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Terror. Fantástico
Christine es un Plymouth Fury de 1958 que salió de una cadena de montaje de automóviles de Detroit, pero no es un coche cualquiera. En el fondo de su chasis se aloja el mismísimo diablo, que alberga un deseo de venganza insaciable que hiela la sangre a cualquiera y destruye todo lo que encuentra en su camino
1 de septiembre de 2020
1 de septiembre de 2020
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Basada en una novela de Stephen King y dirigida por John Carpenter, Christine (1983) es un film de terror que bordea el absurdo. Nuevamente el director neoyorquino hace un gran uso de la música como elemento narrativo.
Por Nicolás Bianchi
Ten cuidado con tus deseos que pueden volverse realidad. Lo que indica el proverbio ancestral revolotea por la trama de Christine, que muestra como un nerd objeto de bullying logra revertir su confianza en sí mismo, su situación sentimental y su relación con quienes lo abusan mediante un vínculo muy especial con su auto, un Plymouth Fury rojo fabricado en los años 50 en Detroit.
Arnie (Keith Gordon) es un adolescente tímido e impopular, que cuenta con un solo amigo, el jugador de fútbol americano Dennis (John Stockwell), y que frecuentemente es víctima de acoso por parte de un grupo de jóvenes de su mismo pueblo, Rockbridge, en California. Todo cambia para el protagonista cuando encuentra un auto desvencijado y sucio que un hombre, tan pobre como el vehículo, le vende por unos pocos dólares.
La nueva adquisición de Arnie le provoca un conflicto familiar, ya que sus padres consideran que a sus 17 años es chico para tener un auto, por lo que el joven comienza a guardar a ‘Christine’ en un depósito de chatarra que cuenta con un galpón que funciona como garage. Allí lo arregla, le cambia lo que está roto y lo pule. El Plymouth Fury queda impecable y lustroso.
Al poco tiempo Arnie es otro. Carpenter se vale del aspecto del personaje y sobre todo de sus anteojos para contar su evolución. Cuando la película comienza Arnie usa unas gafas grandes, que los matones le rompen cuando lo atacan a él y a su amigo Dennis. Mientras arregla el auto las usa remendadas con una cinta. Una vez que Christine está renovada, Arnie ya no necesita sus anteojos. Viste como un roquero de los años 50, con un peinado distinto al que usaba y la típica chaqueta de la época. El cambio que el auto le produce al personaje afecta también su personalidad.
Arnie ahora se comporta como un ganador y comienza a salir con una de las chicas más lindas del colegio, Leigh (Alexandra Paul), pero nada será fácil ya que tendrá que lidiar con los celos de su propio auto. Es que Christine, además de ser un auto maldito, parece contar con una personalidad que hoy se definiría como tóxica. Lo envuelve y transforma por completo a Arnie, cuya única obsesión pasa a ser su relación con el vehículo. A medida que transcurren las escenas, cada vez más el personaje se dirige al auto, o habla de él, de ella perdón, como si fuera una persona.
El embrujo prácticamente consume a Arnie, que se transforma en la manifestación de la personalidad de Christine. El mejor recurso que dispone Carpenter, y el que también lleva la película al borde del absurdo o la comedia, es la música. Cuando el auto quiere expresar algo sintoniza una radio dónde emiten una canción, siempre de rock and roll, que establece un diálogo con los otros personajes. A su vez, a la forma del vehículo maldito, el director intercala ‘Bad to the bone’ de George Thorogood and The Destroyers para enfatizar los poderes del metálico villano.
Christine puede ser vista también como un ejercicio en el que se busca medir cuán lejos puede llevarse una idea que es disparatada. Son esos conceptos los que artistas como King y Carpenter, justamente, abordan con mayor seriedad. Seguramente no sea ni la novela más recordada del escritor ni la película más visitada del director, pero esa habilidad de uno para introducir un elemento fantástico de terror en la más anodina realidad cotidiana y del otro para narrar con lenguaje cinematográfico efectivo resultan en un film sumamente dinámico que da cuenta de los estilos de ambos.
Por Nicolás Bianchi
Ten cuidado con tus deseos que pueden volverse realidad. Lo que indica el proverbio ancestral revolotea por la trama de Christine, que muestra como un nerd objeto de bullying logra revertir su confianza en sí mismo, su situación sentimental y su relación con quienes lo abusan mediante un vínculo muy especial con su auto, un Plymouth Fury rojo fabricado en los años 50 en Detroit.
Arnie (Keith Gordon) es un adolescente tímido e impopular, que cuenta con un solo amigo, el jugador de fútbol americano Dennis (John Stockwell), y que frecuentemente es víctima de acoso por parte de un grupo de jóvenes de su mismo pueblo, Rockbridge, en California. Todo cambia para el protagonista cuando encuentra un auto desvencijado y sucio que un hombre, tan pobre como el vehículo, le vende por unos pocos dólares.
La nueva adquisición de Arnie le provoca un conflicto familiar, ya que sus padres consideran que a sus 17 años es chico para tener un auto, por lo que el joven comienza a guardar a ‘Christine’ en un depósito de chatarra que cuenta con un galpón que funciona como garage. Allí lo arregla, le cambia lo que está roto y lo pule. El Plymouth Fury queda impecable y lustroso.
Al poco tiempo Arnie es otro. Carpenter se vale del aspecto del personaje y sobre todo de sus anteojos para contar su evolución. Cuando la película comienza Arnie usa unas gafas grandes, que los matones le rompen cuando lo atacan a él y a su amigo Dennis. Mientras arregla el auto las usa remendadas con una cinta. Una vez que Christine está renovada, Arnie ya no necesita sus anteojos. Viste como un roquero de los años 50, con un peinado distinto al que usaba y la típica chaqueta de la época. El cambio que el auto le produce al personaje afecta también su personalidad.
Arnie ahora se comporta como un ganador y comienza a salir con una de las chicas más lindas del colegio, Leigh (Alexandra Paul), pero nada será fácil ya que tendrá que lidiar con los celos de su propio auto. Es que Christine, además de ser un auto maldito, parece contar con una personalidad que hoy se definiría como tóxica. Lo envuelve y transforma por completo a Arnie, cuya única obsesión pasa a ser su relación con el vehículo. A medida que transcurren las escenas, cada vez más el personaje se dirige al auto, o habla de él, de ella perdón, como si fuera una persona.
El embrujo prácticamente consume a Arnie, que se transforma en la manifestación de la personalidad de Christine. El mejor recurso que dispone Carpenter, y el que también lleva la película al borde del absurdo o la comedia, es la música. Cuando el auto quiere expresar algo sintoniza una radio dónde emiten una canción, siempre de rock and roll, que establece un diálogo con los otros personajes. A su vez, a la forma del vehículo maldito, el director intercala ‘Bad to the bone’ de George Thorogood and The Destroyers para enfatizar los poderes del metálico villano.
Christine puede ser vista también como un ejercicio en el que se busca medir cuán lejos puede llevarse una idea que es disparatada. Son esos conceptos los que artistas como King y Carpenter, justamente, abordan con mayor seriedad. Seguramente no sea ni la novela más recordada del escritor ni la película más visitada del director, pero esa habilidad de uno para introducir un elemento fantástico de terror en la más anodina realidad cotidiana y del otro para narrar con lenguaje cinematográfico efectivo resultan en un film sumamente dinámico que da cuenta de los estilos de ambos.