Dicen que Dago se caracteriza por construir películas comerciales y (atención a esto) diálogos pendejos. NO lo comparto.

Resulta que la trama pretende exteriorizar a través de la gran pantalla, los avatares de los aficionados al futbol en Colombia. Un buen observatorio sociológico, pues si en algo, estuvo de acuerdo la critica nacional, es el gran esfuerzo para retratar de una manera tan criolla, la idiosincrasia de un pueblo, sus reacciones, expresiones, figuras autóctonas y los resultados de una mezcla tan atípica, siempre (desgraciadamente) tendientes a la desgracia. El guion está lleno de humor, sabor, dinámica, poesía y música, sumado a una interpretación de fabula, por Robinson Díaz y Enrique Carriazo, estos últimos, dos grandes del mundo de la actuación en Colombia. A nivel técnico, el tópico visual que le es general a todas las películas colombianas, una atmosfera obscura, donde parece que no sale el sol, donde siempre se tiene la sensación de que está por venirse una granizada de las grandes. No por ello deja de ser atractiva, a mi juicio, son los mayores aciertos del cine colombiano, o de lo que por lo menos fue la línea que siguió mientras no estaba de moda el narcotráfico, que acaparo incluso las pantallas. Una obra maestra difícil de olvidar una vez vista, que reduce la cultura del futbol a su nivel más bajo.
Digna de ver, por la fidelidad a nuestra cultura de colombianos y a la larga de humanos. Una lección de la forma en que deben enfrentarse los problemas, con un final encantador.

“MARIANO: ¿Cuántas veces no la he invitado a futbol?”