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Voto de Charles:
7

Voto de Charles:
7
5,4
4.199
1 de agosto de 2018
1 de agosto de 2018
46 de 52 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los zombies ya están, antes de que pase la madrugada.
Al menos es así, para el protagonista Sam.
Zombies o amigos anónimos de su ex-novia, tanto da una cosa que la otra, la soledad es la misma.
Para cuando ya ha pasado "la noche que devoró el mundo", parece que él nos está engañando en que hay algo que merezca la pena ser salvado.
La urgencia que hemos visto en millones de películas no cambia, los comedores de carne están fuera y hay que evitarlos, es cierto.
El caos se abalanza desde el rellano, las calles son yermos basureros y la sangre mancha el techo.
Prescindir de música, además, confiere a los chillidos hambrientos y los gruñidos de esfuerzo cierta cualidad fantasmagórica, de que no hay vuelta atrás y toda humanidad ha desaparecido, habitualmente rota en otras películas porque hay que resaltar el drama de todo eso.
Pero que nadie se engañe: el drama no está en buscar supervivientes, sino en si Sam será capaz de sobrevivir consigo mismo.
Ya se retrata él solo cuando una de sus pocas frases iniciales es llamar idiota a los vecinos del edificio de enfrente, cuando corren a la calle para salvar la vida juntos.
Comienza entonces un desprendimiento de todas esas capas de inseguridad, miedo y furia que le han llevado a estar lejos de sus seres queridos durante el apocalipsis, a través de progresivas exploraciones del bloque que salen mal, o solos de batería para tratar de ensordecer ese silencio que ha invadido la ciudad.
La gente se pasó por encima cuando empezó a correr la sangre, y si él siguió con vida fue por pura chiripa: la clase de pensamiento que paraliza de miedo y refuerza las ataduras al refugio, acumulando y atesorando, por lo que pudiera pasar.
(Ya en su momento fue a por discos a casa de su ex, sin intención alguna de hablar)
Pero nadie puede vivir en un mundo de reflejos propios y objetos, tan muertos como los que están fuera, por mucha tranquilidad que haya entre sus paredes o belleza en lo que se tiene.
Gilipollas o no, solitario o no, siempre hay que tomar la decisión de saltar, de ver qué puede haber más allá... o no.
Porque un náufrago sigue siendo un náufrago hasta que sale del bote salvavidas.
Al menos es así, para el protagonista Sam.
Zombies o amigos anónimos de su ex-novia, tanto da una cosa que la otra, la soledad es la misma.
Para cuando ya ha pasado "la noche que devoró el mundo", parece que él nos está engañando en que hay algo que merezca la pena ser salvado.
La urgencia que hemos visto en millones de películas no cambia, los comedores de carne están fuera y hay que evitarlos, es cierto.
El caos se abalanza desde el rellano, las calles son yermos basureros y la sangre mancha el techo.
Prescindir de música, además, confiere a los chillidos hambrientos y los gruñidos de esfuerzo cierta cualidad fantasmagórica, de que no hay vuelta atrás y toda humanidad ha desaparecido, habitualmente rota en otras películas porque hay que resaltar el drama de todo eso.
Pero que nadie se engañe: el drama no está en buscar supervivientes, sino en si Sam será capaz de sobrevivir consigo mismo.
Ya se retrata él solo cuando una de sus pocas frases iniciales es llamar idiota a los vecinos del edificio de enfrente, cuando corren a la calle para salvar la vida juntos.
Comienza entonces un desprendimiento de todas esas capas de inseguridad, miedo y furia que le han llevado a estar lejos de sus seres queridos durante el apocalipsis, a través de progresivas exploraciones del bloque que salen mal, o solos de batería para tratar de ensordecer ese silencio que ha invadido la ciudad.
La gente se pasó por encima cuando empezó a correr la sangre, y si él siguió con vida fue por pura chiripa: la clase de pensamiento que paraliza de miedo y refuerza las ataduras al refugio, acumulando y atesorando, por lo que pudiera pasar.
(Ya en su momento fue a por discos a casa de su ex, sin intención alguna de hablar)
Pero nadie puede vivir en un mundo de reflejos propios y objetos, tan muertos como los que están fuera, por mucha tranquilidad que haya entre sus paredes o belleza en lo que se tiene.
Gilipollas o no, solitario o no, siempre hay que tomar la decisión de saltar, de ver qué puede haber más allá... o no.
Porque un náufrago sigue siendo un náufrago hasta que sale del bote salvavidas.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Durísimo ese momento de espantosa revelación en el que Sam se da cuenta de que sus miedos han matado a esa posible salvadora de su situación.
Doble dureza, además, porque por mucho que se pueda engañar, por muchas palabras que le quiera dar en su perfecto escenario, ella no sobrevivió.
Extrañamente tierno, por otro lado, ese zombie descarriado en el ascensor, al que Sam aprende a apreciar como un igual, y finalmente deja marchar porque está tan solo como él.
La conexión con los semejantes puede seguir siendo importante, aún en un mundo muerto.
Y esperanzador ese último plano de las azoteas de París, desoladas en apariencia, pero, con el tiempo de nuestro lado, mirando bien, quién sabe si...
Doble dureza, además, porque por mucho que se pueda engañar, por muchas palabras que le quiera dar en su perfecto escenario, ella no sobrevivió.
Extrañamente tierno, por otro lado, ese zombie descarriado en el ascensor, al que Sam aprende a apreciar como un igual, y finalmente deja marchar porque está tan solo como él.
La conexión con los semejantes puede seguir siendo importante, aún en un mundo muerto.
Y esperanzador ese último plano de las azoteas de París, desoladas en apariencia, pero, con el tiempo de nuestro lado, mirando bien, quién sabe si...