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Voto de Antón03:
10

Voto de Antón03:
10
8,3
37.072
Drama
En la Roma de la posguerra, Antonio, un obrero en paro, consigue un sencillo trabajo pegando carteles a condición de que posea una bicicleta. De ese modo, a duras penas consigue comprarse una, pero en su primer día de trabajo se la roban. Es así como comienza toda la aventura de Antonio junto con su hijo Bruno por recuperar su bicicleta mientras su esposa María espera en casa junto con su otro hijo. (FILMAFFINITY)
27 de marzo de 2025
27 de marzo de 2025
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ladrón de bicicletas (1948) se une a Umberto D. (1952) y Milagro en Milán (1951) para conformar la trilogía de De Sica en un austero y atemporal análisis de la posguerra italiana, siendo tres cintas capitales en el neorrealismo.
En 1948, De Sica nos presentaba a Antonio, un obrero que consigue un sencillo trabajo pegando carteles, siempre y cuando sea poseedor de una bicicleta para llevarlo a cabo. Antonio, esforzándose, la consigue, pero se la roban. Y mediante este simplón pero inteligente planteamiento, se logra un sufrido pero efectivo análisis de la búsqueda de la dignidad humana más esencial, representada en la trivialidad de una bicicleta.
El filme no se reduce al sufrimiento individual de Antonio, sino que pone de relieve las problemáticas sociales que caracterizaban a la Italia de posguerra. Esa desesperación y pobreza global resultan en una indiferencia ante los problemas del otro, lo que evidencia la deshumanización propia de los estragos de la guerra. Todo esto hace del concepto de pobreza un personaje más, uno que condiciona cada una de las decisiones del día a día, uno que impregna cada rincón de una cinta desgarradora.
De Sica aporta una capa más de profundidad con la relación entre Antonio y su hijo Bruno. Una relación que explora la desilusión de un padre que no puede ofrecerle la vida que tanto desea para su hijo, y el rictus de un hijo que observa cómo su padre hace todo por recuperar lo perdido para así poder ofrecerle un futuro mejor. No obstante, el regusto final es el de una generación, la de Bruno, condenada a heredar las injusticias que vive su Antonio.
El director italiano vuelve a hacer uso de actores no profesionales para aportar ese extra de autenticidad que hace de Ladrón de bicicletas (1948) una película inmediata y cercana, con un espectador que siente a Antonio como alguien real en un momento de profunda desesperación. De hecho, De Sica juega con los principios morales de Antonio, sembrando la semilla de la duda moral, haciéndole transgredir sus propios principios éticos y convirtiéndolo en aquello que tanto repudiaba por la desesperación propia de aquel que no tiene nada.
Otra obra maestra de un director capaz de representar, mediante la sencillez, la cara más humana y desgarradora de la pobreza. Es una confesión cinematográfica, una misiva que trasciende su propio contexto y sirve como reflexión universal sobre la lucha por la dignidad.
En 1948, De Sica nos presentaba a Antonio, un obrero que consigue un sencillo trabajo pegando carteles, siempre y cuando sea poseedor de una bicicleta para llevarlo a cabo. Antonio, esforzándose, la consigue, pero se la roban. Y mediante este simplón pero inteligente planteamiento, se logra un sufrido pero efectivo análisis de la búsqueda de la dignidad humana más esencial, representada en la trivialidad de una bicicleta.
El filme no se reduce al sufrimiento individual de Antonio, sino que pone de relieve las problemáticas sociales que caracterizaban a la Italia de posguerra. Esa desesperación y pobreza global resultan en una indiferencia ante los problemas del otro, lo que evidencia la deshumanización propia de los estragos de la guerra. Todo esto hace del concepto de pobreza un personaje más, uno que condiciona cada una de las decisiones del día a día, uno que impregna cada rincón de una cinta desgarradora.
De Sica aporta una capa más de profundidad con la relación entre Antonio y su hijo Bruno. Una relación que explora la desilusión de un padre que no puede ofrecerle la vida que tanto desea para su hijo, y el rictus de un hijo que observa cómo su padre hace todo por recuperar lo perdido para así poder ofrecerle un futuro mejor. No obstante, el regusto final es el de una generación, la de Bruno, condenada a heredar las injusticias que vive su Antonio.
El director italiano vuelve a hacer uso de actores no profesionales para aportar ese extra de autenticidad que hace de Ladrón de bicicletas (1948) una película inmediata y cercana, con un espectador que siente a Antonio como alguien real en un momento de profunda desesperación. De hecho, De Sica juega con los principios morales de Antonio, sembrando la semilla de la duda moral, haciéndole transgredir sus propios principios éticos y convirtiéndolo en aquello que tanto repudiaba por la desesperación propia de aquel que no tiene nada.
Otra obra maestra de un director capaz de representar, mediante la sencillez, la cara más humana y desgarradora de la pobreza. Es una confesión cinematográfica, una misiva que trasciende su propio contexto y sirve como reflexión universal sobre la lucha por la dignidad.