Cleopatra
1963 

7,2
9.869
Drama
El victorioso general Julio César se ve obligado a visitar Egipto para evitar la guerra civil provocada por la falta de entendimiento entre Cleopatra y su hermano Tolomeo, que comparten el poder en Egipto. César, cautivado por la inteligencia y belleza de la joven, la proclama reina indiscutible de Egipto, y tras el nacimiento de su hijo, Cesarión, la convierte en su esposa. (FILMAFFINITY)
4 de octubre de 2005
4 de octubre de 2005
140 de 155 usuarios han encontrado esta crítica útil
Que largo y tortuoso camino ha tenido que recorrer “Cleopatra” para que le fuera reconocida su condición de obra maestra. Con el rodaje más caótico de la historia del cine, llevó al borde de la ruina a la Fox, casi acaba con la carrera de Joseph L. Mankiewicz, y marcó el final de una época y de una forma de hacer cine. Afortunadamente hoy nos quedan 243 maravillosos minutos, de lo mejor que se ha rodado nunca, y que corresponden al montaje final que dio por bueno el director que afirmaba que -Cleopatra fue concebida en situación de emergencia, rodada en estado de histeria y terminada con pánico ciego-, y es por eso que no deja de sorprendernos la serena belleza y la unidad de estilo que desprenden sus imágenes. Dos años de rodaje agotador, con un Mankiewicz que rodaba de día y trabajaba por las noches en el guión, “Cleopatra” es uno de los más fascinantes, lúcidos y magistrales estudios sobre la condición humana que se haya escrito nunca para la pantalla, de una absoluta coherencia con la trayectoria artística del director de “Eva al desnudo” -intelectual que siempre dio importancia capital a la palabra-, y que centra su atención en el drama personal e intimo de tres personajes ambiciosos y poderosos que tuvieron por unos instantes de la historia el destino del mundo en sus manos. Nunca nadie como Mankiewicz ha sido capaz de conseguir tan perfecto equilibrio entre la espectacularidad y el dibujo intimista de unos personajes capaces de amar más allá del amor. Nadie podía pretender hacer “cine de autor” dentro de los parámetros rígidos de una superproducción y conseguirlo. Milagro de creatividad en medio de la improvisación y el caos, “Cleopatra” cuenta con un extraordinario guión y una soberbia dirección de actores. Con dos gigantes de la talla de R. Burton -excelente Marco Antonio-, y de R. Harrison -un Julio Cesar irrepetible-, destaca sin embargo la sublime, desgarrada y escalofriante interpretación que una bellísima Elizabeth Taylor hizo de la Reina de Egipto. Autentico “tour de force”, de infinitos registros y matices, de una actriz gigantesca al servicio de un personaje, nos dejó el testimonio de su talento esculpido en celuloide de oro puro. Sin duda la última gran estrella. Una puesta en escena portentosa, un diseño de producción deslumbrante, un vestuario que ya es iconografía del cine y una banda sonora inolvidable del gran A. North, hacen de “Cleopatra” una experiencia única e irrepetible, culminada con ese impagable travelling con el que se cierra el film y el tiempo del Hollywood dorado, y que es mucho más que una cuestión moral. Imprescindible obra maestra intemporal, de visión obligada en V.O.S.
Francesc Chico Jaimejuan
Barcelona a 4 de octubre de 2005
Francesc Chico Jaimejuan
Barcelona a 4 de octubre de 2005
14 de agosto de 2010
14 de agosto de 2010
48 de 52 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando era pequeño recuerdo como Cleopatra era sinónimo de alguna nueva investigación que confirmaba o desmentía si era guapa, si no lo era, si tenía alopecia, si el secreto era su perfume, etc. Pero Cleopatra fue mucho más que esas minucias, fue una personalidad histórica fascinante en una época asombrosa.
Olvidándonos por un momento de la famosa intra-historia de su rodaje, la película está bastante bien, pese a su duración. No sin necesidad acaba apartándose durante muchos minutos de Cleopatra para centrarse en Julio César y Marco Antonio.
Un gran defecto, y sé que polémico, es que por alguna razón Liz Taylor siempre me ha parecido salir muy desfavorecida en esta película, siendo todavía joven con 30 años. Muy poco antes, en “La gata sobre el tejado de zinc” o en “De repente, el último verano”, está radiante y con todo a su favor para ser una formidable Cleopatra, pero por algún motivo, no sé si es el maquillaje, la iluminación, el vestguario, el color de la película, sus problemas de salud o algunos kilos más, en “Cleopatra” la veo bastante lejos de su época de mayor belleza.
En segundo lugar, la película, el último peplum de presupuesto titánico, no se salvó de los defectos (o virtudes para los melancólicos) de ese tipo de cine. La visión que da de la historia es de un gran convencionalismo y maniqueismo. Una visión demasiado sosa, formal e idealizadora del mundo antiguo. Para todos los públicos. Este estilo puede quedar bien en Ben-Hur o Espartaco, pero no en una película sobre Cleopatra y de intrigas políticas y palaciegas.
Falta mayor amoralidad y malicia. Fueron muchas y muy escandalosas las traiciones y los juegos políticos, el pragmatismo y la ambición, de todos los protagonistas. En el afan hollywoodiense de que la audiencia puede identificar fácilmente buenos y malos, sólo los conspiradores primero y Octavio después cargan con todo el peso de la traición, ambición y maldad. Esta simplificada caricatura impide presentar bien la problemática del vacío de poder que supuso la muerte de César. Es difícil para el espectador entender todo el enfrentamiento posterior entre Octavio y Marco Antonio, y el papel de Cleopatra y sus apuestas y aspiraciones políticas.
Egipto se merecía renacer o morir, no la decadencia en la que estaba sumida. Cleopatra fue la última esperanza de renacer. Cleopatra murió, y Egipto con ella. Fue para siempre, pero fue una muerte legendaria para poner el broche de oro a 2500 años de una civilización que vivió fuera de su tiempo.
El mundo había cambiado y el centro del universo ya no era el Nilo. Todos los pueblos bañados por el Mediterráneo caerían bajo Roma. Pero Egipto no era un reino cualquiera. Roma estaba en manos de unos pocos hombres, pero Egipto lo estaba de una mujer...
Olvidándonos por un momento de la famosa intra-historia de su rodaje, la película está bastante bien, pese a su duración. No sin necesidad acaba apartándose durante muchos minutos de Cleopatra para centrarse en Julio César y Marco Antonio.
Un gran defecto, y sé que polémico, es que por alguna razón Liz Taylor siempre me ha parecido salir muy desfavorecida en esta película, siendo todavía joven con 30 años. Muy poco antes, en “La gata sobre el tejado de zinc” o en “De repente, el último verano”, está radiante y con todo a su favor para ser una formidable Cleopatra, pero por algún motivo, no sé si es el maquillaje, la iluminación, el vestguario, el color de la película, sus problemas de salud o algunos kilos más, en “Cleopatra” la veo bastante lejos de su época de mayor belleza.
En segundo lugar, la película, el último peplum de presupuesto titánico, no se salvó de los defectos (o virtudes para los melancólicos) de ese tipo de cine. La visión que da de la historia es de un gran convencionalismo y maniqueismo. Una visión demasiado sosa, formal e idealizadora del mundo antiguo. Para todos los públicos. Este estilo puede quedar bien en Ben-Hur o Espartaco, pero no en una película sobre Cleopatra y de intrigas políticas y palaciegas.
Falta mayor amoralidad y malicia. Fueron muchas y muy escandalosas las traiciones y los juegos políticos, el pragmatismo y la ambición, de todos los protagonistas. En el afan hollywoodiense de que la audiencia puede identificar fácilmente buenos y malos, sólo los conspiradores primero y Octavio después cargan con todo el peso de la traición, ambición y maldad. Esta simplificada caricatura impide presentar bien la problemática del vacío de poder que supuso la muerte de César. Es difícil para el espectador entender todo el enfrentamiento posterior entre Octavio y Marco Antonio, y el papel de Cleopatra y sus apuestas y aspiraciones políticas.
Egipto se merecía renacer o morir, no la decadencia en la que estaba sumida. Cleopatra fue la última esperanza de renacer. Cleopatra murió, y Egipto con ella. Fue para siempre, pero fue una muerte legendaria para poner el broche de oro a 2500 años de una civilización que vivió fuera de su tiempo.
El mundo había cambiado y el centro del universo ya no era el Nilo. Todos los pueblos bañados por el Mediterráneo caerían bajo Roma. Pero Egipto no era un reino cualquiera. Roma estaba en manos de unos pocos hombres, pero Egipto lo estaba de una mujer...
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
... no podía ser una guerra cualquiera entre ejércitos, tenía que ser algo único y diferente, una guerra de seducción y política, de erótica y poder.
Los egos eran muy fuertes. Si bien Egipto era una provincia vasalla, no hay que olvidar que Roma era aún república, menos esplendorosa y más maloliente de lo que muchos imaginan; la Roma que hoy visitan los turistas es la imperial. Por aquel entonces Egipto era una nación tallada en piedra desde antes que el hombre tuviese memoria.
Cleopatra descendía de la dinastía helénica instalada en Egipto tras la conquista de Alejandro Magno. Casi nada. Estos reyes se caracterizaban por hablar griego y no preocuparse en aprender el egipcio y honrar su religión. Cleopatra aprendió egipcio y reavivó las tradiciones.
Julio César, el hombre tras el cual Roma nunca volvió a ser la misma, nunca volvió a ser República. Su interés por Egipto fue un capricho del destino, un imperialista romano que decantó a su favor una de tantas guerras civiles ajenas mientras Roma aferraba sus tentáculos de dominación por todo el Mare Nostrum.
El emperador Augusto, el mismo que quiso llevar a Cleopatra encadenada ante los romanos, ella se lo impediría suicidándose, fue también quien sentó los cimientos del espectacular ascenso del Imperio Romano, ya dejada atrás la República. Bajo su mandato, 30 años después de la muerte de Cleopatra, nacería Jesús en la provincia romana de Judea.
Es decir, hablamos de un periodo de una riqueza histórica abrumadora, donde se decidiría el devenir de ese mar en medio de la tierra. Pero ante todo, trasciende un concepto personalista de la historia. No era la economía, ni los cambios demográficos, ni la alfabetización, ni siquiera la tecnología. Eran individuos excepcionales que, con sus virtudes y defectos, capacidades y carencias, movían el destino de los reinos e imperios. Napoleón con mucho menos ha dado para ríos de tinta por sus amoríos, infidelidades, herencias y bodas reales.
Roma entera se escandalizó cuando César invitó a Cleopatra a la ciudad. Él era el líder de los romanos, casado con una mujer romana de buena reputación. Y tuvo la osadía de levantar una estatua de oro de Cleopatra personificada como la diosa Isis en un templo romano. Si hasta los griegos habían sido considerados por los romanos como un pueblo atrasado y muchos veían en la influencia griega una peligrosa extranjerización de Roma, no es difícil imaginar lo que pensaban de que una reina egipcia pudiera acabar convirtiéndose en su diosa; todos creían que Cleopatra había manipulado y embrujado a César para creerse un dios y coronarse como tal; en Egipto el faraón era un dios en la tierra.
No creo que sea cierto que la película con el tiempo haya acabado llegando al olimpo de las obras maestras imprescindibles e indiscutibles. Pero es una buena película, grandiosa y espectacular para la vista, y la mejor sobre Cleopatra, que no es poco.
Los egos eran muy fuertes. Si bien Egipto era una provincia vasalla, no hay que olvidar que Roma era aún república, menos esplendorosa y más maloliente de lo que muchos imaginan; la Roma que hoy visitan los turistas es la imperial. Por aquel entonces Egipto era una nación tallada en piedra desde antes que el hombre tuviese memoria.
Cleopatra descendía de la dinastía helénica instalada en Egipto tras la conquista de Alejandro Magno. Casi nada. Estos reyes se caracterizaban por hablar griego y no preocuparse en aprender el egipcio y honrar su religión. Cleopatra aprendió egipcio y reavivó las tradiciones.
Julio César, el hombre tras el cual Roma nunca volvió a ser la misma, nunca volvió a ser República. Su interés por Egipto fue un capricho del destino, un imperialista romano que decantó a su favor una de tantas guerras civiles ajenas mientras Roma aferraba sus tentáculos de dominación por todo el Mare Nostrum.
El emperador Augusto, el mismo que quiso llevar a Cleopatra encadenada ante los romanos, ella se lo impediría suicidándose, fue también quien sentó los cimientos del espectacular ascenso del Imperio Romano, ya dejada atrás la República. Bajo su mandato, 30 años después de la muerte de Cleopatra, nacería Jesús en la provincia romana de Judea.
Es decir, hablamos de un periodo de una riqueza histórica abrumadora, donde se decidiría el devenir de ese mar en medio de la tierra. Pero ante todo, trasciende un concepto personalista de la historia. No era la economía, ni los cambios demográficos, ni la alfabetización, ni siquiera la tecnología. Eran individuos excepcionales que, con sus virtudes y defectos, capacidades y carencias, movían el destino de los reinos e imperios. Napoleón con mucho menos ha dado para ríos de tinta por sus amoríos, infidelidades, herencias y bodas reales.
Roma entera se escandalizó cuando César invitó a Cleopatra a la ciudad. Él era el líder de los romanos, casado con una mujer romana de buena reputación. Y tuvo la osadía de levantar una estatua de oro de Cleopatra personificada como la diosa Isis en un templo romano. Si hasta los griegos habían sido considerados por los romanos como un pueblo atrasado y muchos veían en la influencia griega una peligrosa extranjerización de Roma, no es difícil imaginar lo que pensaban de que una reina egipcia pudiera acabar convirtiéndose en su diosa; todos creían que Cleopatra había manipulado y embrujado a César para creerse un dios y coronarse como tal; en Egipto el faraón era un dios en la tierra.
No creo que sea cierto que la película con el tiempo haya acabado llegando al olimpo de las obras maestras imprescindibles e indiscutibles. Pero es una buena película, grandiosa y espectacular para la vista, y la mejor sobre Cleopatra, que no es poco.
9 de noviembre de 2020
9 de noviembre de 2020
32 de 34 usuarios han encontrado esta crítica útil
A este film maldito le costó 30 años ser reconocido como la obra maestra que es, hasta que se recuperaron diversos cortes desestimados en el montaje final del film y se brindaron al espectador 241 minutos, sobre los 180 que tenía el montaje original de su exhibición en salas, que está en las antípodas de la pretensión de su director Joseph L. Mankiewicz, que imaginó dos films de 180 minutos cada uno, el primero basado en la historia de César y Cleopatra, inspirado en George Bernard Shaw, y el segundo, basado en la historia de Antonio y Cleopatra, que se inspiraría en la tragedia de Shakespeare.
El resultado que nos llega tras este nuevo montaje es un gran fresco histórico con una sólida estructura dramática que narra la historia de los amores, pasiones y ambición de tres personalidades históricas, singulares y fascinantes en una historia intimista envuelta en el colosalismo de las grandes superproducciones del Hollywood de la época.
La historia del rodaje es conocida, descrita por su director, Joseph L.Mankiewcz como “concebida en situación de emergencia, rodada en estado de histeria y terminada con un pánico ciego” fue una producción muy accidentada de dos años de duración, con un presupuesto disparatado que nunca se ajustaba, con notables injerencias de productores y medios de comunicación y con una historia sentimental desenfrenada y escandalosa por parte de la pareja protagonista formada por Taylor y Burton.
Por eso sorprende tanto que en un entorno tan caótico, se gestase una obra tan equilibrada entre intimismo y espectacularidad al gusto de los años 60.
Desde el punto de vista del colosalismo, visto con mirada actual, no cabe duda de que la idea de una macroproducción ha cambiado. El desfile de Cleopatra atravesando anacrónicamente el arco de Constantino, con sus elefantes, danzarinas, guerreros watusis, enanos, magos mercuriales, ninfas bañadas en oro, caballos árabes, la esfinge tirada por tres centenares de esclavos nubios, la pirámide de la que surgen cientos de palomas, aún resultando espectacular, forma parte una estética pasada y superada. Hoy en día, la imagen perfecta generada por ordenador de cualquier 'blockbuster' nos brindaría unas recreaciones algo más oscuras, pero impresionantes y realistas, de Roma o Alejandría.
Por esa razón, la obra de Mankiewicz destaca hoy en la construcción de personajes y sus motivaciones descritos a través de sus vibrantes diálogos, constituyéndose en un buen ejemplo de cine literario.
Tanto la reina de Egipto, interpretada por Elizabeth Taylor, en un registro que presenta por primera vez a una Cleopatra madre, restituyéndole su categoría como intelectual y mujer de estado, como el César de Rex Harrison, que dio una auténtica lección de interpretación, ajustada a su personalidad y Richard Burton como el confuso y apasionado Antonio, son personalidades humanas, vivas y perfectamente definidas, gracias a sus excelentes intérpretes.
También se aprecia la solidez en la construcción de caracteres en la interpretación de casi todos los actores secundarios de auténtico lujo, tanto Martin Landau que interpreta a Rufius, Roddy McDowall como Octavio, Hume Cronyn como Sosígenes, Andrew Keir como Agripa, Cesare Danova como Apollodorus, o un jovencísimo Richard O'Sullivan como el joven faraón Ptolomeo XIII, contribuyen notablemente a afianzar la solidez de la obra.
Alex North, que había triunfado el año anterior con el "Spartacus" de Kubrick, compuso para Cleopatra una partitura magistral que denominó "epopeya íntima", un esfuerzo monumental, no sólo en términos de longitud y tamaño de la orquesta, sino también en la instrumentación, que requirió flautas, cañas e instrumentos de punteo de muchas variedades para representar la música egipcia, metales para representar a Roma y percusión africana para enlazar con los dos mundos de Egipto y Roma.
Cleopatra ha perdurado en el recuerdo del imaginario colectivo y, a pesar de las notables aportaciones que hicieron del personaje otras famosas Cleopatras, entre las que destacan Theda Bara en 1917, Claudette Colbert en 1934, Vivien Leigh en 1945, Hildegard Neil en 1972, Leonor Varela en 1999 y con el permiso de Gal Gadot y Zendaya, candidatas actuales a interpretar próximamente el icónico personaje de la última reina de Egipto, Cleopatra conservará para siempre en la retina del espectador, las bellas facciones de Elizabeth Taylor y en su memoria, un sueño, el sueño de Cleopatra, el sueño de que la luz de Alejandría iluminase el mundo.
El resultado que nos llega tras este nuevo montaje es un gran fresco histórico con una sólida estructura dramática que narra la historia de los amores, pasiones y ambición de tres personalidades históricas, singulares y fascinantes en una historia intimista envuelta en el colosalismo de las grandes superproducciones del Hollywood de la época.
La historia del rodaje es conocida, descrita por su director, Joseph L.Mankiewcz como “concebida en situación de emergencia, rodada en estado de histeria y terminada con un pánico ciego” fue una producción muy accidentada de dos años de duración, con un presupuesto disparatado que nunca se ajustaba, con notables injerencias de productores y medios de comunicación y con una historia sentimental desenfrenada y escandalosa por parte de la pareja protagonista formada por Taylor y Burton.
Por eso sorprende tanto que en un entorno tan caótico, se gestase una obra tan equilibrada entre intimismo y espectacularidad al gusto de los años 60.
Desde el punto de vista del colosalismo, visto con mirada actual, no cabe duda de que la idea de una macroproducción ha cambiado. El desfile de Cleopatra atravesando anacrónicamente el arco de Constantino, con sus elefantes, danzarinas, guerreros watusis, enanos, magos mercuriales, ninfas bañadas en oro, caballos árabes, la esfinge tirada por tres centenares de esclavos nubios, la pirámide de la que surgen cientos de palomas, aún resultando espectacular, forma parte una estética pasada y superada. Hoy en día, la imagen perfecta generada por ordenador de cualquier 'blockbuster' nos brindaría unas recreaciones algo más oscuras, pero impresionantes y realistas, de Roma o Alejandría.
Por esa razón, la obra de Mankiewicz destaca hoy en la construcción de personajes y sus motivaciones descritos a través de sus vibrantes diálogos, constituyéndose en un buen ejemplo de cine literario.
Tanto la reina de Egipto, interpretada por Elizabeth Taylor, en un registro que presenta por primera vez a una Cleopatra madre, restituyéndole su categoría como intelectual y mujer de estado, como el César de Rex Harrison, que dio una auténtica lección de interpretación, ajustada a su personalidad y Richard Burton como el confuso y apasionado Antonio, son personalidades humanas, vivas y perfectamente definidas, gracias a sus excelentes intérpretes.
También se aprecia la solidez en la construcción de caracteres en la interpretación de casi todos los actores secundarios de auténtico lujo, tanto Martin Landau que interpreta a Rufius, Roddy McDowall como Octavio, Hume Cronyn como Sosígenes, Andrew Keir como Agripa, Cesare Danova como Apollodorus, o un jovencísimo Richard O'Sullivan como el joven faraón Ptolomeo XIII, contribuyen notablemente a afianzar la solidez de la obra.
Alex North, que había triunfado el año anterior con el "Spartacus" de Kubrick, compuso para Cleopatra una partitura magistral que denominó "epopeya íntima", un esfuerzo monumental, no sólo en términos de longitud y tamaño de la orquesta, sino también en la instrumentación, que requirió flautas, cañas e instrumentos de punteo de muchas variedades para representar la música egipcia, metales para representar a Roma y percusión africana para enlazar con los dos mundos de Egipto y Roma.
Cleopatra ha perdurado en el recuerdo del imaginario colectivo y, a pesar de las notables aportaciones que hicieron del personaje otras famosas Cleopatras, entre las que destacan Theda Bara en 1917, Claudette Colbert en 1934, Vivien Leigh en 1945, Hildegard Neil en 1972, Leonor Varela en 1999 y con el permiso de Gal Gadot y Zendaya, candidatas actuales a interpretar próximamente el icónico personaje de la última reina de Egipto, Cleopatra conservará para siempre en la retina del espectador, las bellas facciones de Elizabeth Taylor y en su memoria, un sueño, el sueño de Cleopatra, el sueño de que la luz de Alejandría iluminase el mundo.
23 de junio de 2011
23 de junio de 2011
51 de 81 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sin duda, "Cleopatra" de Joseph L. Mankiewicz, constituye una de las cumbres de la megalomanía de los estudios de Hollywood, en su falta de visión a la hora de derrochar dinero a raudales en pos de las millonarias ganacias y de satisfacer la egolatría de sus estrellas, directores y sobre todo de sus productores. Lo cual no ha cambiado hasta nuestros días.
La versión de "Cleopatra" de Mankievicz me parece anticuada para ser una superproducción de 1963; creo que ya era tiempo de tomarse las cosas más en serio en los "peplums", como ocurrió con "Espataco" (1960), película que ha envejecido mucho mejor, debido al moderno planteamiento dramático que le impuso Kubrick, donde se favoreció la narrativa y la construcción de personajes por sobre la mera espectacularidad. También, ya se había realizado una superproducción como "Lawrence de Arabia" (1962), que combinaba perfectamente la espectacularidad, la trama histórico-política y la compleja psicología de su protagonista. En cambio "Cleopatra", se centró en la mera ostentación de medios: miles de extras, cientos de vestidos para Elizabeth Taylor, enormes decorados, etc. Un claro ejemplo es la famosa escena de la entrada de Cleopatra en Roma (donde sólo faltó un desfile de drags queens). Pero se descuidó claramente la narrativa y la construcción de los personajes; a pesar de las pretenciones shakespereanas de los diálogos y del guión. Las actuaciones son débiles; con una Elizabeth Taylor desganada y casi como un maniquí para lucir el suntuoso vestuario (lejos de sus intensas interpretaciones en películas como "La gata sobre el tejado de zinc" de 1958 y en "De repente, el último verano" de 1959); tal vez los graves problemas de salud que la afectaron durante el rodaje perjudicaron su actuación; se ve hermosa, pero la Taylor era una belleza clásica de tipo anglosajón y el papel de Cleopatra requería (a mi juicio) de una actriz más "exótica" y misteriosa, como era Jeanne Moreau con el cabello negro. Como Marco Antonio, tenemos a un Richard Burton sin garra; pues al parecer la famosa química y la tensión sexual con Elizabeth Taylor fue sólo fuera de pantalla, por que en la película no se nota mayormente. Rex Harrison estuvo correcto en su actuación, pero estaba lejos de la leyenda del calvo y seductor Julio César (continúo en "spoiler").
La versión de "Cleopatra" de Mankievicz me parece anticuada para ser una superproducción de 1963; creo que ya era tiempo de tomarse las cosas más en serio en los "peplums", como ocurrió con "Espataco" (1960), película que ha envejecido mucho mejor, debido al moderno planteamiento dramático que le impuso Kubrick, donde se favoreció la narrativa y la construcción de personajes por sobre la mera espectacularidad. También, ya se había realizado una superproducción como "Lawrence de Arabia" (1962), que combinaba perfectamente la espectacularidad, la trama histórico-política y la compleja psicología de su protagonista. En cambio "Cleopatra", se centró en la mera ostentación de medios: miles de extras, cientos de vestidos para Elizabeth Taylor, enormes decorados, etc. Un claro ejemplo es la famosa escena de la entrada de Cleopatra en Roma (donde sólo faltó un desfile de drags queens). Pero se descuidó claramente la narrativa y la construcción de los personajes; a pesar de las pretenciones shakespereanas de los diálogos y del guión. Las actuaciones son débiles; con una Elizabeth Taylor desganada y casi como un maniquí para lucir el suntuoso vestuario (lejos de sus intensas interpretaciones en películas como "La gata sobre el tejado de zinc" de 1958 y en "De repente, el último verano" de 1959); tal vez los graves problemas de salud que la afectaron durante el rodaje perjudicaron su actuación; se ve hermosa, pero la Taylor era una belleza clásica de tipo anglosajón y el papel de Cleopatra requería (a mi juicio) de una actriz más "exótica" y misteriosa, como era Jeanne Moreau con el cabello negro. Como Marco Antonio, tenemos a un Richard Burton sin garra; pues al parecer la famosa química y la tensión sexual con Elizabeth Taylor fue sólo fuera de pantalla, por que en la película no se nota mayormente. Rex Harrison estuvo correcto en su actuación, pero estaba lejos de la leyenda del calvo y seductor Julio César (continúo en "spoiler").
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
En cuanto al rigor histórico, era algo que difícilmente se le podía pedir a una superproducción del Hollywood de la época (bueno, al de la actualidad tampoco); pero habría sido interesante que la película se centrara en el fin de la civilización egipcia como estado independiente y en la lucha de su ambiciosa reina por mantener la autonomía de Egipto frente al creciente poder de Roma. Sin embargo, erróneamente, la película se centra más en los conflictos de la Roma republicana que en la historia de Egipto.
Pero en fin, la megalomanía generalmente pasa la cuenta y la película marco el fin del género "peplum" en Hollywood (a pesar del fallido último intento con "La caída del Imperio Romano" de 1964) y no volvería a resurgir hasta el año 2000 con "Gladiador"; provocó la casi quiebra de la 20th Century Fox y marcó el fin de la era dorada de los estudios de Hollywood.
Pero en fin, la megalomanía generalmente pasa la cuenta y la película marco el fin del género "peplum" en Hollywood (a pesar del fallido último intento con "La caída del Imperio Romano" de 1964) y no volvería a resurgir hasta el año 2000 con "Gladiador"; provocó la casi quiebra de la 20th Century Fox y marcó el fin de la era dorada de los estudios de Hollywood.
30 de marzo de 2010
30 de marzo de 2010
28 de 39 usuarios han encontrado esta crítica útil
Así se define una de las mayores superproducciones de la historia. "Cleopatra" es una película que merece la pena ver por sus magníficos decorados de la época egipcia; pero ahí acaba todo. La historia carece de gracia y, además, debería dividirse en dos películas: "César" y "Marco Antonio", siendo Cleopatra un personaje secundario en ambas.
Así, pese a ser encarnado por Elisabeth Taylor -y contar con 4 horas de duración- el personaje de Cleopatra no está nada definido. No hay identificación alguna con ella ni se muestra nada de la reina egipcia (salvo múltiples y bellos ropajes). Una pena olvidarse de retratar bien a un personaje tan interesante. Es difícil imaginar cómo sería Cleopatra, pero, desde luego, no así.
Así, pese a ser encarnado por Elisabeth Taylor -y contar con 4 horas de duración- el personaje de Cleopatra no está nada definido. No hay identificación alguna con ella ni se muestra nada de la reina egipcia (salvo múltiples y bellos ropajes). Una pena olvidarse de retratar bien a un personaje tan interesante. Es difícil imaginar cómo sería Cleopatra, pero, desde luego, no así.
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