La pequeña
6,5
1.649
1 de febrero de 2007
1 de febrero de 2007
48 de 52 usuarios han encontrado esta crítica útil
Primera realización de Louis Malle en EEUU, basada en un argumento de Malle y de Polly Platt, adaptado por ésta. Se rodó en Hattiesburg (Mississipi), Nueva Orleans (Louisiana) y en plató. Fue nominada a 1 Oscar (música) y a la Palma de oro de Cannes. Producida por Louis Malle, se estrenó el 5-IV-1978 (EEUU).
La acción tiene lugar en Nueva Orleans en 1917, a lo largo de varios meses. La lujosa casa de madame Nell (Frances Faye) acoge a una decena de prostitutas, que trabajan y viven en ella, en compañía de sus hijos e hijas menores de edad. Allí se encuentra Hildegard Marr, "Hattie" (Susan Sarandon), y su hija de 12 años, Violet (Brooke Shields). Un fotógrafo, aficionado a las instantáneas femeninas, traba amistad con Hattie y siente especial simpatía por Violet. Ésta es traviesa, locuaz, juguetona, lista, vivaracha e ingenua.
La película explica en forma de fábula idealizada la vida cotidiana en el interior de un burdel, en el que se celebran banquetes en honor de los clientes habituales, tertulias, reuniones informales, audiciones de música y bailes, en un ambiente de tono familiar, distendido y confortable. Los clientes confraternizan entre ellos, con las chicas de la casa y con la madame. La clientela incluye personajes acaudalados, empresarios de éxito, altos funcionarios, militares de carrera y jóvenes de fortuna. La explotación de la mujer, su situación de encierrro forzoso y el régimen de esclavitud en el que viven, se explican con sutilezas, referencias indirectas e indicios atenuados por la falsa normalidad de lo que se hace habitual por reiterativo y monótono. La visión de los hechos corresponde a la de Violet, una niña preadeolescente, inocente e ingenua, que ha nacido en la casa y en ella ha vivido siempre, sin ir a la escuela y sin recibir ningún tipo de formación. Es analfabeta y sólo ha aprendido las artes de atraer la atención de los hombres y de agradarles.
Recibe cachetes, bofetones, desaires, regañinas y palizas, éstas a manos del casi invisible matón de la casa. La falta de afecto que padece, la suple con su cariño por los animales (el gato, la rata, el perro, el jilguero), la primera muñeca, que recibe a los 12 años, y el fotógrafo con el que juguetea con su gracia natural y sus cómicas ocurrencias. Para él posa con frecuenica y en una instantánea evoca la figura goyesca de la maja desnuda. Su infancia se ve rota subitamente, con maltrato y abusos sádicos, que quedan fuera de pantalla, pero se revelan a través de su postura e inmovilidad en la cama, la salida precipitada y descompuesta del cliente y el reproche que ella dirige a las chicas. Los labios pintados atestiguan su incorporación al trabajo profesional, en el que consigue un éxito notable, dejando en el aire el estremecimiento de la prostitución infantil y la práctica abierta de la pedofilia. El fenómeno se sitúa a principios del XX, pero sigue siendo cruelmente válido en la actualidad.
La acción tiene lugar en Nueva Orleans en 1917, a lo largo de varios meses. La lujosa casa de madame Nell (Frances Faye) acoge a una decena de prostitutas, que trabajan y viven en ella, en compañía de sus hijos e hijas menores de edad. Allí se encuentra Hildegard Marr, "Hattie" (Susan Sarandon), y su hija de 12 años, Violet (Brooke Shields). Un fotógrafo, aficionado a las instantáneas femeninas, traba amistad con Hattie y siente especial simpatía por Violet. Ésta es traviesa, locuaz, juguetona, lista, vivaracha e ingenua.
La película explica en forma de fábula idealizada la vida cotidiana en el interior de un burdel, en el que se celebran banquetes en honor de los clientes habituales, tertulias, reuniones informales, audiciones de música y bailes, en un ambiente de tono familiar, distendido y confortable. Los clientes confraternizan entre ellos, con las chicas de la casa y con la madame. La clientela incluye personajes acaudalados, empresarios de éxito, altos funcionarios, militares de carrera y jóvenes de fortuna. La explotación de la mujer, su situación de encierrro forzoso y el régimen de esclavitud en el que viven, se explican con sutilezas, referencias indirectas e indicios atenuados por la falsa normalidad de lo que se hace habitual por reiterativo y monótono. La visión de los hechos corresponde a la de Violet, una niña preadeolescente, inocente e ingenua, que ha nacido en la casa y en ella ha vivido siempre, sin ir a la escuela y sin recibir ningún tipo de formación. Es analfabeta y sólo ha aprendido las artes de atraer la atención de los hombres y de agradarles.
Recibe cachetes, bofetones, desaires, regañinas y palizas, éstas a manos del casi invisible matón de la casa. La falta de afecto que padece, la suple con su cariño por los animales (el gato, la rata, el perro, el jilguero), la primera muñeca, que recibe a los 12 años, y el fotógrafo con el que juguetea con su gracia natural y sus cómicas ocurrencias. Para él posa con frecuenica y en una instantánea evoca la figura goyesca de la maja desnuda. Su infancia se ve rota subitamente, con maltrato y abusos sádicos, que quedan fuera de pantalla, pero se revelan a través de su postura e inmovilidad en la cama, la salida precipitada y descompuesta del cliente y el reproche que ella dirige a las chicas. Los labios pintados atestiguan su incorporación al trabajo profesional, en el que consigue un éxito notable, dejando en el aire el estremecimiento de la prostitución infantil y la práctica abierta de la pedofilia. El fenómeno se sitúa a principios del XX, pero sigue siendo cruelmente válido en la actualidad.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
"Pretty Baby" es el título de la canción de Tony Johnson que se oye en el film y que la película hace suyo. La música, original de Ferdinand Morton, adaptada por Jerry Wexler, compone una excelente banda, interpretda por varios vocalistas e instrumentistas y por The New Orleans Ragtime Orchestra. La fotografía, del gran Sven Nykvist ("Fanny y Alexander", 1982), contribuye a crear el halo idílico que envuelve al relato. El guión esboza las envidias y disputas entre las chicas semicautivas en un espacio cerrado y sus ansias de liberación.
El relato fluye como un bello cuento infantil, que atesora de modo contenido un drama desolador, dicho de un modo susceptible de llegar a un público muy amplio. Cuando la niña ha de optar entre el fotógrafo Belocq y la madre, prevalecen en ella los sentimientos de la niña que es.
El relato fluye como un bello cuento infantil, que atesora de modo contenido un drama desolador, dicho de un modo susceptible de llegar a un público muy amplio. Cuando la niña ha de optar entre el fotógrafo Belocq y la madre, prevalecen en ella los sentimientos de la niña que es.
26 de octubre de 2008
26 de octubre de 2008
30 de 40 usuarios han encontrado esta crítica útil
La pequeña es una película vocacionalmente menor, como si Malle quisiera estrenarse en USA de forma liviana y tranquila, pero es menor en un sentido muy engañoso. Es como si un simple huevo escondiera una gallina completamente formada. No me refiero sólo a la polémica que suscita el argumento del film (Malle llegó tranquilo pero liándosela parda a las conciencias de los espectadores), es más bien una sensación que emana del conjunto: la película se hace grande por Keith Carradine y su mirada cansada, por la naturalidad con que el autor de Herida rueda la vida en aquel prostíbulo sureño, por todas sus putas entrañables y esos niños de los recados; se hace grande porque aunque sepamos que hay cosas imperdonables ocurriendo allí dentro, ningún personaje nos parece del todo malo (tampoco bueno). Y se hace grande, en definitiva, por la extraordinaria interpretación de Brooke Shields, curiosamente la mejor de su carrera a pesar de contar tan sólo 12 años cuando la realizó.
En las críticas aquí colgadas me extraña que tantos hablen de pedofillia y explotación infantil y apenas nadie repare en lo esencial, que es la historia de amor que mantienen Carradine y la chiquilla. Por supuesto el tema de la infancia ultrajada y de la hipocresía social está ahí, pero yo veo más cerca todo de Lolita que de la mera crítica histórico-social o el drama desolador. Hay muchísimo humor en ella, incluso en los momentos más duros y delicados (la aliviadora forma con que se cierra el episodio del desvirgamiento de Shields). Es una obra hecha de pequeños gestos, de detalles que hablan de amor, necesidad, deseo, miedo. El personaje de Carradine podemos ser todos nosotros: asistimos, entre hipnotizados y avergonzados, al nacimiento de una fascinación que tiene como objeto la blancura inmadura de una diosa preadolescente. Estamos jodidos, porque aunque esté mal la amamos y no podemos evitarlo. Es un terreno peligroso, pero Malle lo transita con exquisito tacto, con desarmante naturalidad. A mí me emociona muchísimo. De las mejores historias de amor de los 70.
Lo mejor: Shields y Carradine.
Lo peor: que la sencillez expositiva eclipse la riqueza de su fondo.
En las críticas aquí colgadas me extraña que tantos hablen de pedofillia y explotación infantil y apenas nadie repare en lo esencial, que es la historia de amor que mantienen Carradine y la chiquilla. Por supuesto el tema de la infancia ultrajada y de la hipocresía social está ahí, pero yo veo más cerca todo de Lolita que de la mera crítica histórico-social o el drama desolador. Hay muchísimo humor en ella, incluso en los momentos más duros y delicados (la aliviadora forma con que se cierra el episodio del desvirgamiento de Shields). Es una obra hecha de pequeños gestos, de detalles que hablan de amor, necesidad, deseo, miedo. El personaje de Carradine podemos ser todos nosotros: asistimos, entre hipnotizados y avergonzados, al nacimiento de una fascinación que tiene como objeto la blancura inmadura de una diosa preadolescente. Estamos jodidos, porque aunque esté mal la amamos y no podemos evitarlo. Es un terreno peligroso, pero Malle lo transita con exquisito tacto, con desarmante naturalidad. A mí me emociona muchísimo. De las mejores historias de amor de los 70.
Lo mejor: Shields y Carradine.
Lo peor: que la sencillez expositiva eclipse la riqueza de su fondo.
11 de febrero de 2009
11 de febrero de 2009
23 de 30 usuarios han encontrado esta crítica útil
La Pequeña supuso el debut en el cine de una jovencísima Brooke Shields, que a sus doce años interpretó a una prostituta infantil en esta polémica cinta del director francés Lois Malle (del que recomiendo la enternecedora Adiós muchachos).
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Muchos fueron los que acusaron a Teri Shields, la madre de la guapa y aristocrática actriz, de ambiciosa y manipuladora, ya que no dudó en que su hija apareciera desnuda y en situaciones explícitamente sexuales a tan corta edad a cambio de gloria y fama.
Pero cotilleos aparte, creo que merece la pena ver la película aunque, en efecto, sea bastante desagradable conocer la historia (supuestamente ficticia) de esa niña que vive en un burdel sureño junto con su madre prostituta (al invisible padre apenas se le menciona) y sus compañeras de oficio; y que no puede, de ningún modo, escapar a su destino. Y eso que un peculiar y sensible fotógrafo que acude al burdel a inmortalizar la belleza decadente de sus meretrices se enamora perdidamente de ella en un claro homenaje a la Lolita de Nabokov.
Pero dicho fotógrafo, consciente de que a la pequeña se le está robando impunemente la infancia, en vez de rescartarla de su aciaga condena, no hace más que agravar el crimen: se la lleva a su casa y se casa con ella para saciar así la obsesiva pasión que siente por la niña de belleza turbadora.
La película es, en verdad, poco agradable de ver. La amoralidad lo inunda todo hasta llevar al espectador al borde de la náusea. La madre de la niña, una estupenda y creíble Susan Sarandon, ve normal que su vástaga siga su camino, al igual que toda la familia que forma el burdel y que constituye la vida cotidiana y "normal" de la niña. El único que parece sufrir por la joven víctima es el pianista negro del lugar, pero su triste mirada reprobatoria queda tan sólo en eso: en una mirada.
Cuando cumple doce años se subasta su virginidad en un rocambolesco evento en el que se la pasea por los aires vestida como una delicada muñeca de cubrecama salpicada de grotesco maquillaje, una suerte de ofrenda a los dioses de la crueldad. Los pujadores, pedófilos insaciables camuflados tras elegantes trajes sastre, claman lividinosos por alzarse con el codiciado objeto del deseo en una de las escenas más estomagantes del filme; tanto, que provocó que una amiga mía tuviera que apagar el vídeo unos instantes antes de retomar el visionado. No pudo digerir el asco que le produjo contemplar aquella bofetada a la moralidad más básica de nuestro "mundo civilizado" (que hace la vista gorda, no obstante, al turismo sexual en lugares como el sudeste asiático).
Al final de la película, Susan Sarandon, reconvertida en fina dama gracias al matrimonio con un cliente enamorado, vuelve a buscar a su hija (a la que abandonó en un matrimnio imposible con el fotógrado/ Humbert Humbert). Y es entonces cuando explica a la niña que a partir de ya comenzará a acudir al colegio y que será una niña de verdad. De hecho, su acaudalado y comprensivo marido le compra vistosa (y tupida) ropa de niña y le regala un objeto profético, el símbolo final de esa infancia que la cría ya ha perdido por mucho que quieran reimplantársela de forma burda y dolorosamente tardía: un osito de peluche.
Pero cotilleos aparte, creo que merece la pena ver la película aunque, en efecto, sea bastante desagradable conocer la historia (supuestamente ficticia) de esa niña que vive en un burdel sureño junto con su madre prostituta (al invisible padre apenas se le menciona) y sus compañeras de oficio; y que no puede, de ningún modo, escapar a su destino. Y eso que un peculiar y sensible fotógrafo que acude al burdel a inmortalizar la belleza decadente de sus meretrices se enamora perdidamente de ella en un claro homenaje a la Lolita de Nabokov.
Pero dicho fotógrafo, consciente de que a la pequeña se le está robando impunemente la infancia, en vez de rescartarla de su aciaga condena, no hace más que agravar el crimen: se la lleva a su casa y se casa con ella para saciar así la obsesiva pasión que siente por la niña de belleza turbadora.
La película es, en verdad, poco agradable de ver. La amoralidad lo inunda todo hasta llevar al espectador al borde de la náusea. La madre de la niña, una estupenda y creíble Susan Sarandon, ve normal que su vástaga siga su camino, al igual que toda la familia que forma el burdel y que constituye la vida cotidiana y "normal" de la niña. El único que parece sufrir por la joven víctima es el pianista negro del lugar, pero su triste mirada reprobatoria queda tan sólo en eso: en una mirada.
Cuando cumple doce años se subasta su virginidad en un rocambolesco evento en el que se la pasea por los aires vestida como una delicada muñeca de cubrecama salpicada de grotesco maquillaje, una suerte de ofrenda a los dioses de la crueldad. Los pujadores, pedófilos insaciables camuflados tras elegantes trajes sastre, claman lividinosos por alzarse con el codiciado objeto del deseo en una de las escenas más estomagantes del filme; tanto, que provocó que una amiga mía tuviera que apagar el vídeo unos instantes antes de retomar el visionado. No pudo digerir el asco que le produjo contemplar aquella bofetada a la moralidad más básica de nuestro "mundo civilizado" (que hace la vista gorda, no obstante, al turismo sexual en lugares como el sudeste asiático).
Al final de la película, Susan Sarandon, reconvertida en fina dama gracias al matrimonio con un cliente enamorado, vuelve a buscar a su hija (a la que abandonó en un matrimnio imposible con el fotógrado/ Humbert Humbert). Y es entonces cuando explica a la niña que a partir de ya comenzará a acudir al colegio y que será una niña de verdad. De hecho, su acaudalado y comprensivo marido le compra vistosa (y tupida) ropa de niña y le regala un objeto profético, el símbolo final de esa infancia que la cría ya ha perdido por mucho que quieran reimplantársela de forma burda y dolorosamente tardía: un osito de peluche.
29 de enero de 2006
29 de enero de 2006
15 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
Otra buena película del francés Louis Malle. Aquí rodando en terreno americano y tocando las narices a la puritana/falsa sociedad americana.
La historia de una niña nacida en un burdel, hija de prostituta y cuyo destino es empezar en ese mundo siendo aún una niña, es dirigida por Malle con maestría, sin caer en la vulgaridad y lo obsceno.
Susan Sarandon bordando el papel de madre de la pequeña y Keith Carradine haciendo lo mismo con su papel de fotógrafo.
Brooke Shields en su mejor papel/actuación de su vida, unos años antes de hacerse mundialmente famosa gracias a El Lago Azul.
Lo mejor de la película: Una banda sonora de jazz extraordinaria. Unos decorados y vestuario muy logrados.
Lo peor: que ya no esté con nosotros el director
La historia de una niña nacida en un burdel, hija de prostituta y cuyo destino es empezar en ese mundo siendo aún una niña, es dirigida por Malle con maestría, sin caer en la vulgaridad y lo obsceno.
Susan Sarandon bordando el papel de madre de la pequeña y Keith Carradine haciendo lo mismo con su papel de fotógrafo.
Brooke Shields en su mejor papel/actuación de su vida, unos años antes de hacerse mundialmente famosa gracias a El Lago Azul.
Lo mejor de la película: Una banda sonora de jazz extraordinaria. Unos decorados y vestuario muy logrados.
Lo peor: que ya no esté con nosotros el director
3 de enero de 2008
3 de enero de 2008
15 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
Resulta imprescindible hablar de la polémica que rodea a esta película, todo por culpa de Brooke Shields, que posteriormente fue el mito de la belleza eternamente virgen, y que aparece desnuda, criándose en un burdel, prostituyéndose y siendo subastada su virginidad, cuando contaba con 12 años... una bomba para el puritanismo.
Es una gran película, sin los excesos que pudiera hacer creer la polémica, que nos cuenta la vida que trascurre en un clásico burdel mientras un fotógrafo, Keith Carradine, retrata a las prostitutas, y acaba viviendo con una de ellas.
Es una gran película, sin los excesos que pudiera hacer creer la polémica, que nos cuenta la vida que trascurre en un clásico burdel mientras un fotógrafo, Keith Carradine, retrata a las prostitutas, y acaba viviendo con una de ellas.
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