Resumiendo mucho mis impresiones sobre esta “Fracture”, sus intenciones de hacer algo interesante y sorprendente no encuentran correspondencia en la ejecución técnica, ni a nivel escritura ni a nivel realización. La película quiere jugar en ese ambiente de mezcla de thriller y terror, de psicología y paranormalidad, en el que tan bien se desenvuelve gente como M. Night Shyamalan pero que, visto lo visto, a Brad Anderson (director de “Fracture”) aún le faltan algunos trucos por aprender. Fundamentalmente, la habilidad para mantener la película en ambos mundos para aprovechar los clímax que se generan al transitar de uno a otro, a la expectación que levantan los giros en los que la película aterriza en el mundo real cuando todos pensaban que estaban viviendo una pesadilla sobrenatural o viceversa.

A “Fracture” se le ven las costuras en seguida. Su punto de inflexión llega, creo, demasiado pronto y su centro de gravedad se desliza rápidamente hacia una irrealidad de la que el espectador no vuelve y, por tanto, todos los intentos de engañar al público para que no sepa si lo que vive es un thriller o una paranoia no funcionan. Los giros no tienen repercusión alguna porque la línea entre ficción y realidad fue traspasada a la ligera y quedó bastante claro en qué lado de la frontera nos movemos. Así las cosas, como lo normal es no caer en las trampas argumentales, “Fracture” se hace algo aburrida, bastante larga y algo artificiosa, ya que su único interés pasa por confirmar cuál de las dos o tres opciones bastante previsibles y parecidas entre sí es la que ha desencadenado todo el conflicto.

En fin. No es una obra que hubiese firmado precisamente Hitchcock pero se le puede reconocer que, al menos, intenta hacer algo interesante, que no es poco en los tiempos que corren y, aunque no me creo mucho las peripecias del protagonista, lo cierto es que no cae mal y se puede empatizar con él. Cuando Anderson sea capaz de cocinar algo sin que el sabor de unas cosas se coma el de otras, lo mismo nos sorprende.