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Voto de Antón03:
9

Voto de Antón03:
9
7,6
2.915
30 de marzo de 2025
30 de marzo de 2025
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Me inicio en la filmografía de Theo Angelopoulos con la precaución y atención que requiere su cine, un cine que se caracteriza por su estilo pausado, introspectivo y profundamente poético.
Con esto en mente, me sumerjo en la historia que propone Paisaje en la niebla (1988), un relato que sigue a dos niños que atraviesan Grecia en busca de un padre que quizás no exista. El cineasta griego confecciona una historia meditativa, con unos tiempos muy marcados que atienden a la necesidad de lo que se quiere transmitir y que hacen del filme algo que responde al concepto de lo bello.
Todo el metraje está recubierto de la incertidumbre propia de aquellos en busca de una identidad de la que carecen, y Angelopoulos lo sabe, por ello hace uso de la niebla para enfatizar la expectación de un futuro incierto a través de un camino hostil que solo puede ser superado por la esperanza que otorga la inocencia. Pero poco a poco se ven desposeídos de esa candidez; el mundo se la sustrae sin compasión. El director lo entiende como un proceso ineludible, propio del viaje emocional que atraviesan.
Los dos niños, Voula y Alexandros, cargan con el núcleo emocional de toda la cinta, una relación carente de sensacionalismos, plagada de silencios y miradas con significado, con un peso cuasi plomizo que cae sin piedad con una naturalidad acongojante. Las actuaciones de ambos niños son más que meritorias, mezclando imponencia con sutileza.
Angelopoulos realiza una película capaz de cohesionar eventos eminentemente cotidianos con experiencias que podrían considerarse míticas, desde encuentros con la marginalidad de una Grecia plasmada desde la fealdad hasta imágenes de una belleza casi irreal. El griego sabe que el cine puede ser una ventana a la realidad y, a la vez, un espejismo onírico del ser humano.
Como ya adelantaba, Angelopoulos expone una Grecia que parece representar las mismas problemáticas que sus protagonistas, desde la ausencia de identidad propia hasta la continua búsqueda de aquello que se percibe como perdido. Estamos ante una cinta que estudia la decadencia de un país a través de sus individuos más errantes.
Paisaje en la niebla (1988) es ambigua, incluso lírica; por lo tanto, no pretende responder preguntas que seguramente te hagas (y que no importan), sino que se limita a hacerte sentir, a proyectar en tu pantalla imágenes y situaciones imborrables. La cinta del griego es un ejercicio que te lleva por la belleza y la tristeza inherentes al viaje humano.
Con esto en mente, me sumerjo en la historia que propone Paisaje en la niebla (1988), un relato que sigue a dos niños que atraviesan Grecia en busca de un padre que quizás no exista. El cineasta griego confecciona una historia meditativa, con unos tiempos muy marcados que atienden a la necesidad de lo que se quiere transmitir y que hacen del filme algo que responde al concepto de lo bello.
Todo el metraje está recubierto de la incertidumbre propia de aquellos en busca de una identidad de la que carecen, y Angelopoulos lo sabe, por ello hace uso de la niebla para enfatizar la expectación de un futuro incierto a través de un camino hostil que solo puede ser superado por la esperanza que otorga la inocencia. Pero poco a poco se ven desposeídos de esa candidez; el mundo se la sustrae sin compasión. El director lo entiende como un proceso ineludible, propio del viaje emocional que atraviesan.
Los dos niños, Voula y Alexandros, cargan con el núcleo emocional de toda la cinta, una relación carente de sensacionalismos, plagada de silencios y miradas con significado, con un peso cuasi plomizo que cae sin piedad con una naturalidad acongojante. Las actuaciones de ambos niños son más que meritorias, mezclando imponencia con sutileza.
Angelopoulos realiza una película capaz de cohesionar eventos eminentemente cotidianos con experiencias que podrían considerarse míticas, desde encuentros con la marginalidad de una Grecia plasmada desde la fealdad hasta imágenes de una belleza casi irreal. El griego sabe que el cine puede ser una ventana a la realidad y, a la vez, un espejismo onírico del ser humano.
Como ya adelantaba, Angelopoulos expone una Grecia que parece representar las mismas problemáticas que sus protagonistas, desde la ausencia de identidad propia hasta la continua búsqueda de aquello que se percibe como perdido. Estamos ante una cinta que estudia la decadencia de un país a través de sus individuos más errantes.
Paisaje en la niebla (1988) es ambigua, incluso lírica; por lo tanto, no pretende responder preguntas que seguramente te hagas (y que no importan), sino que se limita a hacerte sentir, a proyectar en tu pantalla imágenes y situaciones imborrables. La cinta del griego es un ejercicio que te lleva por la belleza y la tristeza inherentes al viaje humano.