El director nos presenta una verga del tamaño del obelisco porteño (nunca mejor dicho), de comedia no cómica que roza lo grotesco para poder agarrarse de algo cuando ese algo es aire, comunicando la nada misma.

Empezando por la trama, una gran cagada que espetan sus dos desconocidos guionistas y dirige el cordobés Carnevale con las mismas ínfulas de porteño engreído que critica en la cinta.
De las actuaciones no se salva ni siquiera la de Francella, ergo, infumable por donde (no) se la mire con esos progre-ademanes que de tan obvios, nauseabundos.
Un gran corso a contramano que no aporta absolutamente nada a la cinematografía argentina ya que, claramente, esto no es cine argentino sino una garcha pseudo-yanqui con sus (d)efectos especiales incluidos y todo.

La intención manifiesta de generalizar y de deconstruir a la audiencia es ya no apestosa sino, encima, decadente y de un nivel de tibieza y cobardía extra-ordinario ya que te la balbucean como al pasar en vez de ir de frente.

Lo mejor: las sierras cordobesas que están de diez, para ir a tomar unos mates a orillas de alguno de sus tantos arroyos y mirar la tormenta venir, léase granizo.

Lo peor: que son dos horas en donde no dicen un carajo y la insistencia en ensuciar lo familiar y las tradiciones, renegando de las costumbres y de la herencia, es tan obvia que supera lo boludesco.