Bonnard, el pintor y su musa
2023 

6,1
327
Drama. Romance
Pierre Bonnard no sería el famoso pintor sin Marthe, su enigmática musa y compañera, que aparece en más de un tercio de su obra. La película explora su compleja relación, marcada por la reclusión y la dependencia mutua. Marthe, con su fuerte personalidad y misterioso pasado, inspira profundamente a Bonnard, influyendo en su arte hasta el final.
23 de julio de 2024
23 de julio de 2024
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Poco calado en el público tienen los biopics de pintores, claros ejemplos son Mr. Turner, Pollock, Van Gogh, Sobrevivir a Picasso, Basquiat, Modigliani, Renoir, Carrington, Klimt, Goya en Burdeos, Toulouse Lautrec, o Serephine que también dirigió Martin Provost en 2008. Aquí nos encontramos con el artista francés Pierre Bonnard, que en 1899 conocería a una joven de origen humilde llamada Maria Boursin, la cual cambiaria su nombre al de Marthe de Méligny para parecer más aristocrática.
Los desnudos enigmáticos de Marthe, ya que no aparecía su cara demasiado visible en los cuadros, están en casi toda su obra, unas pinturas intimistas cercanas al impresionismo y alejadas de las corrientes de moda como el cubismo y el surrealismo. Sin lugar a dudas fue su musa y logro tener una gran dependencia e inspiración con ella, con la que se casaría y tuvo dos hijos.
La película cuenta la historia de amor que los dos tuvieron durante muchos años, en la que no faltaron problemas, Cécile de France muestra su talento con ese aire que le caracteriza interpretando a Marthe perfectamente, por otro lado, Vincent Macaigne parece que queda ensombrecida su figura para darle más importancia a su señora.
El director Martin Provost enfoca la película en la vida conyugal de los dos, dejando de lado la vida profesional del artista, con repetidos baños en el río junto a su casa, algo que puede dejar de interesar a medida que la vas viendo, ya que continuos diálogos que no enriquecen la historia la van desinflando quedando todo muy superficial.
Hay una parte interesante que también queda deslucida y es cuando Bonnard deja a Marthe por una chica joven llamada Renee (Stsacy Martin) con la que se enamora y se va a Roma a vivir con ella. Ese fue el momento en el que Marthe se convirtió también en una pintora conocida.
Destino Arrakis.com
Los desnudos enigmáticos de Marthe, ya que no aparecía su cara demasiado visible en los cuadros, están en casi toda su obra, unas pinturas intimistas cercanas al impresionismo y alejadas de las corrientes de moda como el cubismo y el surrealismo. Sin lugar a dudas fue su musa y logro tener una gran dependencia e inspiración con ella, con la que se casaría y tuvo dos hijos.
La película cuenta la historia de amor que los dos tuvieron durante muchos años, en la que no faltaron problemas, Cécile de France muestra su talento con ese aire que le caracteriza interpretando a Marthe perfectamente, por otro lado, Vincent Macaigne parece que queda ensombrecida su figura para darle más importancia a su señora.
El director Martin Provost enfoca la película en la vida conyugal de los dos, dejando de lado la vida profesional del artista, con repetidos baños en el río junto a su casa, algo que puede dejar de interesar a medida que la vas viendo, ya que continuos diálogos que no enriquecen la historia la van desinflando quedando todo muy superficial.
Hay una parte interesante que también queda deslucida y es cuando Bonnard deja a Marthe por una chica joven llamada Renee (Stsacy Martin) con la que se enamora y se va a Roma a vivir con ella. Ese fue el momento en el que Marthe se convirtió también en una pintora conocida.
Destino Arrakis.com
1 de septiembre de 2024
1 de septiembre de 2024
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con "Bonnard, Marthe et Pierre", el director Martin Provost vendría a cerrar una trilogía no oficial de retratos de mujeres artista de la cultura francesa, siempre figuras periféricas y sin embargo encarnan en su figura las injusticas de sus respectivas figuras, en las que, para revindicar su trabajo o tan sólo su dignidad como persona fue necesario procesos en verdad dificultosos, dolorosos y complejos.
Provost sigue por lo tanto la línea de esos dos títulos y pone en primer término a Marthe, una mujer de extracción humilde, quien por azar, por un encuentro fortuito en la calle, conoce a Pierre Bonnard, acepta posar para una pintura y desde ahí se forja su destino. No es una mujer que ponga todas las cartas sobre la mesa, y, si bien Provost delimita su inteligencia con respeto y sensatez, aunque sabe manejar ciertas situaciones, en otras peca de ingenua. La verdad de su personaje es que es una ingenua en un ambiente bohemio, dónde todo el mundo sabe manejar la hipocresía y la manipulación de forma natural y con soltura. Contraste de es el personaje de Misia Sert, una verdadera dama de sociedad, pragmática, que sabe a qué caballo cabalgar por tal de seguir galopando, que maneja una retórica burlona que siempre parece dispuesta a entrar en escena. Mientras Marthe se centra en Pierre, Misia en cambio tantea y coquetea con quien le place, de hecho le conocemos tres esposos.
Misia representa el polo opuesto, el de la mujer acomodada y con talento para el piano que sin embargo decide renunciar a su talento por la música para no tener que luchar y acomodarse en el dinero de sus respectivos maridos. Y sin embargo a ambas les afecta los tópicos y mentalidad de la época. Muy significativa en ese sentido la escena de la inauguración de la exhibición de pintura de Pierre, cuando Marthe muestra reservas por aparecer en la congregación siendo la mujer que Pierre ha pintado desnuda y Misia la convence que ella debe sentirse afortunada por existir en los ojos de un artista y que nadie tiene porque conocerla, de forma que una mujer remacha a otra el papel de figura subsidiaria. En otros momentos de la película también ella misma demuestra que la percepción de la mujer en su época la perjudica a pesar de sus esfuerzos por mantenerse a flote y disfrutar del lujo y la vida ociosa.
La figura de Pierre Bonnard en verdad es mucho más ambigua de lo que en un principio aparenta. Lúbrico, sí, también obra de su tiempo, que observa a las mujeres como objetos carnales e impulso emocional para crear, no se puede decir que haya verdadera malicia en él, sólo la demostración que el patriarcado pude formar a sus actores incluso en los sujetos menos brutales, en gente como Pierre, de mentalidad etérea, muy sumergido en su mundo, sólo replica una serie de valores. Y sin embargo, gracias a su historia con Marthe apreciaremos cambios significativos, de forma que, al modo de la iglesia del Sacre Coeur en Montmartre, ella será para él la referencia a la que mirar ahí dónde esté.
En medio de tanto cinismo sólo quizás la aparición de Claude Monet aporta una mirada más limpia y pura, aparece como el sabio del río, demuestra ser un hombre que vive para el arte y que por eso necesita una corte de ayudantes, ya sea su esposa o un pintor amigo, para que lo rescate de las actividades mundanas.
Provost también abre ese interrogante, acerca de hasta qué punto es necesario librarse de las circunstancias mundanas para poder elevarse bien arriba en la bóveda del arte. En una época dónde las mujeres debían desnudarse para que los pintores aceptaran pintarlas, ¿hasta qué punto es justo que permanezcan en la sombra, sufriendo los arrebatos lujuriosos y la posición secundaria? En el caso de Marthe la respuesta no es tan clara, la historia no es unívoca y por ejemplo cierto despertar tardío en la pintura parece que también ella, en ese caso particular, logró introducir la riqueza del arte en sus propias manos. Nos da igual que no fuese una pintora genial, lo único que importa es como consiguió canalizar su mundo interior a través de esas pinturas ingenuas, al punto que le permite sobrellevar ciertas dificultades que no desvelaré.
Al modo de Renoir hijo, la cámara de Provost capta con generosidad los verdes paisajes de las orillas del Sena, que aporta a la película una atmósfera bucólica muy agradable y a la vez también nos remarca la dualidad entre naturaleza y la civilización, encarnada en el maléfico París. La naturaleza representa para Marthe el consuelo y el refugio, mientras que París es el infierno inevitable, muchas veces mostrado con agradable apariencia, necesario para mantener su estilo de vida. Todo ello se muestra con amplios planos inundados de luz, escenarios dónde sus personajes discurren sus pasiones que les hace experimentar dicha y sufrimiento, un retrato razonable y razonado de la Belle Époque, de su libertad y también de sus sombras.
Sin duda ayuda en gran medida sentir curiosidad por el mundo artístico francés, por la Belle Époque o por las indagaciones en la figura femenina a través de la Historia, sin embargo también opino que quien aprecie las historias de amor explicadas a lo largo de los años, con madurez y sensibilidad, también tiene una buena oportunidad para disfrutar de una buena historia, dónde se aprecia las grandezas y las miserias de una de las épocas más significativas de la Historia Universal. Y si no, que se lo pregunten a Proust.
Provost sigue por lo tanto la línea de esos dos títulos y pone en primer término a Marthe, una mujer de extracción humilde, quien por azar, por un encuentro fortuito en la calle, conoce a Pierre Bonnard, acepta posar para una pintura y desde ahí se forja su destino. No es una mujer que ponga todas las cartas sobre la mesa, y, si bien Provost delimita su inteligencia con respeto y sensatez, aunque sabe manejar ciertas situaciones, en otras peca de ingenua. La verdad de su personaje es que es una ingenua en un ambiente bohemio, dónde todo el mundo sabe manejar la hipocresía y la manipulación de forma natural y con soltura. Contraste de es el personaje de Misia Sert, una verdadera dama de sociedad, pragmática, que sabe a qué caballo cabalgar por tal de seguir galopando, que maneja una retórica burlona que siempre parece dispuesta a entrar en escena. Mientras Marthe se centra en Pierre, Misia en cambio tantea y coquetea con quien le place, de hecho le conocemos tres esposos.
Misia representa el polo opuesto, el de la mujer acomodada y con talento para el piano que sin embargo decide renunciar a su talento por la música para no tener que luchar y acomodarse en el dinero de sus respectivos maridos. Y sin embargo a ambas les afecta los tópicos y mentalidad de la época. Muy significativa en ese sentido la escena de la inauguración de la exhibición de pintura de Pierre, cuando Marthe muestra reservas por aparecer en la congregación siendo la mujer que Pierre ha pintado desnuda y Misia la convence que ella debe sentirse afortunada por existir en los ojos de un artista y que nadie tiene porque conocerla, de forma que una mujer remacha a otra el papel de figura subsidiaria. En otros momentos de la película también ella misma demuestra que la percepción de la mujer en su época la perjudica a pesar de sus esfuerzos por mantenerse a flote y disfrutar del lujo y la vida ociosa.
La figura de Pierre Bonnard en verdad es mucho más ambigua de lo que en un principio aparenta. Lúbrico, sí, también obra de su tiempo, que observa a las mujeres como objetos carnales e impulso emocional para crear, no se puede decir que haya verdadera malicia en él, sólo la demostración que el patriarcado pude formar a sus actores incluso en los sujetos menos brutales, en gente como Pierre, de mentalidad etérea, muy sumergido en su mundo, sólo replica una serie de valores. Y sin embargo, gracias a su historia con Marthe apreciaremos cambios significativos, de forma que, al modo de la iglesia del Sacre Coeur en Montmartre, ella será para él la referencia a la que mirar ahí dónde esté.
En medio de tanto cinismo sólo quizás la aparición de Claude Monet aporta una mirada más limpia y pura, aparece como el sabio del río, demuestra ser un hombre que vive para el arte y que por eso necesita una corte de ayudantes, ya sea su esposa o un pintor amigo, para que lo rescate de las actividades mundanas.
Provost también abre ese interrogante, acerca de hasta qué punto es necesario librarse de las circunstancias mundanas para poder elevarse bien arriba en la bóveda del arte. En una época dónde las mujeres debían desnudarse para que los pintores aceptaran pintarlas, ¿hasta qué punto es justo que permanezcan en la sombra, sufriendo los arrebatos lujuriosos y la posición secundaria? En el caso de Marthe la respuesta no es tan clara, la historia no es unívoca y por ejemplo cierto despertar tardío en la pintura parece que también ella, en ese caso particular, logró introducir la riqueza del arte en sus propias manos. Nos da igual que no fuese una pintora genial, lo único que importa es como consiguió canalizar su mundo interior a través de esas pinturas ingenuas, al punto que le permite sobrellevar ciertas dificultades que no desvelaré.
Al modo de Renoir hijo, la cámara de Provost capta con generosidad los verdes paisajes de las orillas del Sena, que aporta a la película una atmósfera bucólica muy agradable y a la vez también nos remarca la dualidad entre naturaleza y la civilización, encarnada en el maléfico París. La naturaleza representa para Marthe el consuelo y el refugio, mientras que París es el infierno inevitable, muchas veces mostrado con agradable apariencia, necesario para mantener su estilo de vida. Todo ello se muestra con amplios planos inundados de luz, escenarios dónde sus personajes discurren sus pasiones que les hace experimentar dicha y sufrimiento, un retrato razonable y razonado de la Belle Époque, de su libertad y también de sus sombras.
Sin duda ayuda en gran medida sentir curiosidad por el mundo artístico francés, por la Belle Époque o por las indagaciones en la figura femenina a través de la Historia, sin embargo también opino que quien aprecie las historias de amor explicadas a lo largo de los años, con madurez y sensibilidad, también tiene una buena oportunidad para disfrutar de una buena historia, dónde se aprecia las grandezas y las miserias de una de las épocas más significativas de la Historia Universal. Y si no, que se lo pregunten a Proust.
14 de septiembre de 2024
14 de septiembre de 2024
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
La creación de Cecile de France, de briosa juventud y moribunda madurez, es un prodigio de sutileza y versatilidad. Se apropia con gran despliegue de matices de un personaje fascinante que cae rendido ante el pintor que la descubre andando por la calle y le propone ser su modelo. Ella se harta en ese encuentro, "tanta inmovilidad, no puedo más", pero él le ruega que no se marche, que aún necesita sus pechos, y cuando intenta tocarlos le pega dos bofetadas y de inmediato le besa. Tal es el comienzo de una película que, entre muchos aciertos, tiene un caudaloso paisaje por el que los personajes circulan con sus pasiones: naturaleza bullente y mágica, mientras fuera, en aquella Francia que va de la primera a la segunda guerra mundial aunque los protagonistas y todos los personajes que aparecen en la película se mantienen al margen: como si solo hubiera estilos de pintores magistrales y sus cuerpos en acción, en parejas o tríos, en soledades dulces y amargas, y en todo, si bien el pintor Bonnard es el eje por el que suceden las situaciones, su musa encarnada por Cecile de France es una maravilla que se sigue con auténtica fascinación.
Un trabajo tan rico que permite ver la película varias veces solo para seguirla a ella...
Un trabajo tan rico que permite ver la película varias veces solo para seguirla a ella...
3 de enero de 2025
3 de enero de 2025
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Antes que nada, retitular en español 'El pintor y su musa' en vez de el original 'Pierre et Marthe' es bastante machista porque, precisamente, la película trata en gran parte de cómo una modelo de artista se transforma en artista. Y continuando, Provost vuelve a no-sorprender con otra biografía de artista femenina, como las anteriores 'Violette' y 'Séraphine', esta vez algo más intrascendente y paisajística. Lo mejor, ver a Pierre Bonnard (un Vincent Macaigne con peluca) pintando detalladamente, y lo peor esas continuas zambullidas en el río que tanta vergüencita provocan.
24 de enero de 2025
24 de enero de 2025
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Bonnard empieza con aires de telefilm, pero, poco a poco, se va recuperando. Se recupera con el drama y con el retrato introspectivo de Marthe (Cécile de France), de hecho, quizás, la película se debería llamar "Marthe, la musa y el pintor", ya que el peso emocional recae sobre ella. Toda la película va adquiriendo el tono de la emoción o estado vital en el que se halla Marthe. El retrato de Bonnard es más un arquetipo del pintor bohemio francés de finales del siglo XIX, pero sin demasiadas aristas ni diferenciaciones. No perdura en tu mente la pintura de Bonnard, ni su personalidad, sino la manera de sentir de Marthe.
Si valoramos la película como biopic, tiende a ser muy justo y prototípico, pero si valoramos esta película más allá de Bonnard, sí encontraremos la histeria y la melancolía de mujeres que todavía soñaban con artistas, sin llegar a comprender, de verdad, que ellas mismas podían serlo.
Si valoramos la película como biopic, tiende a ser muy justo y prototípico, pero si valoramos esta película más allá de Bonnard, sí encontraremos la histeria y la melancolía de mujeres que todavía soñaban con artistas, sin llegar a comprender, de verdad, que ellas mismas podían serlo.
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