El amor es más fuerte que las bombas
2015 

6,1
1.861
Drama
Una exposición de la obra de la fotógrafa de guerra Isabelle Reed, tres años después de su prematura muerte, lleva a su hijo mayor de vuelta a la casa familiar. Allí pasará tiempo con su padre Gene y su hermano menor. Estando los tres bajo el mismo techo, Gene tratará de estrechar lazos con sus dos hijos mientras ellos luchan por reconciliar sus sentimientos hacia su fallecida madre, a la que recuerdan de manera diferente. (FILMAFFINITY) [+]
12 de febrero de 2016
12 de febrero de 2016
25 de 30 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nuestras vidas son rompecabezas. Y cuando compartimos la existencia con alguien (tu pareja, tus hijos, tus padres, tus hermanos o tus amigos) apenas y si capturamos algunos retazos inconexos que tratamos de combinar para que ese puzle emocional y vital cobre sentido y podamos mantener la ficción de que conocemos a los demás, dotando a sus acciones, palabras u omisiones de un mínimo de coherencia que nos permita hacernos creer que conocemos al otro y que su borroso y cambiante contorno tiene la suficiente claridad y cohesión como para mantenernos en relación y contacto, reinterpretando y expandiendo lo que en verdad tan sólo son dispersos fragmentos de un relato que desconoceremos en su inasible integridad.
Este premisa es la columna vertebral de este relato amargo, atormentado y doliente sobre una familia rota por la muerte de la madre y que se aferra con uñas y dientes a su incapacidad manifiesta por la trasparencia, la verbalización, la sinceridad o el afecto físico. La franqueza vivida como quimera, como fabulación, como entelequia, como un imposible. La comunicación como trampa, como engaño, como imposibilidad existencial, como maquinación para confundir u ocultar, como huida del presente para refugiarse en utopías resbaladizas y falaces. Callarse la verdad puede ser legítimo, pero construirse una fantasía indulgente es una tropelía que acaba pasando factura a nuestra salud emocional.
Atravesar un duelo es difícil y muy doloroso: te puedes romper, astillar, abatir o extenuar, pero raro es que te deje igual que estabas antes. Y cerrar un duelo es, a veces, tarea titánica que algunas personas son incapaces de completar con éxito y se torturan inmisericordes durante tiempo indefinido. Sobre este atolladero gira la mayor parte de esta cinta, que parece confundir complejidad temática con precariedad narrativa, ya que si bien contiene buenos elementos e ideas, afanosos actores y una realización competente, es incapaz de insuflar vida a la historia que nos propone, que acaba dando vueltas una y otra vez sobre sí misma, como una noria desbocada, sin avanzar ni un milímetro del atractivo planteamiento.
Este drama sobre las dobleces y contrariedades de la vida carece de lo básico: sinceridad. Suena a prefabricado, se antoja previsible y no llega por su excesiva frialdad, se dispersa con lastimosa delectación y se pierde por recovecos estériles. Interesa y convence a ratos, pero la mayoría del tiempo carece de fuste, fuelle, hondura y poso. Todo resulta demasiado críptico y engolado como para seducir, demasiado elaborado para resultar creíble. Interesante, sí, pero insuficiente: el discreto encanto del proyecto fallido.
Este premisa es la columna vertebral de este relato amargo, atormentado y doliente sobre una familia rota por la muerte de la madre y que se aferra con uñas y dientes a su incapacidad manifiesta por la trasparencia, la verbalización, la sinceridad o el afecto físico. La franqueza vivida como quimera, como fabulación, como entelequia, como un imposible. La comunicación como trampa, como engaño, como imposibilidad existencial, como maquinación para confundir u ocultar, como huida del presente para refugiarse en utopías resbaladizas y falaces. Callarse la verdad puede ser legítimo, pero construirse una fantasía indulgente es una tropelía que acaba pasando factura a nuestra salud emocional.
Atravesar un duelo es difícil y muy doloroso: te puedes romper, astillar, abatir o extenuar, pero raro es que te deje igual que estabas antes. Y cerrar un duelo es, a veces, tarea titánica que algunas personas son incapaces de completar con éxito y se torturan inmisericordes durante tiempo indefinido. Sobre este atolladero gira la mayor parte de esta cinta, que parece confundir complejidad temática con precariedad narrativa, ya que si bien contiene buenos elementos e ideas, afanosos actores y una realización competente, es incapaz de insuflar vida a la historia que nos propone, que acaba dando vueltas una y otra vez sobre sí misma, como una noria desbocada, sin avanzar ni un milímetro del atractivo planteamiento.
Este drama sobre las dobleces y contrariedades de la vida carece de lo básico: sinceridad. Suena a prefabricado, se antoja previsible y no llega por su excesiva frialdad, se dispersa con lastimosa delectación y se pierde por recovecos estériles. Interesa y convence a ratos, pero la mayoría del tiempo carece de fuste, fuelle, hondura y poso. Todo resulta demasiado críptico y engolado como para seducir, demasiado elaborado para resultar creíble. Interesante, sí, pero insuficiente: el discreto encanto del proyecto fallido.
12 de febrero de 2016
12 de febrero de 2016
18 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ya en el prólogo, Joachim Trier expresa perfectamente qué es exactamente de lo que quiere hablar.
La mano de un bebé agarrando el dedo del padre simboliza ese amor puro, profundo, incondicional, no contaminado por ninguna de las dos partes con expectativas de ningún tipo. Simplemente existe, y es algo que se extiende a su esposa, la que ha dado la vida a la criatura.
Luego, vemos a ese mismo padre deambular por el pasillo de un hospital, para acabar topándose con su ex-novia, a la que oculta la verdadera razón de por qué está allí. Es un gracioso equívoco, a la vez una mentira grande, pero diciendo la verdad probablemente solo conseguiría transformar un gesto de apoyo en una situación incómoda, y ella no se lo merece.
Ambos son dos maneras de querer, y llegan al mismo resultado: estar próximo a otra persona que necesita nuestro cariño.
De estas dos formas, y de su posible convivencia, aún con los que más nos quieren, es de lo que trata 'El Amor es Más Fuerte que las Bombas'.
Jonah Reed vuelve al hogar por la muerte de su madre, encontrando un padre y un hermano pequeño incapaces de comunicarse. Se palpa el peso de una vida familiar en la que nadie necesitó expresar lo que sentía, en un círculo que fue dando vueltas sobre si mismo hasta ser absoluto silencio. Gene Reed habla con su hijo Conrad por móvil, tal vez por inexperiencia, tal vez por miedo, y es incapaz de fingir un mínimo de naturalidad cuándo le pregunta qué está haciendo.
En esa situación, los tres recordarán a la matriarca Isabelle, cada uno según sus vivencias, siendo conscientes de que han perdido el único ancla que les mantenía unidos. En sus recuerdos y programas de televisión ella aparece como figura misteriosa, interesada en los demás pero ausente, quizá por su trabajo como reportera de guerra. Sus fotos, cargadas de fuerza, puntean de vez en cuando la narración, hablando más de ella de lo que lo podría hacer cualquiera de los implicados.
A medida que Jonah ordena sus pertenencias personales, tratando de comprenderla una última vez, encuentra una foto en la que ella parece mirar directamente a la cámara, y entonces su cara, la de las pocas fotos personales que se hizo, se antoja amenazante, plagada de secretos que quizá él no supo ver por el amor que le profesaba. Comienzan las dudas respecto a la única integrante de la familia que realmente pudo dejar su huella en todos.
Sin embargo, más tarde se revela simplemente humana: por eso un plano esencial se recrea en el rostro de Isabelle Huppert, como en las fotos que nos han mostrado, para que, solo con la mirada, podamos comprender sus motivos, sus pequeñas mentiras y omisiones, que luchaban por un bien mayor, como era amarles.
Ella lo cuenta de la manera más sincera que puede: la comunicación nunca será completa con nadie, ni siquiera entre nuestros más allegados.
Solo podemos estar ahí, escuchar y hacer el esfuerzo por comprender lo que los demás han aprendido a ser, igual que nosotros. Una ilusión mutua que jamás seremos capaces de comprender del todo, y así debe ser: puede que hagamos mal, puede que tengamos secretos, puede que nuestras obsesiones personales nos aparten los que nos quieren.
Pero es sencillo hacer un esfuerzo por quererles, y perdonarles también esos inevitables problemas a ellos, para no transformar el apoyo en incomodidad.
Mientras que Jonah y Gene, inconscientemente, sabían esto, Conrad no, y en su lado la historia se guarda una curiosa historia de madurez: una marcada por mentiras que no acepta, mentiras necesarias pero que él cree que agrietan su visión particular del mundo, en la que cabe escribirle una impactante carta de amor a la chica por la que suspiras.
Tendrá que ser ella, el objeto de su deseo, la que tira abajo esa última fachada que su familia no ha podido tirar, cuando le hace promesas vanas tras un rato agradable, promesas de aprecio puro que el miedo a no ser aceptado en el instituto se encargará de borrar, como siempre sucede.
Aunque eso le enseña algo: llega el momento de hablar, y entenderse, se acabó camuflar la comunicación con móviles o realidades virtuales hacia un padre que siempre le ha querido, y siempre le querrá.
Porque queremos a aquellos que, desinteresadamente, nos quieren.
Y porque no queremos que ese amor puro sea manchado por nuestra incapacidad, miedo o inseguridad.
La mano de un bebé agarrando el dedo del padre simboliza ese amor puro, profundo, incondicional, no contaminado por ninguna de las dos partes con expectativas de ningún tipo. Simplemente existe, y es algo que se extiende a su esposa, la que ha dado la vida a la criatura.
Luego, vemos a ese mismo padre deambular por el pasillo de un hospital, para acabar topándose con su ex-novia, a la que oculta la verdadera razón de por qué está allí. Es un gracioso equívoco, a la vez una mentira grande, pero diciendo la verdad probablemente solo conseguiría transformar un gesto de apoyo en una situación incómoda, y ella no se lo merece.
Ambos son dos maneras de querer, y llegan al mismo resultado: estar próximo a otra persona que necesita nuestro cariño.
De estas dos formas, y de su posible convivencia, aún con los que más nos quieren, es de lo que trata 'El Amor es Más Fuerte que las Bombas'.
Jonah Reed vuelve al hogar por la muerte de su madre, encontrando un padre y un hermano pequeño incapaces de comunicarse. Se palpa el peso de una vida familiar en la que nadie necesitó expresar lo que sentía, en un círculo que fue dando vueltas sobre si mismo hasta ser absoluto silencio. Gene Reed habla con su hijo Conrad por móvil, tal vez por inexperiencia, tal vez por miedo, y es incapaz de fingir un mínimo de naturalidad cuándo le pregunta qué está haciendo.
En esa situación, los tres recordarán a la matriarca Isabelle, cada uno según sus vivencias, siendo conscientes de que han perdido el único ancla que les mantenía unidos. En sus recuerdos y programas de televisión ella aparece como figura misteriosa, interesada en los demás pero ausente, quizá por su trabajo como reportera de guerra. Sus fotos, cargadas de fuerza, puntean de vez en cuando la narración, hablando más de ella de lo que lo podría hacer cualquiera de los implicados.
A medida que Jonah ordena sus pertenencias personales, tratando de comprenderla una última vez, encuentra una foto en la que ella parece mirar directamente a la cámara, y entonces su cara, la de las pocas fotos personales que se hizo, se antoja amenazante, plagada de secretos que quizá él no supo ver por el amor que le profesaba. Comienzan las dudas respecto a la única integrante de la familia que realmente pudo dejar su huella en todos.
Sin embargo, más tarde se revela simplemente humana: por eso un plano esencial se recrea en el rostro de Isabelle Huppert, como en las fotos que nos han mostrado, para que, solo con la mirada, podamos comprender sus motivos, sus pequeñas mentiras y omisiones, que luchaban por un bien mayor, como era amarles.
Ella lo cuenta de la manera más sincera que puede: la comunicación nunca será completa con nadie, ni siquiera entre nuestros más allegados.
Solo podemos estar ahí, escuchar y hacer el esfuerzo por comprender lo que los demás han aprendido a ser, igual que nosotros. Una ilusión mutua que jamás seremos capaces de comprender del todo, y así debe ser: puede que hagamos mal, puede que tengamos secretos, puede que nuestras obsesiones personales nos aparten los que nos quieren.
Pero es sencillo hacer un esfuerzo por quererles, y perdonarles también esos inevitables problemas a ellos, para no transformar el apoyo en incomodidad.
Mientras que Jonah y Gene, inconscientemente, sabían esto, Conrad no, y en su lado la historia se guarda una curiosa historia de madurez: una marcada por mentiras que no acepta, mentiras necesarias pero que él cree que agrietan su visión particular del mundo, en la que cabe escribirle una impactante carta de amor a la chica por la que suspiras.
Tendrá que ser ella, el objeto de su deseo, la que tira abajo esa última fachada que su familia no ha podido tirar, cuando le hace promesas vanas tras un rato agradable, promesas de aprecio puro que el miedo a no ser aceptado en el instituto se encargará de borrar, como siempre sucede.
Aunque eso le enseña algo: llega el momento de hablar, y entenderse, se acabó camuflar la comunicación con móviles o realidades virtuales hacia un padre que siempre le ha querido, y siempre le querrá.
Porque queremos a aquellos que, desinteresadamente, nos quieren.
Y porque no queremos que ese amor puro sea manchado por nuestra incapacidad, miedo o inseguridad.
4 de marzo de 2016
4 de marzo de 2016
8 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
La vida es cuestión de perspectivas. Un mismo suceso puede ser interpretado de mil formas diferentes, en función del que lo vive y de cómo reacciona ante él. El amor es más fuerte que las bombas, la nueva película de Joachim Trier —tras Oslo, 31 de agosto y Reprise— es un estudio de la familia y un retrato de las relaciones personales, las cuales no sólo se enfrentan a las brechas generacionales que se ven afectadas por el paso del tiempo, sino también a las que provoca el espacio: la separación y la distancia. Todos debemos elegir, en la vida, y nuestras decisiones pueden afectar a otros casi tanto como a nosotros mismos. Afectan a nuestros sueños y pasiones, al apego de los otros sobre uno, y, al final, por inercia, a lo que más nos importa, sobre todo si esa prevalencia en la elección se contradice hasta con nuestros propios intereses.
Isabelle Reed (Isabelle Huppert) es una reconocida fotógrafa de guerra que fallece en un accidente de tráfico. Al morir, deja marido y dos hijos, y ahora ellos tienen que encarar las consecuencias de la pérdida, pero también de las sorpresas que esa pérdida deparará. Gene, el padre (Gabriel Byrne), colabora con unos periodistas para realizar una retrospectiva del trabajo de su esposa, mientras intenta acercarse a su hijo adolescente, Conrad (Devin Druid), que lucha contra sus propios problemas derivados de la edad, además del de la pérdida. Por otro lado, tenemos a Jesse Eisenberg haciendo el papel del hijo mayor de la familia, un profesor de universidad que acaba de ser padre y que mantenía una cercana relación con su madre. Sobre esta base, Trier y Eskil Vogt tejen una historia llena de recuerdos, saltos en el tiempo, rencor y amor, y puntos de vista. Cada elemento, aplicado en conjunto, da forma a una interesante reflexión: el poder de nuestra apreciación para llegar a conclusiones que nos satisfagan.
La propia cinta ofrece dos caras de una misma moneda, y hasta tres o cuatro si es preciso, apuntando únicamente a esta familia deshecha y sin embargo en construcción. La convivencia que se contradice con el anhelo de estar solos, la soledad que se arrepiente de no convivir con los que ama. Las debilidades que se desarrollan al cerrar heridas del pasado, la fortaleza del pasado para mantenerse abierto. La traición, los secretos y la penitencia (no necesariamente en este orden). El amor es más fuerte que las bombas ofrece una estampa familiar llena de contradicciones humanas basadas en nuestra propia naturaleza, pocas veces saciada por completo, que nos impele a ser felices, pero nos brinda muchas formas distintas de serlo, y que por ello con frecuencia se pelean entre sí.
Por todas esas razones, El amor es más fuerte que las bombas sigue la tendencia triste y melancólica buscada en su anterior film, basado en la novela El fuego fatuo, si bien su impacto emocional es aquí menos intenso. Pero es, de hecho, una película que no busca una finalidad concreta, más allá de generar distintos pensamientos en el espectador, que, sea como sea, estará enfrentándose a lo que le muestre la pantalla de maneras opuestas e incluso contradictorias. Un guion nunca del todo explicitado, aunque contado con sencillez y naturalidad, y que, en muchos casos, se entroncará con las propias experiencias personales de la audiencia. Una duda que se mantendrá presente en la mente de muchos, con certeza, y es que si el amor es más fuerte que las bombas, saber lidiar con el dolor que este produce sólo puede ser una proeza.
Isabelle Reed (Isabelle Huppert) es una reconocida fotógrafa de guerra que fallece en un accidente de tráfico. Al morir, deja marido y dos hijos, y ahora ellos tienen que encarar las consecuencias de la pérdida, pero también de las sorpresas que esa pérdida deparará. Gene, el padre (Gabriel Byrne), colabora con unos periodistas para realizar una retrospectiva del trabajo de su esposa, mientras intenta acercarse a su hijo adolescente, Conrad (Devin Druid), que lucha contra sus propios problemas derivados de la edad, además del de la pérdida. Por otro lado, tenemos a Jesse Eisenberg haciendo el papel del hijo mayor de la familia, un profesor de universidad que acaba de ser padre y que mantenía una cercana relación con su madre. Sobre esta base, Trier y Eskil Vogt tejen una historia llena de recuerdos, saltos en el tiempo, rencor y amor, y puntos de vista. Cada elemento, aplicado en conjunto, da forma a una interesante reflexión: el poder de nuestra apreciación para llegar a conclusiones que nos satisfagan.
La propia cinta ofrece dos caras de una misma moneda, y hasta tres o cuatro si es preciso, apuntando únicamente a esta familia deshecha y sin embargo en construcción. La convivencia que se contradice con el anhelo de estar solos, la soledad que se arrepiente de no convivir con los que ama. Las debilidades que se desarrollan al cerrar heridas del pasado, la fortaleza del pasado para mantenerse abierto. La traición, los secretos y la penitencia (no necesariamente en este orden). El amor es más fuerte que las bombas ofrece una estampa familiar llena de contradicciones humanas basadas en nuestra propia naturaleza, pocas veces saciada por completo, que nos impele a ser felices, pero nos brinda muchas formas distintas de serlo, y que por ello con frecuencia se pelean entre sí.
Por todas esas razones, El amor es más fuerte que las bombas sigue la tendencia triste y melancólica buscada en su anterior film, basado en la novela El fuego fatuo, si bien su impacto emocional es aquí menos intenso. Pero es, de hecho, una película que no busca una finalidad concreta, más allá de generar distintos pensamientos en el espectador, que, sea como sea, estará enfrentándose a lo que le muestre la pantalla de maneras opuestas e incluso contradictorias. Un guion nunca del todo explicitado, aunque contado con sencillez y naturalidad, y que, en muchos casos, se entroncará con las propias experiencias personales de la audiencia. Una duda que se mantendrá presente en la mente de muchos, con certeza, y es que si el amor es más fuerte que las bombas, saber lidiar con el dolor que este produce sólo puede ser una proeza.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Mi perspectiva ha sido un poco negativa. El amor (o el dolor) que, se supone, viven los protagonistas, es enterrado por su exceso de intelectualismo.
27 de agosto de 2016
27 de agosto de 2016
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hace cuatro años Joachin Trier nos dejó con "Oslo, 31 de Agosto", una tarjeta de presentación que dejaba bien claro que no solo es primo del gran Lars von Trier, sino que posee un universo propio y capacidad artística para contárnoslo.
Ya entonces estaba en proceso la producción de la cinta que ahora nos llega con un excelente reparto internacional. Se la esperaba y la crítica la ha recibido con división de opiniones, más cercanas a la decepción que otra cosa.
A un servidor, no solo no le ha decepcionado en absoluto sino que me ha parecido que esta deconstrucción de La Familia, con mayúsculas como bloque y pilar básico social es un portento de sensibilidad, respeto por la libertad individual, el amor, síntesis y análisis generacional, sociológico, humano y esperanzador canto a la unidad desde la diversidad, donde el suicidio planea como una opción más ante la vida por paradójico que parezca.
El distanciamiento respetuoso de Trier por los miembros de esta familia y el resto de personajes es intachable y el melodrama surge limpio sin añadidos ni subrayados. La sutil forma de mirar, de montar y de marcar el ritmo nos deja escenas cargadas de poesía y diferentes tonalidades sin estridencias. Las capas y las reflexiones son múltiples. Viéndola, disfrutandola se me ocurría que bien pudiera proyectarse en sesión doble con "La gran familia" (Fernando Palacios / 1962). El análisis de esas dos realidades, entre dos formas de entender el núcleo social por excelencia, en dos países con una evolución social antagónica y los 44 años que las separan, daría para un estudio y una reflexión vital enriquecedora.
La metáfora de esas chicas jovencitas dando volteretas despreocupadas en el aire es bellisima.
Que no decaiga, señor Trier, el amor que ud. siente por el cine es más fuerte que las bombas (de los críticos).
Ya entonces estaba en proceso la producción de la cinta que ahora nos llega con un excelente reparto internacional. Se la esperaba y la crítica la ha recibido con división de opiniones, más cercanas a la decepción que otra cosa.
A un servidor, no solo no le ha decepcionado en absoluto sino que me ha parecido que esta deconstrucción de La Familia, con mayúsculas como bloque y pilar básico social es un portento de sensibilidad, respeto por la libertad individual, el amor, síntesis y análisis generacional, sociológico, humano y esperanzador canto a la unidad desde la diversidad, donde el suicidio planea como una opción más ante la vida por paradójico que parezca.
El distanciamiento respetuoso de Trier por los miembros de esta familia y el resto de personajes es intachable y el melodrama surge limpio sin añadidos ni subrayados. La sutil forma de mirar, de montar y de marcar el ritmo nos deja escenas cargadas de poesía y diferentes tonalidades sin estridencias. Las capas y las reflexiones son múltiples. Viéndola, disfrutandola se me ocurría que bien pudiera proyectarse en sesión doble con "La gran familia" (Fernando Palacios / 1962). El análisis de esas dos realidades, entre dos formas de entender el núcleo social por excelencia, en dos países con una evolución social antagónica y los 44 años que las separan, daría para un estudio y una reflexión vital enriquecedora.
La metáfora de esas chicas jovencitas dando volteretas despreocupadas en el aire es bellisima.
Que no decaiga, señor Trier, el amor que ud. siente por el cine es más fuerte que las bombas (de los críticos).
9 de marzo de 2016
9 de marzo de 2016
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es curioso ver la influencia que puede tener un guionista en la creación de una obra cinematográfica. Aunque probablemente no sea lo habitual, y muchos de los guionistas vean reducida su aportación a la escritura. Tras escribir Reprise y Oslo, 31 de agosto junto a Joachim Trier, director de ambas, Eskil Vogt decidió atreverse en la dirección con Blind, trabajo que además escribió en solitario y por el cual ganó el premio al mejor guion en el Festival de Sundance. Una cinta que, bajo mi punto de vista, supera holgadamente el nivel de Oslo, 31 de agosto. Y no sólo veo mayores logros en el trabajo de escritura de la obra, pues además cuenta con un estilo visual mucho más marcado y sugerente. Una vez vista la capacidad creativa de Vogt es más fácil comparar y cuantificar el grado de influencia de su trabajo en la obra de Trier. El amor es más fuerte que las bombas es el primer trabajo donde podemos comprobarlo, y debo decir que formalmente se acerca mucho más a Blind que a sus anteriores trabajos. Por tanto, está claro que Eskil Vogt ha tenido mucha más influencia en el desarrollo de este trabajo de la que podría tener un guionista cualquiera.
Aunque cercana a Blind en lo estilístico, en el trabajo de sonido (el diseño de sonido corre en ambas películas a cargo de Gisle Tveito) y de la imagen en conjunto, El amor es más fuerte que las bombas recuerda al tratamiento de los personajes de Trier en su anterior trabajo, especialmente el de esa Isabelle Huppert que es a la vez epicentro de la narración y personaje físicamente ausente. Nos encontramos pues antes dos cineastas y guionistas con un futuro prometedor, aunque es inevitable hacerse la pregunta de cuánta es la dependencia que tiene el director nacido en Oslo de su compatriota y compañero de escritura. Vogt ya ha demostrado ser capaz de hacer una obra redonda en solitario, mostrando contar con una imaginación y creatividad desbordante capaz de nutrir la narrativa de sus trabajos y la de los de Trier.
El amor es más fuerte que las bombas es bastante simple en lo argumental. Con motivo de una exposición de la obra de la fotógrafa de guerra Isabelle Reed, dos años después de su inesperada y temprana muerte, los tres hombres de su vida deben volver a convivir en el hogar familiar. Jonah (Jesse Eisenberg), un exitoso profesor universitario que acaba de tener un hijo, deberá pasar tiempo junto a su padre Gene (Gabriel Byrne), que intenta rehacer su vida mientras mantiene una relación con una mujer más joven, y su hermano pequeño Conrad (Devin Druid), que sufre problemas típicos de la adolescencia como la introversión. A partir de los recuerdos que guarda cada uno de Isabelle (es preciso destacar que la imagen que tienen los dos hermanos de ella es muy diferente) y mediante una narración fragmentada, se disecciona de forma brillante una familia al completo, tanto en lo individual como en lo colectivo. Las imágenes del trabajo realizado por Isabelle son mucho más reveladoras que la visión que nos aportan los tres hombres de ella, haciendo que un primer plano de su rostro sea capaz de transmitir con mayor acierto su situación vital antes del accidente de tráfico que acabó con su vida (y, en cierto modo, con la de su familia como ente social) que las inexactas imágenes que su marido e hijos tenían formadas.
Más allá de todo el drama familiar, que lo hay y verdaderamente potente, el tercer largometraje de Trier pone en evidencia la falsedad de las apariencias, y lo hace a través de un artefacto narrativo que también recurre a la mentira para avisarnos de sus intenciones formales. A primera vista todo puede engañarnos y hacer que nos formemos una visión equivocada, por eso Trier narra algo que ya habíamos visto -y entendíamos- desde otro punto de vista, como si nos estuviera diciendo que prestemos atención a todo lo que pueda ocurrir. La alternancia entre pasado y presente y, especialmente, entre realidad y sueños (que va más allá de lo referido a la figura de Huppert en el caso de Conrad) es una constante durante todo el metraje. Lo que podría haber sido un drama familiar rutinario se convierte en una obra sugerente y estéticamente portentosa, casi una una experiencia sensorial como también lo era Blind. Tenía miedo de que Trier se hubiera convencionalizado por aquéllo de rodar con actores internacionalmente conocidos y en inglés, pero nada más lejos de la realidad, pues se mantiene fiel a sus principios y además aprovecha a las mil maravillas las cualidades de sus reputados intérpretes (y también de los menos reputados, como es el caso del sorprendente Devin Druid). Nada que objetar por mi parte.
Pese a todo, El amor es más fuerte que las bombas está muy lejos de la perfección, pues peca de ser un tanto irregular por sus bajones creativos cuando toca desarrollar más de cerca el drama familiar. Sin embargo, el dramatismo está tratado con una sutileza y elegancia que no hace más que confirmar este trabajo como una obra notabilísima. Un espléndido retrato de las relaciones familiares, la pérdida, el duelo, la incomunicación, la adolescencia y las apariencias que logra ser emotivo sin recurrir a los elementos habituales. Espero que no haya quejas para los que critican las películas por “no contar nada nuevo”. El contenido y la forma han de ir de la mano y complementarse para crear un equilibrio que pueda hacer una película trascendente a partir de un temática en apariencia banal o manida, y eso es algo que aquí ocurre. Brillante.
Aunque cercana a Blind en lo estilístico, en el trabajo de sonido (el diseño de sonido corre en ambas películas a cargo de Gisle Tveito) y de la imagen en conjunto, El amor es más fuerte que las bombas recuerda al tratamiento de los personajes de Trier en su anterior trabajo, especialmente el de esa Isabelle Huppert que es a la vez epicentro de la narración y personaje físicamente ausente. Nos encontramos pues antes dos cineastas y guionistas con un futuro prometedor, aunque es inevitable hacerse la pregunta de cuánta es la dependencia que tiene el director nacido en Oslo de su compatriota y compañero de escritura. Vogt ya ha demostrado ser capaz de hacer una obra redonda en solitario, mostrando contar con una imaginación y creatividad desbordante capaz de nutrir la narrativa de sus trabajos y la de los de Trier.
El amor es más fuerte que las bombas es bastante simple en lo argumental. Con motivo de una exposición de la obra de la fotógrafa de guerra Isabelle Reed, dos años después de su inesperada y temprana muerte, los tres hombres de su vida deben volver a convivir en el hogar familiar. Jonah (Jesse Eisenberg), un exitoso profesor universitario que acaba de tener un hijo, deberá pasar tiempo junto a su padre Gene (Gabriel Byrne), que intenta rehacer su vida mientras mantiene una relación con una mujer más joven, y su hermano pequeño Conrad (Devin Druid), que sufre problemas típicos de la adolescencia como la introversión. A partir de los recuerdos que guarda cada uno de Isabelle (es preciso destacar que la imagen que tienen los dos hermanos de ella es muy diferente) y mediante una narración fragmentada, se disecciona de forma brillante una familia al completo, tanto en lo individual como en lo colectivo. Las imágenes del trabajo realizado por Isabelle son mucho más reveladoras que la visión que nos aportan los tres hombres de ella, haciendo que un primer plano de su rostro sea capaz de transmitir con mayor acierto su situación vital antes del accidente de tráfico que acabó con su vida (y, en cierto modo, con la de su familia como ente social) que las inexactas imágenes que su marido e hijos tenían formadas.
Más allá de todo el drama familiar, que lo hay y verdaderamente potente, el tercer largometraje de Trier pone en evidencia la falsedad de las apariencias, y lo hace a través de un artefacto narrativo que también recurre a la mentira para avisarnos de sus intenciones formales. A primera vista todo puede engañarnos y hacer que nos formemos una visión equivocada, por eso Trier narra algo que ya habíamos visto -y entendíamos- desde otro punto de vista, como si nos estuviera diciendo que prestemos atención a todo lo que pueda ocurrir. La alternancia entre pasado y presente y, especialmente, entre realidad y sueños (que va más allá de lo referido a la figura de Huppert en el caso de Conrad) es una constante durante todo el metraje. Lo que podría haber sido un drama familiar rutinario se convierte en una obra sugerente y estéticamente portentosa, casi una una experiencia sensorial como también lo era Blind. Tenía miedo de que Trier se hubiera convencionalizado por aquéllo de rodar con actores internacionalmente conocidos y en inglés, pero nada más lejos de la realidad, pues se mantiene fiel a sus principios y además aprovecha a las mil maravillas las cualidades de sus reputados intérpretes (y también de los menos reputados, como es el caso del sorprendente Devin Druid). Nada que objetar por mi parte.
Pese a todo, El amor es más fuerte que las bombas está muy lejos de la perfección, pues peca de ser un tanto irregular por sus bajones creativos cuando toca desarrollar más de cerca el drama familiar. Sin embargo, el dramatismo está tratado con una sutileza y elegancia que no hace más que confirmar este trabajo como una obra notabilísima. Un espléndido retrato de las relaciones familiares, la pérdida, el duelo, la incomunicación, la adolescencia y las apariencias que logra ser emotivo sin recurrir a los elementos habituales. Espero que no haya quejas para los que critican las películas por “no contar nada nuevo”. El contenido y la forma han de ir de la mano y complementarse para crear un equilibrio que pueda hacer una película trascendente a partir de un temática en apariencia banal o manida, y eso es algo que aquí ocurre. Brillante.
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