La vida, esa gran desconocida. Se escapa en horas, minutos y segundos. En el día a día. En la insoportable rutina del trabajo o en ese cáncer social que es el éxito y el afán por acaparar todo lo material, sin llegar a disfrutarlo. Así se construye una sociedad que crea tristeza, amargura y estrés. Pero la otra cara también está ahí. La del burlón que se ríe de ella, de él y de todos. Ese que, encima, es capaz de transmitirlo como un chute de energía positiva. Ese es Toni Erdmann.

Lejos de grandes reflexiones sobre el sentido de la vida, la película alemana vence en las pequeñas cosas, los pequeños detalles que se muestran con fuerza en la pantalla. El trabajo de Ade nos enseña como hay energía más allá del trabajo y del mentiroso éxito. Y en ese aspecto conjuga perfectamente un potente drama con momentos de hilarante comedia. Golpes de risa provocados por este delicioso Toni Erdmann, un personaje que contagia vitalidad y deja poso cuando todo acaba.

Es cierto que su excesiva duración la hace tropezar ligeramente en muchos momentos, pero su esencia es tan grande que no importa. Porque la cinta de Ade se va desarrollando a paso lento pero firme. Un trabajo donde tan importantes son los silencios, como la personalidad de sus protagonistas. Bien estructurado y repleto de contenidos, Toni Erdmann es una especie de espejo en el que mirarnos. En el que se refleja su hija, a quien se le muestran sus miserias, pero también cada uno de los que ocupa su butaca.

Maren Ade consigue que te invada por dentro una sensación de vitalidad muy difícil de transmitir. El drama y la comedia se entrelazan para provocar al espectador. Cada uno sentirá una emoción diferente ante la pantalla, obvio. Yo sentí gratitud hacia la directora, el reparto, la vida y a un personaje, Toni Erdmann, absolutamente maravilloso.

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