Toda una vida
2023 

6,2
117
25 de noviembre de 2024
25 de noviembre de 2024
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Toda una vida" es la adaptación cinematográfica de la novela homónima de Robert Seethaler, publicada en 2014. En ella se recogen las ocho décadas de vida de Andreas Egger, desde su infancia en un hogar adoptivo hasta su muerte, pasando por las dos guerras mundiales y la llegada de la electricidad al escondido valle de los Alpes bávaros.
La película es sólida y tranquila, como las montañas que retrata. Bella y dura, como la vida de los que salen adelante en aquellas aisladas y heladas laderas cuidando la tierra o el ganado. Los planos son sencillos y explícitos, con algunos efectos curiosos para comprender mejor el punto de vista del personaje principal. Y todo rezuma reflexión y contemplación, tanto de la naturaleza como del ser humano que la habita y la intenta dominar.
Como no podía ser de otra manera, Andreas Egger monopoliza prácticamente todo el largometraje, pero, a modo de anfitrión, nos va presentando una galería de secundarios interesantes y verosímiles a pesar de que alguno roce un simpático surrealismo. Era fundamental, por tanto, escoger con cuidado a los actores que encarnarían a Andreas de niño, Ivan Gustafik, de anciano, August Zirner y, sobre todo, Stefan Gorski, sobre el que recae la mayor parte del peso del relato y del metraje. Me atrevo a decir que es gracias a Gorski por lo que este film supera las expectativas y no naufraga en un preciosismo idílico superfluo o existencialista. Su introspección, el descubrimiento del amor, su testarudo nihilismo combinado con un empuje optimista e inasequible al desaliento son perfectamente visibles en la gestualidad de Stefan Gorski.
El guion quizá flojea en la parte final. La llegada de la “modernidad” introduce algún ramalazo de vulgaridad que hace tambalearse el lirismo que Ulrich Limmer había sabido mantener en el resto de la cinta. Afortunadamente, ya no quedaba tiempo para estropear con ello esta propuesta hecha para deleitarse y reflexionar.
www.contraste.info
La película es sólida y tranquila, como las montañas que retrata. Bella y dura, como la vida de los que salen adelante en aquellas aisladas y heladas laderas cuidando la tierra o el ganado. Los planos son sencillos y explícitos, con algunos efectos curiosos para comprender mejor el punto de vista del personaje principal. Y todo rezuma reflexión y contemplación, tanto de la naturaleza como del ser humano que la habita y la intenta dominar.
Como no podía ser de otra manera, Andreas Egger monopoliza prácticamente todo el largometraje, pero, a modo de anfitrión, nos va presentando una galería de secundarios interesantes y verosímiles a pesar de que alguno roce un simpático surrealismo. Era fundamental, por tanto, escoger con cuidado a los actores que encarnarían a Andreas de niño, Ivan Gustafik, de anciano, August Zirner y, sobre todo, Stefan Gorski, sobre el que recae la mayor parte del peso del relato y del metraje. Me atrevo a decir que es gracias a Gorski por lo que este film supera las expectativas y no naufraga en un preciosismo idílico superfluo o existencialista. Su introspección, el descubrimiento del amor, su testarudo nihilismo combinado con un empuje optimista e inasequible al desaliento son perfectamente visibles en la gestualidad de Stefan Gorski.
El guion quizá flojea en la parte final. La llegada de la “modernidad” introduce algún ramalazo de vulgaridad que hace tambalearse el lirismo que Ulrich Limmer había sabido mantener en el resto de la cinta. Afortunadamente, ya no quedaba tiempo para estropear con ello esta propuesta hecha para deleitarse y reflexionar.
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26 de febrero de 2025
26 de febrero de 2025
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Steinbichler opta por un estilo visual contemplativo, planos largos de paisajes alpinos, primeros planos que capturan arrugas como mapas del tiempo, y una paleta de colores que envejece con el protagonista. Sin embargo, su dirección peca de soberbia episódica, cada década de Egger es un capítulo suelto, sin la fluidez necesaria para tejer un todo coherente. La cámara se deleita en postales, pero rara vez profundiza.
La vida de Andreas Egger es, en teoría, un viaje universal, pobreza en los Alpes, amor truncado, vejez solitaria, pero el guion trata estos hitos como checkpoints en un videojuego, sin explorar su impacto emocional. La película tiene varios problemas, saltos temporales abruptos, subtramas que nacen y mueren en 10 minutos y un tercer acto que resuelve todo con un suspiro, no con una catarsis o un final digno.
La novela de Seethaler quizá permita interioridad, pero aquí Egger es más espectador que protagonista de su propia vida.
El protagonista, que es interpretado por tres actores en distintas edades, sostiene la película con una presencia estoica, aunque el guion no le regala monólogos para brillar.
El reparto secundario esta compuesto por personajes que aparecen y desaparecen como fantasmas. Marie, la mujer que ama, tiene más impacto en su ausencia que en su presencia.
La fotografía es la verdadera protagonista, montañas que imponen, inviernos que queman, y una luz que envejece con Egger. La banda sonora funciona, pero se olvida al salir del cine, ya que apenas se puede distinguir del propio sonido de la naturaleza, algo que si bien ayuda a la inmersión en el mundo de Egger, no añade nada a la trama.
Esta película es como un álbum de fotos antiguo de alguien al que no conoces de nada, hay imágenes que conmueven, pero falta la historia que las una. Steinbichler y su equipo logran escenas potentes, pero la ambición de abarcar 80 años en dos horas termina por enterrar su potencial.
La vida de Andreas Egger es, en teoría, un viaje universal, pobreza en los Alpes, amor truncado, vejez solitaria, pero el guion trata estos hitos como checkpoints en un videojuego, sin explorar su impacto emocional. La película tiene varios problemas, saltos temporales abruptos, subtramas que nacen y mueren en 10 minutos y un tercer acto que resuelve todo con un suspiro, no con una catarsis o un final digno.
La novela de Seethaler quizá permita interioridad, pero aquí Egger es más espectador que protagonista de su propia vida.
El protagonista, que es interpretado por tres actores en distintas edades, sostiene la película con una presencia estoica, aunque el guion no le regala monólogos para brillar.
El reparto secundario esta compuesto por personajes que aparecen y desaparecen como fantasmas. Marie, la mujer que ama, tiene más impacto en su ausencia que en su presencia.
La fotografía es la verdadera protagonista, montañas que imponen, inviernos que queman, y una luz que envejece con Egger. La banda sonora funciona, pero se olvida al salir del cine, ya que apenas se puede distinguir del propio sonido de la naturaleza, algo que si bien ayuda a la inmersión en el mundo de Egger, no añade nada a la trama.
Esta película es como un álbum de fotos antiguo de alguien al que no conoces de nada, hay imágenes que conmueven, pero falta la historia que las una. Steinbichler y su equipo logran escenas potentes, pero la ambición de abarcar 80 años en dos horas termina por enterrar su potencial.
28 de noviembre de 2024
28 de noviembre de 2024
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Película bonita en conjunto pero que no profundiza demasiado en la personalidad del protagonista; parece que, sencillamente, lo vemos pasar por la vida sin demasiada trascendencia, dejándose llevar sin apenas tiempo para nada más que no sea la supervivencia. Las estaciones se suceden dejando cicatrices, y los sueños e ilusiones, si es que los había, se van desvaneciendo. A pesar de su belleza estética, el relato es algo superficial si bien no carente de pesimismo, y sólo al final parece que se vislumbra un tímido destello de esperanza.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Hacia el final de su vida, Andreas se da cuenta del poco mundo que ha visto pero no hace gran cosa por remediarlo. Las cartas que va dejando a su mujer y que al fin se pierden; la bonita nueva relación que se le ofrece y que él rechaza... Andreas no es capaz de abrirse al mundo, a la vida misma, y continúa en su aislamiento pese a lo cual siente que ha sido y es feliz... Y probablemente fuera así, ¿quién sabe lo que hay en el corazón de un ser humano cuando apenas conoce el propio?... En todo caso, la conclusión de "toda una vida" nos invita a la reflexión.
13 de diciembre de 2024
13 de diciembre de 2024
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El título de Toda una vida (Ein ganzes leben, 2024), del cineasta alemán Hans Steinbichler, adaptación de un novela de Robert Seethler, ya indica el arco narrativo de una obra que se centra en la vida de Andreas, desde que con ocho años (encarnado por Ivan Gustafik) llega a la granja de su tío en un remoto valle de los Alpes, hasta su fallecimiento ochenta años después. Todo un trayecto de vida, en el que, durante su juventud, está interpretado por Stefan Gorski y ya en su edad madura por August Zirner. Con una notable y elíptica capacidad de condensación se nos narra la vida de quien pasa la mayor parte de su vida en ese entorno. En su vejez, decide tomar un autobús hasta su última parada, un lugar que no difiere de aquel en el que ha vivido. Otros valles, otras montañas que configuran el mismo escenario de vida. Únicamente abandonará ese escenario, pero no por voluntad, cuando sea prisionero de los rusos durante la segunda guerra mundial, unos pasajes que remarcan ante todo el aislamiento, entre los bosques. Su vida en un mismo marco. Su vida en unos mismos límites.
En la niñez es un cuerpo que sufre el rechazo. Por ser bastardo, su tio, Hubert (Andreas Lust), no le permitirá sentarse con sus hijos en la mesa, como sus primos querrán empujarle de la cama. Hasta sus dieciocho años, cuando decida rebelarse, será un cuerpo que trabaja y es castigado, con un vara, cuando comete errores. Cuando delinea su dirección de vida decide no ser lo que era su tío, un granjero, sino que decidirá trabajar en la construcción del primer teleférico. La vida se define por accidentes, y por la posición en la que te encuentras, que determina que tengas suerte o no, para no ser quien sufre la amputación de un brazo cuando caiga un árbol que están talando o sobreviva a una avalancha.
En ese trayecto de vida, que es el mismo encuadre de vida, puedes encontrar a alguien a quien amar, pero no sabes cuánto puede durar esa relación, y no precisamente por desgaste de la convivencia. Steinbichler describe con precisión esa conexión entre Andreas y Marie. Puedes sufrir el daño que inflige la vara de alguien, pero puedes encontrar la caricia de quien deseas también acariciar. Pero no sabes cuáles pueden ser los giros de la vida. Quizás, por accidentes de la vida, la caricia no puede durar, pero, precisamente, quien es cruel y usa la vara para descargar su propia amargura dura y dura décadas, aunque por su soledad ya ruegue para que usen la vara con él hasta que ya deje de respirar. Esos contrastes se reflejan con una distancia que es precisión narrativa. La esplendorosa luz y el deslumbrante paisaje son los indiferentes compañeros de viaje de las peripecias de un hombre que, con sus variantes y contextos específicos, pueden ser la de muchos otros.
Alexander Zárate
elcinedesolaris.blogspot.com
En la niñez es un cuerpo que sufre el rechazo. Por ser bastardo, su tio, Hubert (Andreas Lust), no le permitirá sentarse con sus hijos en la mesa, como sus primos querrán empujarle de la cama. Hasta sus dieciocho años, cuando decida rebelarse, será un cuerpo que trabaja y es castigado, con un vara, cuando comete errores. Cuando delinea su dirección de vida decide no ser lo que era su tío, un granjero, sino que decidirá trabajar en la construcción del primer teleférico. La vida se define por accidentes, y por la posición en la que te encuentras, que determina que tengas suerte o no, para no ser quien sufre la amputación de un brazo cuando caiga un árbol que están talando o sobreviva a una avalancha.
En ese trayecto de vida, que es el mismo encuadre de vida, puedes encontrar a alguien a quien amar, pero no sabes cuánto puede durar esa relación, y no precisamente por desgaste de la convivencia. Steinbichler describe con precisión esa conexión entre Andreas y Marie. Puedes sufrir el daño que inflige la vara de alguien, pero puedes encontrar la caricia de quien deseas también acariciar. Pero no sabes cuáles pueden ser los giros de la vida. Quizás, por accidentes de la vida, la caricia no puede durar, pero, precisamente, quien es cruel y usa la vara para descargar su propia amargura dura y dura décadas, aunque por su soledad ya ruegue para que usen la vara con él hasta que ya deje de respirar. Esos contrastes se reflejan con una distancia que es precisión narrativa. La esplendorosa luz y el deslumbrante paisaje son los indiferentes compañeros de viaje de las peripecias de un hombre que, con sus variantes y contextos específicos, pueden ser la de muchos otros.
Alexander Zárate
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