Temple
3,1
369
8 de julio de 2021
8 de julio de 2021
14 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Como director, Michael Barret sólo tiene “Temple” (2017) como largometraje en su carrera (si es que podemos categorizar como tal a una cinta de apenas 78 minutos de duración, que todo lo que tiene de “largo”, es el efecto eterno que le da un ritmo narrativo más que indolente).
Bajo ningún concepto no se puede achacar al presupuesto (3,4 millones de dólares, casi nada), un producto que deja mucho que desear en varios aspectos. Principalmente un guión que se las ve y se las desea para desarrollar una trama de lo más simple y sencilla que uno puede encontrar en una historia de estas características. El firmante del script, el hermano del realizador, Simon Barret nos propone un hilo argumental repleto de inconnexiones, huecos, elipses, contradicciones y secuencias incompletas.
Asumiendo que el trabajo de dirección y del guionista suelen ir bastante cogiditos de la mano, difícil resulta juzgar la atribución de responsabilidades sobre la desmaña con la que se presenta, se desarrolla y se resuelve este cuento, que parte de una escena en el momento actual, para la que se supone que se hallará respuesta en lo que vendrá después, en forma de mega flashblack,
Parece que los “Barret Brothers” (para algunos críticos algo obvio, que es la principal cagada de la, hasta el momento, única ópera del tándem), convierten una receta de manual, de lo más sencillo, para cocinar el pavo del día de acción de gracias, en un enrevesada retahíla de rizos, acabar de rellenarlo de cualquier manera, improvisada, echando lo primero que encuentran en la despensa, e irse sin hacer ruido para que nadie se acuerde de quién ha puesto aquello en el horno.
Un recurso ya que empieza a desprender algo de hedor, éste de crear interés en el espectador, con una atmósfera siniestra, unos personajes inquietantes, un aparente trasfondo terrorífico como base sobre la que se construye la pared maestra argumental, todo ello casi hueco de contenido sobre lo que sustentarse, que explique o justifique lo que ha ido pasando de la manera más críptica durante casi todo el rodaje, para terminar con algo que, para que tenga sentido, empiezan a salir conejos de chisteras que han aparecido en escena de forma no menos absurda.
Con lo que el inocente espectador, en la cresta de la ola de su expectativa, se pega el trompazo del siglo porque resulta que bajo la tabla sobre la que pensaba estar surfeando no hay más sentido coherente, que el relleno improvisado con el que se fuerza el desenlace del relato.
Éste se concibe y se construye sobre la base del modelo del viaje de unos protagonistas destinados a pasar por una serie de peripecias, bajo la amenaza de unos peligros, para enfrentarse por fin a un reto: una prueba, el mal, una lucha…
En este sentido, “Temple” me lleva a evocar películas también del género del terror, como “Kung Fu contra los 7 vampiros de oro” (1974), de Roy Ward Baker, producida por la Hammer, que ya en fase de agotamiento de la saga de “Drácula”, apuesta por mezclar el terror con los viajes y las aventuras, y, por si fuera poco, con una buena dosis de patadas y de malabares. O, sin ir más lejos, la archi mítica “Indiana Jones y el templo maldito”, por no citar otras en las que el metraje nos adentra en el arquetipo del viaje.
Es curioso como en “Temple” (seguramente que no intencionadamente, quién sabe), hallamos alguna analogía con la citada cinta de Spielberg: nuestros aventureros acaban buscando un templo misterioso en el que han pasado (y pasarán) cosas horribles, les acompaña un chaval que recuerda al que acompaña a Harrison Ford, y también, oh coincidencia, tenemos una mina, que aunque no es de la guisa de parque de atracciones con vagonetas corriendo a toda velocidad, es escenario clave donde (de forma bastante infructuosa), los Barret intentan resolver el macabro triángulo amoroso que han montado entre los tres personajes: Christopjer, Kate y James.
Entre ellos no puede faltar el set de relaciones socioafectivas que se van desvelando a lo largo de todo su periplo, pero de forma críptica y superficial en la mayor parte de la duración de la cinta. Poco sabemos de ellos; no mucho más que se trata de una estudiosa de las religiones orientales que se lleva a su pareja y a un amigo de la infancia en un proyecto de investigación. Si a duras penas identificamos o nos imaginamos lo que nos deparará el rollo con la maltrecha y estrafalaria acción que protagoniza Logan Huffman en la introducción, en la que acaba clavando un lápiz en el cuello del desdichado traductor durante el interrogatorio, menos esclarecedora resulta la puesta en escena de los tres actores durante su excursión, tanto a nivel iconográfico, como a nivel de diálogos, que en lo poco trascendentes que son, se focalizan en la tarea que hace Christopher de hacer de intérprete del Japonés con los lugareños (cosa que, por otra parte, resulta contradictoria y grotesca; si él sabe japonés ¿cómo en el interrogatorio inicial se necesita un traductor?)
Lo más sustancial que vemos en el desarrollo de las relaciones entre los tres jóvenes, antes de llegar a la torpe conclusión de la película, es la escena del “coitus interruptus” de Kate i James, a quienes Christopher, que duerme con ellos en la misma habitación de la vetusta casa en la que se alojan, corta el rollo con sus gritos de espanto, habiendo visto algo como una siniestra sombra a través de la “shoji” del aposento. ¿ Pero a quién se le ocurre echar un polvo a la vista del amigo de su pareja? Ya podían haberse montado un trío, con lo que se nos habría dado un poco más de sustancia a la incipiente conducta promiscua que James muestra en las juergas, clara pista por donde irán los tiros en la sorpresa de fresa, cuando ya de noche en el templo, empiezan a salir los trapos sucios, las infidelidades y las pataletas, como percha desencadenante del horror final.
Bajo ningún concepto no se puede achacar al presupuesto (3,4 millones de dólares, casi nada), un producto que deja mucho que desear en varios aspectos. Principalmente un guión que se las ve y se las desea para desarrollar una trama de lo más simple y sencilla que uno puede encontrar en una historia de estas características. El firmante del script, el hermano del realizador, Simon Barret nos propone un hilo argumental repleto de inconnexiones, huecos, elipses, contradicciones y secuencias incompletas.
Asumiendo que el trabajo de dirección y del guionista suelen ir bastante cogiditos de la mano, difícil resulta juzgar la atribución de responsabilidades sobre la desmaña con la que se presenta, se desarrolla y se resuelve este cuento, que parte de una escena en el momento actual, para la que se supone que se hallará respuesta en lo que vendrá después, en forma de mega flashblack,
Parece que los “Barret Brothers” (para algunos críticos algo obvio, que es la principal cagada de la, hasta el momento, única ópera del tándem), convierten una receta de manual, de lo más sencillo, para cocinar el pavo del día de acción de gracias, en un enrevesada retahíla de rizos, acabar de rellenarlo de cualquier manera, improvisada, echando lo primero que encuentran en la despensa, e irse sin hacer ruido para que nadie se acuerde de quién ha puesto aquello en el horno.
Un recurso ya que empieza a desprender algo de hedor, éste de crear interés en el espectador, con una atmósfera siniestra, unos personajes inquietantes, un aparente trasfondo terrorífico como base sobre la que se construye la pared maestra argumental, todo ello casi hueco de contenido sobre lo que sustentarse, que explique o justifique lo que ha ido pasando de la manera más críptica durante casi todo el rodaje, para terminar con algo que, para que tenga sentido, empiezan a salir conejos de chisteras que han aparecido en escena de forma no menos absurda.
Con lo que el inocente espectador, en la cresta de la ola de su expectativa, se pega el trompazo del siglo porque resulta que bajo la tabla sobre la que pensaba estar surfeando no hay más sentido coherente, que el relleno improvisado con el que se fuerza el desenlace del relato.
Éste se concibe y se construye sobre la base del modelo del viaje de unos protagonistas destinados a pasar por una serie de peripecias, bajo la amenaza de unos peligros, para enfrentarse por fin a un reto: una prueba, el mal, una lucha…
En este sentido, “Temple” me lleva a evocar películas también del género del terror, como “Kung Fu contra los 7 vampiros de oro” (1974), de Roy Ward Baker, producida por la Hammer, que ya en fase de agotamiento de la saga de “Drácula”, apuesta por mezclar el terror con los viajes y las aventuras, y, por si fuera poco, con una buena dosis de patadas y de malabares. O, sin ir más lejos, la archi mítica “Indiana Jones y el templo maldito”, por no citar otras en las que el metraje nos adentra en el arquetipo del viaje.
Es curioso como en “Temple” (seguramente que no intencionadamente, quién sabe), hallamos alguna analogía con la citada cinta de Spielberg: nuestros aventureros acaban buscando un templo misterioso en el que han pasado (y pasarán) cosas horribles, les acompaña un chaval que recuerda al que acompaña a Harrison Ford, y también, oh coincidencia, tenemos una mina, que aunque no es de la guisa de parque de atracciones con vagonetas corriendo a toda velocidad, es escenario clave donde (de forma bastante infructuosa), los Barret intentan resolver el macabro triángulo amoroso que han montado entre los tres personajes: Christopjer, Kate y James.
Entre ellos no puede faltar el set de relaciones socioafectivas que se van desvelando a lo largo de todo su periplo, pero de forma críptica y superficial en la mayor parte de la duración de la cinta. Poco sabemos de ellos; no mucho más que se trata de una estudiosa de las religiones orientales que se lleva a su pareja y a un amigo de la infancia en un proyecto de investigación. Si a duras penas identificamos o nos imaginamos lo que nos deparará el rollo con la maltrecha y estrafalaria acción que protagoniza Logan Huffman en la introducción, en la que acaba clavando un lápiz en el cuello del desdichado traductor durante el interrogatorio, menos esclarecedora resulta la puesta en escena de los tres actores durante su excursión, tanto a nivel iconográfico, como a nivel de diálogos, que en lo poco trascendentes que son, se focalizan en la tarea que hace Christopher de hacer de intérprete del Japonés con los lugareños (cosa que, por otra parte, resulta contradictoria y grotesca; si él sabe japonés ¿cómo en el interrogatorio inicial se necesita un traductor?)
Lo más sustancial que vemos en el desarrollo de las relaciones entre los tres jóvenes, antes de llegar a la torpe conclusión de la película, es la escena del “coitus interruptus” de Kate i James, a quienes Christopher, que duerme con ellos en la misma habitación de la vetusta casa en la que se alojan, corta el rollo con sus gritos de espanto, habiendo visto algo como una siniestra sombra a través de la “shoji” del aposento. ¿ Pero a quién se le ocurre echar un polvo a la vista del amigo de su pareja? Ya podían haberse montado un trío, con lo que se nos habría dado un poco más de sustancia a la incipiente conducta promiscua que James muestra en las juergas, clara pista por donde irán los tiros en la sorpresa de fresa, cuando ya de noche en el templo, empiezan a salir los trapos sucios, las infidelidades y las pataletas, como percha desencadenante del horror final.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Christopher, aunque enigmático (y bastante “friqui”, como dirían los de ahora), es el personaje que cuenta con algo de mínima complejidad psíquica, a parte de un cierto atractivo físico, que no deja de tener su postizo. Sus visiones, su forma de interactuar con los elementos y las personas del entorno acaba acarreando el peso interpretativo que se supone que tendría que haber llevado Natalia Warner. Y por lo que respecta a Brandon Sklenar (James), no pasa de figurar una especie de tarugo, ese cliché de gigantón inculto y bobo que los europeos solemos atribuir a los “yankies”. Vamos, un dominguero que no genera más interés que el resto de figurantes japoneses, de largo mejor trabajados, especialmente el hombre ciego y el niño (o su fantasma) que les va siguiendo a todas partes, haciendo el típico papel de “advertidor” de los peligros, al que a veces los protas son capaces de seguir y entender las pistas que va dejando, y otras pasan de él como de un florero del decorado, buscándose la perdición.
La fotografía de Cory Geryak, es uno de los puntos fuertes de esta película. Con las localizaciones de cada escena, la iluminación y los efectos, crea un lenguaje propio que hace avanzar la historia, y cuenta lo que no hace el guión en su conjunto. La imagen es lo que aún revela más de una trama que no se quita el velo hasta el último momento, y de una forma tan poco elegante, que fulmina el interés que haya podido generar con las expectativas del paciente público, que va rellenando el rastro de los vacíos del script, en un sinfín de hipótesis y de anticipaciones.
La banda sonora, convencional sin más para el género del filme, no destaca por su interés musical, limitándose a dar brochazos para contribuir a ese juego del delirio intuitivo en el que nos ponen director y guionista, especialmente durante los títulos de crédito iniciales, sin otra intención artística.
El final se precipita como un chaparrón de esos que no dan ni tiempo a abrir el paraguas, y de tal modo que se forma tal riada que se lo lleva todo por delante, y uno se queda con cara de lele. Allí “acampados” en el templo, porque Christopher se ha roto una pierna merodeando en el interior del santuario, salen todos los desvelos, y empieza la masacre de una forma liosa, sin que quede nada explicado, y acabamos sabiendo lo mismo que los polis que interrogan a Cris (o lo que queda de él).
Incluso el guión se permite dejar las evidencias finales, con el amago de la puerta abierta a si Kate y James (y de rebote Cris), han sido víctimas de los malos espíritus, dueños del templo; dichos espíritus utilizan a Cris para la faena, con lo cual encajaría con esa actitud y ese carácter lacónico y de progresivo ensimismamiento del chaval a medida que avanza el tempo de la historia; o, simplemente, si el extraño intérprete-fotógrafo-amigo de la infancia de Kate, se los carga sin más después de cepillársela a ella y fumarse un porro, y después intenta quemarse a lo bonzo.
Lo que los policías encuentran en la cámara de Cris podría ir por ahí. Pero en la persecución del bosque, en la que James es la presa (y no sabemos exactamente quién o qué el depredador), vemos como falta la estatua de la deidad “guardiana” del templo. ¿Es que ésta ha cobrado vida y es la que mata a James? ¿o la quita Cristopher antes de matarlo para despistar tanto a su víctima como al público?
Quedan muchos cabos sueltos de los que los Barret se lavan descaradamente las manos, yéndose de pies juntillas, y endosando el paquete a Netflix, a ver si ahí se amortiza un poco el tema (dudo que en salas de cine así fuera).
Es evidente que en esta película no cabe un final glorioso como en “Indiana Jones y el Templo Maldito”, aunque esta referencia, a su vez, ya viene de “El Secreto de los Incas” (1954), de Jerry Hopper; en los buenos tiempos de Charlton Heston ya se estilaba el gusto por lo exótico (aunque recreado a conveniencia de Hollywood). Pero Spielberg habría sacado algo más digno e interesante.
La fotografía de Cory Geryak, es uno de los puntos fuertes de esta película. Con las localizaciones de cada escena, la iluminación y los efectos, crea un lenguaje propio que hace avanzar la historia, y cuenta lo que no hace el guión en su conjunto. La imagen es lo que aún revela más de una trama que no se quita el velo hasta el último momento, y de una forma tan poco elegante, que fulmina el interés que haya podido generar con las expectativas del paciente público, que va rellenando el rastro de los vacíos del script, en un sinfín de hipótesis y de anticipaciones.
La banda sonora, convencional sin más para el género del filme, no destaca por su interés musical, limitándose a dar brochazos para contribuir a ese juego del delirio intuitivo en el que nos ponen director y guionista, especialmente durante los títulos de crédito iniciales, sin otra intención artística.
El final se precipita como un chaparrón de esos que no dan ni tiempo a abrir el paraguas, y de tal modo que se forma tal riada que se lo lleva todo por delante, y uno se queda con cara de lele. Allí “acampados” en el templo, porque Christopher se ha roto una pierna merodeando en el interior del santuario, salen todos los desvelos, y empieza la masacre de una forma liosa, sin que quede nada explicado, y acabamos sabiendo lo mismo que los polis que interrogan a Cris (o lo que queda de él).
Incluso el guión se permite dejar las evidencias finales, con el amago de la puerta abierta a si Kate y James (y de rebote Cris), han sido víctimas de los malos espíritus, dueños del templo; dichos espíritus utilizan a Cris para la faena, con lo cual encajaría con esa actitud y ese carácter lacónico y de progresivo ensimismamiento del chaval a medida que avanza el tempo de la historia; o, simplemente, si el extraño intérprete-fotógrafo-amigo de la infancia de Kate, se los carga sin más después de cepillársela a ella y fumarse un porro, y después intenta quemarse a lo bonzo.
Lo que los policías encuentran en la cámara de Cris podría ir por ahí. Pero en la persecución del bosque, en la que James es la presa (y no sabemos exactamente quién o qué el depredador), vemos como falta la estatua de la deidad “guardiana” del templo. ¿Es que ésta ha cobrado vida y es la que mata a James? ¿o la quita Cristopher antes de matarlo para despistar tanto a su víctima como al público?
Quedan muchos cabos sueltos de los que los Barret se lavan descaradamente las manos, yéndose de pies juntillas, y endosando el paquete a Netflix, a ver si ahí se amortiza un poco el tema (dudo que en salas de cine así fuera).
Es evidente que en esta película no cabe un final glorioso como en “Indiana Jones y el Templo Maldito”, aunque esta referencia, a su vez, ya viene de “El Secreto de los Incas” (1954), de Jerry Hopper; en los buenos tiempos de Charlton Heston ya se estilaba el gusto por lo exótico (aunque recreado a conveniencia de Hollywood). Pero Spielberg habría sacado algo más digno e interesante.
28 de marzo de 2018
28 de marzo de 2018
9 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta película es una pura presentación de personajes y de historia y cuando empieza a mostrar el desenlace, a cinco minutos de terminar, se acaba la cinta sin desenlace y, por supuesto, sin final.
Así que si te quieres ver una presentación de hora y cuarto y quedarte con cara de póker... pues adelante, si no, mejor ahorratelo.
Así que si te quieres ver una presentación de hora y cuarto y quedarte con cara de póker... pues adelante, si no, mejor ahorratelo.
17 de octubre de 2017
17 de octubre de 2017
4 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una película que se conforma con usar los clichés del género, que no ambiciona nada más que generar rentabilidad sin presentar algo distinto y el único atractivo que posee es lo poco que vemos de Japón
todo mal
Si eres cinemero exigente mejor sigue de largo; puedes verla si para ti las películas son como las palomitas que te comes y te producen placer por un rato
Resumiendo:totalmente olvidable
todo mal
Si eres cinemero exigente mejor sigue de largo; puedes verla si para ti las películas son como las palomitas que te comes y te producen placer por un rato
Resumiendo:totalmente olvidable
5 de septiembre de 2017
5 de septiembre de 2017
4 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Temple es un producto correcto; sin grandes alardes ni sorpresas que a pesar de su escasa duración llega a hacerse pesada por momentos. No termina de arrancar hasta que empieza a terminar y lo hace tal y como te esperabas; sin muchos alardes y con más respuestas que preguntas.
La fotografía se va volviendo oscura por momentos hasta que prácticamente te tienes que imaginar lo que pensabas que iba a ocurrir. Unos efectos especiales justitos supongo son la causa de ello.
Actuaciones modestas incluso por parte del elenco japonés completan un producto sólo disfrutable para amantes de la cultura japonesa.
La fotografía se va volviendo oscura por momentos hasta que prácticamente te tienes que imaginar lo que pensabas que iba a ocurrir. Unos efectos especiales justitos supongo son la causa de ello.
Actuaciones modestas incluso por parte del elenco japonés completan un producto sólo disfrutable para amantes de la cultura japonesa.
29 de octubre de 2018
29 de octubre de 2018
2 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Película que podéis ver en Netflix solo en V.O.S.E. en la que nos muestran un cartel tentador, en unas localizaciones llamativas, pero es una película mal estructurada, sin ningún giro de guión, con muy poco de terror y un aburrido metraje. No la recomiendo para nada.
https://juantfilms.wordpress.com/2018/10/29/temple/
https://juantfilms.wordpress.com/2018/10/29/temple/
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