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Que Dios nos perdone

Thriller. Drama Madrid, verano de 2011. Crisis económica, Movimiento 15-M y millón y medio de peregrinos que esperan la llegada del Papa conviven en un Madrid más caluroso, violento y caótico que nunca. En este contexto, los inspectores de policía Alfaro (Roberto Álamo) y Velarde (Antonio de la Torre) deben encontrar al que parece ser un asesino en serie cuanto antes y sin hacer ruido. Esta caza contrarreloj les hará darse cuenta de algo que nunca ... [+]
Críticas 195
Críticas ordenadas por utilidad
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7
23 de octubre de 2016
232 de 296 usuarios han encontrado esta crítica útil
Asesinos en serie, crueldad policial, miseria humana y social.
Suelen ser cosas derivadas unas de otras, pero casi siempre se sienten separadas cuando se ven en las noticias.
Uno no puede concebir que alguien asesine metódicamente por placer, no, "eso no pasa" (aquí en España). Tampoco tiene sentido que aquella anciana del tercer piso fuera golpeada hasta la muerte, fijo que tuvo un ataque o simplemente le llegó la hora.
Y qué asco los maderos tío, siempre dando por culo.

En 'Que Dios nos Perdone' todo eso está relacionado, por unos hilos tan finos que solo se percibirían si se viera todo el proceso desde fuera, como hace el espectador.
El de homicidios que hace tiempo tuvo una sanción por comportamiento y por eso ve los casos desde el cinismo más absoluto. El retraído tartamudo que se esfuerza en replicar las muertes para poder comprenderlas, y por eso se ha ganado el respeto/rechazo de todo el cuerpo. Los inevitables circos sociales que se montan para que el país quede bien, y que conllevan el ocultamiento de todo lo que pueda sonar a turbio, prohibido o sucio.
Es fácil repudiar el chiste cuñadil del principio que cuenta Javier Alfaro, el de homicidios, pero detrás de él se esconde una verdad atronadora, que busca salir a la luz a la mínima ocasión: que este es un país de cabrones, de cabreados, y de apariencias.

Pronto él se dará cuenta, al seguir la investigación de un asesino de ancianas junto con su compañero tartamudo Luis Velarde, y darse cuenta de que el peligro no radica en el asesino, sino en la enorme red de intereses que la rodean.
Sorogoyen no pierde la ocasión, como en toda buena investigación policíaca, de retratar la sociedad circundante, y hacerla indirectamente responsable de los triunfos del asesino: la JMJ del 2011 está cerca, y se deben celebrar los triunfos del amor y la convivencia, ni una palabra a los medios sobre el peligroso violador. Y dan verdaderos escalofríos ver imágenes televisivas de supuesta paz y amor alternadas con violencia y saña, como si fueran dos espectros inseparables que nos empeñamos ver solamente en su cara positiva.
Los mismos que habitan en Alfaro y Velarde, casi sin que ellos puedan evitarlo: la película juega, inconscientemente, levemente, con la posibilidad de que alguno de ellos, en sus violentos comportamientos y graves carencias emocionales, se haya podido transformar en algo muy parecido a lo que están buscando.
Probablemente no lo sean (unos grandísimos Antonio de la Torre y Roberto Álamo hacen valer cada rastro de amistad que se les nota), pero lo preocupante es la posibilidad que asoma.

La posibilidad de que cualquiera podría ser, no un asesino, sino alguien tan violento como un asesino.
La sensación de que poco se puede hacer por evitarlo.
La certeza de que son cuatro cosas las que les separan de vivir normalmente y ser la escoria que están buscando.

En dos horas, sutilmente, se desmorona el hombre de a pie y queda algo que no sabemos si somos.
Pero el gustazo no es que una película tan redonda se haya podido hacer en España, sino ese final respondiendo a la pregunta que no podemos evitar formular.
No, no hay perdón posible. Y lo que violentamente empieza, violentamente acaba.
8
5 de noviembre de 2016
160 de 225 usuarios han encontrado esta crítica útil
Excelente thriller carpetovetónico. Su primera mitad – incluso su hora y media inicial – es modélica y recrea a un mundo violento, amenazador e inquietante. Pocas veces se ha retratado tan bien y de forma tan convincente el ambiente policial patrio, poblado de personajes extremos, trastornados y desasosegantes. Un clima enrarecido, y angustioso, una trama vibrante y sincopada, unos crímenes vergonzantes y atroces… todo parece fruto de una pesadilla patológica y brutal. El frenesí hace mella en la realidad hasta vaciarla de calma y consuelo. Lo imprevisible, lo sanguinario, lo desquiciado zahieren los cimientos de la convivencia e impiden el alivio de la serenidad o del amparo. La bestialidad no surge solo del conflicto retratado, sino que nace de unos personajes descerebrados, al borde del abismo.

Madrid como laberinto. Los habitantes de Madrid como víctimas y verdugos. La violencia como tarjeta de visita. Un irrespirable cercado de sudor y fango, de atrocidad y ahogo, un cenagal de hipocresía y fingimiento. El caos lo mancilla todo, tanto a los protectores de la ley y el orden como a los perjudicados por la aparición de un asesino en serie que se ensaña con viejecitas ingenuas y desvalidas que malviven entre añicos de esperanza, engullidas por los escombros de su vida y de su soledad. La compasión queda desterrada a los confines del infierno, nadie se preocupa por nada que no sea su propio provecho. Fuego fatuo inmisericorde. Te atrapa hasta escupirte. Ta repugna hasta la náusea. Te tritura hasta aniquilarte.

El tándem protagonista es pura escoria. Simpatizas con ellos porque persiguen el mal, porque albergan buenas intenciones bastardas, aunque no sepan cómo desprenderse de sus errores y flaquezas, aunque habiten una sociabilidad resentida e imperfecta. No te queda más remedio que confiar en sus habilidades y destrezas de sabueso resabiado para apresar al asesino. Necesitas creer que no estás a merced del odio y de la venganza, del horror y las fechorías. Un crimen sin castigo es una herida que se infecta y se gangrena, es una aberración cancerosa que solivianta el reposo e impide la reparación y la armonía. La crueldad no es patrimonio de la ignominia, sino que emponzoña todas las relaciones humanas con su abyección e indiferencia.

En el tramo final la cinta pierde fuelle y empaque, le sobra metraje y decae la tensión, pero vista en conjunto es una obra admirable, que acierta en la construcción de personajes, en la planificación de las escenas y con unos diálogos certeros y turbadores. Además cuenta con unas interpretaciones deslumbrantes, desde Antonio de la Torre, Roberto Álamo o Mónica López hasta el último comparsa. Muy recomendable.
6
2 de noviembre de 2016
156 de 263 usuarios han encontrado esta crítica útil
Todo pintaba bien. Thriller policíaco situado en lo profundo de Madrid, con la visita del Papa de fondo y con el movimiento 15M presente. En medio, dos policías dispares persiguiendo a un asesino en serie.
Una película muy correcta, pero el problema es que estamos en 2016 y ya hemos visto demasiado y somos muy listos ("el público"). Si le abres las tripas a la película, no encuentras nada que realmente se salga de lo ya visto a estas alturas. Falla un poco el desarrollo de la trama a favor de unos personajes, eso sí, que están muy bien desarrollados.
Lo mejor: El inspector Alfaro (Roberto Álamo).
Lo peor: El desarrollo de la trama.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Uno de los "peros" más grandes que le veo es que la visita del papa y el 15M realmente no cumplen ninguna función en la película, más allá de una única escena. Si quitas ambas cosas, la película seguiría igual. Pasa lo mismo con Madrid, podría estar ambientada en cualquier otra ciudad y no habría que cambiar nada del guión. En resumen, se han "desperdiciado" estos elementos de ambientación.
Al igual que el tema religioso, que a tenor del título, supuse estaría más presente. Si se eliminara, tampoco afectaría mucho al desarrollo. Y aquí voy al que para mi es lo peor de la película: la caza del asesino. Resulta que gracias a que se le cae una medalla donde pone la iglesia y la fecha de la comunión (posible), que encuentra Alfaro usando el "método" de su colega (me vale), van a preguntarle al cura que ofició esa comunión trece años atrás, que está almorzando con una niña pequeña (¿?) y sólo con decirle que el tipo que buscan tenía una relación difícil con su madre, les identifica, en un álbum perfectamente guardado (no me lo creo), sin ninguna duda a el asesino (lo siento, pero no).
Y luego, un final totalmente anti climático, donde 3 años después, Antonio de la Torre lo encuentra (no sabemos como) y presumiblemente, le va a aplicar justicia por su cuenta.
8
8 de mayo de 2021
43 de 46 usuarios han encontrado esta crítica útil
Después de haber leído todas las críticass de este foro y teniendo todavía fresco el impacto que me produjo el visionado de la película hará ya unos cinco meses más o menos, sigue haciendo mella y eco en mi mente, el mensaje de este bello producto de Rodrigo Sorogoyen. No sólo ya como pretendida crítica social y/o política de la República de Mortadelo y Filemón a la que llamamos España (yo lo haría extensivo a toda esa patética cultura borreguil de Occidente, que no termina de culminar su decadente ocaso), sinó también como apisonadora lección de moral y ética, y retrato psíquico (caricaturesco, eso sí) del homo brutalis contemporáneo, tanto individual como colectivo, a cuyo lado un cromañón o un neandertal parecerían poco menos que Albert Einstein o Wolfgang Amadeus Mozart (sólo por citar a dos grandes genios de la Historia).

Tal es la riqueza de la carga de significados que nos transmite el código de «Que Dios nos perdone», que hasta incluso la trama de la investigación de los asesinatos perpretrados en esta sofocante Madrid (podría haber sido cualquiera de las modernas capitales de la actual dictadura global disfrazada de comprometidas democracias), se antoja anecdótico y secundario.

Lejos de considerarlo como una obra maestra, ni mucho menos, coincido en varios puntos con los fans y entusiastas, tanto de la cinta como de su director (citan mucho a «La Isla Mínima» y «Stockholm» como referencias, pero esta es mi primera cita con el realizador), de algunos de los cuales me ha fascinado el nivelazo de sus escritos, a la altura de esta tan lograda como exitosa producción.

Sin embargo, y desde el principio elemental de la sabiduría popular, desde donde se reza que todas las comparaciones son odiosas, no comparto esa cuasi obsesiva denominación de ‘thriller fincheriano’, con la que tann ligeramente se ha etiquetado a la película. En su día vi «Seven» en el cine, y les puedo asegurar que para mí sería como si me dieran a escojer entre un «bollicao» y una rosquilla de mi abuela Angelina (en paz descanse); o entre una de esas manzanas de supermercado, que como todas las demás, sólo sabe a pepino, y un maduro melocotón que rezuma dulzura en su jugo al hincarle el diente, nada más cogido del árbol.

«Que Dios nos perdone» tiene en verdad las cualidades que la identifican en ese género mal llamado «cine negro»; ese cine que ya en los cuarenta nos presentaba unos personajes cuya moral, personalidad y vicisitudes, los aleja por completo del tópico de «malos y buenos», y el devenir de los acontecimientos en el transcurso del guión, no dependía de tales atributos, como sucede en los cuentos de héroes (ya sean mitológicos o cotidianos). Personajes grises, historias grises, valores turbios... en fin «cine gris», que los celuloides en blanco y negro como «La Jungla de Asfalto», «Fuerza Bruta», «El estraño amor de Marha Ivers»... y tantas y tantas que legaron un estilo narrativo que Sorogoyen ha embellecido con tópicos de rancio abolengo, ambientados entre unos castizos bajos fondos, y la espuria realidad de su cara postmoderna. Ese toque tan autóctono al que ya nos tiene acostumbrados, por ejemplo, José Luís Garci.

Sorogoyen logra romper la barrera de los complejos, y supera con creces a «Seven», que con un Brad Pitt guapísimo, y un Morgan Freeman imponente, en plena forma interpretativa, no logra camuflar el nivel de la bisutería, ante una joya en donde el crimen y el suspense pasan al plano de lo accesorio, y se funden con delicadeza en ese proceso que, con maestría, nos explica el horror a través de la belleza del arte. Mientras que «Seven» es pornografía de la muerte en su puro estado, «Que Dios nos perdone» es poesía.

Y si la imagen, muy bién cuidada por una fotografía que pone la luz en consonancia de lo crepuscular y decadente de la atmósfera recreada, con una cámara que en sus encuadres nos sumerge constantemente en la realidad diegética de los protagonistas, compone en el montaje una excelente métrica de versos, la tremenda partitura de Olivier Arson, perfectamente acompasada con el ritmo narrativo que marca el guión, termina de aprisionar el vilo del espectador durante todo el metraje. Una soberbia música orquestal, como las de antes, que pone las tildes en la expresión dramática de actores, escenas y encuadres.

A diferencia de muchos filmes transatlánticos (aka, importados de yanquilandia), en los que se echa mano del cliché de la antagónica pareja de polis, que a la par que son radicalmente distintos entre sí en sus usos y personalidad, se complementan, y marcan una clara o total diferenciación del villano de turno, el dúo formado por Antonio de la Torre y Roberto Álamo, no cumple la misma función: lo que aquí sostiene la trama, es el equilibrio que mantienen los respectivos perfiles de la tríada formada por los dos susodichos, no menos turbios que la figura del asesino en serie (Javier Pereira).

Si alineamos estos tres astros del arte interpretativo, en el espectro del psicodiagnóstico clásico, obtendremos a respectivos representantes de este contínuo, que va de lo neurótico (Álamo), a lo psicótico (Pereira), pasando por ese «border-line» central, donde se hallaría el personaje de Antonio de la Torre, con un pie en la realidad, y el otro en su particular mundo. Con un claro desequilibrio entre su brillante racionalidad, y su incapacidad de expressar sus emociones y/o de establecer relaciones sociales sanas. Un tanto manipulador, y con trazas de síndrome de Asperger.

Flanqueado por un lado, por su compañero de andanzas Alfaro, de carácter expansivo, agresivo con casi todo el mundo, en especial con sus compañeros... un volcán en contínua erupcion, incapaz de mecer su rabia y frustración; y del otro, Andrés, el asesino en serie, preso de su malsano apego a una figura materna que representa un tiránico sometimiento hasta desde la enfermedad, e incluso el más allá, y tal vez sumado ello a un trauma pasado que lo ha precipitado al ojo de su transtorno.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
La violencia a la que Velarde, Alfaro y Andrés someten a sus congéneres, es la misma de la que, al tiempo, han sido y están siendo víctimas. No deja lugar a la escapatoria a quienes la padecen. Nos transmite la sensación de asfixia, simbolizada en una ciudad castigada por un sol de justícia, cuyo calor se hace más insoportable con el bullicio de masas.

Ese rasgo simultáneo de víctima y verdugo de los tres protagonistas, que a cada cual le hace tan aborrecible como humano, que no nos permite justificar sus acciones, pero tampoco proyectar en ellos la figura del mal, los hace más patéticos que infames.Ello realzado en ese punto satírico de algunas escenas: Alfaro escarbando en el césped para enterrar a su perro; a Velarde cayéndosele la pistola de la forma más tonta ante un sospechoso; y Andrés entrenándose en una cinta en calzoncillos, en vez de usar normal ropa de deporte. Por no mencionar la inadaptada tipología de vínculo que cada uno tiene con las mujeres.

Como en toda pieza de cine «noir» o «neo-noir», aquí también tenemos un principio moral, legal o humano que orienta al espectador,en ese aura de niebla gris que envuelve a los caracteres principales, y al entorno en el que se hallan ubicados (una zona urbana antigua y degradada): el serial asesino de turno se cebe con viejecitas, cuyos cuerpos desnudos se nos exponen en la sala de autopsias; no se trata de incautos adolescentes, ni de personas en cuyos «pecados capitales» (como ocurre en «Seven») el criminal puede pretender justificar sus fechorías.

No ha lugar a la compasión para con Andrés; en cierta manera, se garantiza el proceso de identificación con la pareja de sabuesos, que van a la caza del violador y asesino de ancianas. Sin tregua ni descanso. Hasta tal punto que Alfaro lo paga con su vida, y Velarde con una oportunidad de establecer una relación sentimental sana, persiguiendo al villano hasta el confín norte de la Península, y propinándole una buena paliza. Momentos en los que, cada uno por un camino, hallarían su propia redención. Curioso es que este final queda un poco entreabierto, con la duda de si Velarde acaba con la vida de Andrés, o lo deja respirando malherido ( la diferencia se me antoja sustancial).

El guión peca de un desenlace poco claro, un final atropellado y lleno de mircroelipsis que dejan elementos confusos, y restan credibilidad a la resolución. Así como algunas escenas, por ejemplo la del obispo desayunando con la niña... ¿qué se insinua con ello? ¿soltar el indicio de que el clérigo sea pedófilo, y tal vez pretenda que asociemos que uno de los traumas de Andrés fuera un abuso sexual en la época que hizo la primera comunión?

Tampoco acaba de sacar partido a elementos circunstanciales del argumento, como es la visita del Papa, de la que apenas vemos una escena en el metro, de peregrinos alborotados por el pollo que arman en el metro los dos agentes; y el movimiento del 15M, que casi ni se menciona. Y con ello tenemos que echarle mucho a la imaginación para poder asociar la relevancia de estas dos efemérides en la trama.

De todos modos, se trata de pecados veniales por los que podemos dar la absolución a Sorogoyen, al que
se tendría que haber dado el premio por reflejar una realidad que seguía siendo de actualidad cuando se rodó la película en 2016, y así hasta 2021.

Siguen vigentes el salvajismo y la brutalidad de una sociedad hipócrita y unos poderes corruptos que la controlan, empezando por someter a cada persona a practicar la violencia contra sí misma, o a descargarla directamente sin escrúpulos, en favor de los propios intereses. Nadie perdonará al asesino de ancianas. ¿Y quién perdonará a los maderos nacionales y civiles que aporrearon sin piedad a las abuelas catalanas el 1 de octubre de 2017? ¿Quién perdonará a los gobiernos, administraciones e instituciones que, con sus medidas erráticas y estúpidas, han permitido que tanta gente mayor muriera de soledad y depresión, en residencias, hospitales y hogares?
8
16 de noviembre de 2016
80 de 123 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es una película valiente, muy ambiciosa, excesiva. Arriesga tanto que llega a ese punto en el que lo sublime y lo ridículo se tocan y casi no se diferencian. Pero la moneda cae de cara.
Es cine de género, con todo lo bueno del mejor policíaco norteamericano pasado por nuestra mirada "rabiosamente actual" (siempre quise escribir esta expresión) y española.
Es un espectáculo autoconsciente y ensimismado que solo remite a sí mismo, y ese es su acierto, que no requiere explicaciones exteriores ni contexto (lo hay y muy significativo, pero acaba resultando mero decorado, quizás como lejano ruido de fondo que señala una sorda desesperación, una carcoma insidiosa que cubre todo de un polvo de repugnante asfixia), que bebe de su propio veneno y se basta y se sobra solo.
Es gran estilo; fuerza, potencia, rotundidad (parece que estoy vendiendo un coche fabuloso, y más o menos). Se aprovechan todas las posibilidades; la música, los actores, la escritura, el espacio, la fotografía, para arropar una historia básica en su planteamiento y enorme en su pegada, que trasciende, crece y explota, explota mi corazón.
Es Roberto Álamo. Inmenso, colosal, tan brutal como sutil. Se come a bocados de verdad y grandeza cada trozo de cada fotograma, llena a su personaje de hondura, gracia crispada, humanidad y dolor. El resto ayuda, pero destacaría también a Pereira, buena creación, necesariamente excesiva. De la Torre cumple, repite un modelo que domina con solidez pero sin riesgo, el de la contención y el desarreglo ("Caníbal" o "Tarde para la ira", por ejemplo, personajes de parecidas características).
Es un argumento que alude al cine clásico, al de asesinos en serie más tradicional (pienso, por ejemplo, en "El cebo" de Vajda, por eso quizás contrasta su raíz argumental un tanto arcaica a estas alturas tan pasadas de vueltas con una forma radicalmente contemporánea de tonos fríos, sonidos fuertes y desolación permanente; solemnidad, desvarío y soledad sin referentes, seres perdidos en un mundo absurdo en su maldad sin centro ni motivo, espiral de horror, vórtice de corrupción insondable; se le podría rastrear la pista siguiendo a autores como Peckinpah, Mann, el de "Heat" especialmente, Fincher y sus catedrales "Seven" y "Zodiac", Nolan, el más primerizo, el de "Memento" o "Insomnio", Villeneve, con su "Sicario", Paul Thomas Anderson y "Embriagado de amor" o "Pozos de ambición", los Coen de "No es país para viejos" y seguro que muchos más que ahora no me acuerdo o no he visto, imposible), pegado al suelo del día a día de una investigación que acaba siendo una exploración del mal o, si nos ponemos más estupendos todavía, una radiografía desoladora del estado actual de cosas, entre la barbarie como espectáculo y la angustia como aire que nos ahoga imperceptible pero dolorosamente, hijos todos de, Jason no, Patrick Bateman.
Dos opuestos eternos: poli malo, poli bueno. El que se come el mundo a fuerza de puñetazos de desesperación y rabia, su vulnerabilidad y asco expresados a través de una violencia sin control ni medida; y el que casi no puede hablar, paralizado de miedo y desconcierto; el que vive hacia fuera y el que no puede salir de su armadura, atrapado. Podrían ser arquetipos, pero están lo suficientemente matizados para llegar más lejos. Son dos hombres desconectados, fuera de todo, ángeles caídos (en desgracia). Profesionales de verdad; honrados a su manera, uno temerario y el otro acobardado. Pecadores, uno por exceso y el otro por defecto. Idealistas a su modo extraño, mientras que los demás trabajan por dinero o como modo de ascenso social, ellos no, ellos lo perdieron todo por el camino y su oficio es lo único que les queda, tienen y quieren de verdad ya que están esencialmente solos, por mucho que puedan parecer acompañados.
Es cine español del bueno, del hermoso. Como "La isla mínima" o la ya citada más arriba "Tarde para la ira", todavía mejor, sería la hermana mayor de la de Arévalo, aquella era un cuento, esta es una novela. Todos estos jóvenes directores asumen las influencias, en su mayoría extranjeras, las asimilan con provecho y las regurgitan con gran arte imitativo.
Es un gozo denso, logrado, feliz.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Hijos de malas madres. Destruidos, el asesino y el policía. Al final, en ese duelo último en la lluvia, son espejo deformante ambos, reflejo distorsionado de un mismo viciado o ponzoñoso inicio u origen.
Buena muerte la de Álamo. Como debía o debe ser, seca, absurda, abrupta.
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