La última película sobre Bob Dylan es una obra fascinante que opta por explorar solo los primeros años de su carrera, en lugar de abarcar toda su vida. Este enfoque limitado resulta ser una decisión acertada, ya que permite profundizar en los conflictos y transformaciones que marcaron su inicio en el mundo de la música. La narrativa se centra en su llegada a Nueva York, su relación con figuras clave como Woody Guthrie y Pete Seeger, y el Festival de Newport de 1965.

Timothée Chalamet brilla como Dylan, capturando no solo su esencia artística sino también su complejidad emocional. Su interpretación es auténtica y conmovedora, especialmente en las escenas musicales donde canta con una intensidad que evoca al Dylan original. Además, el reparto secundario, incluyendo a Monica Barbaro como Joan Baez, aporta profundidad y dinamismo a las relaciones personales del protagonista, añadiendo tensión romántica y artística a la trama.

La ambientación es otro punto fuerte del filme. Los escenarios recrean con precisión el vibrante Greenwich Village de los años sesenta y los movimientos sociales y políticos de la época, transportando al espectador a un momento crucial en la historia cultural. Aunque algunos críticos señalan que la película simplifica ciertos aspectos históricos, logra capturar la esencia del joven Dylan como un artista en constante evolución.

En definitiva, esta película es una obra que combina actuaciones memorables, una dirección sólida y una historia cautivadora. Aunque no pretende resolver el enigma que es Bob Dylan, sí ofrece un vistazo íntimo a los años formativos de uno de los músicos más influyentes del siglo veinte.