La juventud
2015 

7,0
21.775
Drama. Comedia
Fred Ballinger (Michael Caine), un gran director de orquesta, pasa unas vacaciones en un hotel de los Alpes con su hija Lena y su amigo Mick, un director de cine al que le cuesta acabar su última película. Fred hace tiempo que ha renunciado a su carrera musical, pero hay alguien que quiere que vuelva a trabajar; desde Londres llega un emisario de la reina Isabel, que debe convencerlo para dirigir un concierto en el Palacio de ... [+]
19 de octubre de 2015
19 de octubre de 2015
27 de 34 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Cuándo nos hacemos viejos? ¿En qué momento empezamos a observar el mundo a larga distancia? ¿Son los años los que marcan el inicio de la cuenta atrás? Paolo Sorrentino ha querido reflexionar en su nueva película sobre la vejez y lo ha hecho siguiendo la alargada sombra de La gran belleza, persiguiendo su estética hipnótica, su extravagante mezcla de sofisticación y sordidez, pero con una notable diferencia: derrochando un inesperado humor británico.
Que Youth es una producción italiana lo captamos por el inconfundible estilo de su director, por esos travellings embaucadores que nos descubren a paso muy lento una puesta en escena surreal y chocante. Pero a ese sello innegable de Sorrentino, que aquí se impregna con menor esplendor que en La gran belleza, se le unen ahora brillantes diálogos plagados de fina ironía y que en boca de dos astros como Michael Kaine y Harvey Keitel se convierten en todo un disfrute.
Un compositor jubilado y un director de cine en busca de su testamento cinematográfico observan su entorno desmoronado desde la tranquilidad y la despreocupación que brindan los años. Una amistad entrañable que perdura a golpe de sarcasmo y mofas en torno a las inclemencias prostáticas y otros traumas de la vejez. Aunque si algo se concluye de esta paradójica juventud de Sorrentino es que hay vidas que se marchitan mucho antes de la jubilación. Vidas sin rumbo que confluyen en un hotel decadente de los Alpes, un sanatorio de lujo para almas en pena, y que consolidan al director italiano como el mejor retratista de la frivolidad.
Que Youth es una producción italiana lo captamos por el inconfundible estilo de su director, por esos travellings embaucadores que nos descubren a paso muy lento una puesta en escena surreal y chocante. Pero a ese sello innegable de Sorrentino, que aquí se impregna con menor esplendor que en La gran belleza, se le unen ahora brillantes diálogos plagados de fina ironía y que en boca de dos astros como Michael Kaine y Harvey Keitel se convierten en todo un disfrute.
Un compositor jubilado y un director de cine en busca de su testamento cinematográfico observan su entorno desmoronado desde la tranquilidad y la despreocupación que brindan los años. Una amistad entrañable que perdura a golpe de sarcasmo y mofas en torno a las inclemencias prostáticas y otros traumas de la vejez. Aunque si algo se concluye de esta paradójica juventud de Sorrentino es que hay vidas que se marchitan mucho antes de la jubilación. Vidas sin rumbo que confluyen en un hotel decadente de los Alpes, un sanatorio de lujo para almas en pena, y que consolidan al director italiano como el mejor retratista de la frivolidad.
4 de mayo de 2016
4 de mayo de 2016
22 de 26 usuarios han encontrado esta crítica útil
70/11(17/04/16) El realizador napolitano Paolo Sorrentino ha sido capaz de crear un universo particular, un microcosmos donde la línea entre la serena belleza estética-sensorial y la petulancia pomposa resultan difusas, cine no hecho para todos los paladares, te aburre o te atrapa, si te aburre simplemente no acudas a ver este film, y si eres de los que te gustó “La Gran belleza”, seguro te gustará esta, aunque cierto que esta “Youth”, lleva el hándicap de las comparaciones permanentes con la protagonizada por el sublime Jep Gambardella, aborda temas parecidos, con esteticismo afín, gran lirismo audiovisual, un ritmo similar, buenos personajes, pero está un escalón por debajo de la anterior, estando en tramos por encima el cómo que el qué. Un emocionante fresco sobre la losa de los años, sobre el peso de las decisiones tomadas en el pasado, una nostálgica mirada a nuestra juventud, una cínica visión del presente y un turbador enfoque del futuro. Uno de los grandes pilares del film es la espléndida pareja de protagonistas, Michael Caine y Harvey Keitel, absolutamente magnéticos.
Sorrentino vuelve a hacer una dramedia tocando temas la frustración existencial, el idealismo en una sociedad envenenada de snobismo, la llegada inexorable del ocaso de la vida (la vejez), las cicatrices del pasado, las complejas relaciones de pareja, las oportunidades desaprovechadas, el filtro retorcido de nuestros recuerdos, la nostalgia por la ya hace mucho superada juventud, la búsqueda incesante de ese lugar inexistente que es la felicidad, la verdadera amistad que perdura en el tiempo, las complicadas relaciones paterno-filiales, la crisis del artista, la Belleza como símbolo de Juventud o el hastío de la soledad, ello filtrado por su peculiar sentido melancólico, desencantado, cínico, y estando siempre en el centro un retrato de la decadencia, tanto moral como física. Con el ritmo singular del realizador se hace una reflexión macilenta sobre el discurrir del tiempo, jugando con los paralelismos entre la belleza del entorno alpino y de la juventud reflejada en la Belleza de la Miss Universo, la perfección y sensualidad escultural que provoca en los septuagenarios amigos El Síndrome de Stendhal.
En este caso sus conejillos de indias son una fauna de personajes del mundo del arte y el espectáculo, como un músico en el crepúsculo, un director de cine ante su ansiado canto de cisne, un actor culto hastiado de ser estrella de un film malo, un ex futbolista que lo fue todo, ahora una sombra elefantiásica que se mueve cual hipopótamo, un monje budista con tendencias levitadoras, un niño prodigios del violín, o una Miss Universo rompiendo clichés con que la belleza no puede estar asociada a tener inteligencia. Personajes muchos de ellos (el músico, el cineasta, el actor o el futbolista) prisioneros de su exitoso pasado.
El alma del film son Fred y Mick, dos viejos amigos en el ocaso de sus vidas, con largos paseos por verdes y alpinos caminos disertan sobre lo divino y lo humano, auscultan sus memorias, recorriendo con lánguidos sentimientos el pasado, el inquietante presente y el nebuloso futuro, hablan de sus amores, de sus recuerdos de niñez, de sus complejos de culpabilidad, de sus frustraciones, del temor a desaparecer, dos tipo que recorren el balneario cual mirones analizando a la gente que les rodea. Ello con una enorme complicidad y química entre los actores Caine y Keytel, deslumbrando con su carisma intrínseco, derrochando matices, humanidad, defectos, anhelos, sueños rotos, con duelos dialécticos maravillosos, alardeando de cinismo, ironía, sarcasmo, y ello trasluciendo fragilidad, magníficos transmitiendo mundo interior.
Rachel Weisz compone con mucha alma la dolida hija del ex compositor, le imprime fondo. Paul Dano está formidable como el actor, lo dota de carisma, de hondura dramática, de dice mucho en sus miradas sin hablar, con mucha contención demuestra que es un grandísimo intérprete, con un lenguaje gestual excelso. Jane Fonda en dos escenas deja constancia de la abrumadora actriz que es, manteniendo un divino duelo con Keitel, desprendiendo chispas y viscerabilidad. La rumana Madalina Diana Ghenea deja una huella en el film indeleble, primero con su desbordante Belleza (esta sí que es “La Gran Belleza”) y sensualidad, y luego con una contrarréplica (zasca) magnífica a Jimmy Tree.
El film conlleva el sello Sorrentino que ha ido cultivando en su filmografía, asemejándose (emulando subrepticiamente) a Federico Fellini, si “La Gran Belleza” referenciaba a “La dolce Vita”, esta lo hace a “Ocho y medio”, conjugando historia con un collage de momentos audiovisuales preciosistas, bucólicos, henchidos de magnetismo sensorial, alternando música de varios tipos como la clásica y la pop, desarrollando su relato de modo sereno, para que lo que vemos nos vaya calando, con hermosas coreografías visuales ordinarias, como los desfiles de gente hacia la piscina, provocando en el espectador sensaciones. Con un buen inicio con una notable presentación de personajes, mediante diálogos sugerentes e inteligentes que dejan entrever sus pasiones e ilusiones, así como sus frustraciones, rezumando melancolía por el tiempo que nunca se recuperará.
Tiene peros, y es que se pierde en su preciosismo, quedando cierta sensación de artificio onanista del realizador en la belleza, queriendo hacer de muchos tramos mini-climaxs de modo forzado, con lo que por partes (set-pieces) es muy bonito, pero en la suma se le ven ciertas costuras regularmente cosidas, funcionando de modo lindo sus viñetas, pero en el transcurrir de los minutos se va desgastando la frescura inicial, derivando en algún momento en frialdad estética, cayendo en dar más al continente que al contenido. Llega a prometer más de lo que termina ofreciendo, desdibujándose algunos personajes en sus invisibles finales (la hija de Fred, Jimmy Tree, o el futbolista...)
Sorrentino vuelve a hacer una dramedia tocando temas la frustración existencial, el idealismo en una sociedad envenenada de snobismo, la llegada inexorable del ocaso de la vida (la vejez), las cicatrices del pasado, las complejas relaciones de pareja, las oportunidades desaprovechadas, el filtro retorcido de nuestros recuerdos, la nostalgia por la ya hace mucho superada juventud, la búsqueda incesante de ese lugar inexistente que es la felicidad, la verdadera amistad que perdura en el tiempo, las complicadas relaciones paterno-filiales, la crisis del artista, la Belleza como símbolo de Juventud o el hastío de la soledad, ello filtrado por su peculiar sentido melancólico, desencantado, cínico, y estando siempre en el centro un retrato de la decadencia, tanto moral como física. Con el ritmo singular del realizador se hace una reflexión macilenta sobre el discurrir del tiempo, jugando con los paralelismos entre la belleza del entorno alpino y de la juventud reflejada en la Belleza de la Miss Universo, la perfección y sensualidad escultural que provoca en los septuagenarios amigos El Síndrome de Stendhal.
En este caso sus conejillos de indias son una fauna de personajes del mundo del arte y el espectáculo, como un músico en el crepúsculo, un director de cine ante su ansiado canto de cisne, un actor culto hastiado de ser estrella de un film malo, un ex futbolista que lo fue todo, ahora una sombra elefantiásica que se mueve cual hipopótamo, un monje budista con tendencias levitadoras, un niño prodigios del violín, o una Miss Universo rompiendo clichés con que la belleza no puede estar asociada a tener inteligencia. Personajes muchos de ellos (el músico, el cineasta, el actor o el futbolista) prisioneros de su exitoso pasado.
El alma del film son Fred y Mick, dos viejos amigos en el ocaso de sus vidas, con largos paseos por verdes y alpinos caminos disertan sobre lo divino y lo humano, auscultan sus memorias, recorriendo con lánguidos sentimientos el pasado, el inquietante presente y el nebuloso futuro, hablan de sus amores, de sus recuerdos de niñez, de sus complejos de culpabilidad, de sus frustraciones, del temor a desaparecer, dos tipo que recorren el balneario cual mirones analizando a la gente que les rodea. Ello con una enorme complicidad y química entre los actores Caine y Keytel, deslumbrando con su carisma intrínseco, derrochando matices, humanidad, defectos, anhelos, sueños rotos, con duelos dialécticos maravillosos, alardeando de cinismo, ironía, sarcasmo, y ello trasluciendo fragilidad, magníficos transmitiendo mundo interior.
Rachel Weisz compone con mucha alma la dolida hija del ex compositor, le imprime fondo. Paul Dano está formidable como el actor, lo dota de carisma, de hondura dramática, de dice mucho en sus miradas sin hablar, con mucha contención demuestra que es un grandísimo intérprete, con un lenguaje gestual excelso. Jane Fonda en dos escenas deja constancia de la abrumadora actriz que es, manteniendo un divino duelo con Keitel, desprendiendo chispas y viscerabilidad. La rumana Madalina Diana Ghenea deja una huella en el film indeleble, primero con su desbordante Belleza (esta sí que es “La Gran Belleza”) y sensualidad, y luego con una contrarréplica (zasca) magnífica a Jimmy Tree.
El film conlleva el sello Sorrentino que ha ido cultivando en su filmografía, asemejándose (emulando subrepticiamente) a Federico Fellini, si “La Gran Belleza” referenciaba a “La dolce Vita”, esta lo hace a “Ocho y medio”, conjugando historia con un collage de momentos audiovisuales preciosistas, bucólicos, henchidos de magnetismo sensorial, alternando música de varios tipos como la clásica y la pop, desarrollando su relato de modo sereno, para que lo que vemos nos vaya calando, con hermosas coreografías visuales ordinarias, como los desfiles de gente hacia la piscina, provocando en el espectador sensaciones. Con un buen inicio con una notable presentación de personajes, mediante diálogos sugerentes e inteligentes que dejan entrever sus pasiones e ilusiones, así como sus frustraciones, rezumando melancolía por el tiempo que nunca se recuperará.
Tiene peros, y es que se pierde en su preciosismo, quedando cierta sensación de artificio onanista del realizador en la belleza, queriendo hacer de muchos tramos mini-climaxs de modo forzado, con lo que por partes (set-pieces) es muy bonito, pero en la suma se le ven ciertas costuras regularmente cosidas, funcionando de modo lindo sus viñetas, pero en el transcurrir de los minutos se va desgastando la frescura inicial, derivando en algún momento en frialdad estética, cayendo en dar más al continente que al contenido. Llega a prometer más de lo que termina ofreciendo, desdibujándose algunos personajes en sus invisibles finales (la hija de Fred, Jimmy Tree, o el futbolista...)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
La puesta en escena resulta ampulosa, con un fenomenal diseño de producción de Ludovica Ferrario (“La Gran belleza”), rodando en el cantón suizo de Graubünden, en Davos, en los exteriores alpinos del Berghotel, mientras el spa pertenece al Waldhaus Hotel, también se filmó en la veneciana Plaza San Marcos, esto enaltecido por la fascinante fotografía de Luca Bigazzi (“La Gran belleza”), llenando de vigor cada fotograma, destacando la vitalidad de los exteriores, con hermosos planos panorámicos, así como la calma en los interiores, captando con mimo la danza de las personas en los encadenados musicales, colmando de placidez visual al espectador, con tomas de gran valor simbólico e incluso onírico, deleitándonos con el barroquismo sensorial, siempre explotando con esmero las simetrías, acentuado el ritmo cual elástico con el estupendo montaje de Cristiano Trovaglioli (“La Gran belleza”), y estos recursos atomizados por la música de David Lang (“La Gran belleza”), que compone el delicioso tema epílogo “Simple song #3”, cantado por la coreana Sumi Jo, acompañado la violinista Viktoria Mullova, con la BBC Concert Orchestra, y el Coro de la Radio de Berlín, y el “Just”, interpretado por un Trío Medieval, también reseñables otros temas, como el “Reality” y “You got the love” cantado por The Recrosettes, o “Onward”, “Third and Seneca” y “Ceilling gazing” de Mark Kozelek, o “Dirty hair” de David Byrne.
Spoiler:
Momentos recordables: El que es el cartel del film, Fred Mick toman un baño en una piscina, cuando llega la Miss Universo, desnuda y deslumbrante en su belleza se sumerge despacio en el agua, dejando extasiados a los viejos amigos (llegué a pensar que dirían <Nos hacemos unas ...>); El desconcertante momento video-clip de Paloma Faith, en lo que entiendo es una crítica a esta subcultura de los pomposo y vacío; El futbolista (se supone Maradona) tiene buenos momentos, saliendo de la piscina cual hipopótamo y teniendo que ser asistido por una bombona de oxígeno, cuando pasa junto a una pista de tenis y observa nostálgico una pelota (de tenis), el delirante momento en que lo vemos en solitario golpear con su zurda la pelota de tenis al aire, y volviendo a hacerlo una y otra vez, en una especie de viaje mental a su juventud, cuando fue el más grande; La brillante a aparición de Brenda Morell (Jane Fonda), en un glorioso tour de forcé con Mick Boyle (Harvey Keitel), donde ella va a decirle que no va a participar en su película, está comprometida para una serie de tv (crítica a la televisión), deriva la charla en un tremendo cruce de reproches, chispas de de emoción brotan por la pantalla; Cuando en una ladera de un verde prado le aparecen a Mick Boyle todas las actrices que alguna vez dirigió, deliciosamente onírico; El epílogo del film, el concierto que al final si da Fred ante la Reina, interpretando el tema “Simple song #3” por la soprano coreana Sumi Jo.
Fred Ballinger: Su nombre es Paloma Faith.
Lena Ballinger: Qué hace?
Fred Ballinger: El trabajo más obsceno del mundo.
Lena Ballinger: Es una prostituta.
Fred Ballinger: Peor, es una estrella de pop.
Mick Boyle: Entonces, otras vacaciones que se acaban. ¿Qué harás luego, Fred?
Fred Ballinger: Qué voy a hacer...? Iré a casa. Lo normal.
Mick Boyle: Yo no. No tengo esa rutina. Sabes qué haré? Empezaré otro filme. Dices que las emociones están sobreestimadas. Pero eso es mentira. Las emociones son todo lo que tenemos. (se levanta y se lanza al vacío por el balcón, ante la flemática mirada de su amigo)
En conjunto una muy disfrutable propuesta, aunque en la inevitable comparación con la anterior pierde algo de carga de profundidad, aunque con destellos sensoriales fulgurantes, que provocan en ciertos picos una deliciosa experiencia. Fuerza y honor!!!
Crítica cercenada por el límite de caracteres, ver íntegra en http://tomregan.blogspot.com/2016/04/la-juventud-youth2015.html
Spoiler:
Momentos recordables: El que es el cartel del film, Fred Mick toman un baño en una piscina, cuando llega la Miss Universo, desnuda y deslumbrante en su belleza se sumerge despacio en el agua, dejando extasiados a los viejos amigos (llegué a pensar que dirían <Nos hacemos unas ...>); El desconcertante momento video-clip de Paloma Faith, en lo que entiendo es una crítica a esta subcultura de los pomposo y vacío; El futbolista (se supone Maradona) tiene buenos momentos, saliendo de la piscina cual hipopótamo y teniendo que ser asistido por una bombona de oxígeno, cuando pasa junto a una pista de tenis y observa nostálgico una pelota (de tenis), el delirante momento en que lo vemos en solitario golpear con su zurda la pelota de tenis al aire, y volviendo a hacerlo una y otra vez, en una especie de viaje mental a su juventud, cuando fue el más grande; La brillante a aparición de Brenda Morell (Jane Fonda), en un glorioso tour de forcé con Mick Boyle (Harvey Keitel), donde ella va a decirle que no va a participar en su película, está comprometida para una serie de tv (crítica a la televisión), deriva la charla en un tremendo cruce de reproches, chispas de de emoción brotan por la pantalla; Cuando en una ladera de un verde prado le aparecen a Mick Boyle todas las actrices que alguna vez dirigió, deliciosamente onírico; El epílogo del film, el concierto que al final si da Fred ante la Reina, interpretando el tema “Simple song #3” por la soprano coreana Sumi Jo.
Fred Ballinger: Su nombre es Paloma Faith.
Lena Ballinger: Qué hace?
Fred Ballinger: El trabajo más obsceno del mundo.
Lena Ballinger: Es una prostituta.
Fred Ballinger: Peor, es una estrella de pop.
Mick Boyle: Entonces, otras vacaciones que se acaban. ¿Qué harás luego, Fred?
Fred Ballinger: Qué voy a hacer...? Iré a casa. Lo normal.
Mick Boyle: Yo no. No tengo esa rutina. Sabes qué haré? Empezaré otro filme. Dices que las emociones están sobreestimadas. Pero eso es mentira. Las emociones son todo lo que tenemos. (se levanta y se lanza al vacío por el balcón, ante la flemática mirada de su amigo)
En conjunto una muy disfrutable propuesta, aunque en la inevitable comparación con la anterior pierde algo de carga de profundidad, aunque con destellos sensoriales fulgurantes, que provocan en ciertos picos una deliciosa experiencia. Fuerza y honor!!!
Crítica cercenada por el límite de caracteres, ver íntegra en http://tomregan.blogspot.com/2016/04/la-juventud-youth2015.html
22 de enero de 2016
22 de enero de 2016
21 de 26 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pocas personas en el mundo debe haber que no tengan miedo a la vejez y sin embargo prefieran llegar a ella que quedarse en el camino. Mucho de este temor tiene que ver, supongo, con la propia cercanía de la muerte y de saber que es inminente; la consciencia de uno mismo que desaparece. Pero este temor tan natural podría aparecer un poco antes, mientras vives, sobre la vejez: porque se olviden todos los recuerdos poco a poco y ya no quede nada de tu alma (o lo que sea que hay detrás de la presencia corpórea). Y lo peor es que hay más, seguramente hay más, y quizá por eso nadie hable nunca en serio sobre la vejez. Pensar tan solo en la posibilidad de que los dolores físicos de uno mismo pasen de ser controlados por nosotros a que ellos tengan el poder, o en el hecho de tener que dedicar 15 minutos a abrocharte un botón de una camisa… pensar en todo eso da bastante miedo. Pero la realidad es la que es: no pensamos mucho en la vejez hasta que está muy cerca, por salud mental. Y sin embargo (o puede que por todo ello), la vejez está impregnada de las cosas de juventud.
Hay algo muy humano en Sorrentino y en La juventud. Es algo que traspasa la pantalla; una mezcla de comedia, drama, cadencia, compostura y armonía. La observación y estudio de nuestro periplo existencial que deriva en la melancolía del espectador (puede que a propósito, pues es, quizá más que el amor, el sentimiento más lógico para cualquier mortal con la capacidad de almacenar vivencias en la mente a largo plazo). Y tal vez nunca descifre del todo qué es La juventud, pero me he sentido muy cercano a ella. En el fondo no creo que haya que entender todo lo que vemos cuando el misterio es, deliberadamente, parte del atractivo de vivir esta experiencia cinematográfica. Una cinta bastante reflexiva y contemplativa que nos muestra, como parte de la levedad de la vida, su (in)trascendencia y lo imperfecta que resulta para todos, y cómo la frivolidad y el humor la hacen de algún modo más agradecida. De hecho, nunca llegas a saber del todo hasta qué punto es puramente cinematográfica o también esconde algunos retazos de la realidad de sus actores, aunque interpreten a otros personajes, al jugar con cierta literalidad biográfica (no en vano el director italiano basa la premisa inicial del argumento en una noticia que leyó sobre Riccardo Muti y la reina Isabel II, y Keitel se hizo actor tras ser un ladronzuelo siendo niño, como el personaje de Jane Fonda).
Desde que La juventud se presentó en Cannes hasta hoy he tenido la oportunidad de leer bastantes opiniones y «comidas de pepinos» de todo tipo sobre esta película y la verdad es que la crítica negativa me ha parecido un poco exagerada. Hablan de modernidad, de mostrar siempre a la clase alta o de esnobismo, cuando en realidad retrata toda la inmundicia de ese mundo tan sofisticado y a la vez liviano. Sí, representa a gente con dinero, pero es que en sus debilidades y miserias hay también humanidad. Y sobre todo en su resignación. El tiempo y que el futuro ya no exista o no tenga valor es, seguramente, igual o más pesado para alguien que ha tenido todo entre sus manos que para cualquiera de nosotros. Aun así, si no disfrutaste demasiado con La gran belleza porque, como me dijeron una vez, «resultó un poco pesada», piensa que La juventud es más accesible que su predecesora, no sólo porque el propio escenario la mantiene sujeta a la realidad del mismo, sino también porque no divaga tanto (una cualidad que a mí me gusta). Mientras la otra abarcaba más terrenos, en esta somos engullidos por el microcosmos de un entorno más acotado, pese a que en él también se tratan muchos temas —para algunos— trascendentes.
Porque entiendo que haya gente que no sienta como yo y no busque en el cine otra emoción que la evasión, o que sentirse un tipo duro, o muchas otras sensaciones disponibles en un cine. Lo entiendo y lo respeto al igual que las disfruto yo también. La cosa es que cuando veo algo como lo que he visto aquí, me siento más tranquilo y me olvido un poco de mí mismo, pero de un modo más perdurable. Quizás es ver que lo que piensas, las conversaciones que recuerdas de verdad, lo que sientes y hasta temes (y más, porque la vejez es más que eso: es todo eso; es una vida entera. Es tu trabajo y tu familia, es el amor y tus errores. Es la memoria condensada y cada vez más deteriorada de uno mismo y de la perspectiva de su alrededor)… Quizás es ver, en definitiva, que lo que para ti tiene algún tipo de importancia, forma parte de una cinta tan perfectamente estructurada (o de dos, como continuación una de la otra), a pesar de no moverte en esos mundos ni de rodearte de esa clase de personas (al final muchos nos vemos reflejados igualmente).
Algo tan básico como ver en la pantalla la inherente pérdida de tiempo generada al hacer colas, es algo que mostrado por Sorrentino no puede verse simple y llanamente como un acto aleatorio para estilizar el argumento. No es esta cinta la que está vacía, es el vacío lo que está vacío. Mostrarlo con imágenes de gran belleza no le resta la importancia, le suma más veracidad. Es como si en su momento alguien hubiera criticado a Yasujirō Ozu por su sencillez visual, cuando al final no son más que extremos que se tocan. Ambos directores establecen, sobre la base de conversaciones aparentemente intrascendentes, grandes rasgos de la realidad (o sobre situaciones intrascendentes, conversaciones que resultan ser lo opuesto). Todo es bastante natural, y tan pretencioso como humilde.
(SIGUE EN SPOILER SIN SPOILERS)
Hay algo muy humano en Sorrentino y en La juventud. Es algo que traspasa la pantalla; una mezcla de comedia, drama, cadencia, compostura y armonía. La observación y estudio de nuestro periplo existencial que deriva en la melancolía del espectador (puede que a propósito, pues es, quizá más que el amor, el sentimiento más lógico para cualquier mortal con la capacidad de almacenar vivencias en la mente a largo plazo). Y tal vez nunca descifre del todo qué es La juventud, pero me he sentido muy cercano a ella. En el fondo no creo que haya que entender todo lo que vemos cuando el misterio es, deliberadamente, parte del atractivo de vivir esta experiencia cinematográfica. Una cinta bastante reflexiva y contemplativa que nos muestra, como parte de la levedad de la vida, su (in)trascendencia y lo imperfecta que resulta para todos, y cómo la frivolidad y el humor la hacen de algún modo más agradecida. De hecho, nunca llegas a saber del todo hasta qué punto es puramente cinematográfica o también esconde algunos retazos de la realidad de sus actores, aunque interpreten a otros personajes, al jugar con cierta literalidad biográfica (no en vano el director italiano basa la premisa inicial del argumento en una noticia que leyó sobre Riccardo Muti y la reina Isabel II, y Keitel se hizo actor tras ser un ladronzuelo siendo niño, como el personaje de Jane Fonda).
Desde que La juventud se presentó en Cannes hasta hoy he tenido la oportunidad de leer bastantes opiniones y «comidas de pepinos» de todo tipo sobre esta película y la verdad es que la crítica negativa me ha parecido un poco exagerada. Hablan de modernidad, de mostrar siempre a la clase alta o de esnobismo, cuando en realidad retrata toda la inmundicia de ese mundo tan sofisticado y a la vez liviano. Sí, representa a gente con dinero, pero es que en sus debilidades y miserias hay también humanidad. Y sobre todo en su resignación. El tiempo y que el futuro ya no exista o no tenga valor es, seguramente, igual o más pesado para alguien que ha tenido todo entre sus manos que para cualquiera de nosotros. Aun así, si no disfrutaste demasiado con La gran belleza porque, como me dijeron una vez, «resultó un poco pesada», piensa que La juventud es más accesible que su predecesora, no sólo porque el propio escenario la mantiene sujeta a la realidad del mismo, sino también porque no divaga tanto (una cualidad que a mí me gusta). Mientras la otra abarcaba más terrenos, en esta somos engullidos por el microcosmos de un entorno más acotado, pese a que en él también se tratan muchos temas —para algunos— trascendentes.
Porque entiendo que haya gente que no sienta como yo y no busque en el cine otra emoción que la evasión, o que sentirse un tipo duro, o muchas otras sensaciones disponibles en un cine. Lo entiendo y lo respeto al igual que las disfruto yo también. La cosa es que cuando veo algo como lo que he visto aquí, me siento más tranquilo y me olvido un poco de mí mismo, pero de un modo más perdurable. Quizás es ver que lo que piensas, las conversaciones que recuerdas de verdad, lo que sientes y hasta temes (y más, porque la vejez es más que eso: es todo eso; es una vida entera. Es tu trabajo y tu familia, es el amor y tus errores. Es la memoria condensada y cada vez más deteriorada de uno mismo y de la perspectiva de su alrededor)… Quizás es ver, en definitiva, que lo que para ti tiene algún tipo de importancia, forma parte de una cinta tan perfectamente estructurada (o de dos, como continuación una de la otra), a pesar de no moverte en esos mundos ni de rodearte de esa clase de personas (al final muchos nos vemos reflejados igualmente).
Algo tan básico como ver en la pantalla la inherente pérdida de tiempo generada al hacer colas, es algo que mostrado por Sorrentino no puede verse simple y llanamente como un acto aleatorio para estilizar el argumento. No es esta cinta la que está vacía, es el vacío lo que está vacío. Mostrarlo con imágenes de gran belleza no le resta la importancia, le suma más veracidad. Es como si en su momento alguien hubiera criticado a Yasujirō Ozu por su sencillez visual, cuando al final no son más que extremos que se tocan. Ambos directores establecen, sobre la base de conversaciones aparentemente intrascendentes, grandes rasgos de la realidad (o sobre situaciones intrascendentes, conversaciones que resultan ser lo opuesto). Todo es bastante natural, y tan pretencioso como humilde.
(SIGUE EN SPOILER SIN SPOILERS)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Y claro, además es visualmente impecable y de un gran preciosismo natural y musical (sensorial). A pesar de lo cual, usa esto como recurso para despojar —respetuosamente— de decencia a los humanos, cuando quiere, dibujándolos como seres frívolos; o para llenarles de decoro, tristeza y honestidad como personas. A veces como meras ovejas de un rebaño en el que todos somos extras, y otras como seres de gran sutileza. La libertad y la belleza, tanto como la belleza de la libertad y de la juventud. Puede que esa sea la razón por la que se puede disfrutar de La juventud por varias vías, atesorando en el fondo una increíble fuerza visual y sensitiva: por una parte, desde una mirada intelectual y, por otra, anímica. En ambos casos se trata de una predisposición, pero es que el film te predispone en cierto modo. La frivolidad, la sublimación o el cúmulo de imágenes en movimiento forman un uno indivisible que hace de La juventud un producto emocional y que convierte a su audiencia más receptiva en un grupo de animales frágiles.
No es un film desgarrador, pero en su quietud los sentimientos, que pocas veces aparecen, cuando lo hacen es con gran virulencia (creando un nudo inesperado en la garganta); gracias a los tiempos bien medidos, a los monólogos y los diálogos con la cámara posicionada en un rostro y luego en otro. Porque es una cinta llena de conversaciones y de frases que dejan cierto poso, de personajes interesantes y bien trazados, que cuenta con unos actores impresionantes y con Michael Caine y su facilidad para molar sin importar la edad, ofreciendo además una actuación portentosa en tantos ámbitos que me alargaría demasiado al enumerarlos todos; y con Harvey Keitel, que ya sólo con la voz hace de sus escenas algo distinguido y memorable (y eso sin contar cuando aparecen ambos personajes juntos). Porque La juventud está llena de aristas y es tan sencilla como compleja, se puede interpretar como un canto a la vida tal y como es, sin dar arcadas con edulcorantes (la música aparece en escenas más contemplativas, y no cuando es más afectiva –salvo al final–); o se puede interpretar como un canto susurrado o un rostro demacrado que recuerda el momento más querido de una vida.
Porque nuestras vidas, como las películas, tienen un final, y todos intentamos llenar las nuestras de un modo propio y personal, con muchas enseñanzas positivas y alguna clase de nobleza que nos aleje del vacío existencial. Así, al llegar a viejo, la gente creerá que al fallecer completarás tu obra, o algo así, pero seguramente no haya mucho más que completar que lo que hay: una canción sencilla. Y es que lo malo de ver algo que te llena es que después vuelves a estar vacío.
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Llegará el día en que los asientos de las salas de cine se dividan en dos grupos. En uno se sentarán las personas que entren a ver la película, mientras que en el otro se encontrarán todos los sujetos que hayan ido al cine a comentar y twittear lo que estén viendo (o a comprobar la hora cada 10 minutos). No sé cuánto tiempo tardaremos en vivir en ese mundo, pero ir al cine todavía supone una experiencia que no se da en tu casa, aunque sea sin interrupciones. Y esa experiencia es… el silencio que precede a la emoción común de un conjunto de desconocidos, juntos, frente a una sucesión de imágenes mostradas en una pantalla. La experiencia de sentirte unido a unas personas que, expectantes, enmudecen ante lo que están a punto de vivir. Una explosión emocional que parte de dentro de cada individuo y que se siente globalmente rodeado por extraños.
El cine es eso, y La juventud también. Un gran cúmulo de sensaciones y silencios. Una exaltación contenida que estalla en los últimos minutos de metraje y que demuestra el poder de la pantalla grande y de la percepción humana que, más allá de lo intelectual, convierte amar al Séptimo Arte en algo más impetuoso y que nos une con los otros sin palabras, en la oscuridad.
No es un film desgarrador, pero en su quietud los sentimientos, que pocas veces aparecen, cuando lo hacen es con gran virulencia (creando un nudo inesperado en la garganta); gracias a los tiempos bien medidos, a los monólogos y los diálogos con la cámara posicionada en un rostro y luego en otro. Porque es una cinta llena de conversaciones y de frases que dejan cierto poso, de personajes interesantes y bien trazados, que cuenta con unos actores impresionantes y con Michael Caine y su facilidad para molar sin importar la edad, ofreciendo además una actuación portentosa en tantos ámbitos que me alargaría demasiado al enumerarlos todos; y con Harvey Keitel, que ya sólo con la voz hace de sus escenas algo distinguido y memorable (y eso sin contar cuando aparecen ambos personajes juntos). Porque La juventud está llena de aristas y es tan sencilla como compleja, se puede interpretar como un canto a la vida tal y como es, sin dar arcadas con edulcorantes (la música aparece en escenas más contemplativas, y no cuando es más afectiva –salvo al final–); o se puede interpretar como un canto susurrado o un rostro demacrado que recuerda el momento más querido de una vida.
Porque nuestras vidas, como las películas, tienen un final, y todos intentamos llenar las nuestras de un modo propio y personal, con muchas enseñanzas positivas y alguna clase de nobleza que nos aleje del vacío existencial. Así, al llegar a viejo, la gente creerá que al fallecer completarás tu obra, o algo así, pero seguramente no haya mucho más que completar que lo que hay: una canción sencilla. Y es que lo malo de ver algo que te llena es que después vuelves a estar vacío.
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Llegará el día en que los asientos de las salas de cine se dividan en dos grupos. En uno se sentarán las personas que entren a ver la película, mientras que en el otro se encontrarán todos los sujetos que hayan ido al cine a comentar y twittear lo que estén viendo (o a comprobar la hora cada 10 minutos). No sé cuánto tiempo tardaremos en vivir en ese mundo, pero ir al cine todavía supone una experiencia que no se da en tu casa, aunque sea sin interrupciones. Y esa experiencia es… el silencio que precede a la emoción común de un conjunto de desconocidos, juntos, frente a una sucesión de imágenes mostradas en una pantalla. La experiencia de sentirte unido a unas personas que, expectantes, enmudecen ante lo que están a punto de vivir. Una explosión emocional que parte de dentro de cada individuo y que se siente globalmente rodeado por extraños.
El cine es eso, y La juventud también. Un gran cúmulo de sensaciones y silencios. Una exaltación contenida que estalla en los últimos minutos de metraje y que demuestra el poder de la pantalla grande y de la percepción humana que, más allá de lo intelectual, convierte amar al Séptimo Arte en algo más impetuoso y que nos une con los otros sin palabras, en la oscuridad.
23 de enero de 2016
23 de enero de 2016
20 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los amantes, como yo, de "La Gran Belleza" fuimos al cine muy llenos de prejuicios. En cualquier caso "La juventud" sería una secuela de las desventuras y desvanecimientos de Jep Gambardella. Esta es la primera sensación al abandonar la sala del cine. Pero poco a poco, al ir charlando y rememorando, se desvelan brillos y texturas muy alejados del film protagonizado por Toni Servillo. No obstante la conclusión (si es que puede hablarse de semejante cosa en el cine de Sorrentino, que tanto se gusta en las reflexiones abiertas y las imágenes que refutan los discursos) es esencialmente la misma: inspiración como subproducto del amor, arte como sublimación de las bellas vilezas de la carne y, finalmente, esperanza como una trágica y digna renuncia a la vida (contrapuesta a una renuncia banal y servil, casi animal).
Pero fijémonos en esos "nuevos brillos": en primer lugar, "La juventud" es un paseo cinematográfico sosegado y apacible, con puntos de excentricidad que te permiten comprender lo relajado que estás. En "La Gran Belleza", es más bien, justo lo contrario.
En segundo lugar, la pareja protagonista, Fred (M. Caine) y Mick (H. Keitel), ofrecen una ampliación de los caracteres e impresiones que albergaba en elegante conflicto el corazón de Jep Gambardella (T. Servillo). Fred, director de orquesta y compositor jubilado, es indudablemente el artista apolíneo, cuya serenidad se mantiene en todas las facetas de su personaje. Sin embargo nos es lícito ver en sus lágrimas y en sus comentarios sobre la vida la vulnerabilidad del armónico equilibrio que tiene como fachada. Con todo esto su arte no deja de estar enfrentado a la vida, sea como negación o como sublimación. Frente a él, el genial director de cine Mick, que basa todo su arte en sus impulsos y deseos. Mientras Fred ha dedicado toda su obra a la construcción de una armonía que plasme, en otro orden trascendental, sus emociones y esfuerzos, Mick se ha dejado llevar por sus pasiones, sin un afán consciente de inmortalidad moral y estética, hasta el punto de ser autodestructivo con una sonrisa de oreja a oreja. La duplicación de estas dos tendencias del arte y de la vida, es un punto a favor del nuevo film de Sorrentino (y, sobra decirlo, es posible gracias a las geniales interpretaciones de ambos actores).
En tercer y último lugar el hedonismo cínico de "La Gran Belleza" expresado en la fútil y ansiosa búsqueda de Jep, se ha sustituido aquí por un estoicismo romántico que sentimos tan profundamente como los valles que rodean al hotel-balneario en que se desarrolla la película. ¿Por qué "hedonismo cínico" y "estoicismo romántico"?
En "La Gran Belleza" veíamos a un hombre metido hasta el cuello en un ambiente de placeres mundanos, que él, por mucho que diga, ansia y desea; y sin embargo, es del todo incapaz de disfrutar. Es normal, es viejo y además inteligente, quizás demasiado. No le queda otra salida que el cinismo, no más solución que un envanecimiento absurdo que dignifique su triste vida.
En "La Juventud", tenemos a dos hombres, cuyo "último idilio" es babear ante la imagen de miss universo bañándose desnuda. Están definitivamente acabados (aunque tal vez no tanto como ese Maradona marxista). Los placeres que se ofrecen en el balneario son limitados y están en el orden de lo intelectual, en ningún caso de lo sensible. Pero esto no es algo malo, no, claro que no (aun cuando Stravinsky diga que los intelectuales no tiene buen gusto [que, por cierto, es un comentario digno de un "intelectual"]). Al desaparecer toda posibilidad de un hedonismo sensual, de la delectación de la belleza limitada de las formas, se les abre el corazón al sentimiento al que tantas páginas e imágenes dedicaron los románticos: "lo sublime". El paisaje de los Alpes Suizos (Sennacour, por ejemplo) en la lejanía de la vejez (excelente metáfora la de los prismáticos) deja entrever la posibilidad de desbordar las capacidades humanas. Pero, indudablemente, nuestros protagonistas son escépticos, como no podía ser de otra manera, y ahí radica su estoicismo. Ellos eligen enmarcarse en esa parcela de la vida en la que las esperanzas románticas siguen ahí, pese a la insuperable lejanía de las mismas. Aunque hay una nota de pesimismo, al igual que en "La Gran Belleza", en el hecho de que ellos no eligieron nacer, independientemente de cómo se las hayan "arreglado en la vida".
Lo cierto es que los estoicos no son los personajes (que también), sino la película en sí: hay que aceptar la vida, jugar al juego de la libertad humana como buenamente se pueda, si es artísticamente mejor, y acabar nuestros días en la plácida y racional contemplación de todo aquello que queda tan lejos de nuestro presente: el pasado de la juventud o lo sublime intemporal.
En definitiva, como buenos amigos que somos, no deberíamos sino contarnos solamente las cosas buenas.
Pero fijémonos en esos "nuevos brillos": en primer lugar, "La juventud" es un paseo cinematográfico sosegado y apacible, con puntos de excentricidad que te permiten comprender lo relajado que estás. En "La Gran Belleza", es más bien, justo lo contrario.
En segundo lugar, la pareja protagonista, Fred (M. Caine) y Mick (H. Keitel), ofrecen una ampliación de los caracteres e impresiones que albergaba en elegante conflicto el corazón de Jep Gambardella (T. Servillo). Fred, director de orquesta y compositor jubilado, es indudablemente el artista apolíneo, cuya serenidad se mantiene en todas las facetas de su personaje. Sin embargo nos es lícito ver en sus lágrimas y en sus comentarios sobre la vida la vulnerabilidad del armónico equilibrio que tiene como fachada. Con todo esto su arte no deja de estar enfrentado a la vida, sea como negación o como sublimación. Frente a él, el genial director de cine Mick, que basa todo su arte en sus impulsos y deseos. Mientras Fred ha dedicado toda su obra a la construcción de una armonía que plasme, en otro orden trascendental, sus emociones y esfuerzos, Mick se ha dejado llevar por sus pasiones, sin un afán consciente de inmortalidad moral y estética, hasta el punto de ser autodestructivo con una sonrisa de oreja a oreja. La duplicación de estas dos tendencias del arte y de la vida, es un punto a favor del nuevo film de Sorrentino (y, sobra decirlo, es posible gracias a las geniales interpretaciones de ambos actores).
En tercer y último lugar el hedonismo cínico de "La Gran Belleza" expresado en la fútil y ansiosa búsqueda de Jep, se ha sustituido aquí por un estoicismo romántico que sentimos tan profundamente como los valles que rodean al hotel-balneario en que se desarrolla la película. ¿Por qué "hedonismo cínico" y "estoicismo romántico"?
En "La Gran Belleza" veíamos a un hombre metido hasta el cuello en un ambiente de placeres mundanos, que él, por mucho que diga, ansia y desea; y sin embargo, es del todo incapaz de disfrutar. Es normal, es viejo y además inteligente, quizás demasiado. No le queda otra salida que el cinismo, no más solución que un envanecimiento absurdo que dignifique su triste vida.
En "La Juventud", tenemos a dos hombres, cuyo "último idilio" es babear ante la imagen de miss universo bañándose desnuda. Están definitivamente acabados (aunque tal vez no tanto como ese Maradona marxista). Los placeres que se ofrecen en el balneario son limitados y están en el orden de lo intelectual, en ningún caso de lo sensible. Pero esto no es algo malo, no, claro que no (aun cuando Stravinsky diga que los intelectuales no tiene buen gusto [que, por cierto, es un comentario digno de un "intelectual"]). Al desaparecer toda posibilidad de un hedonismo sensual, de la delectación de la belleza limitada de las formas, se les abre el corazón al sentimiento al que tantas páginas e imágenes dedicaron los románticos: "lo sublime". El paisaje de los Alpes Suizos (Sennacour, por ejemplo) en la lejanía de la vejez (excelente metáfora la de los prismáticos) deja entrever la posibilidad de desbordar las capacidades humanas. Pero, indudablemente, nuestros protagonistas son escépticos, como no podía ser de otra manera, y ahí radica su estoicismo. Ellos eligen enmarcarse en esa parcela de la vida en la que las esperanzas románticas siguen ahí, pese a la insuperable lejanía de las mismas. Aunque hay una nota de pesimismo, al igual que en "La Gran Belleza", en el hecho de que ellos no eligieron nacer, independientemente de cómo se las hayan "arreglado en la vida".
Lo cierto es que los estoicos no son los personajes (que también), sino la película en sí: hay que aceptar la vida, jugar al juego de la libertad humana como buenamente se pueda, si es artísticamente mejor, y acabar nuestros días en la plácida y racional contemplación de todo aquello que queda tan lejos de nuestro presente: el pasado de la juventud o lo sublime intemporal.
En definitiva, como buenos amigos que somos, no deberíamos sino contarnos solamente las cosas buenas.
23 de enero de 2016
23 de enero de 2016
15 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nunca me hago una idea preconcebida de lo que voy a ver, al menos de manera consciente. Pero desde su inicio, de nuevo, Sorrentino me envolvió. Lo que más me gusta de él como autor es que es un creador. Tiene un dominio audiovisual de primera, además de un gusto exquisito. Y esto es evidente a lo largo de toda la película, película que por cierto no posee el cinismo envenenado y verbalizado por Toni Servillo, ni es tan calibrada como “La gran belleza”, pero sí tiene un notable nivel y una poderosa baza tanto en su fotografía, que de nuevo corre a cargo de Luca Bigazzi, como en la música de David Lang (donde también se incluyen temas de todo tipo). No es mera estética, es que se nota que está muy bien ideada, no es ni casual ni por antojo, sucede lo que es “normal” cuando hay un artista que sabe utilizar los elementos que se le ofrecen.
Las influencias “fellinianas” están más presentes que nunca, sobre todo en el propio guión, que bebe de “Fellini, 8 y ½” y donde Sorrentino, sin abandonar su personalidad y en comparación con “La gran belleza”, multiplica la variedad de temas interesantes que va planteando. Por ello era difícil que pudiera dar respuesta a todas las cuestiones ofrecidas, en el caso de que el espectador espere que se lo den todo triturado, pero al menos el hilo principal nunca se pierde y muchas de ellas las resuelve mediante las sensaciones que evoca, todo en un film donde es la música la que abre y cierra la película, creando un perfecto engarzado.
También, en cuanto a interpretación se refiere, están todos fabulosos, y eso se agradece sobre todo en un film que es casi coral. Destacar sobre todo a Paul Dano, un excelente actor aún que parece al que no terminan de valorar, Rachel Weisz, cada día mejor actriz y más guapa, porque da igual que incluso esté con un sofocón inmenso moqueando como una cerda, es que da guapísima en cámara y cada vez es más transparente en su trabajo interno. Jane Fonda, con su breve intervención, demuestra que es una actriz como la copa de un pino, cosa que casi habíamos olvidado. Y por supuesto lo coronan sus protagonistas: Harvey Keitel, más comedido de lo habitual pero tan efectivo como siempre, y un Michael Caine en estado de gracia, que tras varios films donde estaba pasadísimo, consigue uno de sus mejores trabajos en mucho tiempo, como Jane Fonda, quizás porque además de tener un gran papel ha tenido, como el resto del reparto, a un notable director de actores.
Pero “La juventud” es un film, que aunque haya contado con promoción, en realidad se trata de un cine no tan mayoritario. No es porque tenga ínfulas, es porque es un film maduro, donde se dicen muchas verdades al tocar temas como la muerte, la pérdida de creatividad o de salud, la incapacidad de amar a los seres queridos o la verdadera amistad. Al principio del comentario decíamos que “La juventud” no tenía cinismo envenenado, pero lo posee aunque su cinismo en este caso sea amargo. Por eso quizás ha pasado casi desapercibida en los Globos de oro o en los Oscars, aunque afortunadamente no haya sido así en los Premios Europeos de cine, y por eso han podido contar con mayor promoción. Puede que, por ese afán de tanto vender, han caído en el defecto de hacer un cartel promocional que poca justicia le hace, creo que es lo peor, y puede inducir a error entre los espectadores más despistados.
Las influencias “fellinianas” están más presentes que nunca, sobre todo en el propio guión, que bebe de “Fellini, 8 y ½” y donde Sorrentino, sin abandonar su personalidad y en comparación con “La gran belleza”, multiplica la variedad de temas interesantes que va planteando. Por ello era difícil que pudiera dar respuesta a todas las cuestiones ofrecidas, en el caso de que el espectador espere que se lo den todo triturado, pero al menos el hilo principal nunca se pierde y muchas de ellas las resuelve mediante las sensaciones que evoca, todo en un film donde es la música la que abre y cierra la película, creando un perfecto engarzado.
También, en cuanto a interpretación se refiere, están todos fabulosos, y eso se agradece sobre todo en un film que es casi coral. Destacar sobre todo a Paul Dano, un excelente actor aún que parece al que no terminan de valorar, Rachel Weisz, cada día mejor actriz y más guapa, porque da igual que incluso esté con un sofocón inmenso moqueando como una cerda, es que da guapísima en cámara y cada vez es más transparente en su trabajo interno. Jane Fonda, con su breve intervención, demuestra que es una actriz como la copa de un pino, cosa que casi habíamos olvidado. Y por supuesto lo coronan sus protagonistas: Harvey Keitel, más comedido de lo habitual pero tan efectivo como siempre, y un Michael Caine en estado de gracia, que tras varios films donde estaba pasadísimo, consigue uno de sus mejores trabajos en mucho tiempo, como Jane Fonda, quizás porque además de tener un gran papel ha tenido, como el resto del reparto, a un notable director de actores.
Pero “La juventud” es un film, que aunque haya contado con promoción, en realidad se trata de un cine no tan mayoritario. No es porque tenga ínfulas, es porque es un film maduro, donde se dicen muchas verdades al tocar temas como la muerte, la pérdida de creatividad o de salud, la incapacidad de amar a los seres queridos o la verdadera amistad. Al principio del comentario decíamos que “La juventud” no tenía cinismo envenenado, pero lo posee aunque su cinismo en este caso sea amargo. Por eso quizás ha pasado casi desapercibida en los Globos de oro o en los Oscars, aunque afortunadamente no haya sido así en los Premios Europeos de cine, y por eso han podido contar con mayor promoción. Puede que, por ese afán de tanto vender, han caído en el defecto de hacer un cartel promocional que poca justicia le hace, creo que es lo peor, y puede inducir a error entre los espectadores más despistados.
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