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Voto de Antón03:
10

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8,2
10.821
Drama
Guerra de los Cien Años, siglos XIV y XV. En 1431, la joven Juana de Arco, después de haber conducido a las tropas francesas a la victoria, es arrestada y acusada de brujería. Ella declara haber recibido de Dios la misión de salvar a Francia, pero es procesada y condenada a morir en la hoguera. (FILMAFFINITY)
31 de marzo de 2025
31 de marzo de 2025
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
El cine mudo siempre ha sido una barrera para mí; supongo que es uno de los defectos inherentes a la época en la que he nacido, una donde los estímulos han de ser instantáneos para satisfacer los receptores de dopamina de un individuo hiperstimulado. Más allá de reflexiones contemporáneas, Dreyer ha conseguido, 97 años después, que valore lo que es y será una obra maestra.
La pasión de Juana de Arco (1928) llega a resultar inabarcable a nivel semántico; estamos hablando de una transcripción de los sentimientos al cine, una composición visual capaz de plasmar imágenes a la intangibilidad del sufrimiento. El danés hace del drama judicial de Juana de Arco una experiencia cinematográfica que trasciende su propio género para hacernos testigos del tormento de una mártir a la que “Dios habló, pero la Iglesia no escuchó.”
Maria Falconetti ofrece una de las mejores interpretaciones que yo he tenido la oportunidad de ver en una pantalla. Cada una de las expresiones de la francesa trastoca, aflige y abruma a un espectador hipnotizado por su dolor. Gran parte del impacto que se consigue es gracias a unos primeros planos que siguen cada lágrima, cada gesto y cada mirada perdida, convirtiendo el rostro de Juana en el campo de batalla del sufrimiento.
Dreyer realiza un biopic alejado de reconstrucciones fastuosas o narraciones épicas; todo responde a un minimalismo visual que se encarga de centrar la atención en su protagonista. Poco más importa, solo representar la angustia vital de un juicio caracterizado por los defectos de su época, un juicio, en definitiva, carente de justicia.
En relación con esto, el danés representa las instituciones de poder a través de un prisma que evidencia la impunidad de su propia corrupción. Esto lo hace filmando a los jueces con ángulos intrincados y sombras marcadas, dándoles una apariencia cuasi demoníaca, generando una dicotomía entre la pureza de Juana y la malicia retrógrada de unos verdugos disfrazados de jueces.
Siendo sincero, La pasión de Juana de Arco (1928) solo posee un elemento que la hace difícil de ver, y es el prejuicio de su condición: ser muda. Más allá de esto, Dreyer fabrica un explosivo compuesto de sentimientos y te lo lanza sin piedad, logrando conmover y perturbar a partes iguales. Es un grito de dolor hecho arte, una herida abierta en el cine que jamás cicatrizará.
La pasión de Juana de Arco (1928) llega a resultar inabarcable a nivel semántico; estamos hablando de una transcripción de los sentimientos al cine, una composición visual capaz de plasmar imágenes a la intangibilidad del sufrimiento. El danés hace del drama judicial de Juana de Arco una experiencia cinematográfica que trasciende su propio género para hacernos testigos del tormento de una mártir a la que “Dios habló, pero la Iglesia no escuchó.”
Maria Falconetti ofrece una de las mejores interpretaciones que yo he tenido la oportunidad de ver en una pantalla. Cada una de las expresiones de la francesa trastoca, aflige y abruma a un espectador hipnotizado por su dolor. Gran parte del impacto que se consigue es gracias a unos primeros planos que siguen cada lágrima, cada gesto y cada mirada perdida, convirtiendo el rostro de Juana en el campo de batalla del sufrimiento.
Dreyer realiza un biopic alejado de reconstrucciones fastuosas o narraciones épicas; todo responde a un minimalismo visual que se encarga de centrar la atención en su protagonista. Poco más importa, solo representar la angustia vital de un juicio caracterizado por los defectos de su época, un juicio, en definitiva, carente de justicia.
En relación con esto, el danés representa las instituciones de poder a través de un prisma que evidencia la impunidad de su propia corrupción. Esto lo hace filmando a los jueces con ángulos intrincados y sombras marcadas, dándoles una apariencia cuasi demoníaca, generando una dicotomía entre la pureza de Juana y la malicia retrógrada de unos verdugos disfrazados de jueces.
Siendo sincero, La pasión de Juana de Arco (1928) solo posee un elemento que la hace difícil de ver, y es el prejuicio de su condición: ser muda. Más allá de esto, Dreyer fabrica un explosivo compuesto de sentimientos y te lo lanza sin piedad, logrando conmover y perturbar a partes iguales. Es un grito de dolor hecho arte, una herida abierta en el cine que jamás cicatrizará.