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Voto de Taylor:
8

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8
6,7
2.158
Serie de TV. Drama
Miniserie de TV de 9 episodios. Adaptación de un best-seller de Irwin Shaw que ganó cuatro premios Emmy. Narra la historia de los hermanos Jordache, cuyas vidas siguen caminos muy distintos. Mientras que uno de ellos alcanza con el tiempo el poder y la riqueza, el otro llega al borde de la destrucción. Como telón de fondo la guerra de Corea, las revueltas estudiantiles y la lucha de los negros por los derechos civiles. (FILMAFFINITY)
12 de enero de 2008
12 de enero de 2008
30 de 34 usuarios han encontrado esta crítica útil
A finales de los setenta la más escalofriante encarnación del mal fue, sin lugar a dudas, Falconetti. En su vertiente más mezquina y barriobajera, se entiende. Contados eran los niños que no manchaban los gallumbos ante la simple mención de su nombre. Poco más adelante le surgió un duro competidor, aunque éste procedía de una acaudalada familia texana dedicada al negocio del petróleo. Socialmente antitéticos, en efecto. Nos estamos refiriendo al malvado J.R. Ewing, uno de los protagonistas de “Dallas”. Pero retornemos a “Hombre rico, hombre pobre”.
La serie en cuestión se emitía por Televisión Española en horario de máxima audiencia dentro de un célebre formato de programa denominado “Grandes Relatos”. Narraba la contrapuesta trayectoria social de dos hermanos, Rudy (Peter Strauss) y Tom Jordache (Nick Nolte), cuyas respectivas evoluciones se verían salpicadas por dramáticos acontecimientos repletos de codicia, lujuria y escándalos. Probablemente constituyó el primer serial concebido para espectadores adultos que disfruté con disciplinada regularidad, sin perderme un solo capítulo. Bueno, la verdad es que no fui el único. “Hombre rico, hombre pobre” alcanzó un extraordinario éxito capaz de paralizar a todo un país ante la pequeña pantalla para gozar y padecer de las venturas y desventuras de los hermanos Jordache. Los otros dos vértices de ese metafórico rombo dramático los completaban la atractiva Julie Prescott (Susan Blakely) y, como no, el diabólico Falconetti (William Smith). El pendenciero estibador portuario no obtuvo el reconocimiento profesional que espoleó las respectivas carreras de Nick y Peter, pero personificó, indiscutiblemente, la clamorosa popularidad que cosechó la miniserie. Para los privilegiados que no lo hayáis conocido, tan solo advertiros que era tuerto y que su imagen física recordaba vagamente la de otro “malo” memorable, Jack Palance.
Y por si fuera poco, la serie era excepcionalmente didáctica. Al margen de favorecer mi asimilación total y absoluta de diversos término del léxico italiano (como por ejemplo “vendetta”), me instruyó sobre el correcto manejo del garfio y me demostró fehacientemente como un ser humano podía tragarse un botellín entero de coca-cola sin pestañear. Eso sí, eructando preceptivamente al final.
Un hito.
La serie en cuestión se emitía por Televisión Española en horario de máxima audiencia dentro de un célebre formato de programa denominado “Grandes Relatos”. Narraba la contrapuesta trayectoria social de dos hermanos, Rudy (Peter Strauss) y Tom Jordache (Nick Nolte), cuyas respectivas evoluciones se verían salpicadas por dramáticos acontecimientos repletos de codicia, lujuria y escándalos. Probablemente constituyó el primer serial concebido para espectadores adultos que disfruté con disciplinada regularidad, sin perderme un solo capítulo. Bueno, la verdad es que no fui el único. “Hombre rico, hombre pobre” alcanzó un extraordinario éxito capaz de paralizar a todo un país ante la pequeña pantalla para gozar y padecer de las venturas y desventuras de los hermanos Jordache. Los otros dos vértices de ese metafórico rombo dramático los completaban la atractiva Julie Prescott (Susan Blakely) y, como no, el diabólico Falconetti (William Smith). El pendenciero estibador portuario no obtuvo el reconocimiento profesional que espoleó las respectivas carreras de Nick y Peter, pero personificó, indiscutiblemente, la clamorosa popularidad que cosechó la miniserie. Para los privilegiados que no lo hayáis conocido, tan solo advertiros que era tuerto y que su imagen física recordaba vagamente la de otro “malo” memorable, Jack Palance.
Y por si fuera poco, la serie era excepcionalmente didáctica. Al margen de favorecer mi asimilación total y absoluta de diversos término del léxico italiano (como por ejemplo “vendetta”), me instruyó sobre el correcto manejo del garfio y me demostró fehacientemente como un ser humano podía tragarse un botellín entero de coca-cola sin pestañear. Eso sí, eructando preceptivamente al final.
Un hito.
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