Playtime
1967 

7,4
4.469
Comedia
Un grupo de turistas americanas hace un viaje por Europa, que prevé la visita de una capital por día. Al llegar a París, se dan cuenta de que el aeropuerto es exactamente igual al de Roma, de que las carreteras son idénticas a las de Hamburgo y que las farolas guardan un curioso parecido con las de Nueva York. En resumidas cuentas, el escenario no cambia de una ciudad a otra. Y ya que no pueden conocer París, se conformarán con pasar ... [+]
29 de diciembre de 2006
29 de diciembre de 2006
62 de 78 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta es una de las cumbres de Tati, sino la mejor muestra de su cine. Es decir, absolutamente genial. Lo que pasa es que aparte de genial se hace pesada. Tati no hace comedias desternillantes, como keaton o Chaplin, con gags que rizan el rizo y momentos explosivos de carcajadas. Tati hace un humor más sutil, más insinuado, que apela a la inteligencia del espectador (no es que Keaton y Chaplin no lo hicieran, pero era otro estilo). Su humor funciona más por acumulación, pequeños gags que dibujan una sonrisa en el espectador, que se van sumando para lograr un todo realmente poderoso en su mordaz ironía.
En Playtime pasa lo mismo que en otros films del francés, pero si cabe en mayores proporciones. Tati es un cineasta pausado, que utiliza grandes planos generales con mucho movimiento interno. Su estilo puede llegar a empalagar. El lento tempo de Playtime realmente lo hace. Los planos generales con mucha información interna, quizá demasiada en determinados momentos, también. Además las secuencias se alargan y alargan sin ayudar en absoluto a esta sensación. Lo que le pasa a Playtime, además, es que a esto se le debe sumar un guión con nula progresión dramática. Asistimos a una sucesión de gags en varios espacios sin involucrarnos emocionalmente, aquí no hay personajes con objetivos que cumplir ni nada por el estilo, de hecho no hay trama prácticamente. El personaje de Hulot aquí anda más perdido si cabe que en otras películas, no sabemos que pinta y su función como enganche no cuaja.
Pese a todo, mi nota es alta porque realmente Playtime es muy genial. Tatí es un virtuoso. Su agudo humor visual solo es comparable con los citados Keaton y Chaplin. Tatí compone estupendamente y filma los espacios que da gusto (aunque aquí por momentos en el restaurante nos desorientemos un poco). Su inventiva es tan sublime que al no hacer ostento de la misma y al usar gags tan insinuados lo más normal es que se te pasen por alto muchos en el primer visionado. Además Tatí utiliza el sonido que da gusto, además de dirigir estupendamente a sus actores. Mordaz crítica a lo absurdo de la vida moderna y a la estúpida homogenización de las ciudades (impagable los gags de los carteles de las agencias de viajes anunciando distintas ciudades con la fotografía del mismo edificio). Genial.
En Playtime pasa lo mismo que en otros films del francés, pero si cabe en mayores proporciones. Tati es un cineasta pausado, que utiliza grandes planos generales con mucho movimiento interno. Su estilo puede llegar a empalagar. El lento tempo de Playtime realmente lo hace. Los planos generales con mucha información interna, quizá demasiada en determinados momentos, también. Además las secuencias se alargan y alargan sin ayudar en absoluto a esta sensación. Lo que le pasa a Playtime, además, es que a esto se le debe sumar un guión con nula progresión dramática. Asistimos a una sucesión de gags en varios espacios sin involucrarnos emocionalmente, aquí no hay personajes con objetivos que cumplir ni nada por el estilo, de hecho no hay trama prácticamente. El personaje de Hulot aquí anda más perdido si cabe que en otras películas, no sabemos que pinta y su función como enganche no cuaja.
Pese a todo, mi nota es alta porque realmente Playtime es muy genial. Tatí es un virtuoso. Su agudo humor visual solo es comparable con los citados Keaton y Chaplin. Tatí compone estupendamente y filma los espacios que da gusto (aunque aquí por momentos en el restaurante nos desorientemos un poco). Su inventiva es tan sublime que al no hacer ostento de la misma y al usar gags tan insinuados lo más normal es que se te pasen por alto muchos en el primer visionado. Además Tatí utiliza el sonido que da gusto, además de dirigir estupendamente a sus actores. Mordaz crítica a lo absurdo de la vida moderna y a la estúpida homogenización de las ciudades (impagable los gags de los carteles de las agencias de viajes anunciando distintas ciudades con la fotografía del mismo edificio). Genial.
3 de agosto de 2008
3 de agosto de 2008
31 de 37 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tati lo tenía claro, podía estar equivocado, pero lo tenía claro. Hay gente que sin tenerlo claro se pone a dictar leyes para todo y toma decisiones con la creencia de ser un dios, y luego ya veremos. Esas personas son las que están subidas en los coches de la rotonda, dan vueltas y vueltas, son la pareja del que va en la moto subiendo y bajando como en los caballitos del tío vivo.
Tati nos muestra al indeciso, va, viene, entra, sale... Pero es él. Los demás son los borregos que llegan de viaje y son conducidos por el guía turístico de aquí para allá. No hacemos más que lo que nos dicen en la tele, por ejemplo, el guía de hoy día. Esa es la verdad.
Pero aquí Tati nos enseña otras personas, personas trabajadoras, obreros, los que se dedican a servir; ellos son los que resuelven si nos damos cuenta. El camarero sienta a los clientes, decide, y éstos esperan. El cocinero en su ventanuco es Napoleón, el portero les abre la puerta a los demás y se lo creen (no hay puerta). El cliente que se cae del taburete lo hace una y otra vez, porque le ayudan a levantarse, es un ser anónimo, pequeño y vestido de negro, pero como siga alguién vendrá y le plantará para que no se mueva. Coño, si se lo estaba pasando bien.
Las casas son de cristal, en realidad se reflejan unas de otras y los movimientos de un individuo repercuten en el del vecino, es un vaivén como las olas del mar.
Y ojo al dato, otra crítica: el camarero que se rompe los pantalones sufre el acoso de los buitres de sus compañeros. Como la vida misma. El obrero que tiene un percance será el objetivo de los demás, no pararán hasta dejarle en harapos. La vida misma.
Tati nos muestra al indeciso, va, viene, entra, sale... Pero es él. Los demás son los borregos que llegan de viaje y son conducidos por el guía turístico de aquí para allá. No hacemos más que lo que nos dicen en la tele, por ejemplo, el guía de hoy día. Esa es la verdad.
Pero aquí Tati nos enseña otras personas, personas trabajadoras, obreros, los que se dedican a servir; ellos son los que resuelven si nos damos cuenta. El camarero sienta a los clientes, decide, y éstos esperan. El cocinero en su ventanuco es Napoleón, el portero les abre la puerta a los demás y se lo creen (no hay puerta). El cliente que se cae del taburete lo hace una y otra vez, porque le ayudan a levantarse, es un ser anónimo, pequeño y vestido de negro, pero como siga alguién vendrá y le plantará para que no se mueva. Coño, si se lo estaba pasando bien.
Las casas son de cristal, en realidad se reflejan unas de otras y los movimientos de un individuo repercuten en el del vecino, es un vaivén como las olas del mar.
Y ojo al dato, otra crítica: el camarero que se rompe los pantalones sufre el acoso de los buitres de sus compañeros. Como la vida misma. El obrero que tiene un percance será el objetivo de los demás, no pararán hasta dejarle en harapos. La vida misma.
13 de julio de 2006
13 de julio de 2006
26 de 37 usuarios han encontrado esta crítica útil
En los primeros compases de Safety last (1923), el personaje de Harold Lloyd parece un preso que, tras los barrotes de la prisión, se despide de sus seres queridos mientras la horca le espera y un cura reza por él. Luego, la cámara sorprende al espectador, deshace el equívoco y muestra la realidad, Harold se halla realmente en una estación y espera al tren que le llevará a la ciudad. Jacques Tati nunca hubiera planteado el gag de este modo, él mostraría al señor Hulot en la estación y, en un momento dado, la composición del cuadro sugeriría al espectador que el personaje parece un reo camino del cadalso. Tati no oculta la realidad para descubrirla posteriormente, sino que el espectador observa la realidad tal cual y según el punto de vista que se adopte surgirá el gag. Otro famoso gag: el del cortometraje Pay day (1922) en el que Chaplin utiliza el retroceso de las imágenes en sentido de avance para mostrar a Charlot en lo alto de un andamio capturando con asombrosa habilidad los ladrillos que le lanzan desde abajo, cada vez de modo más sorprendente, hasta el filo de lo imposible. Seguramente Tati, cumpliendo una de sus máximas del gag, la de la concisión, habría limitado la escena a un par de ladrillos, sin recrearse en el aumento gradual de la dificultad de la labor. En puridad, seguramente Tati ni siquiera habría empleado un recurso tan alejado del realismo como el de retroceder las imágenes.
Playtime es la película más radical de Tati, en la que los planos de conjunto son más de conjunto y las tomas largas son más largas, con el fin de que puedan definirse varios gags en un mismo entorno y casi a la vez, y de que cualquier personaje pueda cobrar el protagonismo, o perderlo, en cualquier instante. El mismo Hulot, cuyo deambular coincide con el del filme, aparece y se desvanece como el humo de su pipa. Incluso un falso Hulot, de los varios que pululan por la parisina jungla de cristal de Playtime, puede adueñarse del gag en cualquier espacio del plano.
Playtime es la película más radical de Tati, en la que los planos de conjunto son más de conjunto y las tomas largas son más largas, con el fin de que puedan definirse varios gags en un mismo entorno y casi a la vez, y de que cualquier personaje pueda cobrar el protagonismo, o perderlo, en cualquier instante. El mismo Hulot, cuyo deambular coincide con el del filme, aparece y se desvanece como el humo de su pipa. Incluso un falso Hulot, de los varios que pululan por la parisina jungla de cristal de Playtime, puede adueñarse del gag en cualquier espacio del plano.
23 de diciembre de 2014
23 de diciembre de 2014
17 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
El señor Hulot me recuerda a Charlot. Ambos son inadaptados, románticos empedernidos, dos reliquias anacrónicas que ponen en evidencia los defectos de la ultramodernización. Incapaces de seguir el frenético ritmo de la gran urbe y de la industrialización masiva, andan siempre desorientados entre construcciones y artefactos hechos en serie, tropezando constantemente, zarandeados por la muchedumbre que los lleva de acá para allá, no importa dónde porque todos los sitios parecen iguales.
Tati se arruinó con esta sátira que supuso la consagración definitiva de su estilo. No me extraña que su productora quebrara con semejante inversión y las exigentes condiciones del realizador (únicamente salas con proyectores de 70 mm) a la hora de difundir la obra. Sólo para recrear los decorados de un París cuadriculado de cemento, acero y cristal, dirigir a tantos actores y extras, por no hablar del vestuario, el estilismo y el atrezzo, el tráfico rodado, las coreografías urbanas, así como el excepcional tratamiento del sonido, el presupuesto debió de dispararse.
Los que aprecian el humor sutil y socarrón sonreirán casi todo el tiempo con la genialidad de la fotografía y de los planos generales que captan un París impersonal y masificado, idéntico a otros lugares (atención al detalle de los carteles que anuncian Estados Unidos, Hawaii, México y Estocolmo usando de fondo el mismo rascacielos), en el que los monumentos distintivos (la Torre Eiffel, el Arco del Triunfo o el Sacre Coeur) apenas se aprecian indirectamente, reflejados en puertas de cristal. Predominan las líneas rectas, las formas cuadrangulares, los tonos grises, negros y azules oscuros alternando con blancos (la gente se escandaliza cuando, cosa rara, alguien viste con colores vivos), las figuras repetitivas de los edificios de múltiples plantas y los cubículos de las oficinas, escaparates, puertas y ventanales panorámicos, paredes diáfanas, pasillos rectos y laberínticos, suelos de linóleo, mobiliario sobrio estrictamente funcional, a veces alternado con toques de divertida excentricidad (como los respaldos de las sillas con forma de corona) y utensilios de dudosa utilidad (paneles repletos de botones inútiles, la escoba con luces). En estos escenarios que homogeneizan los espacios y donde nuestro patoso Hulot no sabe desenvolverse, se desarrollan secuencias multitudinarias protagonizadas por un trasiego incesante. Oficinistas, ejecutivos, empleados de hotel, obreros, transeúntes y turistas, casi todos vestidos y peinados de manera uniforme, van y vienen y sus conversaciones plurilingües cotidianas e irrelevantes se entremezclan como ruido de fondo. Tati presta especial atención al sonido de las puertas al abrirse y cerrarse, los chirridos de los sillones al sentarse, los timbres de los teléfonos, el tráfico, los cláxones y las sirenas y los golpes de las cosas al caerse o romperse. Hulot es el niño grande eterno al que aburre y marea el ajetreo insustancial de los adultos urbanitas y que se fija en las minucias que pasan desapercibidas para los demás.
Es magistral la composición y la organización, y la cámara invita constantemente a observar diversas acciones que suceden en cada escena, como Hulot que en algún rincón está haciendo de las suyas, la simpática turista estadounidense disfrutando de su viaje, el estresado personal de las oficinas y del hotel haciendo mil cosas a la vez (a menudo absurdas), los comensales del restaurante esperando impacientes sus platos y charlando, bailarines danzando al ritmo de la banda que ameniza la velada nocturna, borrachines dando tumbos o vecinos en sus apartamentos idénticos viendo el mismo canal de televisión. Asímismo, los camareros y porteros despliegan una tremenda ironía (mordaz crítica de rabiosa actualidad), y la gente se desplaza como rebaños que continuamente necesitan de un pastor.
Son tantas menudencias que observar y escuchar que, aunque uno crea que no pasa nada, y efectivamente no pasa nada relevante, si a uno le gusta este tipo de humor la película le resultará mucho más entretenida de lo que aparenta.
Hay que verla con los ojos de Hulot, así un poco ingenuos, con corazón de niño y un poquito de romanticismo del que ya no se lleva, enarbolando en el rostro una sonrisa y siendo felices con cualquier tontería.
Tati se arruinó con esta sátira que supuso la consagración definitiva de su estilo. No me extraña que su productora quebrara con semejante inversión y las exigentes condiciones del realizador (únicamente salas con proyectores de 70 mm) a la hora de difundir la obra. Sólo para recrear los decorados de un París cuadriculado de cemento, acero y cristal, dirigir a tantos actores y extras, por no hablar del vestuario, el estilismo y el atrezzo, el tráfico rodado, las coreografías urbanas, así como el excepcional tratamiento del sonido, el presupuesto debió de dispararse.
Los que aprecian el humor sutil y socarrón sonreirán casi todo el tiempo con la genialidad de la fotografía y de los planos generales que captan un París impersonal y masificado, idéntico a otros lugares (atención al detalle de los carteles que anuncian Estados Unidos, Hawaii, México y Estocolmo usando de fondo el mismo rascacielos), en el que los monumentos distintivos (la Torre Eiffel, el Arco del Triunfo o el Sacre Coeur) apenas se aprecian indirectamente, reflejados en puertas de cristal. Predominan las líneas rectas, las formas cuadrangulares, los tonos grises, negros y azules oscuros alternando con blancos (la gente se escandaliza cuando, cosa rara, alguien viste con colores vivos), las figuras repetitivas de los edificios de múltiples plantas y los cubículos de las oficinas, escaparates, puertas y ventanales panorámicos, paredes diáfanas, pasillos rectos y laberínticos, suelos de linóleo, mobiliario sobrio estrictamente funcional, a veces alternado con toques de divertida excentricidad (como los respaldos de las sillas con forma de corona) y utensilios de dudosa utilidad (paneles repletos de botones inútiles, la escoba con luces). En estos escenarios que homogeneizan los espacios y donde nuestro patoso Hulot no sabe desenvolverse, se desarrollan secuencias multitudinarias protagonizadas por un trasiego incesante. Oficinistas, ejecutivos, empleados de hotel, obreros, transeúntes y turistas, casi todos vestidos y peinados de manera uniforme, van y vienen y sus conversaciones plurilingües cotidianas e irrelevantes se entremezclan como ruido de fondo. Tati presta especial atención al sonido de las puertas al abrirse y cerrarse, los chirridos de los sillones al sentarse, los timbres de los teléfonos, el tráfico, los cláxones y las sirenas y los golpes de las cosas al caerse o romperse. Hulot es el niño grande eterno al que aburre y marea el ajetreo insustancial de los adultos urbanitas y que se fija en las minucias que pasan desapercibidas para los demás.
Es magistral la composición y la organización, y la cámara invita constantemente a observar diversas acciones que suceden en cada escena, como Hulot que en algún rincón está haciendo de las suyas, la simpática turista estadounidense disfrutando de su viaje, el estresado personal de las oficinas y del hotel haciendo mil cosas a la vez (a menudo absurdas), los comensales del restaurante esperando impacientes sus platos y charlando, bailarines danzando al ritmo de la banda que ameniza la velada nocturna, borrachines dando tumbos o vecinos en sus apartamentos idénticos viendo el mismo canal de televisión. Asímismo, los camareros y porteros despliegan una tremenda ironía (mordaz crítica de rabiosa actualidad), y la gente se desplaza como rebaños que continuamente necesitan de un pastor.
Son tantas menudencias que observar y escuchar que, aunque uno crea que no pasa nada, y efectivamente no pasa nada relevante, si a uno le gusta este tipo de humor la película le resultará mucho más entretenida de lo que aparenta.
Hay que verla con los ojos de Hulot, así un poco ingenuos, con corazón de niño y un poquito de romanticismo del que ya no se lleva, enarbolando en el rostro una sonrisa y siendo felices con cualquier tontería.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Hulot, con su tierna galantería trasnochada, regala a la guapa turista, por intermedio de un mensajero improvisado que podría ser su doble "tatiano", un pañuelo cuando ésta se marcha en un autobús que se incorpora a un "carrusel" de automóviles, el cual gira alrededor de una rotonda al son de una viva música de tiovivo, mientras en una moto una chica con vestido amarillo sube y baja como si estuviera montada en un caballito de feria, y por primera vez en todo el maremágnum salen niños, cuyos globos traen colorido y alegría para romper la monotonía del paisaje.
27 de mayo de 2012
27 de mayo de 2012
15 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
Jacques Tatí fué uno de esos locos entrañables que antenponen sus ideas a sus intereses personales.
Playtime es un experimento maravilloso sobre las posibilidades del cine. Diferentes situaciones suceden simultaneamente en un mismo plano, por lo que el espectador debe elegir qué hechos observar, explorando la profundidad de campo con la actitud conveniente. Para ello Tatí rodó la película en 70 mm (lo cual debía facilitar la claridad del visionado de los múltiples elementos), hizo construir varios decorados inmensos para controlar hasta el menor movimiento y jugó a ser un Diós travieso.
En su momento, se estrenaron copias reducidas a 35 mm, porque no todas las salas estaban equipadas para el formato de 70 mm, lo cual ayudó a que la película fuera mal vista y mal comprendida.
Quizás no sea una película para personas poco amantes del revisionado, ya que se expande y cobra más y más sentido en sucesivas revisiones.
Playtime es un experimento maravilloso sobre las posibilidades del cine. Diferentes situaciones suceden simultaneamente en un mismo plano, por lo que el espectador debe elegir qué hechos observar, explorando la profundidad de campo con la actitud conveniente. Para ello Tatí rodó la película en 70 mm (lo cual debía facilitar la claridad del visionado de los múltiples elementos), hizo construir varios decorados inmensos para controlar hasta el menor movimiento y jugó a ser un Diós travieso.
En su momento, se estrenaron copias reducidas a 35 mm, porque no todas las salas estaban equipadas para el formato de 70 mm, lo cual ayudó a que la película fuera mal vista y mal comprendida.
Quizás no sea una película para personas poco amantes del revisionado, ya que se expande y cobra más y más sentido en sucesivas revisiones.
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