El equivalente literario más próximo a una película no es la novela, es el cuento. Twin Peaks demostró que el de la serie no es ninguno de los dos.

La dosificación de la información aquí no es lineal, sino que se acerca a la obtenida por una persona que se despierta en una habitación a oscuras y la recorre desordenadamente, apalpando para hacerse una idea de dónde está.

Esta serie, pues, cambió mi opinión sobre las potencialidades del formato, para mí superiores a las de la película.

Gran parte de esta cualidad figura ya en el piloto.

Abierto. Sin límites.

He redescubierto esta maravillosa serie recientemente, ya que cuando se emitió en Telecinco hace años, yo era muy pequeño y apenas tengo recuerdos. Ahora, tras verla con otros ojos, puedo decir que el episodio piloto es una auténtica obra maestra. ¿Cómo no dejarse atrapar por ese misterio fascinante? Al terminar el capítulo, te quedas con mil preguntas en la cabeza, intentando conectar las pocas pistas que ofrecen, sin lograr siquiera intuir qué ha pasado con Laura ni qué oculta ese humilde pueblo perdido en el tiempo.

Sólo David Lynch y unos pocos elegidos son capaces de transmitir miedo, locura, tensión y tristeza a la vez, envolviéndote en ese ambiente onírico que tanto le caracteriza y que, en esta serie, alcanza sus momentos más icónicos y "pop". El episodio piloto es un ejemplo brillante de cómo debe empezar una serie: intrigante, sugerente y cargado de una atmósfera única.

Ha fallecido para siempre el mayor artista con el que haya compartido espacio y tiempo.

Un piloto es un envite peligroso; ha de convencer al dólar sin renunciar por ello al arte. Es funambulismo creativo. Ha de ofrecer lo suficiente como para que público y productores deseen otra dosis sin agotar las mieles de la obra. Ha de ser estilo y tragaperras. Anzuelo y clímax. Promesa y cumplimiento.

Mark Frost y David Lynch lo consiguieron; condensaron, en una hora y media, los cimientos de un enclave inolvidable. Crearon un ‘hype’ televisivo anterior incluso a la fortuna del palabro. Quién no recuerda cómo gravitaban las esferas audiovisuales en torno a aquella cita semanal en Telecinco. La foto de la reina silenciada, su cuerpo envuelto en plástico, el cataclismo emocional.

Vinieron otras series, formatos, plataformas… pero el sabor de ese café, de aquellos donuts, aquel olor a abetos Douglas son la magdalena-Proust de toda una generación. Suena la música de Angelo Badalamenti, cerramos los ojos, y fluye la cascada tierra adentro.

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Se ha ido David Lynch. La máquina del genio se ha parado. Tuve el placer de verlo en su viaje a tierras españolas. Le di un regalo en el Doré. Al retirarse me hizo un gesto de agradecimiento, de pura cortesía. Sentí por un momento que Shakespeare, Miguel Ángel, Emily Dickinson, Bach, Velázquez y da Vinci me devolvían la mirada.

Quedarán sus películas cantando.

Aunque posteriormente la serie perdió varios puntos (sin dejar de resultar inquietante), por rendirse un tanto a la comercialidad, la confusión y al efectismo más o menos gratuito, este episodio piloto de ‘Twin Peaks’ es magistral, por su ambigüedad, por su tono inquietante, misterioso y adictivo, y sobretodo por su elegancia formal, como demuestran, por ejemplo, esos pausados y fascinantes travellings por el pasillo del instituto una vez conocida la tragedia de Laura Palmer.

Este genial episodio sirve para introducir a la serie, que dicho sea de paso pese a ser interesante (la primera temporada, luego la segunda ya cayó en picado el nivel de calidad) es inferior a este episodio.

El episodio piloto es de lo más normal (por así decirlo) que ha dirigido el excelente David Lynch, que hace una gran labor dirigiendo con sobriedad.

Kyle MacLachlan, antes de acabar con su carrera saliendo en Showgirls, realizó aquí una gran interpretación como el hombre que lleva el caso del asesinato de Laura Palmer y el resto del reparto está igual de bien cumpliendo sus papeles todos y cada uno de ellos.

La trama te engancha y en cuanto acaba ya quieres ponerte a degustar de principio la serie desde el primer episodio hasta el último. Y te engancha porque te mantiene intrigado en todo momento y porque deseas saber quién es el asesino y qué pasa con todos los habitantes del pueblo, aunque, como ya han dicho anteriormente, 29 episodios después ya ha perdido el interés.