Añadir a mi grupo de amigos/usuarios favoritos
Puedes añadirle por nombre de usuario o por email (si él/ella ha accedido a ser encontrado por correo)
También puedes añadir usuarios favoritos desde su perfil o desde sus críticas
Nombre de grupo
Crear nuevo grupo
Crear nuevo grupo
Modificar información del grupo
Aviso
Aviso
Aviso
Aviso
El siguiente(s) usuario(s):
Group actions
You must be a loged user to know your affinity with RARRA
- Recomendaciones
- Estadísticas
- Sus votaciones a categorías
- Críticas favoritas elegidas por RARRA
- Contacto
-
Compartir su perfil
Voto de RARRA:
7

Voto de RARRA:
7
5,8
1.482
18 de mayo de 2013
18 de mayo de 2013
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Estamos ante una película absolutamente desconcertante. ¿Qué pretendió Pincha Perry, guionista y director de la película al filmarla? Cierto es que la novela del mismo nombre en la que inspira fue escrita por el psiquiatra, antes que escritor de ficción, Irvin Yalom y que éste también es autor de “La cura Schopenhauer” y “El problema de Spinoza”. O sea, que siente atracción por los filósofos.
Pretender reflejar, aunque sea parcialmente, la filosofía poliédrica y peculiar de Nietzsche es algo poco menos que imposible. Aquí se reflejan ciertos aspectos puntuales de su vida, se repiten alguna de sus frases y se le pone el disfraz de psicoanalista. Se toma como pretexto de la historia su salud física y mental y se tira hacia adelante sin mayores preocupaciones.
En realidad, la película se centra en cuatro personajes históricos a los que al final se presenta sucintamente al modo que se hace en las películas bélicas o de crímenes en que los títulos finales nos cuentan lo que pasó con cada uno. Esos cuatro personajes se agrupan en dos par: por una parte, Nietzsche, enamorado de la intelectual y psicoanalista rusa Lou Andreas-Salomé que le rechaza y se une a uno de sus amigos; por otra, el también psicoanalista Josef Breuer y su histérica paciente Bertha Pappenheim, la famosa Anna O. sobre la que Breuer y su discípulo Sigmund Freud van a elaborar un histórico estudio sobre la histeria. Anna O., AO, no es sino Bertha Pappenheim, BP, sobre la que se aplica el mismo deslizamiento de iniciales que convirtió a IBM en HAL. Freud, por su parte, aparece un tanto marginalmente.
“El día que lloró Nietzsche” se pierde en unos diálogos que no hacen sino presentar ideas muy puntuales y escasamente significativas del filósofo y los conceptos que van a sustentar el psicoanálisis. Este segundo aspecto es el que va a centrar el argumento de la película y que va a ser el cauce de solución de los problemas de Nietzsche y Breuer. Más significativo el de este último, atraído por Anna O. y acusado por ésta en sus crisis histéricas de haberla embarazado, algo trascendental en la moral puritana de finales del siglo XIX y en la de la comunidad judía a la que pertenecían, cuya existencia recuerda la presencia marginal de Mathilde, esposa de Breuer.
Por eso, la película no puede por menos de desconcertar al que no esté al tanto de algo de lo que se le expone. Pero también deja frío y estremecido al que espera una referencia de Nietzsche y sus ideas, o al que ve convertido en un psicoanalista que analiza al psicoanalista.
La película se ve sin impaciencia, pese a todo, porque tiene una buena ambientación de los finales del siglo XIX y de su sociedad. Están cuidados aspectos como el vestuario y el mobiliario. Las interpretaciones son buenas, dejando a un lado que se tiende a mostrar a un Nietzsche exaltado y a un Brauer especialmente introvertido. La música se emplea con esa misma corrección y ocupa un cierto protagonismo. La fotografía es buena y medida. Más dudoso es el acierto de los sueños.
Quizá la clave de la película se puede hallar en la propia novela de Irvin Yalom en que se basa. En el inicio de la “nota del autor”, que se inserta al término de la versión española de EMECÉ , Yalom indica llanamente: “Friedrich Nietzsche y Josef Brauer no se conocieron. Y, por supuesto, la psicoterapia no fue inventada como resultado de un encuentro inexistente”. Y aclara que el único lazo de unión entre los hechos narrados que afectan a esos personajes históricos es el de las fechas en que ocurrieron: 1882.
Pretender reflejar, aunque sea parcialmente, la filosofía poliédrica y peculiar de Nietzsche es algo poco menos que imposible. Aquí se reflejan ciertos aspectos puntuales de su vida, se repiten alguna de sus frases y se le pone el disfraz de psicoanalista. Se toma como pretexto de la historia su salud física y mental y se tira hacia adelante sin mayores preocupaciones.
En realidad, la película se centra en cuatro personajes históricos a los que al final se presenta sucintamente al modo que se hace en las películas bélicas o de crímenes en que los títulos finales nos cuentan lo que pasó con cada uno. Esos cuatro personajes se agrupan en dos par: por una parte, Nietzsche, enamorado de la intelectual y psicoanalista rusa Lou Andreas-Salomé que le rechaza y se une a uno de sus amigos; por otra, el también psicoanalista Josef Breuer y su histérica paciente Bertha Pappenheim, la famosa Anna O. sobre la que Breuer y su discípulo Sigmund Freud van a elaborar un histórico estudio sobre la histeria. Anna O., AO, no es sino Bertha Pappenheim, BP, sobre la que se aplica el mismo deslizamiento de iniciales que convirtió a IBM en HAL. Freud, por su parte, aparece un tanto marginalmente.
“El día que lloró Nietzsche” se pierde en unos diálogos que no hacen sino presentar ideas muy puntuales y escasamente significativas del filósofo y los conceptos que van a sustentar el psicoanálisis. Este segundo aspecto es el que va a centrar el argumento de la película y que va a ser el cauce de solución de los problemas de Nietzsche y Breuer. Más significativo el de este último, atraído por Anna O. y acusado por ésta en sus crisis histéricas de haberla embarazado, algo trascendental en la moral puritana de finales del siglo XIX y en la de la comunidad judía a la que pertenecían, cuya existencia recuerda la presencia marginal de Mathilde, esposa de Breuer.
Por eso, la película no puede por menos de desconcertar al que no esté al tanto de algo de lo que se le expone. Pero también deja frío y estremecido al que espera una referencia de Nietzsche y sus ideas, o al que ve convertido en un psicoanalista que analiza al psicoanalista.
La película se ve sin impaciencia, pese a todo, porque tiene una buena ambientación de los finales del siglo XIX y de su sociedad. Están cuidados aspectos como el vestuario y el mobiliario. Las interpretaciones son buenas, dejando a un lado que se tiende a mostrar a un Nietzsche exaltado y a un Brauer especialmente introvertido. La música se emplea con esa misma corrección y ocupa un cierto protagonismo. La fotografía es buena y medida. Más dudoso es el acierto de los sueños.
Quizá la clave de la película se puede hallar en la propia novela de Irvin Yalom en que se basa. En el inicio de la “nota del autor”, que se inserta al término de la versión española de EMECÉ , Yalom indica llanamente: “Friedrich Nietzsche y Josef Brauer no se conocieron. Y, por supuesto, la psicoterapia no fue inventada como resultado de un encuentro inexistente”. Y aclara que el único lazo de unión entre los hechos narrados que afectan a esos personajes históricos es el de las fechas en que ocurrieron: 1882.