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Voto de El Golo Cine:
6

Voto de El Golo Cine:
6
6,2
2.912
Documental
Con imágenes reales sin editar, este documental ahonda en la desaparición de Shanann Watts y sus hijos, y los sucesos acontecidos posteriormente.
2 de octubre de 2020
2 de octubre de 2020
14 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
En el documental American Murder: Family Next Door (2020), de reciente estreno en Netflix, la directora Jenny Popplewell reconstruye el caso de un padre que asesinó a sus hijas y su esposa, para inscribirlo dentro de un sistema que permanentemente ejerce violencia contra la mujer.
Por Nicolás Bianchi
El título en castellano del documental deja poco terreno para los spoilers. El caso Watts: El padre homicida, tal es el nombre del film en Hispanoamérica, no busca enredar al espectador en una trama del tipo ‘quién lo hizo’ sino que intenta contextualizar un caso horroroso en un marco de violencia sistemática contra la mujer. Chris Watts, de 33 años, asesinó a su mujer Shannan de 38 y a sus hijas de 4 y 3 años. Se trata de un monstruo pero no de una excepción.
Si hay algo distintivo en el documental de Popplewell eso es que no hay una sola entrevista con los distintos involucrados en el caso sino que se recurre a material casero o de las fuerzas de seguridad para contar lo que sucedió. Así, la directora cuenta con los chats del asesino y su víctima, los videos de la policía, material tomado con celulares en aquellos días de 2018, y las entrevistas que luego los detectives realizaron con Watts.
Aunque desde el título se adelante el desenlace, el comienzo de la película se plantea como un ‘misterio grande en un pueblo chico’. El título en castellano directamente cuenta lo que sucedió, mientras que la versión original, al decir ‘murder’ (asesinato) está haciendo prácticamente lo mismo. Nunca hay otro sospechoso que no sea Chris Watts.
Shannan llegó a su casa, luego de un viaje en avión, en el día anterior a su muerte. Al mediodía una amiga con la que se tenía que encontrar dio la alarma. Su marido volvió del trabajo y se encontró con ella y un oficial de policía en la puerta. Fingiendo sorpresa abrió la puerta de su casa e ingresó con ellos para verificar que no había nadie allí. Faltaban las mantas de las niñas pero estaban el anillo y el celular, apagado, de Shannan.
La reconstrucción del caso está bien lograda, ya que rápidamente se llega a la confesión del asesino y luego se construye la recreación de esos últimos días, mediante los chats de la pareja y lo que luego con las autoridades declara cada uno (él y las amigas de ella). De todos modos, el documental no logra asentar su pretensión de ubicar al episodio como uno más dentro de un sistema que fabrica femicidios. A pesar de su título, no se desliga del todo de la intriga que pueden provocar las revelaciones, ciertamente morbosas, sobre lo que hizo Chris Watts. Con un par de estadísticas que se despliegan al final en placas de blanco sobre negro no alcanza para trazar un cuadro general, sino simplemente para decorar y dar un cierre.
Antes, como mérito, la película logra plantear el estupor que significa hacer lo que ese hombre hizo. No se trata de un loco sino de una persona sumamente racional. Ni él ni ningún otro de los que aparece en el film logran comprender del todo tanto horror. La escena en la que la agente de policía, que logra extraer la confesión de Watts, finalmente lo consuela con un abrazo y una caricia es, probablemente, lo más llamativo del documental. El peor de los monstruos recibe un inmerecido gesto de compasión. Un gesto humano en medio de la desolación.
Por Nicolás Bianchi
El título en castellano del documental deja poco terreno para los spoilers. El caso Watts: El padre homicida, tal es el nombre del film en Hispanoamérica, no busca enredar al espectador en una trama del tipo ‘quién lo hizo’ sino que intenta contextualizar un caso horroroso en un marco de violencia sistemática contra la mujer. Chris Watts, de 33 años, asesinó a su mujer Shannan de 38 y a sus hijas de 4 y 3 años. Se trata de un monstruo pero no de una excepción.
Si hay algo distintivo en el documental de Popplewell eso es que no hay una sola entrevista con los distintos involucrados en el caso sino que se recurre a material casero o de las fuerzas de seguridad para contar lo que sucedió. Así, la directora cuenta con los chats del asesino y su víctima, los videos de la policía, material tomado con celulares en aquellos días de 2018, y las entrevistas que luego los detectives realizaron con Watts.
Aunque desde el título se adelante el desenlace, el comienzo de la película se plantea como un ‘misterio grande en un pueblo chico’. El título en castellano directamente cuenta lo que sucedió, mientras que la versión original, al decir ‘murder’ (asesinato) está haciendo prácticamente lo mismo. Nunca hay otro sospechoso que no sea Chris Watts.
Shannan llegó a su casa, luego de un viaje en avión, en el día anterior a su muerte. Al mediodía una amiga con la que se tenía que encontrar dio la alarma. Su marido volvió del trabajo y se encontró con ella y un oficial de policía en la puerta. Fingiendo sorpresa abrió la puerta de su casa e ingresó con ellos para verificar que no había nadie allí. Faltaban las mantas de las niñas pero estaban el anillo y el celular, apagado, de Shannan.
La reconstrucción del caso está bien lograda, ya que rápidamente se llega a la confesión del asesino y luego se construye la recreación de esos últimos días, mediante los chats de la pareja y lo que luego con las autoridades declara cada uno (él y las amigas de ella). De todos modos, el documental no logra asentar su pretensión de ubicar al episodio como uno más dentro de un sistema que fabrica femicidios. A pesar de su título, no se desliga del todo de la intriga que pueden provocar las revelaciones, ciertamente morbosas, sobre lo que hizo Chris Watts. Con un par de estadísticas que se despliegan al final en placas de blanco sobre negro no alcanza para trazar un cuadro general, sino simplemente para decorar y dar un cierre.
Antes, como mérito, la película logra plantear el estupor que significa hacer lo que ese hombre hizo. No se trata de un loco sino de una persona sumamente racional. Ni él ni ningún otro de los que aparece en el film logran comprender del todo tanto horror. La escena en la que la agente de policía, que logra extraer la confesión de Watts, finalmente lo consuela con un abrazo y una caricia es, probablemente, lo más llamativo del documental. El peor de los monstruos recibe un inmerecido gesto de compasión. Un gesto humano en medio de la desolación.