La última película del director finlandés Aki Kaurismäki presenta una historia romántica en la que se despliegan distintas señas características de este autor. Incluye un pequeño homenaje a Argentina.

Por Nicolás Bianchi

Al cine de Kaurismäki no le importan los teléfonos celulares ni la tecnología. Tampoco le gustan las modas estéticas actuales, ya sean de indumentaria o de decoración de interiores. Las urgencias del mundo de hoy, salvo por algunas honrosas excepciones, se quedan afuera de este universo cinematográfico sincero y encantador. Aquí, lo importante es lo esencial.

En este sentido, Fallen leaves es una pequeña burbuja con lógica propia y habitada por un puñado de personajes. Los principales son Holappa (Jussi Vatanen) y Ansa (Alma Pöysti), dos trabajadores que parecen destinados a encontrarse pero que, antes, deben atravesar distintos problemas. Holappa trabaja en un taller mientras que Ansa es repositora en un supermercado. Por distintas circunstancias a ambos los echan.

En este mundo creado por Kaurismäki no hay ricos. Simplemente, trabajadores y gerentes. Los demás están ausentes, como si no interesaran. Tampoco se permite el delito. Con respecto a esto, después de ser despedida del supermercado, Ansa consigue trabajo como asistente de cocina en un bar. El dueño del establecimiento, esa misma noche, participa de una operación de compraventa de drogas. A la mañana siguiente es arrestado y Ansa, de vuelta, tiene que buscar empleo. Nuevamente, no hay lugar para millonarios, narcotraficantes o mafiosos en el mundo de Fallen leaves.

Ahora bien, como siempre sucede en las películas del director finlandés, la música es protagonista. Los personajes se conocen por primera vez en un karaoke. Hay, como de costumbre, algún rock clásico. También hay lugar para artistas locales y, sorpresivamente, para un tango de Carlos Gardel (Arrabal amargo). No es el único toque argentino, ya que el café que frecuentan varios personajes se llama Buenos Aires.

Otro rasgo central de este ecosistema creado por Kaurismäki es el nivel de expresividad de los actores. En principio, luce como intencionadamente apagado, aunque quizás sea mejor definirlo como austero. Los personajes, por momentos, parecen estar congelados o tiesos. Sus gestos y muecas son mínimos. Sin embargo, transmiten sus sentimientos a la perfección. Hay pequeñas sonrisas o guiños que son como flores en el desierto.

Por último, el autor finlandés escoge un estilo retro de ropa y tecnología. Los personajes están en la actualidad, pero hablan y viven como en la segunda mitad del siglo XX, con teléfonos con diales circulares y cables. Por las radios tipo Spika se escuchan las noticias de la guerra en Ucrania, un tema sensible para los finlandeses, ya que comparten fronteras con Rusia.

El resultado de esta mezcla de actualidad en una ambientación vintage luce como una declaración de principios: lo que importa no es lo material, sino todo lo otro. En una época plagada de contenidos sobre ricos despiadados e insensibles, Fallen leaves se presenta como una oda al cariño y a la sensibilidad en un mundo de clase obrera.

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