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47.211
Drama
Massachusetts, años 80. Dicky Eklund (Christian Bale), un boxeador con talento pero conflictivo, intenta redimirse entrenando a su hermano menor. En sus buenos tiempos había sido el orgullo de su ciudad natal por haber tumbado una vez al campeón del mundo Sugar Ray Leonard; pero después vinieron los tiempos difíciles en los que se hundió en una peligrosa mezcla de drogas y delincuencia. Mientras tanto, su hermano Micky Ward (Mark ... [+]
4 de abril de 2012
4 de abril de 2012
6 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los medio hermanos Dicky Eklund y Micky Ward se criaron en el seno de una familia numerosa (su madre se casó dos veces y los tuvo a ellos dos y a otras siete hijas), y posteriormente se agregaron también los nietos. El hermano mayor, Dicky, que alcanzó notoriedad en el boxeo antes de que su corta carrera se estropeara, entrenó a su hermano menor, Micky. Toda la familia se volcó en la profesión por la que se les había llegado a conocer en Estados Unidos y fuera de él.
La película, protagonizada por unos magníficos Bale y Wahlberg, comienza en el crítico bache por el que atravesaban los dos boxeadores, arrastrando en él a todos sus parientes y amigos. A principios de los noventa, Dicky era un consumido adicto al crack que llegaba tarde a las sesiones de entrenamiento y Micky no explotaba como el campeón que yacía latente en él, demasiado falto de la estimulación y la preparación adecuadas, que debían incluir un entrenamiento regular y unas inyecciones de seguridad y confianza. Su hermano mayor era un excelente entrenador cuando estaba sobrio y centrado, lo malo es que eso ya apenas ocurría. Micky pensaba en retirarse sin haber despuntado.
Pero la suerte aún le tenía destinados algunos ases: la aparición de una nueva novia, Charlene, gran apoyo moral y sentimental; la adopción de nuevas decisiones profesionales; y la gradual entrada en razón de Dicky, quien vio claro que tendría que escoger entre perderse por completo, o rehacerse y estar en cuerpo y alma junto a quienes tanto lo necesitaban.
Russell pinta el universo sórdido y difícil de los Eklund-Ward, la ruidosa convivencia, la madre mánager y su implacable dedicación al negocio (además de su faceta de suegra-arpía que calza con la imagen popularizada de las suegras), el padre (George Ward), más razonable y comprensivo que su mujer hacia los problemas, el hijo grande que se droga y ha echado a perder su futuro, el hijo pequeño frustrado y agobiado, las siete hijas que no parecen dedicarse a otra cosa que tener el culo pegado al sofá y criticar a diestro y siniestro siguiendo el ejemplo de su mamá, Charlene (uno de los personajes más destacados), cuyo manifiesto amor por Micky es sin duda tan fuerte como para aguantar los desplantes de su suegra, los insultos de sus cuñadas y apoyar a su novio contra los furiosos temporales, desafiándolo todo.
Es más bien un drama sobre las dificultades de una familia de un barrio humilde de Lowell que lucha por salir adelante y recobrar la notoriedad que una vez obtuvo en el boxeo. Este duro deporte, aunque algunas veces reclama nuestra entera atención en los combates de Micky sobre el ring, se queda más como algo casi secundario al lado del drama de personajes, que oscila entre la tragicomedia, el esperpento y ciertos momentos de gran carga emocional.
Gente sencilla que persigue sus sueños, y aunque soñar sea gratis, no lo es el camino que nos lleva hacia su consecución.
La película, protagonizada por unos magníficos Bale y Wahlberg, comienza en el crítico bache por el que atravesaban los dos boxeadores, arrastrando en él a todos sus parientes y amigos. A principios de los noventa, Dicky era un consumido adicto al crack que llegaba tarde a las sesiones de entrenamiento y Micky no explotaba como el campeón que yacía latente en él, demasiado falto de la estimulación y la preparación adecuadas, que debían incluir un entrenamiento regular y unas inyecciones de seguridad y confianza. Su hermano mayor era un excelente entrenador cuando estaba sobrio y centrado, lo malo es que eso ya apenas ocurría. Micky pensaba en retirarse sin haber despuntado.
Pero la suerte aún le tenía destinados algunos ases: la aparición de una nueva novia, Charlene, gran apoyo moral y sentimental; la adopción de nuevas decisiones profesionales; y la gradual entrada en razón de Dicky, quien vio claro que tendría que escoger entre perderse por completo, o rehacerse y estar en cuerpo y alma junto a quienes tanto lo necesitaban.
Russell pinta el universo sórdido y difícil de los Eklund-Ward, la ruidosa convivencia, la madre mánager y su implacable dedicación al negocio (además de su faceta de suegra-arpía que calza con la imagen popularizada de las suegras), el padre (George Ward), más razonable y comprensivo que su mujer hacia los problemas, el hijo grande que se droga y ha echado a perder su futuro, el hijo pequeño frustrado y agobiado, las siete hijas que no parecen dedicarse a otra cosa que tener el culo pegado al sofá y criticar a diestro y siniestro siguiendo el ejemplo de su mamá, Charlene (uno de los personajes más destacados), cuyo manifiesto amor por Micky es sin duda tan fuerte como para aguantar los desplantes de su suegra, los insultos de sus cuñadas y apoyar a su novio contra los furiosos temporales, desafiándolo todo.
Es más bien un drama sobre las dificultades de una familia de un barrio humilde de Lowell que lucha por salir adelante y recobrar la notoriedad que una vez obtuvo en el boxeo. Este duro deporte, aunque algunas veces reclama nuestra entera atención en los combates de Micky sobre el ring, se queda más como algo casi secundario al lado del drama de personajes, que oscila entre la tragicomedia, el esperpento y ciertos momentos de gran carga emocional.
Gente sencilla que persigue sus sueños, y aunque soñar sea gratis, no lo es el camino que nos lleva hacia su consecución.