Paremos un momento, tomemos aire y admitámoslo: The Brutalist no es la gran película que nos están queriendo vender. Como tantas otras personas acudí al cine animado por el runrún de las criticas que no paran de hablar de la gran película del siglo. Nada más lejos de la realidad. A pesar de que sus tres horas y media se hacen bastante llevaderas, se pasa de las grandes expectativas a una búsqueda constante de esa obra maestra de la que tanto se habla y que sin embargo, sigues buscando con extrañeza cuando sales del cine. Para cuando llegas a casa empiezas a sentir goteras por doquier. Por la mañana no cabe duda: The Brutalist es casi todo paja (y algo de contrachapado).

El principal problema de la película es su guion. ¿Cómo es posible que todo ese metraje no sea suficiente para llevar la historia a algún lugar? El personaje de Adrien Brody (bien interpretado, aunque con talante de un 'pianista sustituto') avanza por la trama haciendo malabarismos con un arco muy mal definido, lleno de esas cualidades de un personaje que suelen gritar ¡quiero un Oscar! La trama es una sucesión de conflictos irresolutos en los que sus personajes secundarios se convierten en unos pilares endebles que solo ayudan un poco más a que todo colapse en un desenlace abrupto y deslavazado.

Al final, solo quedan ruinas y humo. The Brutalist se sostiene en sus primeros minutos (quizás lo mejor del film) en buena parte por un planteamiento correcto y sobre todo por las muchas expectativas que van desapareciendo a pesar de algunas secuencias y momentos buenos, que sin embargo terminan arrasados por una realidad que unos admitirán antes y otros después: 'Emosido engañado'.