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La vuelta al mundo en 80 días

Aventuras. Comedia Adaptación de la novela homónima de Julio Verne. Un ladrón ha robado 55.000 libras del banco de Inglaterra. Todos creen que ha sido Phileas Fogg, un auténtico caballero inglés, que ha hecho una apuesta con sus compañeros de club, asegurando que es capaz de dar la vuelta al mundo en 80 días. (FILMAFFINITY)
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8
7 de mayo de 2009
47 de 52 usuarios han encontrado esta crítica útil
Para muchos Julio Verne nos huele a lecturas infantiles, a novelas de la famosa colección Historias, a lamparitas de mesa de noche, a 80 días y a 5 semanas y a otras muchas cosas que el viento sin duda se llevó. Por ello, al ver esta película, uno se reencuentra con sueños que fueron arrastrados hacia las cunetas devoradoras de la vida y, tal vez, con alguna que otra realidad gratificante. Dicha esta primera y petulante reflexión, la película deja buenas vibraciones, no se si tantas como para recibir el máximo galardón académico, pero las suficientes para reconocer que es un meritorio trabajo de Michael Anderson como director, de Lionel Lindon. como responsable de una excelente fotografía que hermosea aún mas un mundo que, a pesar de nuestras iniquidades era y sigue siendo hermoso, y de la batuta directora de Victor Young dando ritmo y compás a una partitura mas que notable.

Probablemente, y en la medida que el mundo ha empequeñecido, a lo cual no es ajeno el auge de los transportes, el boom de Internet y la supremacía sobre los demás, del llamado cuarto poder (el de las comunicaciones) la vuelta al mundo puede darse, virtualmente, en 80 nanosegundos y hasta en menos, que uno no anda muy puesto en milimétricas temporales y además aquellas fotografías en sepia de Verne se han quedado desenfocadas a velocidades vertiginosas. Ello no implica que la película haya desmerecido sino simplemente que hay que cambiar nuestra mentalidad y verla, si es posible, con aquellos ojos a los que vencía el sueño fijos en una viñeta que mostraba a Philleas Fogg y a Picaporte surcando el cielo con un majestuoso globo sobre los castillos del Loire.

Quiero detenerme en el gran plantel de actores. David Niven tiene una apariencia tan británica que sería difícil encontrar otro actor tan ajustado al papel. Mario Moreno “Cantinflas”, pone la nota de un humor muy distinto al inglés. Mucho más meridional e hispano, o mexicano si lo prefieren, pero con el equilibrio justo entre el humor inteligente y la comedia bufa, sin astracanadas fueras de lugar ni secuencias fáciles de risa floja. El baile que se marca Cantinflas en la taberna española quiero calificarlo de genial, lo mismo que su actuación en el ruedo al lado de un diestro de la talla de Luis Miguel Dominguín. Al lado de ellos, una larga lista de auténticos divos/divas de las tablas. Shirley MacLane, Charles Boyer, Peter Lorre, John Carradine, George Raft, Fernandel, Frank Sinatra en cameo y, entre otros muchos, Marlene Dietrich, reconocible al instante por sus piernas enfundadas en medias de seda negra al más puro estilo Lola, Lola (El ángel azul).

Esto es un retorno al pasado, no el de Tourneur sino el nuestro. Ya sabemos que el cine hoy es de otra manera y que hay otras historias que rompen y rasgan mucho más que las de Verne. Al menos yo lo se pero ¿Qué le hago? si todavía me sorprendo al descubrir que viajando en la misma dirección que el sol se gana un día…
4
14 de septiembre de 2009
41 de 68 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me resulta difícil valorar una película como ésta, impecablemente realizada, pero completamente desfasada para el espectador de hoy en día. Las interpretaciones me convencen, empezando por un David Niven que hace de perfecto caballero inglés, arrogante y quisquilloso hasta la exasperación, y un Cantinflas que -hasta sus críticos tendrán que reconocerlo- demuestra que es un gran cómico y que puede con todo lo que le echen encima, incluso con una superproducción norteamericana que, a priori, debería achantarlo, teniendo en cuenta que procede de un cine mucho más modesto. El resto del reparto está a la altura, aunque algunos cameos (el de la Dietrich, por ejemplo, o el de frank Sinatra) están fuera de lugar (no así el de Buster Keaton, al que se rinde un homenaje entrañable). El diseño de producción es sobresaliente; maravillosos los trajes, los escenarios y, en general, la recreación de esa sociedad decimonónica que el mismo Julio Verne evoca en sus novelas. El viaje de Phileas Fogg y Passpartout (Picaporte en el doblaje español) por el mundo quizá no nos descubra nada nuevo, empachados como estamos de programas como 'Pilot Guides' o 'National Geographic', pero las bellas estampas que desfilan ante nosotros mantienen intacta su capacidad para asombrar (la imagen de esas embarcaciones de vela remontando el Nilo es para enmarcar).

Continúo en 'spoiler' por falta de espacio.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Ahora bien, para disfrutarla de verdad hay que pasar por alto demasiadas cosas. Comienza mal, con un prólogo indigesto (¿os acordáis de Walter Lantz presentando al Pájaro Loco?) que ya te predispone en contra. Hay un par de escenas graciosas después (la de la agencia de mayordomos es muy buena), pero cuando en teoría comienza lo mejor, el relato de aventuras propiamente dicho, te encuentras viendo algo parecido a 'La niña de la venta' de Lola Flores... Vestidos de faralai, guitarras españolas, botijos y, cómo no, 'bailaores' flamencos con aire de señorito que provocan sofocos entre las señoras. Mantienes el tipo como buenamente puedes, pero en los minutos siguientes se acumulan tal cantidad de despropósitos (unos turcos malos malísimos, una corrida de toros que se alarga hasta lo insoportable, y un Cantinflas denigrado haciendo de bufón para el público angloparlante) que al final tienes que hacer un gran esfuerzo para no darle al botón de avance del mando a distancia. Los segmentos siguientes, el de la India y el de China, no son tan folclóricos, pero la película recupera este sentido del espectáculo, llamémosle de barraca de feria, al llegar al oeste americano (indios asaltando un tren y el Séptimo de Caballería acudiendo al rescate). Me gusta la parte de la 'Henrietta', quizá porque es el único momento en que se respira auténtico aire de aventura clásica, quizá porque aparece ese elenco de secundarios magníficos que conocemos de las películas de Ford. El rescate de la guapa Shirley MacLaine (muy sosa, por cierto, en toda la película) carece de emoción, y la aventura de Picaporte en China es prescindible. Tampoco pegué un respingo con el final, tal vez porque lo recordaba de la novela (¡qué grande Julio Verne cerrando la historia con ese giro genial!). Eso sí: por nada del mundo os perdáis los créditos finales, diseñados por Saul Bass.
No he sido capaz de disfrutarla. No he conectado con su concepción del entretenimiento y se me ha hecho pesada. Y, desde luego, no me parece el mejor exponente del cine de aventuras. Extraño esto de los gustos: un usuario que despotrica contra la película dice que es tan aburrida como 'La carrera del siglo'; a mí la cinta de Blake Edwards me parece una obra maestra, un espectáculo sin igual, como dice otro compañero, 'cine de ese que ya no se hace'.
Cuatro estrellas. Que me perdonen los nostálgicos.
10
13 de junio de 2006
22 de 33 usuarios han encontrado esta crítica útil
Estamos ante una película colosal. Yo creo que dentro del género de aventuras y entretenimiento, estamos ante la cima del miso. Es una película que lo tiene todo; acción, drama, wenster, cine negro, musical... Todo un espectaculo de efectos visuales, de imágenes, de decorados... En dedinitiva, es entretenimiento puro, de principio a fin, no hay lugar para apartar la vista de la pantalla.
Por supuesto hay que destacar las interpretaciones, todas ellas estelares. Mencionar principalmente a David Niven y a un "Cantinflas" debutante en el cine americano y que nos enseña lo que es hacer reir. Y luego a lo largo de esta vuelta al mundo van apareciendo cameos de todo un elenco de estrellas, desde Marlene Dietrich hasta Buster Keaton pasando por Frank Sinatra en una breve aparición.
Creo que es una película que hay ido ganado con el tiempo, gracias a una portentosa dirección de Michael Anderson. Como todas asaptaciones al cine de obras de Julio Verne, no dejan de ser entretenidas y de trasladar al espectador a un mundo de aventuras e ilusión que atrapa de principio a fin. Obra maestra imprescindible.
10
26 de julio de 2007
18 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es posible que nunca nadie pueda llevar a la pantalla una novela de Verne con tanta gracia y fidelidad. Esta "Vuelta al mundo..." es una espectáculo total, que nos devuelve la auténtica magia del cine. El impecable David Niven y el graciosísimo Cantinflas nos llevan a recorrer el mundo sorprendiéndonos permanentemente con imágenes y situaciones antológicas. Se nota la mística del rodaje impuesta por el productor Michael Todd: hay una multitud de estrellas que participa entregándose con ganas, como sabiendo que están haciendo historia en el cine. En esta cinta encontramos una síntesis de géneros: aventura, policial, misterio y exotismo. Una película bellísima, una auténtica obra de arte, no apta para los consumidores de meros efectos especiales.
7
2 de abril de 2010
15 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
El pintoresco cómico mexicano le da color a este filme, y en ningún momento desentona, como algunos tratan de exhibirlo. Por el contrario; Mario Moreno “Cantinflas” esta a la altura de David Niven, como excelente “patiño” quien en muchas de las veces es precisamente este último quien lleva el peso de la historia. Todavía hoy es recordada esta memorable, y ni las posteriores adaptaciones de Julio Verne (como donde aparece Jackie Chan) de “La vuelta al mundo en 80 días” resultaron tan memorables como la de 1956.
“Así es, mi querido picaporte”
David Niven como Phileas Fogg… “era uno de los miembros más notables y singulares del Reform¬Club de Londres.
Por consiguiente, Phileas Fogg, personaje enigmá¬tico y del cual sólo se sabía que era un hombre muy galante y de los más cumplidos gentleman de la alta sociedad inglesa. Hablaba lo menos posible y parecía tanto más misterioso cuanto más silencioso era. Llevaba su vida al día; pero lo que hacía era siempre lo mismo, de tan matemático modo, que la imaginación descontenta buscaba algo más allá. Nadie sabía que tuviese mujer ni hijos cosa que puede suceder a la persona más decente del mundo , ni parientes ni amigos lo cual era en verdad algo más extraño . Phileas Fogg vivía solo en su casa de Saville Row, donde nadie penetraba. Un criado único le bastaba para su servicio. Almorzando y comiendo en el club a horas cronométricamente determinadas, en el mismo comedor, en la misma mesa, sin tratarse nunca con sus colegas, sin convidar jamás a ningún extraño, sólo volvía a su casa para acostarse a la media noche exacta, sin hacer uso en ninguna ocasión de los cómodos dormitorios que el “Reform Club” pone a disposición de los miembros del círculo. De las veinti¬cuatro horas del día, pasaba diez en su casa, que dedi¬caba al sueño o al tocador. Vivir en semejantes condiciones es lo que se llama ser excéntrico”.
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Phileas Fogg, rectamente sentado en su butaca, los pies juntos como los de los soldados en formación, las manos sobre las rodillas, el cuerpo derecho, la cabeza erguida, veía girar el minutero del reloj, complicado aparato que señalaba las horas, los minutos, los segun¬dos, los días y años. Al dar las once y media, míster Fogg, según su costumbre diaria debía salir de su casa para ir al Reform Club.
En aquel momento llamaron a la puerta de la habi¬tación que ocupaba Phileas Fogg.
El despedido James Foster apareció y dijo:
El nuevo criado.
Un mozo de unos 30 años se dejó ver y saludó.
¿eres mexicano y te llamas John? Le preguntó Phileas Fogg.
Juan, si el señor no lo lleva a mal respondió el recién venido . Juan Picaporte, apodo que me ha quedado y que justificaba mi natural aptitud para salir de todo apuro, creo ser honrado, aunque, a decir ver¬dad, he tenido varios oficios. He sido cantor ambulan¬te, he sido artista de circo donde daba el salto como Leotard y bailaba en la cuerda como Blondín; luego, al fin de hacer más útiles mis servicios, he llegado a pro¬fesor de gimnasia, y por último, era sargento de bom¬beros en París, y aún tengo en mi hoja de servicios algunos incendios notables. Pero hace cinco años que he abandonado la Francia, y queriendo experimentar la vida doméstica soy ayuda de cámara en Inglaterra. Y hallándome desacomodado y habiendo sabido que el señor Phileas Fogg era el hombre más exacto y sedentario del Reino Unido, me he presentado en casa del señor, esperando vivir con tranquilidad y olvidar hasta el apodo de Picaporte.
Picaporte había examinado rápida pero cuidadosamente a su amo futuro. Phileas Fogg era de aquellas personas matemática¬mente exactas que nunca precipitadas y siempre dis-puestas, economizan sus pasos y sus movimientos. Atajando siempre, nunca daba un paso de más. No perdía una mirada dirigiéndola al techo. No se permi¬tía ningún gesto superfluo. Jamás se le vio ni conmo-vido ni alterado. Era el hombre menos apresurado del mundo, pero siempre llegaba a tiempo. Pero, desde luego, se comprenderá que tenía que vivir solo y, por decirlo así, aislado de toda relación social. Sabía que en la vida hay que dedicar mucho al rozamiento, y como el rozamiento entorpece, no se rozaba con nadie. En cuanto a Juan, alias Picaporte; durante los cinco años que había habi¬tado en Inglaterra desempeñando la profesión de ayuda de cámara, en vano había tratado de hallar un amo a quien poder tomar cariño. En ningún ligar pudo echar raíces.
¡No me disgusta! ¡Ya di con lo que me convie¬ne! Nos entenderemos perfectamente míster Fogg y yo. ¡Un hombre casero y arreglado! ¡Una verdadera maquina! No me desagrada servir a una máquina.
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