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Drama. Romance
Verano de 2008. Se inspira en el film 'En la cama', del chileno Matías Bize. En un hotel del centro de Roma se conocen una rusa y una española. Al día siguiente, Alba volverá a España y Natasha a Rusia. En la habitación del hotel se respira una atmósfera cargada de erotismo y sensualidad. Entre ellas nace un sentimiento nuevo que ambas aceptan. Durante doce horas, las dos mujeres se confían sus vidas, hablan de sus compromisos y del ... [+]
11 de enero de 2011
11 de enero de 2011
22 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
No simplemente porque sea justo el solsticio de verano. También porque es la noche en la que Alba y Natasha conocen el amor verdadero. El más grande que hayan sentido.
Quizás a menudo las más intensas historias de amor son las que se guardan bajo llave entre cuatro paredes.
Cuántas habitaciones de hotel habrán sido testigos de romances así. Extraños que se cruzan, abriéndose a un embrujo que sólo es posible si acaso una vez, dos veces (y eso con endiablada suerte) en la vida.
Amores de cuento, jugando a lo imposible, redescubriéndote, puedes mentir e inventarte un yo porque todo es nuevo, porque él o ella no te conoce, porque tienes miedo, o porque las posibilidades son tantas que podrías probar a ser como un héroe romántico de esas novelas que has leído. Aunque también puedes dejarte llevar por el impulso contrario, el de revelar la verdad que tienes ahí tan escondida, tan enquistada que no te creías capaz ni de admitirla ante ti mismo.
Y dejarse llevar por el misterio de la noche romana, poco a poco, tanteando el terreno movedizo hasta que cierras los ojos, tomas aire, te desnudas y te lanzas a la piscina. Nunca antes te habías lanzado así. Seguramente no te volverás a lanzar así. El diálogo de las almas titubeantes y de los cuerpos en confusión, y ahora temor, y de repente fuego, y luego melancolía, y risas, y fuego otra vez, piel contra piel, corazón contra corazón. Dos seres degustando un punto álgido, el más elevado que se pueda degustar en el amor.
Lo sublime no abunda. Es su destino. Si no existiera la mediocridad, o la medianía, o la ordinariez de los días corrientes, tampoco sería posible saborear la plenitud que en muy raras ocasiones, en brevísimos destellos, puede llegar a rozar a unos cuantos afortunados.
Podemos hacernos la siguiente pregunta: “¿Yo he tocado el cielo alguna vez?” Si la respuesta es sí… Somos los más bienaventurados del mundo.
Un hermoso escenario, un marco exquisito para el cielo de Alba y Natasha, una preciosa idea inspirada por el chileno Matías Bize… Pero Medem no me conduce a los reinos celestiales pese a tan prometedoras premisas. Me quedo con la película chilena, nada glamourosa, en una habitación mucho más sencilla, con dos personajes más naturales, más próximos. La fotografía no era de ensueño, no daba tanta impresión de estar estudiada al milímetro, los protas eran dos desconocidos del montón a los que se les veía a la legua que eran como el promedio de la gente. A las chicas de Medem les detecto cierto aire a falso, a rebuscado. Luciendo cuerpazos, haciendo poses (sobre todo Anaya, la Yarovenko sí me ha parecido más auténtica). Se le ha notado un poquito a Medem, o así lo aprecio yo, la urgencia por diseñar la noche más “sensual-chic” del panorama cinematográfico del pasado año.
Quizás a menudo las más intensas historias de amor son las que se guardan bajo llave entre cuatro paredes.
Cuántas habitaciones de hotel habrán sido testigos de romances así. Extraños que se cruzan, abriéndose a un embrujo que sólo es posible si acaso una vez, dos veces (y eso con endiablada suerte) en la vida.
Amores de cuento, jugando a lo imposible, redescubriéndote, puedes mentir e inventarte un yo porque todo es nuevo, porque él o ella no te conoce, porque tienes miedo, o porque las posibilidades son tantas que podrías probar a ser como un héroe romántico de esas novelas que has leído. Aunque también puedes dejarte llevar por el impulso contrario, el de revelar la verdad que tienes ahí tan escondida, tan enquistada que no te creías capaz ni de admitirla ante ti mismo.
Y dejarse llevar por el misterio de la noche romana, poco a poco, tanteando el terreno movedizo hasta que cierras los ojos, tomas aire, te desnudas y te lanzas a la piscina. Nunca antes te habías lanzado así. Seguramente no te volverás a lanzar así. El diálogo de las almas titubeantes y de los cuerpos en confusión, y ahora temor, y de repente fuego, y luego melancolía, y risas, y fuego otra vez, piel contra piel, corazón contra corazón. Dos seres degustando un punto álgido, el más elevado que se pueda degustar en el amor.
Lo sublime no abunda. Es su destino. Si no existiera la mediocridad, o la medianía, o la ordinariez de los días corrientes, tampoco sería posible saborear la plenitud que en muy raras ocasiones, en brevísimos destellos, puede llegar a rozar a unos cuantos afortunados.
Podemos hacernos la siguiente pregunta: “¿Yo he tocado el cielo alguna vez?” Si la respuesta es sí… Somos los más bienaventurados del mundo.
Un hermoso escenario, un marco exquisito para el cielo de Alba y Natasha, una preciosa idea inspirada por el chileno Matías Bize… Pero Medem no me conduce a los reinos celestiales pese a tan prometedoras premisas. Me quedo con la película chilena, nada glamourosa, en una habitación mucho más sencilla, con dos personajes más naturales, más próximos. La fotografía no era de ensueño, no daba tanta impresión de estar estudiada al milímetro, los protas eran dos desconocidos del montón a los que se les veía a la legua que eran como el promedio de la gente. A las chicas de Medem les detecto cierto aire a falso, a rebuscado. Luciendo cuerpazos, haciendo poses (sobre todo Anaya, la Yarovenko sí me ha parecido más auténtica). Se le ha notado un poquito a Medem, o así lo aprecio yo, la urgencia por diseñar la noche más “sensual-chic” del panorama cinematográfico del pasado año.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Pero hay algo que la rescata. Tras pensármelo un poco, y tras todas estas reflexiones, he decidido subirla al seis, que pensé en ponerle un cinco.
Y es que esta película nos recuerda esa historia de amor que algunos guardamos bajo llave entre cuatro paredes.
Y es que esta película nos recuerda esa historia de amor que algunos guardamos bajo llave entre cuatro paredes.