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The Florida Project

Drama Una niña de 6 años y sus amigos pasan el verano en un pequeño motel muy próximo a Disneyworld, mientras sus padres y el resto de adultos que les rodean sufren aún los efectos de la crisis. (FILMAFFINITY)

Críticas 138
Críticas ordenadas por utilidad
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7
2 de octubre de 2017
249 de 276 usuarios han encontrado esta crítica útil
Existen más parques temáticos de los que parece en Florida.
Están Disney World, que se compone de Magic Kingdom, Hollywood Studios, Animal Kingdom y Epcot, luego está Universal Studios, Sea World... y otro más, uno más difícil de contemplar.
Uno en el abundan los castillos de colores chillones, y gigantescos magos de plástico saludan al paseante. Uno en el que no faltan las noches de fuegos artificiales, y un edificio ardiendo es la mejor atracción que se puede desear. En él, la diversión nunca termina y otros dirían que nunca acaba de empezar.

'The Florida Project' abre una ventana a la periferia de los sueños infantiles, versión estadounidense, en esa zona en la que un puñado de visionarios creyeron necesarios lugares de evasión, donde la gente podría olvidarse de sus frustraciones y saludar a su personaje de dibujos animados favorito.
Por supuesto, orbitar esa clase de anhelados lugares de recreo no puede ser tan fácil como estar en ellos, y pronto se demuestra así: Moonee y su pandilla pasan las horas del verano en las cunetas de la carretera, rodeados de adultos negligentes y miseria social, que malvive en moteles baratos como la pintura de colores que los cubre.
Pero, sorpresa, algo que nunca nadie imaginaría viendo todo eso desde fuera, es que los niños nunca han necesitado nada más, porque todavía son niños.

Ellos no conocen la tristeza o la crueldad, porque se han criado con ella y sus madres (solteras y jóvenes, que se quedaron a la espera de un padre irresponsable) procuran que se olviden de todo eso como cualquier madre haría.
Hasta los castigos los toman como un juego, como una excusa para conocer una nueva amiga, tan desconectados están del mundo adulto que ni de sus gritos o reproches se enteran.
En este verano, la diversión no conoce límites para ellos y adultos buenazos como el gerente Bobby (maravilloso Willem Dafoe) solo contribuyen a ella.

Se podría discutir que la historia no parece tener un camino lineal, que más bien parecen una recolección de vivencias, o quizás que Sean Baker está demasiado enamorado de sus perlas entre la mierda... pero basta echar un vistazo más cercano para apreciar un triste relato de fin de la infancia, contado en un lugar en el que todos creemos que vive por siempre.
Sin necesidad de ver a Mickey o visitar el castillo de Cenicienta, Moonee y sus amigos se las apañan para divertirse, mientras de fondo sus madres luchan contra la marginación social día tras día, buscando un empleo por horas que les permita mantener un crío y salir de fiesta de vez en cuando.
Es tan miserable el contraste, pero está tan bien hilado dentro de este reino de colores vibrantes, que sólo nos damos cuenta de lo horrible que estamos viendo cuando son los niños quienes lo sufren directamente: como testigos silenciosos permanecen ante las acciones más brutales de sus mayores, incapaces de procesarlas en su mente infantil, marcados inevitablemente con la violencia y vileza que les demuestran.

Porque hemos creído que estos niños lo tienen todo sin tener que visitar a Goofy, y ese pensamiento nos alegra, pero no es así: "este es mi árbol favorito porque a pesar de caer siguió creciendo" confiesa Moonee a su nueva mejor amiga Jancey, inesperadamente consciente de su situación y trazando un paralelismo con miles de familias que, como ella, crecen hacia donde les dejan y donde les permiten, muchas veces luchando con uñas y dientes de la manera más rastrera posible.
En ese punto, cuesta poco simpatizar con Moonee por una infancia que nunca tendrá: ella imagina su habitación ideal en unos apartamentos abandonados, y nos damos cuenta de que sus deseos tienen tanto futuro como ese cascarón vacío (pero colorido), abandonado al sol inclemente de Florida.
No nos extraña que Bobby, habiendo confesado sus flaquezas en dos frases (porque a veces no hace falta decir mucho más para imaginar mil desgracias), haya querido ser el guardián de la inocencia de estos pequeños, pero hasta él poco puede hacer sin rendirse a la evidencia de que el árbol ya está podrido, y la pequeña rama con ello debe vivir, aunque no tenga cabeza ni ánimo para darse cuenta.

Pienso que igual no hacía falta recrearse tanto en la pobreza moral de Halley, la madre de Moonee, o que me sobran muchas escenas que solo inflan las vivencias de estos niños y poco aportan.
Pero también pienso que, cuando alguien va a Florida, tiende a ignorar apresuradamente a estos merodeadores del atardecer, porque son los reinos de fantasía los que importan: por una vez, aunque se cargue el ritmo de la película, y aunque una madre así tenga difícil redención, no me parece mal que nos mande a todos a la mierda, aunque sea desde una cuidada ficción.

Es cierto, para Moonee todos los días eran una celebración, porque vivía en el parque temático más desconocido y más extraño de Florida.
Pero solo se puede ignorar la edad adulta hasta determinado momento, hasta que sus extremos asoman, y lo que antes fue perfecto ahora doloroso e injusto se queda.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
El final es una reacción a toda la película: Moonee termina su infancia con el primer llanto sincero que le hemos visto tener, y Jancey le evita la tristeza llevándola a Magic Kingdom, a ese reino de ratones antropomórficos y castillos de cartón donde dicen que puedes ser feliz para siempre.
La cámara en mano se ajusta a un recorrido lineal y concreto, guiando su camino hacia un lugar donde siempre podrán ser niñas, y se podrán refugiar de la maldad adulta que tanto les ha quitado.
Como si Sean Baker estuviera dándonos, con la misma mano, una caricia y un arañazo: serán felices para siempre, pero nunca más volverán a su reino encantado para serlo.

¿Fantasía?
También parece fantasía que en "el lugar más feliz del mundo" mucha gente así viva, y sin embargo, mira.
8
7 de octubre de 2017
84 de 94 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sean Baker, fenómeno indie gracias a "Starlet" y "Tangerine", firma en "The Florida Project" su consagración como una de las voces más atrevidas del cine estadounidense. Baker sitúa la acción de su película más redonda en las inmediaciones de Disney World, un espacio marginal con tintes de irrealidad. En ese entorno, que para unos funciona como lugar de paso y para otros de purgatorio extravagante, un grupo de niños hacen y deshacen a su antojo, con una espontaneidad y una ingenuidad que Baker filma con una verdad inconmesurable, rayando incluso el estilo documental. "The Florida Project" es, por lo tanto, el retrato de unos pillos, una sucesión de travesuras, juegos, idas y venidas entre luces de neón, piscinas vacías, descampados, fuegos artificiales y edificios teñidos de amarillo y púrpura. También, en su resolución, un descenso a los infiernos que su director, cómplice de la desdicha de sus personajes, mitiga con un plano final precioso, un ejercicio escapista que reivindica la fantasía aun cuando apremia la realidad más desfavorable. "The Florida Project" consigue dibujarnos una amplia sonrisa sin obviar las aristas más tristes de su historia, con un dominio de la luz, los tonos pastel y la dirección de actores al alcance de pocos superdotados. Con momentos, además, que se quedan grabados en la memoria del espectador: destacamos el concurso de eructos, la discusión que termina con una compresa pegada en el cristal o el helado que los niños chupetean y comparten entre tres. En resumen, una película energética y elegíaca que, irremediablemente, se gana el afecto de todos, como esas personas que afrontan sus problemas con una sonrisa de boca a oreja, o como ese árbol caído que sigue creciendo y que, a la postre, se convierte en el símbolo de toda la película.

@CinoscaRarities http://cachecine.blogspot.com
7
28 de febrero de 2018
39 de 44 usuarios han encontrado esta crítica útil
Crónica desoladoramente exacta de una infancia robada (el azar le dio una madre sin esperanza. Que seguramente también en sus años de infanta tuvo y sufrió lo suyo. La rueda que gira y se ceba muchas veces con los mismos, con los que comparten sangre y estirpe).
Retrato perfecto de una mujer derrotada, en apuros, sin recursos.
Una madre y una hija. En Florida. En verano. Sin nada que hacer. Ella no trabaja. Espera. Nada. La hija pequeña juega. Con las vecinas.
El tiempo pasa. Nada sucede. Todo ocurre.
Gota a gota. Mansa/morosamente el tiempo se derrite y expande.
Pequeños hechos inadvertidos se van sumando. Uno tras otro hacen un puñado.
Se palpa el desastre. Se tensa el ambiente.
Y al final se rompe el cántaro, se acaba el cuento, se piden cuentas. Siempre habrá alguien que pagará el pato.
Spoiler:
La madre pierde la única ayuda, a su amiga. La hija, a su compañero de juegos.
No importa mucho. Pero ahora están todavía más solas.
Ella, la madre, trapichea, vende perfumes de aquella manera. Hasta que también se acaba eso. Teme ir al talego.
Se prostituye. Era el final inevitable. El único medio (aquí no lo muestran de manera explícita. Otra decisión hermosa). El más fácil/difícil.
Le quitan a la niña. También era previsible.
Es un reguero de desgracias, en definitiva, en sordina. Un recorrido muy triste (y vitalista; y lleno de amor a pesar de todo. Claro que sí, suelen darse a veces los extremos) por un sonoro fracaso.
Lo importante es cómo se cuenta. De forma (casi) milagrosa. Por su completa ausencia de trampas, trucos o añagazas sentimentales/sensibleras, por no utilizar el énfasis o buscar la sensación morbosa más impactante. Por todo lo que acertadamente omite y evita, sin excluir lo esencial.
Lo cual demuestra que se puede mostrar lo más penoso o sórdido de forma elegante, elíptica, educada, sin caer en groserías innecesarias que nada aportan o sin tener que gritarlo todo con altavoces para tontos/sordos.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Hasta la aparición una vez más en película USA de la amenaza pederasta cuando se narra la infancia (padecen esa malsana obsesión que habla del sexo prohibido y nefando, del deseo enfermo, de los hombres y su terrible perdición) se salva. Ese pequeño meandro dentro de la historia mayor está contado también con pericia y rigor.
Es una película que está llena de pequeños buenos detalles. El conjunto de ellos, prácticamente infinitos, conforma una mirada tan ajustada, precisa y objetiva, tan lograda.
En su debe, por poner alguna pega, para que no se diga:
- El quizás demasiado brusco cambio de actitud de la amiga de la madre. Es lógico que acabase huyendo de semejante compañía. Pero tal vez deberían haberlo explicado más y mejor, de forma más gradual. Pasa de quererla como a una hermana a no dirigirle la palabra en un momento. Se entiende que estuviese harta, pero no hay proceso para verlo con mayor detenimiento.
- El posiblemente excesivo número de minutos dedicados a las fechorías de los chavales, bien narrados, pero también insistentes y repetitivos. Podrían sobrar bastantes o por lo menos algunos minutos.
Y ahora el epílogo: la niña huye despavorida en busca de su única amiga, el tono cambia repentinamente, aparece una música hasta ese momento ausente de ese modo y la imagen se acelera. Se escapan cogidas de la mano. A Disney. Estaban al lado del paraíso (falso, de baratillo, de azúcar y con olor a comercio blando y trucado).
Son los restos del naufragio. La gente que ha quedado en la orilla, arrumbada, sin suerte ni futuro, eliminada, las sobras del sistema.
Características de la derrotada:
- Malhablada, maleducada, mínimamente vestida, todo el santo día la televisión encendida, mucho tiempo tumbada sin hacer nada, inepta, arrogante, borde y bruta para ahuyentar los posibles problemas, pícara, burra, peleona, pendenciera y peligrosa.
- Pero para no caer en los tópicos ni en la obviedad, también nos la muestran muy humana, quiere mucho a su hija y todos sus numerosos pecados son menores, entre la desidia y la pura supervivencia. Es consciente de la situación y le duele, aunque disimule, aunque no llore, aunque se haga la fuerte, es una máscara que se pone para huir hacia delante y que nadie se atreva a hacerla frente.
- No le quitan ni le ponen nada. No la salvan ni la condenan. Ni están a favor ni en contra. La observan, nos la enseñan, nos dejan a nosotros la tarea, que nos hagamos una idea, sin interponerse toscamente entre lo que nos cuentan y nuestra idea. No nos quieren aleccionar o dar un sermón. Solo contar. Mostrar. Exponer.
Bravo. Sobre todo como excepción al clima actual de fanatismo religioso (la religión democrática occidental estatal globalizada) en el que andamos inmersos, metidos hasta el cuello, y del que el cine actual es tan víctima y siervo, correa de transmisión de los mantras que vierten a toneladas de propaganda los que mandan.
Colores. Chillones, como pequeños soles. Ese morado, esos azules y esas luces.
Los niños. Están muy bien.
Las madres. Estupendas. Especialmente la protagonista con su lenguaje corporal/gestual tan apropiado.
Y Dafoe. Sobre todo Dafoe. Siempre Dafoe. Lo amo por encima de todas las cosas. Amo a Dafoe. Entero y verdadero.
Pobre Dafoe. Lo que aguanta el hombre. Qué paciencia. Qué santo varón. Su retrato es la exposición más rigurosa y equilibrada de la bondad que en años he visto. Eso es un santo. Un hombre. Una bella persona. Capaz de hacer su trabajo con mano maestra a la par que tratar de ayudar a todo el mundo. Es el Dios bueno de ese pequeño universo, el rey sano de ese vecindario, el padre de todos, nuestro hombre en la Tierra; supervisa, perdona, arregla, exige, protege, comprende, compadece, educa y enseña.
Y Dafoe el actor. Un ser que no es de este mundo. No sé si lama tibetano, místico español o simplemente el mejor, el que nos sobrevivirá a todos, el que portará la luz escasa de la esperanza. En la sombra, calladamente. Como debe ser.
Bien.
8
9 de octubre de 2017
38 de 47 usuarios han encontrado esta crítica útil
Fue el turno de otra perla a las 12:00 en el mismo Victoria Eugenia: el drama independiente estadounidense The florida project, obra de Sean Baker que ya se pudo ver en Cannes, dónde fue una sensación crítica. En un verano caluroso en las inmediaciones del Walt Disney world Resort de Florida, viven en un motel de color púrpura y humildes instalaciones la niña Moonee y su madre soltera veinteañera Halley. Los infantes jugarán y se divertirán con ignorancia y explosividad en un divertido y vivo verano, mientras la precariedad laboral y la ruina económica asola a sus jóvenes madres, perturbando paulatinamente el bienestar de estas familias disfuncionales hasta límites incontrolables.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Un relato cercano y realista de una parte frágil de la América profunda desde un tono agridulce de fábula infantil tan divertido como trágico y triste, de inevitable y trágica fatalidad. Una propuesta estética extraordinaria, de colores pasteles, saturadas tonalidades cálidos y preciosistas encuadres que, pese a su potencia cinemática, se usan como instrumento relegado a la efectividad de la historia. Una que fluye con una organicidad encomiable, construyendo siempre sin dejar puntos muertos. Willem Dafoe aporta una gran interpretación como gerente del motel, y el filme logra aunar mediante sus escenarios un logradísimo tono de inocencia pervertida y magia despojada de ilusión y devenida en rancia y sórdida carcasa. Un relato tan tierno como exasperante, gamberro o, inclusive, melancólico. Un filme, si acaso, largo de más y reiterativo en su segunda mitad, carente de sutileza y dónde todo queda aclarado y el drama histrionizado. Características, pese a todo, únicas de uno de los filmes no ya del festival, sino del año.
3
31 de diciembre de 2017
121 de 214 usuarios han encontrado esta crítica útil
A los dos minutos de película, te presentan a dos niños tan despreciables que te dan ganas de... llamarles de todo menos bonitos. Se entienden las travesuras, no que llamen "gorda y puta" a alguien unos niñatos que no levantan dos palmos del suelo.
Pero sigues viendo la película porque te imaginas lo que viene después. Lo que va a ser la moraleja. Deseas que no se confirme. ¡Joé!, después de todo, tiene buena nota en todas partes. No puede ser tan obvia. ¿No?
A los diez minutos, esas ansias de llamarles de todo menos bonitos se acentúan. Pero sigues esperando por si acaso te sorprenden.
A los veinte minutos, esa sensación se transmite a la madre... o lo que sea eso. Los temores de la moraleja se van fundando.
A los treinta, ciertas actitudes inquisitoriales se te vienen a la cabeza. Lo están consiguiendo: ya odias a la madre y la hija, incluso a pesar de las escenas con juegos. Bravo por el guion (o su ausencia, porque apenas hay. El 50% está improvisado... y se nota) y por la dirección que consiguen lo que se proponían.
¿Pero se confirmarán las obvias intenciones de Sean Baker?

A los cuarenta, le obvia moraleja queda clara: de tal palo, tal astilla.
Horror.

A la hora, empiezan las tomas repetitivas de la miseria moral de la madre, que está contagiando a su hija, y de los juegos de los niños. Y empieza a aburrir. Como el director también se da cuenta de que está agotando los recursos, decide solucionarlo embutiendo frases en la boca de la niña que de ningún modo una niña de esa edad podría construir: "me encanta ese árbol porque siguió creciendo después de caer" y colocándola en una casa que sueña que es suya. Y que acaba ardiendo. Como dijo Kevin Costner en JFK: "tan sutil como una cucaracha sobre la nieve". Lo intenta solucionar también abriendo cuadro al mundo adulto: la conversación en la piscina que doña top-less, del mannager con el trabajador, la lucha entre madres... Pero todo se siente ya forzado, repetitivo una vez más.
A partir de ahí, la película cae en picado porque no sabe contar otra cosa, solo reincidir en lo mismo. Una, otra y otra vez.
Y todo se vuelve un desastre.
Y como se da cuenta, pues entonces metemos un poco de drama al final. ¿Pero sabes por qué no es drama? Porque estás deseando que ocurra eso. Y, por tanto, más que emocionarte, solo dices "¡ya era hora!". Sin emoción.

Lo que empezó siendo una original visión subjetiva del mundo a los ojos de la niña, se destruye a lo largo de los siguientes cincuenta minutos. Solo sientes repetición, repetición, hastío y repetición de nuevo.

Lo que comenzó siendo una muy buena antítesis de mundo adulto triste vs mundo infantil alegre, te empieza a dar igual. Porque aunque comprendes a la niña, ya no la soportas. Das gracias a todo cuando llegan quienes llegan a la puerta. Eso sí, como buen estadounidense amante de la familia a pesar de todo que debe de ser el director... el amor. ¡Ay, el amor! Pero como en muchos casos es cierto, se lo compro. Vale, venga.

Lo que era una buena idea, reflejar la miseria moral y la supervivencia en un mundo despiadado de ricos/pobres, se lo carga el propio director al mostrar que la mayor parte de los que están en esa situación en el motel no optan por lo que hace esa madre. Se carga su propia idea de base. ¡Olé!

Así que lo mejor de esta película es la excepcional interpretación que hace la niña acompañada de un más que correcto Williem Dafoe y una estupenda madre (a la que odias), lo bien que muestra el mundo infantil y sus juegos y la escena que da cierre al film desde que rompe a llorar en la puerta de su amiga hasta que acaba donde acaba.
Una metáfora muy lograda.
¡Chapeau! Y esto sí lo digo en serio.

Esta película habría sido un cortometraje fabuloso. Le sobra al menos una hora de metraje. Y hubiera estado de cine. Literalmente.

Lamentablemente, alguien decidió que era un excelente idea hacer un largometraje. Y el resultado es The Florida Project.

Pero ¡ey!, la crítica la pone por las nubes. Y el público, por lo que veo.
Así que el equivocado debo de ser yo.
Otra vez.
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