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Aventuras. Drama. Bélico
El Cairo, 1917. Durante la Gran Guerra (1914-1918), T.E. Lawrence (Peter O'Toole), un conflictivo y enigmático oficial británico, es enviado al desierto para participar en una campaña de apoyo a los árabes contra Turquía. Él y su amigo Sherif Alí (Omar Sharif) pondrán en esta misión toda su alma. Los nativos adoran a Lawrence porque ha demostrado sobradamente ser un amante del desierto y del pueblo árabe. En cambio, sus superiores ... [+]
3 de abril de 2013
3 de abril de 2013
7 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
La elipsis en el cine es un arte. Si está bien empleada, no solo obvia pasajes farragosos y prescindibles, omite interesadamente detalles reveladores (las paralipsis) o hilvana de manera adecuada bloques narrativos separados por un corto o largo lapso temporal. La elipsis de David Lean en “Lawrence de Arabia” reúne las dos condiciones y añade una tercera, el máximo aprovechamiento del formato horizontal (65 milímetros): Lawrence, en primer plano, sopla la llama de una cerilla y su fulgor rojizo da paso al cielo rojo del desierto, mientras asistimos solemnemente como aparece el sol por el horizonte, mientras suena la inolvidable música de Maurice Jarre.
La elipsis funde al personaje con el inmenso e inalterable escenario arenoso en el que a partir de ese momento se desarrollará su turbadora existencia. Lean nos ofrece un poema visual, como dijo en una ocasión: “cuando estás en el desierto, penetras en el infinito.”; fascinante fotografía, premiada merecidamente. Una reflexión del hombre ante la soledad del desierto, Lawrence encarnado por el debutante (extraordinario, Peter O´Toole), transmite la ambigüedad compleja de este controvertido héroe para el pueblo árabe, indisciplinado para el imperio británico.
Lean nos muestra la integración del personaje en la naturaleza, se hace acompasadamente, porque el escenario es consustancial al proceso de cambio que vive el protagonista. Sin embargo, la toma de la ciudad de Akaba, uno de tantos puntos estratégicos turco que los árabes deben hacer suyo en su inflexible avance hacia la liberación nacional (que para Lawrence tiene tintes mesiánicos, desbordado entre la megalomanía y el masoquismo, la locura y la inmadurez sexual) esta visualizada con una hermosa panorámica que convierte a figurantes y animales en minúsculas piezas moviéndose por un laberinto de arcilla blanca, quizá intentando conciliar el gran espectáculo con la reflexión interna.
Ese es el axioma colgado a lomos del film y de tantas otras películas de la época: reflexión y espectáculo. Al fin y al cabo, todo gran film, cueste 5, o 100 millones de dólares, debería ofrecer las dos cosas, porque el espectáculo no es solo el resultado de una inversión económica, sino el fruto de un proceso creativo.
Una superproducción con un elenco de actores inspirados: A. Guinnes, A. Quinn, J. Hawkins, O. Shariff, C. Rains, A. Kennedy. Un gran equipo de Sam Spiegel productor de films legendarios: “La ley del silencio”, de Kazan, “El puente sobre el rio Kwai”, de Lean y luego también hizo “La jauría humana”, de Arthur Peen. En definitiva una película de una belleza plástica absoluta, de múltiples lecturas, como toda obra maestra.
La elipsis funde al personaje con el inmenso e inalterable escenario arenoso en el que a partir de ese momento se desarrollará su turbadora existencia. Lean nos ofrece un poema visual, como dijo en una ocasión: “cuando estás en el desierto, penetras en el infinito.”; fascinante fotografía, premiada merecidamente. Una reflexión del hombre ante la soledad del desierto, Lawrence encarnado por el debutante (extraordinario, Peter O´Toole), transmite la ambigüedad compleja de este controvertido héroe para el pueblo árabe, indisciplinado para el imperio británico.
Lean nos muestra la integración del personaje en la naturaleza, se hace acompasadamente, porque el escenario es consustancial al proceso de cambio que vive el protagonista. Sin embargo, la toma de la ciudad de Akaba, uno de tantos puntos estratégicos turco que los árabes deben hacer suyo en su inflexible avance hacia la liberación nacional (que para Lawrence tiene tintes mesiánicos, desbordado entre la megalomanía y el masoquismo, la locura y la inmadurez sexual) esta visualizada con una hermosa panorámica que convierte a figurantes y animales en minúsculas piezas moviéndose por un laberinto de arcilla blanca, quizá intentando conciliar el gran espectáculo con la reflexión interna.
Ese es el axioma colgado a lomos del film y de tantas otras películas de la época: reflexión y espectáculo. Al fin y al cabo, todo gran film, cueste 5, o 100 millones de dólares, debería ofrecer las dos cosas, porque el espectáculo no es solo el resultado de una inversión económica, sino el fruto de un proceso creativo.
Una superproducción con un elenco de actores inspirados: A. Guinnes, A. Quinn, J. Hawkins, O. Shariff, C. Rains, A. Kennedy. Un gran equipo de Sam Spiegel productor de films legendarios: “La ley del silencio”, de Kazan, “El puente sobre el rio Kwai”, de Lean y luego también hizo “La jauría humana”, de Arthur Peen. En definitiva una película de una belleza plástica absoluta, de múltiples lecturas, como toda obra maestra.