Desde que descubrí a Danny Boyle allá por 1996 con Trainspotting, he seguido de cerca la carrera que se ha ido formando este gran director inglés, que debutó en 1994 con Shallow Grave y que ha rodado posteriormente La Playa (un guilty pleasure), 28 Días Después, Sunshine (mi favorita) y Slumdog Millionaire, por la que ganó el Oscar al mejor director en la edición de los premios de la Academia de 2009. Si se lo merecía por esta película o no es un tema cuestionable, de lo que no cabe duda es de que merece ese galardón por algún otro film de su filmografía, posiblemente 127 Horas.

127 Horas sigue la historia real del escalador de montañas Aron Ralston, que tuvo que amputarse el brazo tras quedar atrapado en la grieta de una montaña las 127 horas que dan título a la película. Con guión del propio Boyle y de Simon Beaufoy, la película va más allá de vivir la agonía del montañista allí atrapado (como si pasa en el Buried de Rodrigo Cortés), es más la historia de un hombre enfrentado a una roca que la de un hombre atrapado en una grieta. Una historia de superación de las que tanto gustan pero sin caer en la lágrima fácil.

Lo nuevo de Danny Boyle es una película de momentos, y son incontables los que ponen la piel de gallina. Fácil quedan en la retina escenas como la de los caballos saltando por encima de la grieta, las alucinaciones del protagonista, sus emotivos recuerdos, obviamente la desgarradora secuencia del personaje amputándose el brazo, todo ello con el estilo visual característico de Boyle -uso de la pantalla partida, video digital, algunos planazos (las imágenes del interior del brazo tras clavarse una navaja, los anuncios de refrescos cuando está sediento)-.

La fotografía de Anthony Dod Mandle y Enrique Chediak es otro punto fuerte, mostrando con gran luminosidad la belleza del desierto de Utah cuando es de día, e igualmente valorable cuando se hace de noche y su labor es dar forma a escenas más sombrías (la lluvia que inunda la grieta). Merecedora de Oscars.

Y mencionando tales galardones, allí estuvo (sin ganar) un increíble y omnipresente James Franco como Aaron Ralston, consiguiendo que sintamos pena por él (cuando recuerda una ruptura amorosa) o demostrando ser un actor todo terreno (la cómica escena donde finge estar en un magazine matinal). El resto testimonial: Kate Mara, Clemence Poesy, un breve Treat Williams y la curiosidad de un cameo del propio Aron Ralston.

Sin duda una de las imprescindibles del 2010.