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Voto de Dromedario:
7

Voto de Dromedario:
7
2009 

7,1
52.816
Animación. Fantástico. Terror
Coraline es una joven aburrida que descubre que la pared tapiada tras una puerta de su piso conduce a otro mundo, con otra madre y otro padre. Todo comienza cuando la joven atraviesa una puerta secreta de su nuevo hogar y descubre una versión alternativa de su vida. A primera vista, esta realidad paralela es muy parecida a su vida real, pero mucho mejor. Pero cuando esta fantástica aventura se vuelve peligrosa y sus falsos padres ... [+]
9 de junio de 2009
9 de junio de 2009
23 de 36 usuarios han encontrado esta crítica útil
• En el cine:
Los niños disfrutaban… al principio. Se tapaban ojos y oídos al acabar. Otros, al revés.
Conversación madre-hijo_quiero_irme_del_cine_que_me_da_miedo:
-¿Te ha gustado la peli, tesoro?
-Sí, muy bonita, pero sólo al final.
==============
• La película:
1) Estricto análisis cinematográfico:
Increíble factura técnica… ehm… esto… qué bien cosidos están los muñecos… uhm... los kebabs del local de enfente estaban sabrosísimos... ehm... ¿ya?
2) Estricto análisis dromedarial:
Cuando los chicos se acurrucaban en las butacas decidí cruzar el túnel mágico, abrir la puerta y mirar. El mundo real quedaba tras la lona del circo, afortunadamente. Bajo ella el taquillero, Henry Selick, comprobaba si eran válidas las entradas para asistir a la función; mi otro yo, el que no quiso coserse los botones, se acomodaba a mi lado; las ratas se disfrazaban de ratones y los gatos no comían Whiskas.
Tras el notable espectáculo circense salí empujado por mi otro yo, el sin botones, el verdadero, el de la única joroba. Gritaba. “Mira lo que has conseguido, estarás contento, me he clavado una aguja en los párpados.”
La mayoría de las telarañas eran mágicas. De vuelta.
==============
• La infancia:
Hay una escena, no revelo nada importante, cuando se ven por primera vez Coraline y el señor Bobbinsky que me recordó una anécdota que siempre se cuenta en casa, de los tiempos donde mandaban las tortugas ninjas y reinaban las cintas de vídeo de dibujos animados. En ella, el hombre, en vez de bajar por las escaleras, salta al césped desde una barandilla esquivando a la protagonista en el último momento, quedando Caroline entre sus dos piernas y genitales, ella con unas tijeras de podar a punto de hacer un estropicio. Lo de mi hermano pequeño, en cambio, fue voluntario, se colocó, con dos años, justo debajo de un fontanero inmenso con un destornillador que le había quitado momentos antes y, apuntándolo a sus partes sensibles, soltó: “A que te pincho los huevos”. No le hizo ninguna gracia y su mueca asustadiza ya es mítica en la cocina de mi casa. Sospecho que esta película tampoco le agradaría.
Los niños disfrutaban… al principio. Se tapaban ojos y oídos al acabar. Otros, al revés.
Conversación madre-hijo_quiero_irme_del_cine_que_me_da_miedo:
-¿Te ha gustado la peli, tesoro?
-Sí, muy bonita, pero sólo al final.
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• La película:
1) Estricto análisis cinematográfico:
Increíble factura técnica… ehm… esto… qué bien cosidos están los muñecos… uhm... los kebabs del local de enfente estaban sabrosísimos... ehm... ¿ya?
2) Estricto análisis dromedarial:
Cuando los chicos se acurrucaban en las butacas decidí cruzar el túnel mágico, abrir la puerta y mirar. El mundo real quedaba tras la lona del circo, afortunadamente. Bajo ella el taquillero, Henry Selick, comprobaba si eran válidas las entradas para asistir a la función; mi otro yo, el que no quiso coserse los botones, se acomodaba a mi lado; las ratas se disfrazaban de ratones y los gatos no comían Whiskas.
Tras el notable espectáculo circense salí empujado por mi otro yo, el sin botones, el verdadero, el de la única joroba. Gritaba. “Mira lo que has conseguido, estarás contento, me he clavado una aguja en los párpados.”
La mayoría de las telarañas eran mágicas. De vuelta.
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• La infancia:
Hay una escena, no revelo nada importante, cuando se ven por primera vez Coraline y el señor Bobbinsky que me recordó una anécdota que siempre se cuenta en casa, de los tiempos donde mandaban las tortugas ninjas y reinaban las cintas de vídeo de dibujos animados. En ella, el hombre, en vez de bajar por las escaleras, salta al césped desde una barandilla esquivando a la protagonista en el último momento, quedando Caroline entre sus dos piernas y genitales, ella con unas tijeras de podar a punto de hacer un estropicio. Lo de mi hermano pequeño, en cambio, fue voluntario, se colocó, con dos años, justo debajo de un fontanero inmenso con un destornillador que le había quitado momentos antes y, apuntándolo a sus partes sensibles, soltó: “A que te pincho los huevos”. No le hizo ninguna gracia y su mueca asustadiza ya es mítica en la cocina de mi casa. Sospecho que esta película tampoco le agradaría.