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Voto de Tomás Gato:
3

Voto de Tomás Gato:
3
4,8
74
Comedia
A Tony Banks, un gángster retirado, lo contrata el conocido mafioso God, para que acabe con una banda rival liderada por 'Blue Chips' Packard. Como Banks se retrasa en la ejecución del trabajo, God se pone nervioso y secuestra a su hija Darlene y la encierra en su lujoso yate. (FILMAFFINITY)
18 de enero de 2025
18 de enero de 2025
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La cultura hippie de los años 60 fue un fenómeno contracultural que desafió las normas establecidas, fascinando tanto como desconcertando. Sin embargo, no siempre fue fácil de comprender para los autores clásicos de la época, quienes, en muchos casos, parecían observar el movimiento desde la distancia, incapaces de conectar del todo con su esencia.
Fue una corriente que, con el tiempo, llegó a desvirtuarse y volverse más superficial, algo que incluso sorprendió a sus propios iniciadores. Recuerdo haber visto a un Jack Kerouac, ya destruido y desencantado, en el programa Firing Line de William F. Buckley, reflexionando entre espasmos sin entender del todo en qué se había convertido el movimiento que él ayudó a inspirar con On the Road (1951).
Aun así, algunas obras lograron capturar la energía y la esencia del momento, como Easy Rider (1969) de Dennis Hopper en el cine o Ponche de ácido lisérgico (1968) de Tom Wolfe en la literatura. Pero hoy traemos un ejemplo completamente distinto: Skidoo (1968), de Otto Preminger.
Preminger, conocido por obras maestras como Anatomía de un asesinato (1959) o Laura (1944), decide salir de su zona de confort con Skidoo. El resultado, sin embargo, es algo que bien podría resumirse con el meme de Brad Pitt en Érase una vez en Hollywood: «Fucking hippies, motherfuckers».
La película mezcla elementos de comedia clásica con momentos surrealistas, claramente influenciados por los cambios culturales de la época… y por el consumo accidental de LSD que ocurre en pantalla. No puedo evitar preguntarme si el ácido también alcanzó a los guionistas o incluso al propio Preminger, porque el resultado es un pastiche narrativo que rara vez funciona.
En este sentido, Skidoo recuerda a otros fracasos de la época, como Candy (Christian Marquand, 1968). Ambas películas intentan satirizar la contracultura, pero lo hacen con un trazo tan grueso que terminan siendo malas caricaturas.
Preminger parece pintar los cambios sociales de los 60 con brocha gorda, dividiendo el mundo en dos polos igualmente absurdos:
- Los hippies: errantes, cantando canciones de paz y con chicas desnudas de cuerpos pintados de colores.
- La burguesía snob: atrapada en sus casas domóticas llenas de gadgets extraños, retratada como hortera y desconectada.
El contraste podría haber sido interesante si contara con un poco más de profundidad o coherencia, pero la película nunca logra salir del absurdo superficial.
Si algo destaca en Skidoo, es la banda sonora del genial Harry Nilsson. Conocido por temas como Coconut (popularizada en Reservoir Dogs) o Everybody’s Talkin’ (Midnight Cowboy), Nilsson nos regala aquí una pegadiza canción en la que canta los créditos finales, nombrando uno por uno al elenco y al equipo técnico. Es raro, sí, pero también brillante, y probablemente lo más memorable de toda la película.
Otro detalle peculiar de Skidoo es que fue la última película de Groucho Marx, quien interpreta a un capo mafioso llamado “God”. Verlo en este papel es un recordatorio extraño de cómo incluso las leyendas pueden despedirse en proyectos que no están a la altura.
Al final, Skidoo es como cualquier otro viaje alucinógeno: puede salir bien o, como en este caso, puede salir mal.
Fue una corriente que, con el tiempo, llegó a desvirtuarse y volverse más superficial, algo que incluso sorprendió a sus propios iniciadores. Recuerdo haber visto a un Jack Kerouac, ya destruido y desencantado, en el programa Firing Line de William F. Buckley, reflexionando entre espasmos sin entender del todo en qué se había convertido el movimiento que él ayudó a inspirar con On the Road (1951).
Aun así, algunas obras lograron capturar la energía y la esencia del momento, como Easy Rider (1969) de Dennis Hopper en el cine o Ponche de ácido lisérgico (1968) de Tom Wolfe en la literatura. Pero hoy traemos un ejemplo completamente distinto: Skidoo (1968), de Otto Preminger.
Preminger, conocido por obras maestras como Anatomía de un asesinato (1959) o Laura (1944), decide salir de su zona de confort con Skidoo. El resultado, sin embargo, es algo que bien podría resumirse con el meme de Brad Pitt en Érase una vez en Hollywood: «Fucking hippies, motherfuckers».
La película mezcla elementos de comedia clásica con momentos surrealistas, claramente influenciados por los cambios culturales de la época… y por el consumo accidental de LSD que ocurre en pantalla. No puedo evitar preguntarme si el ácido también alcanzó a los guionistas o incluso al propio Preminger, porque el resultado es un pastiche narrativo que rara vez funciona.
En este sentido, Skidoo recuerda a otros fracasos de la época, como Candy (Christian Marquand, 1968). Ambas películas intentan satirizar la contracultura, pero lo hacen con un trazo tan grueso que terminan siendo malas caricaturas.
Preminger parece pintar los cambios sociales de los 60 con brocha gorda, dividiendo el mundo en dos polos igualmente absurdos:
- Los hippies: errantes, cantando canciones de paz y con chicas desnudas de cuerpos pintados de colores.
- La burguesía snob: atrapada en sus casas domóticas llenas de gadgets extraños, retratada como hortera y desconectada.
El contraste podría haber sido interesante si contara con un poco más de profundidad o coherencia, pero la película nunca logra salir del absurdo superficial.
Si algo destaca en Skidoo, es la banda sonora del genial Harry Nilsson. Conocido por temas como Coconut (popularizada en Reservoir Dogs) o Everybody’s Talkin’ (Midnight Cowboy), Nilsson nos regala aquí una pegadiza canción en la que canta los créditos finales, nombrando uno por uno al elenco y al equipo técnico. Es raro, sí, pero también brillante, y probablemente lo más memorable de toda la película.
Otro detalle peculiar de Skidoo es que fue la última película de Groucho Marx, quien interpreta a un capo mafioso llamado “God”. Verlo en este papel es un recordatorio extraño de cómo incluso las leyendas pueden despedirse en proyectos que no están a la altura.
Al final, Skidoo es como cualquier otro viaje alucinógeno: puede salir bien o, como en este caso, puede salir mal.
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