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9

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9
7,6
27.696
Intriga. Thriller
Corea del Sur, 1986. Una joven aparece brutalmente violada y asesinada. Dos meses después, se producen una serie de violaciones y asesinatos en circunstancias similares. Para buscar al asesino, se organiza un destacamento especial, encabezado por un detective de la policía local (Park Doo-man) y un detective de la policía de Seúl (Seo Tae-yoon), que ha solicitado ser asignado al caso. (FILMAFFINITY)
7 de julio de 2020
7 de julio de 2020
1 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Memories of murder (2003), del laureado director coreano Bong Joon Ho, retrata una época negra al recrear la investigación de una serie de asesinatos seriales ocurridos en un paraje rural en las afueras de Seúl en 1986.
Por Nicolás Bianchi
Corea del Sur vivió bajo el gobierno de una dictadura militar hasta 1987, cuando los generales debieron ceder ante las manifestaciones populares y convocaron a elecciones. El régimen surcoreano fue particularmente duro ya que durante décadas reprimió ferozmente cualquier tipo de oposición mientras impuso condiciones laborales cercanas a la esclavitud, con jornadas de trabajo larguísimas y salarios miserables. A principios de los 80 la jornada laboral coreana era la más larga del mundo, sus obreros llegaban a viejos como pobres sin jubilación y el país contaba con la tasa de suicidios más alta del planeta.
Memories of murder (2003), segunda película del director Bong Joon Ho, se ubica temporalmente en 1986, en la zona rural de Hwaseong, donde un asesino serial mató a por lo menos una decena de mujeres. El film está basado en una historia real pero no busca recrear al detalle el caso policial sino que cuenta el espíritu social de una época a través de la investigación que llevan adelante los personajes principales.
En principio dos detectives de la policía local están a cargo de la investigación. El primer cuerpo es encontrado en una acequia próxima a un arrozal, apenas cubierto por un bloque de cemento. Está escondido a plena vista. A su alrededor los agricultores siguen con sus tareas cotidianas y los niños juegan como si nada hubiera pasado.
Los casos se comienzan a acumular bajo una misma metodología. El asesino viola y mata en las noches de lluvia y deja a la víctima atada de pies y manos a unos metros de dónde cometió los crímenes. Los dos detectives son rústicos, limitados, carecen de cualquier método científico. Uno de ellos (el actor Kang-ho Song, luego protagonista de Parasite) dice poder descubrir cuáles son los culpables al mirar fijamente a las fotos, porque tiene la capacidad de “leer a la gente”. La mayor habilidad de su compañero es pegar patadas durante las sesiones de tortura a las que se somete a los sospechosos con el fin de que confiesen. También se dedica a la represión de las manifestaciones contra el gobierno, lo que se nos muestra fugazmente.
Como el problema trasciende las capacidades locales llega un detective desde Seúl, la capital del país, para encauzar la investigación. Cuando arriba al pueblo uno de sus colegas lo confunde con el violador que están buscando y lo muele a golpes. “Si así te vas a enfrentar al asesino no tenemos posibilidades”, le dice luego a modo de disculpa. “Si así funciona tu olfato para distinguir a los asesinos de los policías tampoco tenemos posibilidades”, le responde el recién llegado.
El ahora trío de policías va a arrestar a una serie de potenciales sospechosos que son golpeados y zamarreados con el propósito de que confiesen crímenes que a todas luces no cometieron. El film muestra la incapacidad de las fuerzas de seguridad para resolver el caso, porque, al parecer, sus habilidades desarrolladas tienen más que ver con la de un grupo de matones que con las de oficiales idóneos para investigar a un asesino sumamente peligroso. También se refleja la precariedad de los recursos materiales de la policía. Cuando hay que perseguir a alguien los autos no arrancan. Las escenas del crimen no se pueden preservar porque los habitantes del pueblo curiosean y pisotean todo. No hay ni personal ni elementos para cuidar o producir las evidencias necesarias.
El tono de la película al comienzo linda con la comedia, sobre todo por la torpeza de los agentes, pero luego se vuelve denso, plomizo como el ambiente que rodea a los personajes. Las habilidades de Bong para filmar quedan a la vista fundamentalmente en las escenas que transcurren en las noches de lluvia en las que suceden los asesinatos. El suspenso y la tensión están narrados con virtuosismo y precisión.
Por Nicolás Bianchi
Corea del Sur vivió bajo el gobierno de una dictadura militar hasta 1987, cuando los generales debieron ceder ante las manifestaciones populares y convocaron a elecciones. El régimen surcoreano fue particularmente duro ya que durante décadas reprimió ferozmente cualquier tipo de oposición mientras impuso condiciones laborales cercanas a la esclavitud, con jornadas de trabajo larguísimas y salarios miserables. A principios de los 80 la jornada laboral coreana era la más larga del mundo, sus obreros llegaban a viejos como pobres sin jubilación y el país contaba con la tasa de suicidios más alta del planeta.
Memories of murder (2003), segunda película del director Bong Joon Ho, se ubica temporalmente en 1986, en la zona rural de Hwaseong, donde un asesino serial mató a por lo menos una decena de mujeres. El film está basado en una historia real pero no busca recrear al detalle el caso policial sino que cuenta el espíritu social de una época a través de la investigación que llevan adelante los personajes principales.
En principio dos detectives de la policía local están a cargo de la investigación. El primer cuerpo es encontrado en una acequia próxima a un arrozal, apenas cubierto por un bloque de cemento. Está escondido a plena vista. A su alrededor los agricultores siguen con sus tareas cotidianas y los niños juegan como si nada hubiera pasado.
Los casos se comienzan a acumular bajo una misma metodología. El asesino viola y mata en las noches de lluvia y deja a la víctima atada de pies y manos a unos metros de dónde cometió los crímenes. Los dos detectives son rústicos, limitados, carecen de cualquier método científico. Uno de ellos (el actor Kang-ho Song, luego protagonista de Parasite) dice poder descubrir cuáles son los culpables al mirar fijamente a las fotos, porque tiene la capacidad de “leer a la gente”. La mayor habilidad de su compañero es pegar patadas durante las sesiones de tortura a las que se somete a los sospechosos con el fin de que confiesen. También se dedica a la represión de las manifestaciones contra el gobierno, lo que se nos muestra fugazmente.
Como el problema trasciende las capacidades locales llega un detective desde Seúl, la capital del país, para encauzar la investigación. Cuando arriba al pueblo uno de sus colegas lo confunde con el violador que están buscando y lo muele a golpes. “Si así te vas a enfrentar al asesino no tenemos posibilidades”, le dice luego a modo de disculpa. “Si así funciona tu olfato para distinguir a los asesinos de los policías tampoco tenemos posibilidades”, le responde el recién llegado.
El ahora trío de policías va a arrestar a una serie de potenciales sospechosos que son golpeados y zamarreados con el propósito de que confiesen crímenes que a todas luces no cometieron. El film muestra la incapacidad de las fuerzas de seguridad para resolver el caso, porque, al parecer, sus habilidades desarrolladas tienen más que ver con la de un grupo de matones que con las de oficiales idóneos para investigar a un asesino sumamente peligroso. También se refleja la precariedad de los recursos materiales de la policía. Cuando hay que perseguir a alguien los autos no arrancan. Las escenas del crimen no se pueden preservar porque los habitantes del pueblo curiosean y pisotean todo. No hay ni personal ni elementos para cuidar o producir las evidencias necesarias.
El tono de la película al comienzo linda con la comedia, sobre todo por la torpeza de los agentes, pero luego se vuelve denso, plomizo como el ambiente que rodea a los personajes. Las habilidades de Bong para filmar quedan a la vista fundamentalmente en las escenas que transcurren en las noches de lluvia en las que suceden los asesinatos. El suspenso y la tensión están narrados con virtuosismo y precisión.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Aquí un SPOILER mayor porque el final es tan brillante que merece un comentario. (Quién no vio el film quizás prefiera obviar estas líneas). Aproximadamente quince años después de la fallida investigación el detective interpretado por Song, el personaje que abrió la película, vuelve al lugar donde encontró el primer cuerpo. Allí ahora no hay nada. Una niña se cruza en su camino y le cuenta que hace unas horas vio a un hombre haciendo lo mismo que él, observando detenidamente ese lugar. Se entiende que ese hombre es el asesino. “¿Pudiste verle la cara?”, pregunta el detective, a lo que la niña responde que sí. “¿Y cómo era?”. “Normal, ordinario”, contesta. El detective mira a cámara, y en una escena que podría ser de una película neorrealista vemos su rostro desfigurado por la angustia. En una sociedad atravesada por la violencia un asesino y violador serial se ve normal. La película refuerza su mensaje. Termina donde empezó. Pero hay algo que, por el camino recorrido, es distinto.