dos formas/espejos del mismo sentimiento-, y el animal no les importa, por todo ello, mal, requetemal, como ir al dentista -virginal, la primera vez, la fuerza gravitatoria de la ignorancia, del desconocimiento/descubrimiento-, o no tanto, mejor, con las expectativas, y las espadas, en/por todo lo alto, sorpréndeme)
Recupera o rescata o asombra o abruma varios asuntos o aspectos (¿culturales, antropológicos?) que están en vías de extinción o desapareciendo o atenuándose o debilitándose o siendo asesinados o muertos eliminados acabados (no como el de lidia toro tanto) por las fuerzas vivas (buenas) y todos sus correligionarios o corifeos, la claque, e inútiles tontos al retortero (amos y esclavos, paganos y cobradores, no siempre necesariamente del frac, chorizos y longanizas, vividores y sobrecogedores, sonrisas y lágrimas, izas, rabizas y colipoterras), sea:
- El rito, al morir la Religión (Dios) y ser sustituida por otras muchas indistintas (la ciencia, la cultura, el deporte, la tele, la psicología, la naturaleza, la alimentación, la democracia, los perros, el móvil... ) se están perdiendo o aflojando los ritos, ornatos y pompas que dan o proporcionan a una sociedad o comunidad sentimiento de grandeza o pertenencia, de trascendencia. Aquí se celebra.
- La virilidad. Atacada, despreciada y anulada por todos los frentes, tierra, mar y aire, insultada, machacada, acogotada. Aquí es, justamente, solo eso, gallardía, bizarría, cojones, huevos, grana y oro, apriétame más fuerte (por cierto, también cabe la femenina vanidad coqueta del pavo real, hay varios momentos que se mueve o contonea como tal, o la ambigua masculinidad, no hay que ser cejijuntos, cafres o cerriles para -no- verlo).
- La españolía o hispanidad (peruana para más señas, mejor todavía, a más a más, venga, vamos, el Inca Garcilaso mandó parar, nos vamos a cuadrar), aquí está, por todos los poros o los cuatro costados y puntos cardinales.
- La épica: ejercicio o fiesta o espectáculo que, aunque sea de fondo, recrea el peligro, la aventura, la valentía, el riesgo, la frontera, las cosas serias, a tumba abierta, los huevos duros (dos).
- La religiosidad. La virgen María llora (por todos nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte). Reza. Te santiguas. Te tocas. A todos lo santos te encomiendas. En tiempos aguachinados y sin fuste, blandas propagandas, nos vale cualquier paparrucha o mamarrachada o moda aciaga que se inventen los que mandan para depositar nuestra fe o malvender malbaratar nuestras creencias tan poco acendradas, pero cuando las cosas se tuercen o se ponen duras de veras, solo te puedes fiar o confiar en las tradiciones de tus mayores con/de tanto tronío, sabiduría, empaque, esencia y (la) sustancia, Dios, la virgen y su hijo, todo lo demás, tanta superstición y majadería, a tomar por culo, a la basura, mierda.
Él: casi no habla, la vida está en otra parte, parece cazando moscas (estás como ausente), pensando, penando, soñando, ido, (el) trastornado, trasterrado, transustanciado, meditabundo, errabundo, en éxtasis/ascesis místico, San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús tuvieron un bastardito, levitando, en proceso de santidad, beatitud o canonización, Juan del arco, caminante (no hay camino) de las estrellas, memorias del subsuelo, a por uvas, Bruce Lee, be water, Foster Wallace, traspuesto, poseído, alumbrado, iluminado, transitando las esferas, con su música, noctámbulo, sonámbulo, subiendo a los cielos, en vena, en palmitas, en capilla, en otro mundo que no es este precisamente aunque tanto no se le parece a veces, entre el más allá y el más acá, se la juega, su integridad física, su corporeidad, y su espíritu, alma.
El toro: lo vemos como ruido, como (imponente bella) presencia, y, sobre todo, como ojos que se mueren, y eso impresiona, que un ser vivo perezca, acongoja, cruje, tenemos sentimientos, hasta la empuñadura, duele, lastima, te identificas aunque solo un poco sea, a la fuerza ahorcan, no somos de piedra.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
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La gente: no está (se la espera) o no existe, a Serra no le importa ni interesa, vemos a una rubia, la excepción que confirma la regla, fija, que se hace una foto efímera con el torero y a unos cuantos del público muy de pasada cuando la cámara se fija en el picador y nada más, los de abajo, los compañeros, y ciertas voces (y el mugido o bramido del público que es un poco como el del toro, animal, ancestral, radical, como el de una ballena varada que agoniza pidiendo clemencia, o guerra, más madera, el circo romano, Espartaco, Minotuaro, eco, que te llega sin filtro y viene del averno, la droga que entra en vena como la pólvora, lo que más te une o ata a la condición humana). Es como si el director quisiera descontextualizar, aislar, el hecho taurino para quitarle toda la farfulla o el folclore, la grasa, no buscar coartadas, evitarlas, ni polémicas, no dar (más todavía) pábulo a los idiotas, y recoger (registrar, recrear) solo la esencia, la danza (dulcemente macabra), el baile (bellamente salvaje), la (siniestra hermosa) materia, diríamos que es una mirada empírica, sensorial, alucinante y alucinada, extraña o marciana de tan precisa y cercana (diríamos que reduce tanto el foco, lo miniaturiza, que acaba siendo abstracto, Pollock y Rothko, Lynch en el plano fijo del coche donde se cruzan lo cazurro y lo cotidiano, lo más tétrico o humano sentido, Goya, Solana, Las horas del día -cómo se nota que están medidos o templados, acobardados, de respeto tenso llenos, casi callados en presencia del maestro y que el rato en el que él no está se sueltan un poco-, es genial el lloro del compañero en silencio tras el peligro superado -vemos dos buenos sustos, en uno de ellos el toro estuvo a puntito de caramelo de cogerlo, de venirse abajo el mundo, el pan de sus hijos, como cuando Freddie Mercury y Queen se fue a tomar por culo).
La cuadrilla: los palmeros, buena gente, simpáticos, de la gloria jornaleros, dicen más tacos que palabras y casi todas son halagos para un hombre, el jefe de todo esto, y aquello, el último emperador, buda, que hace oídos sordos, inmutable, está a otra cosa, inasequible, sequía pertinaz, al piropo, ochenta que ocho, la procesión va por dentro, la frivolidad o banalidad en otra ventanilla.
Se pregunta la gente, los expertos, todo Dios, que a ver de qué parte está el creador, mójate, respecto a lo que narra o muestra o monta con arte de birlibirloque.
Y la respuesta, no puede ser otra, no duelen prendas, es evidente y palmaria.
Está total y completamente a favor (de obra) porque el arte (en serio) sublima (sublimina) la vida, todo lo que toca, Tántalo, y, sobre todo, porque mirar, fijarse de veras en algo (con todas las consecuencias, con atención, sin distracción, con contención e intención), sin caer en la tonta tentación o infinita vulgaridad y ordinariez y mediocridad de tratar de juzgar, es una (quizás la más alta o elevada) forma de amor.
Como artefacto visual sonoro (que es de lo que se trata al fin y al cabo), puramente cinematográfico, es asombroso, el juego de tonos, luces y colores, de tamaños, ángulos y perspectivas, de ruidos y densidades o rugosidades, cadencias y ritmos, silencios clamorosos, pausas y espantos, un todo logrado, bonsai, y certero bello, cirujano y delirio, lírico descalzaperros.
Bien, Alberto, te metiste donde otros solo tienen miedo, tremendo avispero, a todo, a ellos mismos los primeros.
Al principio fascina cuando se acerca o arrima al toro, el torero, después te fijas en el ornamento, ya que, como decimos, es un juego (el lado bestia de la vida) en el que animal conoce o maneja tan pocas variantes el pobre.
Más allá del bien y del mal.
El ascensor (¡para el cadalso?) podría ser el del final de El corazón del ángel, perfectamente.
Comentan sus compañeros que los toros buenos (¿más fáciles?) los deja pasar, pero que los malos/mansos (¿difíciles?) no, está claro que busca la emoción, la enormidad, la dificultad, no se quiere aburrir/repetir, antes kamikaze que sencillo.
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