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Tío Boonmee recuerda sus vidas pasadas

Fantástico. Drama El Tío Boonmee sufre una insuficiencia renal aguda y decide acabar sus días entre los suyos en el campo. Sorprendentemente, los fantasmas de su mujer muerta y de su hijo desaparecido se le aparecen y lo toman bajo sus alas. Mientras medita sobre los motivos de su enfermedad, Boonmee atraviesa la jungla con su familia hasta llegar a una cueva en la cima de una colina, el lugar donde vino por primera vez al mundo. (FILMAFFINITY)
Críticas 53
Críticas ordenadas por utilidad
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7
27 de noviembre de 2010
104 de 123 usuarios han encontrado esta crítica útil
Bienvenidos a Boonmee, una cinta que, al modo de ciertas narraciones orientales, contiene varias cintas.

1) Costumbrismo tailandés rural y lento. Lentísimo. Nos sitúa al límite del sueño o del sopor. Planos largos, personajes estáticos, inacción. Palabra intrascendente. Para resistir el peso de los párpados, se recomienda contemplar composiciones y paisajes, líneas verticales y cortes de factura magistral.

¿Aún estáis despiertos?

2) Fantasmagoría familiar, hombres-bestia. Un espectro viene a visitarnos, anuncia el fin. Desaparece la frontera (si la hubo) entre ser humano y animal. Fantasmas en ingenua transparencia, hombres mono que bordean lo irrisorio. Diálogos desconcertantes:

- Esto es producto de mi karma.
- ¿A qué te refieres?
- A mi enfermedad. Tal vez he matado demasiados comunistas.
- No importa, lo que cuenta es la intención.
- También he matado infinidad de bichos en mis plantaciones.

La cabezada nos acecha. No arranca la película y ya ha pasado más de media hora.

Aguantad.

3) Cuento del pez y la princesa. Interesante, con aires frescos de mitología. Un bagre –rezan los subtítulos (yo dudo que lo fuera en esas latitudes)– posee a una princesa. La fotografía nos ofrece tonos fríos y cascada al fondo. Planos subjetivos y cercanos.

Algo se mueve, mordemos el anzuelo.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
4) El camino de la muerte que no es muerte. Fragmento fascinante. Un descenso desde la naturaleza exuberante y verde de la selva hasta lo hondo de la roca blanca. Espeleología emocional. Cámara al hombro y procesión. Cuando creemos que la vida ha desaparecido, un charco de lechosos pececillos lo desmiente. ¿Lo desmiente?

El director reserva para este episodio, piedra angular de la película, sus mejores planos: la jungla entre la niebla, la luna vista desde el fondo de la gruta, la cueva de los mil destellos, el contraste radical de sombra y luz (un cuerpo fallecido y otro aún viviente).

La atmósfera desborda y maravilla.

5) Vislumbres del futuro. Presentación de fotos casi powerpoint con voz en off. Se muestra un mundo nuevo detenido, de uniformes. Lamentablemente, el hombre-mono vuelve a la pantalla. La sensación para el espectador es agridulce.

¿Qué habrá de suceder?

6) Ceremonia funeral y coda ¿incomprensible? El adiós es una fiesta de luces estridentes y regalos monetarios. Escena absurda en una habitación, con sobrino-monje y dos figuras femeninas sobre fondo de paredes blancas. Desdoblamiento astral y cena-karaoke.

Fin. Con una mueca tibia y la impresión contradictoria de haber visto muy buen cine regular.

Aquí concluye mi experiencia con Boonmee.

===

‘Mi vida en la maleza de los fantasmas’, de Tutuola. El enlace de Dánae con Zeus. La Santa Compaña. Viaje al centro de la Tierra. Los dioses Penates. Los sueños de Akira Kurosawa. (…)

La abolición de todas las fronteras: entre hombres, plantas y animales; entre los vivos y los muertos; entre las luces y las sombras; lo sagrado y lo profano; lo occidental y lo oriental; el tiempo pasado, el presente y el futuro; la tradición y la modernidad…

Televisiones y selvas. Tedio, pausa y poesía. Extrañeza.

- Cuando muera, ¿podremos encontrarnos en el cielo?
- El cielo está sobrevalorado. Allí no hay nada. Los muertos siempre están con los que viven.

¿Entonces?

Aún estamos aquí abajo.
8
24 de noviembre de 2010
81 de 90 usuarios han encontrado esta crítica útil
Puede considerarse que esta "crítica" está llena de spoilers, pues es más una interpretación. Esta película merece ser interpretada, y eso implica que se cuenten distintos aspectos de la historia.

Antes que nada, que quede claro que “Uncle Boonmee Who Can Recall His Past Lives” es una de las (si no la más) extrañas películas que jamás he visto. La reacción que encuentro en los usuarios de internet es una que nunca había visto. En Filmaffinity.com, la película ha recibido prácticamente la misma cantidad de 1s que de 10s. Y es que “Uncle Boonmee…” del impronunciable director tailandés Apichatpong Weerasethakul es, ante todo, una película difícil.

La ganadora este año de la Palme d’Or, el premio mayor en el festival de cine de Cannes, uno de los más prestigiosos del mundo, es, como la define Weerasethakul (a quienes los medios han bautizado, por economía de lenguaje, como “Joe”), una muestra de “open cinema”, cine abierto a todo tipo de interpretaciones, con ideas difusas y con una marea de símbolos y sucesos de la que el espectador puede sacar los elementos que considere relevantes para construir sus propios significados acerca del largometraje.

Eso hice yo. No lo relacioné, como lo han hecho ciertas personas, con la situación política de Tailandia (empezando porque no tengo conocimiento sobre el asunto) pero de eso se trata “Uncle Boonmee…”, de que cada quien enmarque en su propia mente lo que vio.

Yo vi en “Uncle Boonmee…” tres temas íntimamente ligados: la pérdida de la sacralidad que rodea las tradiciones tailandesas, una transformación en la relación con la naturaleza tan característica de quienes creen en la transmigración del alma y una desvalorización de lo propio en una sociedad que se está occidentalizando cada día más.

La pérdida de la sacralidad está impregnada en todo el largometraje e incluso podría argumentarse que la parte cómica de la película, con el mico-hombre que ha surgido de una espiritualidad de un humano que se ha encontrado con la naturaleza, se ha hecho intencionalmente para que el espectador en vez de admirar al personaje se ría de él. Pero tal vez donde se vea más claro es en una de las escenas finales, cuando un personaje que quiere ser monje entra a escondidas al cuarto de su mamá, se quita su túnica, se baña y se pone una camiseta, unos jeans y tenis, y sale a comer. El agua con el que se baña remueve su pasado, su religión, su pueblo y lo prepara para estar inmerso en otra realidad, la que está afuera del templo, donde la gente se come sus hamburguesas al lado de gasolinerías donde paran carros cada minuto.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Al ser Tailandia un país eminentemente budista, se puede inferir que la relación de sus habitantes con la naturaleza tiene ciertas características pues, al creer en la transmigración del alma, los otros seres vivos, sean animales o vegetales, dejan de ser inferiores al ser humano (¿podré estar matando a un ser querido si mato un grillo por diversión?) y se forma una relación no únicamente de respeto a ellos, sino una relación que los considera otros sujetos más. Los seres humanos no son más que unos más de los seres vivos en la naturaleza, al punto que un pez puede aparearse con una mujer, y un hombre puede terminar convirtiéndose sin problema en un híbrido entre humano y simio que con la misma facilidad con que se pasea entre las ramas de los árboles visita a su tío humano para ver cómo va todo. La película muestra cómo con la modernidad esta relación cambia, y se ve perfectamente ejemplificado cuando Boonmee está muriendo y sueña con el futuro. Una serie de fotografías nos muestra al hombre-mico siendo atrapado por unos soldados, unos jóvenes con camisetas Levi’s tirándole piedras al ser, y los soldados tomándose fotos con él; es la última atracción, un hombre-mico con un lazo al cuello. Los seres vivos de la naturaleza dejan de estar al mismo nivel de los humanos y se vuelven inferiores, se pueden dominar y manejar a voluntad, así como se domina al principio de la película a la vaca que trata de escapar sólo para re-encontrarse con su dueño, listo a apresarla de nuevo.

Ligado a todo esto está una desvalorización de lo propio, de lo tailandés, en una sociedad que se está occidentalizando cada día más, entrando cada vez más en el sistema capitalista. Es por eso que, en un fragmento de la película que parece no tener mucho que ver con el resto, una princesa tailandesa se ve blanca al ver su reflejo en el agua, y entrega todas sus pertenencias al pez que allí habita para ser transformada en esa figura.
5
28 de noviembre de 2010
79 de 97 usuarios han encontrado esta crítica útil
1) La antesala.

Peli tailandesa, con garantía de gafapastada absoluta, Palma de Oro incluida y con la crítica especializada lanzando sentencias iluminadas (lo que intuyo que es un perfecto ejemplo de texto que plasma la atmósfera de una película: si yo no me entero de nada, tú menos).

Con todo esto, había curiosidad, pero mis ojos, por prevención, iban preparándose para esfuerzos titánicos ante el ejercicio de masoquismo cultureta que se avecinaba.

2) La confirmación.

El arranque no defrauda: planos fijos peleándose por ver cuál dura más, trama confusa, personajes, diálogos y situaciones absurdos, ausencia de una atmósfera envolvente y monos sin colirio; la nada como elemento primordial.

La pantalla permanece hermética, imposibilitando cualquier tipo de acceso a la película. Forma educada de decir que esto es un coñazo.

3) El clímax.

Sigo sin encontrar la manera de meterme en la película, el ritmo permanece intacto, es decir, no aparece, con lo que ya llevo un rato procurando reírme para pasar el rato (a lo que ayudan diálogos como el de los comunistas y los bichos).

Y así llega el punto álgido.

Aparece una especie de fábula sin conexión aparente con lo mostrado hasta ahora (ya inconexo de por sí), en la que una princesa pide como deseo recobrar la juventud a un pez, empleando sus joyas como ofrenda. A continuación, el pez ejerce de consolador. En esto, Servadac se gira y suelta la frase más adecuada en el momento preciso:

"¡Que te folle un pez!"
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
4) El anticlímax.

Finalmente, estoy en estado de semisueño. Con los ojos entreabiertos, observo ahora planos sugerentes. Percibo la atmósfera de un mundo oculto, no inquietante, sino magnético. Aparece una gruta como escenario del descenso al fin (o al inicio). Los minerales conforman una mera pared rocosa con luz de linterna y un cielo estrellado con la oscuridad. La luna observa el viaje. El sol desvela la muerte.

De la vegetación agobiante y viva a la roca desnuda. De la roca desnuda a la tarta multicolor eléctrica. El efecto es brutal.

¿Aquí hay cine o lo estoy soñando?

5) El tiempo.

En este segmento tampoco ha aparecido el ritmo. Ahora, sin embargo, no percibes que sea algo forzado, sino que no puede haber ritmo. No existe. La película mata al tiempo. Me introduce en un limbo en el que no sé si ha pasado un segundo o una eternidad.

Miro el reloj y me indica que han pasado 90 minutos, pero sólo el reloj me lo indica.

6) El regreso.

Al finalizar la película tras ese limbo (porque los 15 minutos restantes ya me pillan a contrapié, en armonía con lo anterior al segmento), me doy cuenta de que he vuelto a la realidad, de que hay una pantalla, de que la película es infumable.

Salgo a la luz y estoy como alucinado. El tailandés éste ya me ha dejado gilipollas del todo. Le voy a cascar un 4.

"¿Qué te ha parecido?" Las impresiones son similares. Emocionan y aburren las mismas cosas, con matices. Y eso en una película tan incomprensible y, en principio, tan propensa a las interpretaciones y sentimientos dispares, me parece preocupante. Las dos experiencias vienen a ser la misma.

La impresión final es la esperada en la antesala: una película aburrida, indescifrable y tremendamente irregular. Sin embargo, en el recuerdo de este conjunto aparentemente arbitrario y heterogéneo (este "aparentemente" es por cortesía), entre toda esta madeja, prevalece el segmento, la idea de que detrás de la pantalla no todo era vacío, sino que había algo vivo, un algo inexplicable y que no deja indiferente, un mundo aparte.

Y creo que algo de eso viene a ser el cine.
GVD
2
12 de enero de 2011
57 de 66 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esto me pasa por querer ir de guay, de versátil en cuanto a gustos, por querer dármelas de cinéfilo sin prejuicios que no le hace ascos a nada y que cree que cada creador puede fascinarte si uno va predispuesto.

El caso es que el título de la película ya avisaba de que esto no iba a ser normal. La carátula aseguraba que lo convencional estaba apagado o fuera de cobertura. Macho, si hasta el nombre del director ya era indicio de que algo raro pasaba aquí. No pienso escribirlo, así que como soy gaditano, le llamaré Apishita, que se me hace más común.

Pues Apishita ha hecho una peli sobre la muerte (y no lo puedo asegurar, si alguien me dice que era un documental o un anuncio de colonia para tailandeses me lo creo) y entre fantasmas y monos se pone a disertar a base de planos largos en los que no pasa nada y no se habla de nada. Mentira, seguro que sí pasa y sí se habla, pero Apishita me ha metido en tal pozo de sopor, que no he hecho el más mínimo esfuerzo en intentar pillar las metáforas y simbolismos que propone. Quizás hasta sea buenísima, no lo niego, pero el estupor que me ha dejado no merece mayor puntuación.

Pues entre que el Tio Boonmee decide si palmar o no, Apishita nos cuela cosas tales como una fábula sobre una princesita que entendió mal la expresión "que te f... un pez" y el PowerPoint que hizo el Yeti cuando fue a visitar a las fuerzas armadas tailandesas.

Encima Apishita antes de cada toma inyectaba valeriana en vena a sus actores y si hacían algún movimiento o gesto brusco, les amenazaba con obligarles a ver la peli una vez la acabaran.

Algunos planos son muy bonitos, no lo niego. Pero en Youtube hay un puñado de videos de paisajes buenísimos y a ninguno le han dado la Palma de Oro. Tim Burton, presidente del jurado de Cannes, al terminar de verla (o al despertarse quizás) pensaría que como no premiara esta cinta, se le tacharía de normal y eso no puede ser. No encuentro otra explicación.

Y para colmo, le tengo que dar la razón a Carlos Boyero, lo que me irrita más todavía. Recomiendo ver Mr. Nobody, que es rara también y va de lo mismo (o no, yo que sé) pero no te obliga a echarle el candado a tus párpados.

En fin, yo aviso, es una paranoia soporífera, pero no te fíes de mí, no soy un cinéfilo sin prejuicios que no le hace ascos a nada y no cree que cada creador pueda fascinarte si uno va predispuesto.
4
16 de septiembre de 2011
38 de 42 usuarios han encontrado esta crítica útil
Yo diría que más que el tío Boonmee, el que está muriendo es el cine conocido. Que por otro lado ya era hora. Más que nada porque con más de ciento veinte años de historia, lleva cien sin cambiar un ápice, exceptuando sobresalientes esfuerzos por parte de algunos directores. Parece que con la llegada del siglo XXI, algunos realizadores a base de insistir, nos dejan el arte sin estructura narrativa.

Digo yo que lo veo bien aunque aún me embriague el sopor de estos ejercicios. Lo veo bien por eso de evolucionar, vamos, que después cada uno tendrá sus preferencias, y por mucho arte en movimiento siempre habrá quien prefiera un Rafael a un Mondrian.

Pero hay movimiento, vaya. Aunque sea minoritario, produzca vértigo, y las salpicaduras sean poco beneficiosas. El cómo separar el grano de la paja ya es otro cantar. Yo creo que no lo tienen claro ni los propios realizadores. Todo sea porque empiecen a tirarse pullas. A ver que pasa entonces.

Que ahora me dejen el cine sin un hilo narrativo molesta, para que engañarse. Pero pasa un poco también con la pintura de abstracción. Que si lo difícil es la estructura y se la meriendan, pues cualquiera puede coger una cámara y ponerse a ello. Sí, claro, como los Pollock y los niños. A eso vamos. Así que creo que el problema es de mentalizarse. Bueno, hay un problema más grave. Y es que el cine en lugar de evolucionar como arte, ha evolucionado como espectáculo; y claro, que de buenas a primeras, nos planten una desnudez tan extrema, sin que el público haya pasado siquiera por bisagras sacrosantas como Bresson u Ozu es cuando menos, escandaloso. Pero es que ni pasando por ellas puedo aún disfrutar de ciertas propuestas donde por mucho que busque, no encuentro lírica.

Y ando en eso, no se crean. Que sudores no me faltan y ojeras tampoco. Porque voy como preocupado, pendiente de que no se escape nada cuando en el fondo, queda claro que no hay nada que se pueda escapar. Hombre que sí, que en literatura uno ya está como acostumbrado, y si no que se lean a Faulkner, que al principio molesta, pero raro es que no repitas.

Creo que en este caso, sólo unos pocos minutos están macerados en lírica (aquellos de la búsqueda de la cuna carnal) por lo que por mucho fuste que tengan esos minutos, son escasos para redondear un trabajo. Y que yo, todo sea dicho, prefiero las bisagras sacrosantas a ejercicios tan abstractos; aunque dejo la puerta abierta a posibles consumos de material cinematográfico psicotrópico (por eso de llevarme la contraria y no reconocerme en el ayer).

Visto que la lírica es subjetiva, y que entiendo que pueda despertar intensos sentimientos el visionado de esta obra de Weerasethakul, también me pregunto cuanta sugestión (de sugestionar, aclaro) estamos dispuestos a aceptar por el movimiento del arte. Y esto si me quita el sueño, a pesar de tener puesta la película.
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