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Sydney

Thriller. Drama John es un hombre sin recursos que vive en Reno. Un día, un misterioso individuo llamado Sydney, lo invita a desayunar y le ofrece la oportunidad de ganar dinero acompañándolo por los casinos. Todo les va muy bien, pero John se enamora de una camarera que está dispuesta a hacer lo que sea por conseguir dinero. (FILMAFFINITY)
Críticas 34
Críticas ordenadas por utilidad
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6
26 de diciembre de 2006
60 de 65 usuarios han encontrado esta crítica útil
El primer largometraje de Paul Thomas Anderson deja un buen sabor de boca y poso de cine elegante. No es un thriller al uso, con ese ritmo extremadamente pausado al que parece que le cuesta arrancar hasta que le llega su momento.
En “Sidney” están parte de las esencias de su cine: planos largos con movimiento de cámara, elegancia sin alardes y sobriedad en la puesta en escena, excesivo mimo al guión y notables interpretaciones, que le han catapultado a ser uno de los directores norteamericanos más interesantes y prometedores del panorama actual.

Con un presupuesto paupérrimo, experiencia extraída de sus cortometrajes y un curso que le brindó el taller de realización del Sundance Institute y sin haber cumplido los veintiséis años, Anderson realizó un filme simple, interesante y bien estructurado, donde la sencillez y lentitud suponen credibilidad y la complejidad se encuentra en el interior de esos personajes solitarios.

“Sidney”, con un Philip Baker Hall estupendo, capta la esencia y estilo del buen cine negro para narrar una historia sobre secretos no compartidos, protección paternal y personajes que viven de la mentira y quieren olvidar su pasado tapándose las manchas de sangre.
7
6 de febrero de 2008
36 de 39 usuarios han encontrado esta crítica útil
Paul Thomas Anderson es uno de los mejores directores de la actualidad, mucho mejor que numerosas vacas sagradas que viven de rendas. "Sidney" fue su prometedor debut, luego llegarían la sorprendente "Boogie Nights", la insuperable "Magnolia", la extravagante "Punch-Drunk Love" y su última propuesta "Pozos de Ambición".

Con tan solo cinco películas, P.T. Anderson se ha alzado a lo más alto del cine. En su debut se pueden vislumbrar cosas que más tarde plasmaría con maestría en otras películas. Su ópera prima es una gran obra de cine negro poco convencional, con un ritmo pausado y un guión con grandes destellos. El comienzo del film es espectacular, luego el film se tranquiliza y se vuelve un tanto traumático.

Anderson no cuenta una historia de secretos inconfesables, juegos, prostitutas, amistad, y quizás algún sueño. Philip Baker Hall da vida a Sidney, un hombre veterano que ayuda a John (John C. Reilly) a salir adelante enseñándole algunos trucos. El film transita alrededor de ellos, y en su camino se encuentran con una camarera/prostituta (Gwyneth Paltrow) y un peligroso empleado de seguridad del casino (Samuel L. Jackson). Sus historias se cruzan y los secretos amenazan con ser desvelados. Buena historia bien dirigida, gran debut de Anderson.
7
2 de octubre de 2010
21 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
John es un hombre sin perspectivas. Sólo quiere salir adelante en su vida, conseguir pasta para darle un entierro digno a su madre. Tirado en el exterior de una cafetería, verá como una oferta que no puede rechazar se le aparece de la nada. Duda, pero acepta. ¿Qué puede perder, si no tiene nada, salvo orgullo y miedo?

Sydney es un hombre de avanzada edad, que ha vivido más de lo que cualquiera vivirá nunca. Sereno, generoso, inteligente. Ofrece a John la oportunidad de dar un giro a su vida ante el relato que éste le cuenta. Es también una persona solitaria, que parece ocultar algo que le carcome por dentro. Habla despacio, razona. Piensa. Pero está solo y eso eclipsa cualquier virtud; la aplaca.

Clementine es una camarera que se gana la vida como puede, prostituyéndose a cambio de un dinero con el que salir adelante. Es bella, frágil, una muñeca rota a la que la vida ha tratado mal y que ha pagado sus excesos sin remisión.

Tres personajes, tres personas. John C. Reilly, Philip Baker Hall y Gwyneth Paltrow se entregan para dar luz a algunos de los mejores personajes del cine de Paul Thomas Anderson, que aquí ya despuntaba y demostraba que sabía mover la cámara, que tenía fuerza y estilo, elegancia. Planos largos, sobriedad en la puesta en escena, un guión de hierro, cuidado al máximo y tres interpretaciones para quitarse el sombrero. Sumándole varios secundarios de alto nivel (Samuel L. Jackson) y un habitual en el cine de PTA (Seymour Hoffman), sólo se da lugar a una de las óperas primas más libres, intensas y emocionantes del independiente americano de los noventa. Sólo un año más tarde Thomas Anderson se haría mayor con la sobresaliente Boogie Nights, pero aquí está su germen, un fresco de relaciones, gente atormentada que encuentra en la colaboración y la confianza un camino para seguir adelante, que se abre y se cierra de forma magistral. Cine negro, negrísimo, pero al mismo tiempo esperanzador. Una rara avis que merece ser recuperada del olvido a toda costa.
8
15 de junio de 2011
17 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
Que Paul Thomas Anderson (“Pozos de ambición“, 2007) es uno de los más brillantes directores contemporáneos es algo que a estas alturas ya no es un secreto. Guste más, guste menos, es capaz de ofrecer en el cine eso que tanto se demanda: nuevas ideas y nuevas formas de transmitirlas. Dirige y escribe películas cuyo argumento es habitualmente un original e intencionado enredo de ingeniosos diálogos a los que suelen acompañar la sorpresa, el humor negro y un formato absorbente, elegante, silencioso y lleno de suspense que lleva incrustado el sello personal del realizador californiano. Construyó su carrera con una sólida base que más tarde le proporcionó dos grandes películas, comenzando su andadura en esto del cine con dos cortometrajes que darían pie a sus dos primeras películas: “Cigarettes & Coffe” (1993), que más tarde se transformaría en largometraje, convirtiéndose así en la ópera prima de este director (cuyo fruto fue la obra de la que aquí hablamos: “Sidney”) y“The Dirk Diggler Story” (1988), que se convertiría en una cinta de nada menos que casi tres horas de duración en “Boogie Nights”, (1997).

Con “Sidney”, P. T. Anderson nos cuenta una historia de almas perdidas, desgraciados sin rumbo cuya máxima en la vida es la del devaneo por la misma, vagando de un lugar a otro cargados de remordimientos y de soledad. Sus personajes son tan tristes que no dudan en aliarse con cualquier desconocido para poder dar un poco de sentido a su existencia. Y así es como comienza esta historia. A las puertas de un bar, sentado en el suelo y demostrando su pésimo estado de ánimo se encuentra John (John C. Reilly), sin un dólar en el bolsillo después de haberlo perdido todo jugando al blackjack. Testigo de la citada estampa es Sydney (Philip Baker Hall), un misterioso hombre de unos sesenta años y vestido elegantemente que se acerca hasta John para ofrecerle un cigarrillo y un café. Juntos conversan acerca de sus situaciones (no sin cierta hostilidad por parte del joven ante lo incrédulo que le resulta que un desconocido se le acerque de buenas a primeras y le invite a entrar en un bar) hasta que el enigmático hombre mayor le propone que viajen juntos para ganar dinero en los casinos: la forma de hacerlo es cosa de Sydney.

(Sigue en el SPOILER sin desvelar detalles del argumento, por falta de espacio)
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Uno de los aspectos más logrados de la película es precisamente la caracterización de ese Sydney extraordinariamente interpretado por Philip Baker Hall. Su personaje pulcro, directo, elegante y siempre con la respuesta adecuada partiendo desde sus labios, es todo un enigma de principio a fin. El admirable trabajo de Philip Baker Hall (“El dilema“, 1999) eleva su rol a la categoría de icono clásico, cuyo estilo y formas se compenetran con armonía dentro de un formato con un cargado sabor a cine negro. Un grandísimo trabajo del actor nacido en Ohio. El reparto se completa con una corrección generalizada encabezada por un buen John C. Reilly -que posteriormente se convertiría en uno de los fijos de P. T. Anderson, apareciendo en películas como “Boogie Nigths” (1997) o “Magnolia” (1999)-, una más que buena Gwyneth Paltrow (“Iron Man 2“, 2010) con una expresividad conmovedora y Samuel L. Jackson (“Jackie Brown“, 1997) haciendo lo que mejor se le da: el papel de chulo y macarra despreciable, un rol que sabe sacar del paso con muchas tablas. Aparece también de forma estelar alguien que me parece un gran actor y que también sería uno de los fijos en la filmografía de Anderson, Philip Seymour Hoffman (“Truman Capote“, 2005). Su fugaz pero acertada interpretación demuestra que su calidad como actor es capaz de crear un bien diferenciado contraste, encarnando tanto a los personajes más asquerosos y vomitivos como a los más encantadores o simpáticos.

El apartado musical está comandado por el compositor Jon Brion (“Punch-Drunk Love”, 2002) y el cantante y escritor de canciones Michael Penn (canción “Two of us” en “Yo soy Sam”, 2001). El conjunto de la banda sonora aporta al metraje compases que alternan el chill-out con el blues (ese maravilloso “Sydney’s Doesn’t Speak” que acompaña una de las mejores escenas de la película) entre otros estilos, dando lugar a unas partituras pausadas, armoniosas e intrigantes que encuentran su alternativa en una pieza que recuerda a las mejores melodías que se suelen (o solían) componer para películas del Oeste: la sencilla y preciosa “Leaving the City”. Con todo, una gran película, cuyo hilo conductor es un personaje protagonista con un estilo que merecería reproducirse en otras cintas por la perfección de su dibujo. Su trabajado argumento, lograda atmósfera y magnífica dirección completan el resto de este melancólico y oscuro relato de pobres diablos que buscan una luz al final del túnel.
8
26 de noviembre de 2006
14 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una película que no está demasiado por debajo del resto de la filmografía de P. T. Anderson. Aunque se le nota que no tiene ni el presupuesto ni las ambiciones de sus posteriores trabajos.

Aquí la nota de calidad la pone Philip Baker Hall, un gran protagonista que consigue llevar adelante las escenas que podrían ser más pesadas de otra forma. Interpreta un personaje enigmático, duro y del que no se sabe nada; una especie de Hombre Sin Nombre leoniano que va de un casino a otro.

El guión empieza muy bien, como una bala, para terminar dando un bajón en la segunda mitad. Quizás este sea el defecto más importante: la acción (entendida como progreso de la historia) se detiene de pronto y las situaciones se alargan incomprensiblemente.

En resumen, una buena película que merece la pena.
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