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Voto de Iván Rincón Espríu:
9

Voto de Iván Rincón Espríu:
9
6,5
1.082
Drama
Oscuro y violento drama, con escenas realmente duras, que retrata los ambientes de marginación y violencia que sufre el barrio de Brooklyn durante los años cincuenta. El realizador, que ya había mostrado el mundo de las drogas en la descorazonadora "Christianne F.", se rodeó de un reparto americano que ayudó a distribuir internacionalmente su film. (FILMAFFINITY)
20 de diciembre de 2015
20 de diciembre de 2015
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Algunas novelas son perfectas para llegar a la pantalla grande, como ‘Adiós a Las Vegas’, ‘El Padrino’ y el racismo buena onda de ‘Lo que el viento se llevó’. En esa categoría se encuentra también ‘Última salida a Brooklyn’, de Hubert Selby Jr. En su momento, el libro fue objeto de gran controversia, que lo favoreció, una vez sorteada la censura, pero la película sigue siendo infravalorada 35 años después de su estreno en 1989, sobre todo en comparación con las adaptaciones cinematográficas de las novelas antes mencionadas, a pesar de que uno de los principales méritos en este caso es el guión…
Brooklyn, 1952. Una huelga metalúrgica es la convergencia de varias historias. En un contexto social más amplio, la violencia callejera es también ocasión para la discriminación racial. Aunque no aparece un sólo negro, los soldados que salen de su cuartel en la noche llaman yanquis y “amigos de los negros” a los vagos y pendencieros que gobiernan las calles.
El “encargado de la huelga” es un vividor de neuronas muy escasas que se permite lujos absurdos con cargo a la caja chica del sindicato. Este personaje descubre su propia homosexualidad en la madurez y acaba enamorado de un chichifo egoísta.
En el grupúsculo de homosexuales pretendidamente femeninos hay uno que se desvive por el líder de la pandilla juvenil, que a su vez asalta a los frustrados clientes, en su mayoría marineros ebrios, de una prostituta deseable que se presta como carnada.
En una familia pintoresca, la hija es tan obesa que llegó a los nueve meses de embarazo sin que lo advirtiera su padre, un obrero burdo como el yerno, mientras que, enamorado de la prostituta, un adolescente aspira a tener una motocicleta para pasear con ella a bordo.
Tralala es el nombre lúdico-musical del personaje más memorable, tanto de la fuente literaria como de la versión cinematográfica y, para mi gusto, una de las mejores prostitutas de la literatura y, sobre todo, del cine. Jennifer Jason Leigh, actriz alternativa que suele optar por el cine independiente y tomar muy en serio sus papeles, probablemente nunca imaginó que Tralala sería más personaje suyo que del autor, además de un símbolo sexual a los 25 años de edad, icono de la marginalidad urbana en general y las prostitutas en particular.
‘Última salida’… es un descarnado y crudo retrato de Brooklyn, la violencia de los suburbios y la decadencia de los Estados Unidos en los años 50, pero el perfil de la protagonista femenina trasciende al relato. Mujer fatal o típica devorahombres, apetecible a pesar de su blancura, con “las mejores tetas del Oeste”, un ser mezquino y deliciosamente amoral, intenso y sórdido como el barrio y su descripción épica. Tralala con una borrachera de antología es Jason Leigh en el papel más emblemático de su carrera y, sin temor a exagerar, la culminación de una actuación genial.
La actriz, por cierto, interpretó 15 años después a otra meretriz, una muy distinta, casi el polo opuesto, en el thriller de horror psicológico ‘El maquinista’ (España, 2004), de Brad Anderson, con Christian Bale, una cinta de culto en estricto sentido.
Con una duración ideal de cien minutos, la principal característica de ‘Última salida’… es su intensidad y, en esa medida, sus mejores secuencias son también las más tensas. El primero de sus clímax divide el metraje en dos mitades exactas con un enfrentamiento callejero y nocturno entre los huelguistas, la policía y los esquiroles. Cuando la música logra el nivel de tensión adecuado para saber que unos chorros de agua a presión, en vez de reprimir a los obreros, exaltarán su ira, yo siempre pienso: ¡qué gran película! El final de la secuencia, sin embargo, resulta un poco débil, según el estado de ánimo.
Los homosexuales en rol pretendidamente femenino son representados por un estereotipo casi caricaturesco, fraternizando con pandilleros violentos y ladrones, y consumiendo narcóticos ilegales y autodestructivos, caracterización que fue considerada en su momento como estigmatizante, pero no es necesariamente un defecto de la novela ni de la película, pues, para empezar, hay gente así. Además, se trata de personajes burdos y marginales en general, entre ridículos y grotescos en un círculo específico y, en alguna medida, representativo del barrio a principios de los años 50…
Aunque la convergencia de historias termina con el triunfo de la huelga y el regreso de los obreros a la fábrica, antes del final feliz para la mayoría, caen en desgracia los protagonistas. Alegoría del calvario y la crucifixión de Cristo en un sentido irónico, inclusive contrario, la caída del vividor motiva una profunda reflexión sobre la condición o el carácter de los perdedores y fracasados por naturaleza, y la de Tralala hizo historia como catarsis-apoteosis-paroxismo etílico-sexual-tumultuario.
Las golpizas parecen reales, sobre todo la primera, y hasta donde percibo, algunas lo son.
Curiosamente, aunque los actores son gringos, la producción de la cinta es alemana, como su director Uli Edel, y quizá de ahí su ninguneo por la dizque academia de Hollywood en la entrega del Óscar.
Otra curiosidad es que, 25 años después de publicada la novela en 1964, el autor hace un cameo en la película, interpretando al conductor de un carro que atropella accidentalmente a cierto personaje intoxicado y aturdido…
Como suele suceder con las adaptaciones cinematográficas de obras literarias, en este caso, las diferencias entre libro y guión escrito por Desmond Nakano son muchas y más o menos grandes, pero no sustanciales.
Hubert Selby Jr. es también autor de ‘Réquiem por un sueño’, novela publicada en 1978 y cinematografiada 22 años después por Darren Aronofsky, con la colaboración del escritor en la guionización y con otra de las mejores actuaciones femeninas de la historia.
‘Réquiem por un sueño’, dicho sea de paso, no es menos sórdida y visceral que ‘Última salida’…, coincidencia que parece un sello personal del autor.
Brooklyn, 1952. Una huelga metalúrgica es la convergencia de varias historias. En un contexto social más amplio, la violencia callejera es también ocasión para la discriminación racial. Aunque no aparece un sólo negro, los soldados que salen de su cuartel en la noche llaman yanquis y “amigos de los negros” a los vagos y pendencieros que gobiernan las calles.
El “encargado de la huelga” es un vividor de neuronas muy escasas que se permite lujos absurdos con cargo a la caja chica del sindicato. Este personaje descubre su propia homosexualidad en la madurez y acaba enamorado de un chichifo egoísta.
En el grupúsculo de homosexuales pretendidamente femeninos hay uno que se desvive por el líder de la pandilla juvenil, que a su vez asalta a los frustrados clientes, en su mayoría marineros ebrios, de una prostituta deseable que se presta como carnada.
En una familia pintoresca, la hija es tan obesa que llegó a los nueve meses de embarazo sin que lo advirtiera su padre, un obrero burdo como el yerno, mientras que, enamorado de la prostituta, un adolescente aspira a tener una motocicleta para pasear con ella a bordo.
Tralala es el nombre lúdico-musical del personaje más memorable, tanto de la fuente literaria como de la versión cinematográfica y, para mi gusto, una de las mejores prostitutas de la literatura y, sobre todo, del cine. Jennifer Jason Leigh, actriz alternativa que suele optar por el cine independiente y tomar muy en serio sus papeles, probablemente nunca imaginó que Tralala sería más personaje suyo que del autor, además de un símbolo sexual a los 25 años de edad, icono de la marginalidad urbana en general y las prostitutas en particular.
‘Última salida’… es un descarnado y crudo retrato de Brooklyn, la violencia de los suburbios y la decadencia de los Estados Unidos en los años 50, pero el perfil de la protagonista femenina trasciende al relato. Mujer fatal o típica devorahombres, apetecible a pesar de su blancura, con “las mejores tetas del Oeste”, un ser mezquino y deliciosamente amoral, intenso y sórdido como el barrio y su descripción épica. Tralala con una borrachera de antología es Jason Leigh en el papel más emblemático de su carrera y, sin temor a exagerar, la culminación de una actuación genial.
La actriz, por cierto, interpretó 15 años después a otra meretriz, una muy distinta, casi el polo opuesto, en el thriller de horror psicológico ‘El maquinista’ (España, 2004), de Brad Anderson, con Christian Bale, una cinta de culto en estricto sentido.
Con una duración ideal de cien minutos, la principal característica de ‘Última salida’… es su intensidad y, en esa medida, sus mejores secuencias son también las más tensas. El primero de sus clímax divide el metraje en dos mitades exactas con un enfrentamiento callejero y nocturno entre los huelguistas, la policía y los esquiroles. Cuando la música logra el nivel de tensión adecuado para saber que unos chorros de agua a presión, en vez de reprimir a los obreros, exaltarán su ira, yo siempre pienso: ¡qué gran película! El final de la secuencia, sin embargo, resulta un poco débil, según el estado de ánimo.
Los homosexuales en rol pretendidamente femenino son representados por un estereotipo casi caricaturesco, fraternizando con pandilleros violentos y ladrones, y consumiendo narcóticos ilegales y autodestructivos, caracterización que fue considerada en su momento como estigmatizante, pero no es necesariamente un defecto de la novela ni de la película, pues, para empezar, hay gente así. Además, se trata de personajes burdos y marginales en general, entre ridículos y grotescos en un círculo específico y, en alguna medida, representativo del barrio a principios de los años 50…
Aunque la convergencia de historias termina con el triunfo de la huelga y el regreso de los obreros a la fábrica, antes del final feliz para la mayoría, caen en desgracia los protagonistas. Alegoría del calvario y la crucifixión de Cristo en un sentido irónico, inclusive contrario, la caída del vividor motiva una profunda reflexión sobre la condición o el carácter de los perdedores y fracasados por naturaleza, y la de Tralala hizo historia como catarsis-apoteosis-paroxismo etílico-sexual-tumultuario.
Las golpizas parecen reales, sobre todo la primera, y hasta donde percibo, algunas lo son.
Curiosamente, aunque los actores son gringos, la producción de la cinta es alemana, como su director Uli Edel, y quizá de ahí su ninguneo por la dizque academia de Hollywood en la entrega del Óscar.
Otra curiosidad es que, 25 años después de publicada la novela en 1964, el autor hace un cameo en la película, interpretando al conductor de un carro que atropella accidentalmente a cierto personaje intoxicado y aturdido…
Como suele suceder con las adaptaciones cinematográficas de obras literarias, en este caso, las diferencias entre libro y guión escrito por Desmond Nakano son muchas y más o menos grandes, pero no sustanciales.
Hubert Selby Jr. es también autor de ‘Réquiem por un sueño’, novela publicada en 1978 y cinematografiada 22 años después por Darren Aronofsky, con la colaboración del escritor en la guionización y con otra de las mejores actuaciones femeninas de la historia.
‘Réquiem por un sueño’, dicho sea de paso, no es menos sórdida y visceral que ‘Última salida’…, coincidencia que parece un sello personal del autor.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Si algo resulta difícil en el tema que nos ocupa es señalar errores o defectos; los hay, pero son insignificantes. Hace 35 años, por ejemplo, Stephen Lang tenía mucho en común con Jean-Claude Van Damme, sobre todo la debilidad actoral, pero aquí logra, por lo menos, la caracterización antipática de un personaje patético.
El joven pretendiente de Tralala, en cambio, tiene desangelados momentos de ambigüedad histriónica, sobre todo al principio, y el homosexual enamorado del líder pandillero, además de caricaturesco, es demasiado trágico; hay una ligera desproporción allí, nada grave.
Algunos anuncios publicitarios están muy viejos; de hecho, son antiguos, pero en su época eran nuevos, así que debían verse nuevos en la película; error escenográfico que también cometen Woody Allen en París a medianoche y James Gray en el sueño de Ellis; aquí pasa casi desapercibido entre la miseria del lugar y demás elementos de la atmósfera.
Los vidrios y cristales que se rompen en el cine suelen ser de caramelo y, en esta cinta, las ventanas de los coches y camiones son notoriamente más frágiles que en la vida real y bastante más de lo necesario.
La música de Mark Knopfler regula con acierto la tensión en las secuencias de acción, y alegra el espectáculo de Tralala y comparsas en su pasarela callejera, pero en las escenas melodramáticas tiende a ser melosa y repetitiva.
En fin. Estos señalamientos sirven más bien para alardear de conocimiento y percepción.
¡La película es un peliculón!
El joven pretendiente de Tralala, en cambio, tiene desangelados momentos de ambigüedad histriónica, sobre todo al principio, y el homosexual enamorado del líder pandillero, además de caricaturesco, es demasiado trágico; hay una ligera desproporción allí, nada grave.
Algunos anuncios publicitarios están muy viejos; de hecho, son antiguos, pero en su época eran nuevos, así que debían verse nuevos en la película; error escenográfico que también cometen Woody Allen en París a medianoche y James Gray en el sueño de Ellis; aquí pasa casi desapercibido entre la miseria del lugar y demás elementos de la atmósfera.
Los vidrios y cristales que se rompen en el cine suelen ser de caramelo y, en esta cinta, las ventanas de los coches y camiones son notoriamente más frágiles que en la vida real y bastante más de lo necesario.
La música de Mark Knopfler regula con acierto la tensión en las secuencias de acción, y alegra el espectáculo de Tralala y comparsas en su pasarela callejera, pero en las escenas melodramáticas tiende a ser melosa y repetitiva.
En fin. Estos señalamientos sirven más bien para alardear de conocimiento y percepción.
¡La película es un peliculón!