John Wick (Keanu Reeves), asesino retirado, vuelve al ruedo obligatoriamente para hacer frente a un encargo que un miembro de la sociedad a la que pertenecía le encomienda para pagar una deuda de sangre.

El personaje de Keanu Reeves entró por la puerta grande en 2014 con un filme de historia convencional, pero con una puesta en escena tan inspiradora que sentó las bases del nuevo cine de acción. Esta vez, Chad Stahelski repite fórmula sin acomodarse: no se conforma con hacer una secuela con más tiros, más acción y más muertes, sino que profundiza y enriquece el universo de asesinos elitistas creado por él, mostrando más del funcionamiento de ese club selecto y de las relaciones entre los “socios”. En este sentido, van teniendo más peso los personajes de Ian McShane y Lance Reddick en la trama.

Todo el filme es puro ejercicio de estilo. Desde la impagable introducción con Peter Stormare hasta toda la parte que se desarrolla en Roma, sin olvidarnos del final en Nueva York. Acción a raudales, artes marciales con pistolas, muestrarios de armas, humor negrísimo, y todo ello con el porte y elegancia que Reeves le da a un personaje que se ha convertido en un icono de los nuevos tiempos.

“Pacto de sangre” afianza la saga y queda abierta para otras dos entregas más, igual o más espectaculares.