Me cae bien El Rubius, y me encanta Japón, uno de mis destinos soñados y al que espero poder ir antes de que la Parca venga a tocar a mi puerta. Obviamente son dos motivos de peso para embarcarse en esta aventura, una miniserie documental que sigue al popular youtuber por el país del sol naciente. ¿Qué puede salir mal? Pues tantas cosas qué no sé ni por dónde empezar.

Hablamos de cuatro episodios de media hora cada uno, cuando esto podría haber sido perfectamente una película documental de una hora. El por qué Amazon ha preferido optar por este formato entiendo que se debe únicamente a engrosar el catálogo, un error en el que Netflix cae de forma constante, y que jamás ha sido buen idea, porque dudo que muchos espectadores hayan terminado este viaje.

Bueno sí, este iluso, esperando que la cosa mejorase, pero aquí sigo, esperando sentado. No todo es malo, ya que hay destellos de lo que podría haber sido un buen documental de Japón, cuando la producción se centra en su cultura y sus costumbres, como en los momentos del sumo, la catana, el templo o la gastronomía, por citar algunos ejemplos.

Aquí el problema es que sus responsables han querido contentar a los fans del streamer, metiendo con calzador una trama que jamás va a ningún lado, y que se resuelve de la forma más abrupta e insatisfactoria posible. ¿Para qué darle tanto bombo, si al final se queda en tierra de nadie? Y es que aquí lo que realmente importa es Japón, no teniendo muy claro el propio documental qué quiere ser o a qué público está dirigido.

Se agradecen los momentos animados (aunque sólo nos confirmen que han querido ahorrar en presupuesto), pero esa trama de fondo nos confirma que esta aventura no merece la pena, una que es enturbiada por la propia presencia del youtuber, y no me refiero a él como protagonista, sino a todo lo que trae tras de sí. Y es que a veces, en la sencillez radica la magia.

El Rubius funciona como cabeza de cártel, notándose que se lo está pasando bien (mención especial al momento del baño), pero creo que esta miniserie hubiese ganado muchos enteros si se hubiese limitado a ser el Rubius por Japón, centrándose en la tradición del país, porque los momentos de cosplay tampoco funcionan.
Es como que nos dan una de cal y otra de arena, pero al final gana lo malo en un producto imposible de recomendar. Podría haber sido un buen documental, pero al final acaba siendo todo lo contrario. Sólo apto para fans, pero del Rubius, no de Japón. Ah… el país del sol naciente se merecía más. Y nosotros también.

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