Esta vez, Shyamalan rueda (en el ya nada original formato documental), una historieta que le obliga a dar aquí y allá rudimentarias pinceladas de terror (el método del susto ruidoso es un eficaz remedio contra posibles somnolencias), para conseguir insuflar algo de interés a un thriller tan flojo en sus planteamientos, que sólo se sostiene con un humor (eso sí) más natural y verosímil, en el que se aprecian, sin mucho esfuerzo, las ganas de reírse del propio cuento que nos intenta hacer tragar.

Y eso es de agradecer, teniendo en cuenta su miseria argumental.

Por otra parte, aunque Shyamalan no parece haber perdido todavía sus ganas de jugar con el espectador en la creación de situaciones inquietantes, éstas (quizá por su escasez, dado que la historia no da para más), apenas consiguen elevar el interés a un mínimo nivel que justifique ir a ver esta cosa.

Un punto por la gracia de Ed Oxenbould y otro para Deanna Dunagan, por su esfuerzo.