Tutifruti.
Compota.
Macedonia.
Habría que hacer, Masacre. Ven y mira, La flecha del tiempo, un viaje (a dónde si no, todos los demás o el resto son absurdos a la par que ridículos, el chocolate del loro del mundo moderno, las migas del banquete de toda la pobre gente, algo entre muy lamentable y tan triste) al pasado, al fin de la noche, siempre, ir hasta el diecinueve o incluso antes, qué menos, París bien vale un buen polvo, hasta encontrar, como sea y donde sea, sí, El ministerio del tiempo, las primera máquinas de vapor, bueno, las primeras locomotoras o ferrocarriles, y matarlos a todos, a los ingenieros, inventores o creadores, me refiero, claro, a ellas no haría falta, primero es el cenutrio y luego va la gallina, en mala hora, me cago en sus muertos, de estos infernales trastos, atroces cachivaches, dinosaurios monstruosos surgidos de las más terribles lovecraftianas profundidades del averno, del Hades, eyecciones del diablo, cagados y meados de súcubos, la razón, la tecnología, producen horrores que la vida a mansalva nos joden, no dejar ni uno vivo, ni rastro o huella, parar el carro, so caballo, hasta aquí hemos llegado, se acabó la tontería, asesinarlos, insistimos, a todos, A sangre fría, tras haberles sometido previamente a torturas sin nombre, chinas, el gota a gota, y, también, rusas, la ruleta de la fortuna, El cazador mediante, a ver si así, de esa jodida manera y de una vez por todas, lográbamos cambiar el destino o el karma o su puta madre para los restos y esta película jamás se hubiera realizado, ello, cargarnos a Hitler antes de la guerra y el exterminio que para el caso es lo mismo, del huevo la serpiente y las bicicletas a tomar por culo, tantos pájaros de un mismo tiro, a Dios gracias por lo que más quieras te lo ruego o pido.
Cuánto daño hizo o ha hecho el tren en el cine, mal bicho, si tuvimos que llegar a esto para verlo, aciago sino, qué feo es el cine, de hecho, cuánto daño hicieron de igual modo Agatha Christie o Patricia Higsmith, y El Tren de Frankenheimer, y El tren del infierno y Asalto al tren del dinero no digamos, corramos un tupido velo, y antes de todo, el primer tren de la historia que llega (por qué no te pudiste quedar en tu sitio, mejor no ir, nunca, a ninguna parte, quieto parate), y la de Jesse James creo que era, y, claro, cambiando de tema, nombrando a la bicha, Tarantino el maldito, y Ritchie su primo y Rodríguez su hermano, ese triunvirato, padre, hijo y espíritu santo, y antes de todo, el dueño de esta pocilga, el jefe de todo esto, el puto amo, padre padrone, capocannoniere, Leone, por supuesto, Yo acuso, los repudio, a todos, de uno en uno y también juntos, solos o en comandita, si gracias a ellos se dio esto, causa y efecto, tira de la cadena, hay que romperlo, todo, esa ilación espantosa, socavarla de raíz, el nudo gordiano.
Me gusta cuando callas porque estás como ausente. Pues nada. Aquí no (por qué no te) calla(s) ni Dios, cabrón, ni debajo del agua, habría que ahogarlos con una piedra atada a la boca. Qué espanto. SOS. Son. Por qué señor. No pueden decir más gilipolleces en menos (o más, está claro que el tiempo es un chicle que se curva por los lados y dura lo que le da la puta gana, esta cosa es infinita, nunca acaba, reverbera, se estira, agoniza, malvada, agujero negro, singularidad malsana) tiempo, a ese abominable respecto, baten todos los records, densidad supina, concentración atorrante mostrenca máxima.
Y el montaje y las charadas o chorradas y las niñatadas y la, una vez más, banalidad de la violencia, la soberana estupidez de tanta mamarrachada oilgofrénica, la trivialidad, la frivolidad, la mediocridad, la necedad... etecétera...
La peor, y más aburrida (esto es tedio en estado puro, ríete tú de un concierto pop, aquilatado, en su esencia descarnada despojada, desnudo, sin aditamentos, a lo bestia o bruto, sin perdón ni remedio), película de los últimos cuarenta años, como muy poco, desde El color púrpura no hay nada parecido, que se le asemeje, no de cerca, no hacen mala pareja, en el olimpo de la aberración artística van juntas o juntos, cogiditos de la mano, de abismo en acantilado.
El perfecto ejemplo/retrato de nuestro tiempo o estado de cosas época, esta es nuestra obra y nuestra alma, nuestra entraña y carcoma, estamos condenados, rodeados, sin Posibilidad de escape, sin salida ninguna, atrapados, acabados, terminados, finiquitados, todos vamos montados, a horcajadas, de hoz y con coz, directos al matadero (sí, el tren también ha sido conocido/relacionado con este triste hecho, heraldo negro, descenso al infierno, ascenso al cadalso, ganado moribundo teletransportado al degolladero, El desbarrancadero), en ese tren convertidos o transformados en bebés drogados descerebrados con la psique derruida derretida, la mente hecha trizas o papilla, el intelecto reducido a escombros, la sensibilidad de una aspiradora, apagada, la ética de una comadreja o sabandija, el gusto de una cafetera echando humo y el humor de un coyote muerto y enterrado hace tanto tiempo, lobotomizados, entregados, rendidos, jibarizados, sin esperanza fe ni caridad ni nada, gigantes cucarachas pavorosas que dan risa mientras lloras, a la mierda.
Esta película te hace añorar el puto silencio definitivo y absoluto del no ser, te hace desear no haber nacido, anhelar la perfecta nada que nadea por un espacio frío e infinito, volver al útero por lo menos aunque solo sea un segundo, El último suspiro, eso, un respiro, Dios mío, y que estos cretinos dirijan el mundo, marquen el paso, mientras los demás bailamos y agradecemos, gracias, amo, qué puta mala suerte o desgracia la nuestra, y la tuya, y la mía, qué habremos hecho en nuestros ciclos anteriores, en otras vidas pasadas para merecerlo, tanto, todo eso, me arrepiento, me desdigo, me hernio.
Suicidio.