Oh, Canada
5,2
451
24 de diciembre de 2024
24 de diciembre de 2024
17 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
Muchos cineastas han optado en los últimos años por mirarse a sí mismos en sus más recientes ficciones, así como en el recuerdo del ayer, pero no tantos han sido tan críticos en esa mirada. La auto-ficción es un recurso común en el último lustro entre las vacas sagradas (también en otros perfiles creativos, conforme se confirman en manifestaciones dispares los rasgos de la metamodernidad), pero pocas veces se ha abandonado la calidez nostálgica en aras del desgarro del remordimiento. Tal es el caso de la apasionante propuesta que llega a nuestras salas el día de navidad, nueva película de un maestro injusta y lamentablemente ignorada, cuando no despreciada, en el pasado Festival de Cannes. Avalon nos trae a las salas la adaptación del libro de Russell Banks: Oh, Canada, dirigida por un Paul Schrader en un sabroso episodio creativo y protagonizado por Richard Gere, Uma Thurman y Jacob Elordi. Un amargo recorrido biográfico en retrospectiva que pese a sus estructuras crípticas y a su estatismo espacial, se erige en una de las grandes películas de este 2024, así como una de las mas maduras y complejas. El filme se pierde un poco en sus vericuetos estructurales, y su antipático personaje central nunca llega a ser tan interesante, pero ello no resta valía a la finura y sabiduría de su discurso fílmico. Otra obra magna para la infravalorada trayectoria de Schrader.
Memoria, relato, documentación e identidad. Ficción, recorrido vital, confesión y mentira. Recuerdo y construcción, personaje y persona. Todo ello se enmaraña en la laberíntica cabeza y en las frases que salen por su boca, y son registradas ante la cámara, del documentalista interpretado por Gere en tiempo presente y Elordi en su juventud. Los personajes se anclan a las cuatro paredes de una estancia de hotel, una cámara, un par de focos y un puñado de personajes, pero a través de la palabra y testimonio del protagonista el filme viaja a través del tiempo por territorios rurales canadienses. Película íntima y pequeña, también pasional y deliberadamente frustrante. La decrepitud física, emocional y psicológica del anciano documentalista se refleja en su historia. Y por consiguiente, en la representación formal de dicha historia.
Cuando la voz de Gere narra, el filme recurre al flashback mentiroso y con ello al cambio de formato, virando del digital al fotoquímico, de la época actual a la ambientación histórica o, en compañía con las reflexiones internas de la voz en off, del color al blanco y negro. Pero entre que el recuerdo senil es fragmentado, y entre su costumbre de mentir toda su vida para edificar su personaje, el retrato del pasado de este apuesto artista es nebuloso, poco fiable y contradictorio. Poliedro de recuerdos falsos y anécdotas no contrastadas que retratan con honestidad, dolor y autocrítica el laberinto cerebral de un mujeriego intermitente, un venerado y esquivo cineasta y un padre ausente. Una rendición de cuentas con uno mismo filmada, con su desconcertada mujer como testigo, que él considera revelador pero para todos los demás no supone sino un tramo adicional de distanciamiento y rencor. La dureza y autocrítica con la que se exponen las miserias del personaje de Gere (la elección de todo un icono sexual para varias generaciones para este papel frágil y problemático no es casual), y de Schrader consigo mismo (su trayectoria creativa presenta múltiples concomitancias con el devenir del protagonista), es conmovedora.
Es innegable que Oh Canada ofrece más divagación lírica y ensimismamiento intelectual onanista que narración, acciones y frutos objetivos. En su estructura de sesgo confuso sin duda se recurre a la reiteración, y la mirada eminentemente masculina de personaje principal y director hará arquear la ceja de tantos espectadores entre las butacas. El aroma a película vieja es inevitable, y parte de su indeleble encanto es la reflexión sobre, y la cercanía al, chocheo. Pero a todos aquellos que sepan huir de las dictaduras de la narración sabrán saborear las duras y sopesadas reflexiones sobre la naturaleza humana y nuestras relaciones afectivas, así como sus sofisticados mecanismos para enunciar visualmente estos procedimientos mentales.
Amarga, melancólica, entrelazada y confesional, Oh Canada perfila el más preciso y doloroso diagnóstico de la descomposición mental en la vejez que recuerdo en una sala de cine.
Memoria, relato, documentación e identidad. Ficción, recorrido vital, confesión y mentira. Recuerdo y construcción, personaje y persona. Todo ello se enmaraña en la laberíntica cabeza y en las frases que salen por su boca, y son registradas ante la cámara, del documentalista interpretado por Gere en tiempo presente y Elordi en su juventud. Los personajes se anclan a las cuatro paredes de una estancia de hotel, una cámara, un par de focos y un puñado de personajes, pero a través de la palabra y testimonio del protagonista el filme viaja a través del tiempo por territorios rurales canadienses. Película íntima y pequeña, también pasional y deliberadamente frustrante. La decrepitud física, emocional y psicológica del anciano documentalista se refleja en su historia. Y por consiguiente, en la representación formal de dicha historia.
Cuando la voz de Gere narra, el filme recurre al flashback mentiroso y con ello al cambio de formato, virando del digital al fotoquímico, de la época actual a la ambientación histórica o, en compañía con las reflexiones internas de la voz en off, del color al blanco y negro. Pero entre que el recuerdo senil es fragmentado, y entre su costumbre de mentir toda su vida para edificar su personaje, el retrato del pasado de este apuesto artista es nebuloso, poco fiable y contradictorio. Poliedro de recuerdos falsos y anécdotas no contrastadas que retratan con honestidad, dolor y autocrítica el laberinto cerebral de un mujeriego intermitente, un venerado y esquivo cineasta y un padre ausente. Una rendición de cuentas con uno mismo filmada, con su desconcertada mujer como testigo, que él considera revelador pero para todos los demás no supone sino un tramo adicional de distanciamiento y rencor. La dureza y autocrítica con la que se exponen las miserias del personaje de Gere (la elección de todo un icono sexual para varias generaciones para este papel frágil y problemático no es casual), y de Schrader consigo mismo (su trayectoria creativa presenta múltiples concomitancias con el devenir del protagonista), es conmovedora.
Es innegable que Oh Canada ofrece más divagación lírica y ensimismamiento intelectual onanista que narración, acciones y frutos objetivos. En su estructura de sesgo confuso sin duda se recurre a la reiteración, y la mirada eminentemente masculina de personaje principal y director hará arquear la ceja de tantos espectadores entre las butacas. El aroma a película vieja es inevitable, y parte de su indeleble encanto es la reflexión sobre, y la cercanía al, chocheo. Pero a todos aquellos que sepan huir de las dictaduras de la narración sabrán saborear las duras y sopesadas reflexiones sobre la naturaleza humana y nuestras relaciones afectivas, así como sus sofisticados mecanismos para enunciar visualmente estos procedimientos mentales.
Amarga, melancólica, entrelazada y confesional, Oh Canada perfila el más preciso y doloroso diagnóstico de la descomposición mental en la vejez que recuerdo en una sala de cine.
9 de octubre de 2024
9 de octubre de 2024
13 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Último film realizado por el casi siempre muy interesante Paul Schrader, visto en el reciente Festival internacional de cine de Donostia/San Sebastián.
Y no es que haya defraudado, dado que sus últimos filmes, para mi gusto, habían perdido parte de las virtudes que le caracterizan, pero sí que ha dejado, en líneas generales, bastante frío al respetable.
Una cinta seria, digna y honesta, que relata las últimas horas de un cineasta (documentalista) moribundo, que antes de fallecer desea dar su última gran entrevista, delante de su mujer, donde expondrá la verdad de su vida y no la que durante años había expuesto frente al mundo.
El planteamiento, pues, es interesante, pero su desarrollo deja que desear por su falta de fuerza, de garra dramática, siendo muy irregular.
Tiene algunos buenos momentos, con algunos flash-backs estimables pero en otros momentos se echa en falta más intensidad.
No aburre y se sigue bien, pero más por el esfuerzo de algunos intérpretes, sobre todo de un inspirado Richard Gere, al que por otra parte, no se le saca el jugo requerido.
La importancia de la memoria, de la verdad, de la mentira entre la gente que te quiere y ante la que te respeta y admira, el miedo ante la muerte, la impostura ante los demás y para sí mismo, son los elementos principales en esta cinta en gran parte fallida que, no obstante, no debe caer en saco roto.
Tiene mimbres para haber estado mejor.
https://filmsencajatonta2.blogspot.com/
Y no es que haya defraudado, dado que sus últimos filmes, para mi gusto, habían perdido parte de las virtudes que le caracterizan, pero sí que ha dejado, en líneas generales, bastante frío al respetable.
Una cinta seria, digna y honesta, que relata las últimas horas de un cineasta (documentalista) moribundo, que antes de fallecer desea dar su última gran entrevista, delante de su mujer, donde expondrá la verdad de su vida y no la que durante años había expuesto frente al mundo.
El planteamiento, pues, es interesante, pero su desarrollo deja que desear por su falta de fuerza, de garra dramática, siendo muy irregular.
Tiene algunos buenos momentos, con algunos flash-backs estimables pero en otros momentos se echa en falta más intensidad.
No aburre y se sigue bien, pero más por el esfuerzo de algunos intérpretes, sobre todo de un inspirado Richard Gere, al que por otra parte, no se le saca el jugo requerido.
La importancia de la memoria, de la verdad, de la mentira entre la gente que te quiere y ante la que te respeta y admira, el miedo ante la muerte, la impostura ante los demás y para sí mismo, son los elementos principales en esta cinta en gran parte fallida que, no obstante, no debe caer en saco roto.
Tiene mimbres para haber estado mejor.
https://filmsencajatonta2.blogspot.com/
30 de diciembre de 2024
30 de diciembre de 2024
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Schrader dedica «Oh, Canadá» al autor literario de esta película, Russell Banks (1940-2023). Se trata de un escritor norteamericano al que Schrader ya había adaptado hace 27 años. Con una de sus mejores novelas, «Aflicción», protagonizada por James Coburn, Sissy Spacek y Willem Dafoe, y con un Nick Nolte al mando convertido en un virtuoso solista, Schrader, siempre atravesado por la niebla de una existencia tortuosa, creó una película de tristeza infinita, un relato de angustioso dolor en medio de una atmósfera congelada. Miró al paraíso desde un infierno de nieve y soledad.
Tras su trilogía sobre el resquemor de la culpa y el veneno del pasado: «El reverendo» (2017), «El contador de cartas» (2021) y «El maestro jardinero» (2022); Schrader decidió volver al universo de Banks y en él se encontró con el texto de «Oh, Canadá», un relato crepuscular y agónico en el que la memoria se deshace por la vejez y en donde la verdad y la mentira, como acontece en el tiempo de hoy, más que confundirse se intoxican hasta provocar el amargo sabor del estupor, de la desorientación y la impotencia.
Nacido en 1946, para Schrader, la referencia de Russell Banks se parece mucho a la de un hermano mayor; ese cuyos pasos cristalizan en las huellas que forzosamente uno habrá de seguir. Así, Banks, de quien Atom Egoyan había extraído el material de, tal vez, su más equilibrada película, «El dulce porvenir», volvió a colaborar con el guionista de «Taxi Driver» para sacar un filme que su autor no pudo ver. Como Moisés ante la vista de la tierra prometida, Russell Banks murió poco antes de que se hubiera realizado el primer montaje de «Oh, Canadá». No vio pues la puesta en escena de un relato que habla de la muerte, del final de una vida que forjó una identidad aupada en su rebeldía contra el sueño americano y la guerra (de Vietnam).
Dicho de otra manera, Paul Schrader, al que como ensayista literario le debemos «El estilo trascendental en el cine: Ozu, Bresson, Dreyer», (1972), se reviste con las galas solemnes de una misa de difuntos que conmemora el final de la generación americana a la que pertenecen gentes como Scorsese, Ferrara, De Palma, el citado Russell Banks y él mismo.
En otro gesto testamentario, Schrader escogió a Richard Gere, su protagonista en «American Gigolo» (1980), para encargarle las riendas de un personaje que se presenta como director de cine, un documentalista e intelectual, mujeriego y probablemente farsante para cargar con una historia que no es sino la representación del eterno gigante con pies de barro y fango cuyo desproporcionado peso no puede soportar.
Armado con esa voluntad de epitafio y con carga de dinamita, Schrader construye un juego de espejos donde sería pertinente encontrar sospechosas coincidencias con lo autobiográfico y lo real. «Oh, Canadá», cuyo título ha sido extraído de la primera estrofa del himno nacional canadiense, aunque su protagonista sea más yanqui que los personajes de John Ford, puede y debe verse como un palimpsesto levantado sobre su propia obra. Un complejo (y errático) proceso entre la sucesión y la simultaneidad que presenta evidentes valores, pero también lamentables desorientaciones.
La principal, aunque no sea su culpa, tiene un nombre propio: Richard Gere; un actor que, como Tom Cruise, aparece siempre bajo sospecha por sus malas películas pese a que hayan protagonizado algunas obras extraordinarias. Aquí, convenientemente envejecido, ambiguo e inconcreto -más por responsabilidad de Schrader que por su encarnación del personaje-, Gere como Uma Thurman, parecen presencias vaciadas, polvo de lo que fueron, sombra de lo que de ellos se espera.
El argumento, la realización de un documental en torno a un cineasta, permite radiografiar la descomposición del mito del periodismo y el cine forjado en la tierra de la gran promesa USA. En «Oh, Canadá» las campanas de muerte tañen por la podredumbre del compromiso intelectual, de los medios de comunicación y de la verdad publicada. Algo indefinible empaña el alto voltaje que anima esta historia. Con ella, Schrader se ratifica como un guionista de peso pesado y como un realizador de densidad extrema. No es de extrañar que «Oh, Canadá» transmita la idea de una espesura excesiva, de una aparente confusión, como si la mente dopada por los medicamentos del personaje de Richard Gere hubiera ralentizado la mirada del Schrader helado por su deseo de trascendencia.
Tras su trilogía sobre el resquemor de la culpa y el veneno del pasado: «El reverendo» (2017), «El contador de cartas» (2021) y «El maestro jardinero» (2022); Schrader decidió volver al universo de Banks y en él se encontró con el texto de «Oh, Canadá», un relato crepuscular y agónico en el que la memoria se deshace por la vejez y en donde la verdad y la mentira, como acontece en el tiempo de hoy, más que confundirse se intoxican hasta provocar el amargo sabor del estupor, de la desorientación y la impotencia.
Nacido en 1946, para Schrader, la referencia de Russell Banks se parece mucho a la de un hermano mayor; ese cuyos pasos cristalizan en las huellas que forzosamente uno habrá de seguir. Así, Banks, de quien Atom Egoyan había extraído el material de, tal vez, su más equilibrada película, «El dulce porvenir», volvió a colaborar con el guionista de «Taxi Driver» para sacar un filme que su autor no pudo ver. Como Moisés ante la vista de la tierra prometida, Russell Banks murió poco antes de que se hubiera realizado el primer montaje de «Oh, Canadá». No vio pues la puesta en escena de un relato que habla de la muerte, del final de una vida que forjó una identidad aupada en su rebeldía contra el sueño americano y la guerra (de Vietnam).
Dicho de otra manera, Paul Schrader, al que como ensayista literario le debemos «El estilo trascendental en el cine: Ozu, Bresson, Dreyer», (1972), se reviste con las galas solemnes de una misa de difuntos que conmemora el final de la generación americana a la que pertenecen gentes como Scorsese, Ferrara, De Palma, el citado Russell Banks y él mismo.
En otro gesto testamentario, Schrader escogió a Richard Gere, su protagonista en «American Gigolo» (1980), para encargarle las riendas de un personaje que se presenta como director de cine, un documentalista e intelectual, mujeriego y probablemente farsante para cargar con una historia que no es sino la representación del eterno gigante con pies de barro y fango cuyo desproporcionado peso no puede soportar.
Armado con esa voluntad de epitafio y con carga de dinamita, Schrader construye un juego de espejos donde sería pertinente encontrar sospechosas coincidencias con lo autobiográfico y lo real. «Oh, Canadá», cuyo título ha sido extraído de la primera estrofa del himno nacional canadiense, aunque su protagonista sea más yanqui que los personajes de John Ford, puede y debe verse como un palimpsesto levantado sobre su propia obra. Un complejo (y errático) proceso entre la sucesión y la simultaneidad que presenta evidentes valores, pero también lamentables desorientaciones.
La principal, aunque no sea su culpa, tiene un nombre propio: Richard Gere; un actor que, como Tom Cruise, aparece siempre bajo sospecha por sus malas películas pese a que hayan protagonizado algunas obras extraordinarias. Aquí, convenientemente envejecido, ambiguo e inconcreto -más por responsabilidad de Schrader que por su encarnación del personaje-, Gere como Uma Thurman, parecen presencias vaciadas, polvo de lo que fueron, sombra de lo que de ellos se espera.
El argumento, la realización de un documental en torno a un cineasta, permite radiografiar la descomposición del mito del periodismo y el cine forjado en la tierra de la gran promesa USA. En «Oh, Canadá» las campanas de muerte tañen por la podredumbre del compromiso intelectual, de los medios de comunicación y de la verdad publicada. Algo indefinible empaña el alto voltaje que anima esta historia. Con ella, Schrader se ratifica como un guionista de peso pesado y como un realizador de densidad extrema. No es de extrañar que «Oh, Canadá» transmita la idea de una espesura excesiva, de una aparente confusión, como si la mente dopada por los medicamentos del personaje de Richard Gere hubiera ralentizado la mirada del Schrader helado por su deseo de trascendencia.
29 de diciembre de 2024
29 de diciembre de 2024
3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Paul Schrader se está tomando el final de su carrera con mucha tranquilidad, haciendo lo que realmente le da la gana y con la sensación de haber mostrado todo su talento en todas las facetas. Como guionista nos regaló grandes trabajos como "Taxi Driver", "La última tentación de Cristo" y "La costa de los mosquitos. Y que decir como director con títulos tan sonados como "Blue Collar", "El placer de los extraños" y "Mishima". Ahora nos presente "Oh, Canadá" cuya historia parte de la novela "Los abandonados" de Russell Banks. La película formo parte de la Sección Perlas en la última edición del Festival de Cine de San Sebastián.
La trama tiene como protagonista a un documentalista que, ante el avance de su enfermedad, se decide a contar su vida en una entrevista grabada. La entrevista le permite enfrentarse a la verdad de su trayectoria profesional, y sobre todo moral, que a menudo falseó, y a su sentido de culpa acumulado a través de dar una imagen de héroe que no se corresponde con la realidad. Su renunció a servir en el ejército estadounidense durante la guerra de Vietnam, huyendo a Canadá, le paso factura durante toda su vida.
Pese al potente reparto con nombres tan conocidos como Richard Gere en el papel de Leo Fife en la parte adulta o Jacob Elordi en la juventud acompañados de la siempre interesante Uma Thurman. la película no funciona en casi ningún momento, intenta ser un laberinto fragmentado en distintas épocas, con continuos flashbacks, pero todo ese conjunto no fluye y acaba por ser un continuo relato confuso que poco a poco hace que el espectador vaya perdiendo el interés de lo que nos esta contando.
Lo que me parece que si esta acertado es el uso en algunas escenas del blanco y negro y otras a color dependiendo de las líneas temporales que va transcurriendo la trama. La entrevista está rodada en colores saturados, el viaje del protagonista de Virginia a Canadá está rodado en una explosión de distintos colores en forma panorámica, los recuerdos de Leo son en blanco y negro y la parte en Cornell, donde de repente sale el sol, se utiliza un naranja rojizo característico del cine de Ingmar Bergman.
Tenía muchas expectativas cuando la vi y me acabo sabiendo a poco, se me hizo eterna, con planos interminables, salvo la interpretación de Richard Gere que me parece correcta y la potente fotografía, el resto para olvidar. Como anécdota el papel que interpreta Richard Gere le fue ofrecido primero a Robert de Niro.
Lo mejor: EL juego de colores que tiene la película y la interpretación de Richard Gere
Lo peor: El resto
Pueden leer esta crítica con imágenes y contenidos adicionales en: http://www.filmdreams.net
La trama tiene como protagonista a un documentalista que, ante el avance de su enfermedad, se decide a contar su vida en una entrevista grabada. La entrevista le permite enfrentarse a la verdad de su trayectoria profesional, y sobre todo moral, que a menudo falseó, y a su sentido de culpa acumulado a través de dar una imagen de héroe que no se corresponde con la realidad. Su renunció a servir en el ejército estadounidense durante la guerra de Vietnam, huyendo a Canadá, le paso factura durante toda su vida.
Pese al potente reparto con nombres tan conocidos como Richard Gere en el papel de Leo Fife en la parte adulta o Jacob Elordi en la juventud acompañados de la siempre interesante Uma Thurman. la película no funciona en casi ningún momento, intenta ser un laberinto fragmentado en distintas épocas, con continuos flashbacks, pero todo ese conjunto no fluye y acaba por ser un continuo relato confuso que poco a poco hace que el espectador vaya perdiendo el interés de lo que nos esta contando.
Lo que me parece que si esta acertado es el uso en algunas escenas del blanco y negro y otras a color dependiendo de las líneas temporales que va transcurriendo la trama. La entrevista está rodada en colores saturados, el viaje del protagonista de Virginia a Canadá está rodado en una explosión de distintos colores en forma panorámica, los recuerdos de Leo son en blanco y negro y la parte en Cornell, donde de repente sale el sol, se utiliza un naranja rojizo característico del cine de Ingmar Bergman.
Tenía muchas expectativas cuando la vi y me acabo sabiendo a poco, se me hizo eterna, con planos interminables, salvo la interpretación de Richard Gere que me parece correcta y la potente fotografía, el resto para olvidar. Como anécdota el papel que interpreta Richard Gere le fue ofrecido primero a Robert de Niro.
Lo mejor: EL juego de colores que tiene la película y la interpretación de Richard Gere
Lo peor: El resto
Pueden leer esta crítica con imágenes y contenidos adicionales en: http://www.filmdreams.net
24 de diciembre de 2024
24 de diciembre de 2024
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
La premisa de "Oh Canada" –un documentalista moribundo que echa un vistazo atrás a toda su vida– podría haber conformado un interesante film sobre la muerte, la memoria y el arrepentimiento. No obstante, la cinta flojea en su desarrollo y no se erige con la fuerza dramática necesaria.
A pesar de que Richard Gere ofrece una interpretación intachable, su personaje resulta confuso y los constantes 'flashbacks', así como la difusa línea entre la verdad y la imaginación, no ayudan a definirlo. Las piezas del puzle que se dispersan sobre la mesa no acaban de encajar y el protagonista, que había empezado suscitando interés, termina pareciendo aburrido al espectador. Es una pena que, al final, el público perciba que está ante una oportunidad perdida.
www.contraste.info
A pesar de que Richard Gere ofrece una interpretación intachable, su personaje resulta confuso y los constantes 'flashbacks', así como la difusa línea entre la verdad y la imaginación, no ayudan a definirlo. Las piezas del puzle que se dispersan sobre la mesa no acaban de encajar y el protagonista, que había empezado suscitando interés, termina pareciendo aburrido al espectador. Es una pena que, al final, el público perciba que está ante una oportunidad perdida.
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