Empero, su último tercio es muy entretenido y tiene verdadera tensión, aunque el final sea demasiado ambiguo, pero hay que aceptarlo así aunque el misterio, creo, se queda sin resolver.

Ya en su segunda mitad, cuando el espectador intuye que el paraíso terrenal se va a ir al demonio, comienzan a aparecer conflictos de intereses.

. La niña asiste a una muerte sin poder hacer nada. Ésto diezma sus poderes de manera temporal y coloca en tensión a todo el pueblo. Es el primer disparador de una serie de conflictos que pondrán en jaque a todos. Algo hasta cierto punto previsible: un poder así es, literalmente, imposible de controlar, mucho menos de administrar. Isla actúa, pero no conoce la razón de sus poderes. Aparte es una niña, que depende del resto de la isla. Su padre es el alcalde y, aún así, hay tantos beneficiados de su don que ni el alcalde mismo puede controlar la situación.

.Surge la idea de sacarla de la isla, un paraíso que deviene en infierno. Aquí la dirección opta por abandonar los planos abiertos y diurnos para dar paso a lugares y encuadres cerrados, abrumados de oscuridad. El drama antes mencionado se torna thriller. Los tonos aumentan las cargas de nerviosismo, el ritmo se acelera.

. Curiosamente, la idea se cierra en un intento precipitado y burdo de alegoría trágica. Cuando todo se desmadra, todos mueren. Salvo la niña. Podría interpretarse que, al caer el pueblo en una ambición desmedida, su poder de sanar degenera en una destrucción pura y dura. Pero no hay desarrollo ni indicios previos de esta posible conversión. La metáfora queda desnuda, sin soporte narrativo.

Una conclusión apresurada que podría haberse subsanado si la historia se hubiera centrado en el sentir de Isla, junto con sus motivaciones, en vez de volcarse tanto sobre secundarios que luego no tendrían peso definitivo.