El sueño americano, la tierra de las oportunidades, el país de asilo y de cobijo para muchos en los terribles tiempos de guerra en una Europa devastada. Todo esto contado con sus luces y sus muchas sombras, desde un punto de vista novedoso en cuanto a rodaje y con una historia de metraje tan extenso como plácido de ver.

Corbet es capaz de captar, con un blanco y negro muy oportuno, los matices de las relaciones humanas, centrándose en el personaje de Brody, un arquitecto reconocido en Europa que viene de un campo de concentración e intenta rehacer su vida desde cero en EEUU, mientras intenta que este país acoja a su mujer y a su sobrina, ancladas aún en una Europa demolida.

La arquitectura, el brutalismo, que son la seña de identidad de su personalidad, son la parte floja de la película: apenas aparecen muestras de este modelo arquitectónico, no se explora para nada este aspecto que, a mi entender, debería ser el eje principal de la película.

En cambio, sí se hace mucho hincapié en las relaciones personales de personajes como Guy Pearce, que está excelente, aunque sus reacciones, o la de la también magnífica Felicity Jones, sean un tanto erráticas y dejen al espectador un tanto confuso.

Ese punto flojo de la película, giros de guión y situaciones poco explicadas, se intenta corregir con una fotografía magnífica, un diseño de producción poderoso y algunas secuencias espectaculares (esa llegada a la isla de Illis con un plano de la Estatua de la Libertad inolvidable, o la visita a las minas de mármol de Carrara).

Con todo, una película que pese a sus tres horas se ve con interés y que retrata una parte de la historia americana y europea muy interesante.